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Huellas N.4, Abril 2014

VIDA DE CL / Fraternidad

Una única historia

a cargo de P. Bergamini, L. Fiore, P. Perego, A. Stoppa

En estos días se celebran los Ejercicios espirituales. ¿Cómo ayuda la vida de la Fraternidad a cada uno en el día a día? Taiwán, Italia, EEUU y Ucrania: el relato de quien acaba de llegar y de quien, al cabo de los años, creía haberlo visto ya todo. «Pero el Señor no deja de llamar a la puerta»

TAIPEI EN TRES GESTOS: «TÚ-YO-COMEMOS»
La foto a la derecha es del día de fin de año de 2013. Una comida en una parroquia en el distrito de Tai Shan. Es el día en que ha nacido la Fraternidad de CL en Taipei. Para algunos de ellos el encuentro con el movimiento ha coincidido con el primer anuncio de la fe.
Donato Contuzzi es el último misionero de la Fraternidad de San Carlos que llegó a Taiwán, en 2012. En seguida le resultó patente que, en la pequeña comunidad que ha nacido en estos años, había personas para las que el encuentro cristiano suponía un camino para toda la vida. «Habían decidido». No lo veía por los discursos que hacían – ni siquiera conocía la lengua –, sino por el afecto que les movía. Al cabo de un mes de su llegada, se quedó solo durante dos semanas, porque los padres Paolo Costa y Emanuele Angiola estarían unos días en Italia. La noche de su partida, tras dejarles en el aeropuerto, subió al coche: «Y ahora, ¿qué hago? No sé hablar ni entender el idioma». Volvió a casa preocupado. Poco después, llaman a la puerta. Es un amigo de la comunidad, Kun Li, que trabaja de camionero. En silencio, con tres gestos, le dice: tú-yo-comemos.
«Siempre pensé que ser cristianos aquí significa ser el 1%», dice Kun Li, que hoy pertenece a la Fraternidad: «Pero cuando estuve en el Meeting de Rimini descubrí que pertenezco a una gran familia y surgió en mí el deseo de construir la Iglesia». El mismo deseo con el que A-Mei y Chun-Jia, dos hermanas, se ocupan de la parroquia y de la casa de los misioneros. «Lo hacemos para dar gracias a Dios por habernos permitido volver a casa».
Conocieron la fe de niñas, gracias a su difunto padre, que era soldado. Vivían en la aldea de Xizhou, donde uno era cristiano para poder recibir harina y medicinas gratis. Una vez crecidas, se alejaron de la Iglesia: A-Mei, que se casó con un taoista, estuvo alejada de la Iglesia más de treinta años. Sus padres, ya ancianos, tuvieron que mudarse cerca de sus hijas, en un barrio a las afueras de la capital. Habían sufrido mucho con la separación y la nostalgia. Los cristianos de la zona les brindaron su compañía. Cuando el padre murió, A-Mei los vio llegar a todos: «Aquí ningún extraño entra en la casa de un muerto. Yo lloraba, pero no sólo por el dolor: lloraba por su presencia».

«¡Por fin!». Hoy A-Mei y su hermana pertenecen a la Fraternidad junto con otros doce amigos. Entre ellos Julie, que vive lejos de Taipei: si ella no puede desplazarse, entonces los demás van a su casa. Parece nada, pero aquí lo dice todo: «La gente trabaja a destajo, no tiene momentos libres», cuenta el padre Paolo, que lleva más de diez años en Taipei: «No es nada común quedar para cenar. Imagínate para ir unos días de vacaciones juntos. Aquí hay vacaciones de Estado durante los cinco días de fin de año. Punto final». Y ellos, este año, han pasado estos días juntos en la montaña.
Cuando los misioneros decidieron proponer a los amigos más cercanos que se apuntaran a la Fraternidad, sentían cierto temor: a saber si entienden, cómo reaccionarán... No queríamos forzar nada. Pero la respuesta superó con creces sus expectativas: «¡Por fin! Esto era lo que esperábamos. Queríamos que nuestro compromiso se hiciera más definitivo». La comunidad nació alrededor del padre Paolo y de los demás misioneros que han vivido aquí en estos años. A partir del primer chispazo de movimiento en Taipei, en 1995, con una joven pareja que llegó para dar clase en la Universidad católica Fu Jen. Desde entonces, durante casi veinte años de llegadas y salidas, nuevos encuentros, la presencia de la Fraternidad San Carlos, a la que se le han confiado dos parroquias, y un primer viaje a Italia de la comunidad taiwanesa, en 2010, que selló su amistad. El primer milagro, en un lugar como este, es realmente la familiaridad que viven entre ellos.
«Somos como hermanos y hermanas», dice tímida Mu Dan, que está casada con Kun Li. Es un vínculo más fuerte que el de la sangre. Esto fue lo que llamó la atención de Emilia. En la foto no aparece, porque la estaba tomando ella. Tiene 25 años. «Si hoy conociera a don Giussani, le besaría las manos para darle las gracias. Si no fuera por él CL no existiría. Sin CL, no me habría bautizado y sin el Bautismo no sería feliz como lo soy ahora». Se ilumina, mientras habla emocionada en italiano. Un día vio algunas fotos de sus compañeros de Universidad en Facebook: habían ido a Italia, a Rimini... Quiso entender y los buscó. Acabó en la Escuela de comunidad. «Estos amigos eran distintos. Con una vida más profunda. Eran serios conmigo y reflexionaban sobre las cosas, todas, también el afecto, de una manera más bonita de como estaba yo acostumbrada. Pensé: esto es otro mundo».
Hace un año, en la noche de Pascua, recibió el Bautismo. Y ahora invita a todos a los encuentros de la comunidad. «Quiero compartir con todos mi alegría». También con su familia, donde no faltan los problemas. «Todo ha cambiado porque estos amigos me decían: “Rezamos por ti y por tu familia”. Entonces yo pensaba: si ellos rezan por mí, ¿por qué yo no puedo abrirme más, ser más constructiva? Hoy tengo una intimidad mayor con mi familia. Nunca fue así». He deseado mucho pertenecer a la Fraternidad: «Siento una responsabilidad: toda mi vida puede contribuir a crear la Iglesia. Siempre pensé que es imposible ser santos. En cambio, ahora, es nuestro objetivo».


MILÁN: «NADA DE RETIRARSE»
La cita es en la casa de los padres de Giorgio, en Dergano, en el barrio de Milán donde han crecido, donde nació su amistad. Siempre juntos. Por caminos distintos conocieron el movimiento, unos antes, otros después. Alrededor de una mesa, en la penumbra con las persianas medio bajadas, porque la casa ya está vacía, Marco, Franco, Claudio y Giorgio se miran a la cara. Uno de ellos tiene un problema, pero hay algo más que no funciona desde hace tiempo. Nunca lo han hablado explícitamente. Por eso no podían quedar en el bar de siempre. Es 1995. Están todos casados, con hijos, un trabajo satisfactorio, alguna responsabilidad social, algún “galón” en la vida del movimiento. Sí, pero ¿es suficiente para vivir?
Cuenta Marco: «Franco nos dijo: “En el fondo la vida nos va bien, podemos seguir así, haciendo como que no nos falta nada pero, ¿y Jesús? ¿Deseamos todavía vivir una relación con Él? ¿Qué tiene que ver con nuestras vidas?”». Después de la experiencia del CLU y de los jóvenes trabajadores, Le habían dejado a un lado, poco a poco, casi sin darse cuenta. Se habían apuntado a la Fraternidad, lo cual significaba apuntarse a los Ejercicios anuales y quedar para una misa de vez en cuando. Sus vidas iban por caminos paralelos. En esa ocasión, en cambio, deciden de nuevo. Vuelven a empezar juntos. Quieren quedar no porque son amigos de toda la vida, sino por Jesús. No saben bien qué puede implicar, solo intuyen que lo necesitan: necesitan que la amistad con Jesús entre en su historia común.
En septiembre Mario llama a Franco: «Estoy en Milán por una visita médica de mi hija. ¿Puedo sumarme a vuestro grupo?». Amigos desde los tiempos del CLU, tras licenciarse, Mario había vuelto a su tierra, Apulia. Son cinco y empiezan a verse cada quince días. Luego otra llamada, de Giorgio Vittadini, amigo desde siempre: «Volví a ver a Vincenzo, atraviesa un momento difícil, hay que echarle una mano. Vosotros le conocisteis en la universidad, podéis hacerlo. Yo os acompaño. ¿Por qué no invitáis también a vuestras mujeres?».
Las relaciones se estrechan y se estrecha también la relación con Jesús. Hace falta elegir al prior del grupo de Fraternidad. Todos piensan en Marco, porque es él quien los ha mantenido juntos, el más “religioso”. En cambio, Franco pide poder ser él. El motivo está claro: «No es una cuestión de roles. Más bien, por mi carácter, hubiera dicho: “Hazlo tú”. Por no asumir más responsabilidades. Pero necesitaba algo que me obligara a mantener mi decisión de implicarme hasta el fondo. Además el prior es simplemente el secretario del grupo de Fraternidad. Nada más».
Cuando Vittadini tiene algún amigo con una necesidad concreta de trabajo, salud o familia, se los lleva a este lugar. Explica Marco: «Nos resultaba natural acoger, estaba en nuestra índole. Incluso un tanto impulsivamente respondíamos, por ejemplo, a la necesidad de dinero, de un trabajo, de una casa que faltaba. Sin pensarlo demasiado, sin juzgarlo. Luego nos enfadábamos con Vittadini con un sinfín de discusiones porque seguía trayendo personas sin interpelarnos. Pero este es el punto: estando con él hemos aprendido a dar un juicio sobre la realidad. No bastaba acoger. Lo que él nos pedía nos remitía a Otro y a esa historia que nos está generando». Añade Franco: «Te das cuenta de que no basta la generosidad. Abrir la cartera cuando alguien lo necesita. Yo lo hacía a menudo. En nuestra amistad está la libertad de quien te acompaña y te dice: “¿Estás seguro de que esta es la única forma de ayudar a esta persona?”. Así uno crece y puede gozar de la vida».
Quedan cada quince días: asamblea con un orden del día muy concreto, misa, comida y la tarde juntos. En verano, algunos días de vacaciones juntos. Los hijos aumentan y crecen. Crece sobre todo el número de personas. El grupo aumenta de manera considerable. No importa, no es una cuestión de cifras. La amistad ya no se puede limitar a algunos rostros. Continúa Marco: «El factor entusiasmante de esta aventura es que nadie se somete a otro, sino que cada cual se ha sometido a esta historia como a una preferencia de Dios hacia él. Alguien se ha impuesto en nuestra vida, atraídos por el mismo ímpetu de Giussani y de Carrón. Sin ningún problema de organización». Sobre esta roca un matrimonio encuentra su fundamento, otro resiste y no se rompe, para otro la única solución es la separación. Nada se da por supuesto, no hay instrucciones de uso. «En casi veinte años de camino juntos no nos hemos privado de nada», bromea Giorgio. El dolor de la enfermedad, de la muerte, de la falta de trabajo. Ver crecer a nuestros hijos, casarse cuando a lo mejor no te lo esperabas. Explica Franco: «Ahora puedo decir, al cabo de treinta años de matrimonio, que mi relación con Cristo pasa por la relación con mi mujer. Hoy, si ella me faltara, sería más difícil vivir mi amistad con Él todos los días. Para ello he necesitado la misericordia de Dios dentro de la fidelidad a esto gesto».

No se rinde. Hoy los hijos son mayores, algunos han dejado la Fraternidad, otros se han sumado. De manera casi natural han nacido pequeños grupitos que se reúnen en casa de uno u otro. No han nacido por simple afinidad de carácter o por amistades de toda la vida, sino porque el Señor se hace presente mediante ciertos rostros, que llegan a ser imprescindibles para vivir. Y pueden cambiar. «Nunca puedes quedarte tranquilo, y esto es lo mejor. Hoy me siento más joven que cuando en 1974 conocí el movimiento. El Señor no deja de tomar la iniciativa. Cuando crees que ya es hora de retirarte, Él llama a tu puerta y tú puedes abrirle».


NUEVA YORK: «¿TÚ QUÉ DESEAS?»
Cinco amigos fumándose un pitillo. Así nació su grupo de Fraternidad, recuerda Federica Maniscalco, 31 años, médico de Nueva York, mientras en coche, a las seis de la mañana, recorre cuarenta millas de autopista hacia Westchester, el suburbio de la Gran Manzana donde trabaja. «Estábamos en los Ejercicios de la Fraternidad de Nueva York, el pasado mes de mayo, después de una asamblea con el padre José Medina sobre qué significa “vivir la Fraternidad”». Con ella, su marido Jonathan, su hermana Stella con su marido Rich y Vitaliy, recién licenciado y en sus primeros Ejercicios.
«Con Jon, Stella y Rich nos habíamos apuntado a la Fraternidad nada más acabar el CLU», cuenta Federica. Chicos de la misma edad, hoy treintañeros. «Nos apuntamos un poco por inercia, como para continuar la vida anterior, en un grupo amplio, sin tener muy claro qué estábamos haciendo. Pero no lográbamos poner en orden la vida real...». En fin, muy lejos de lo que Medina diría en esa asamblea: «Tener a alguien con quien compartir la vida, porque la Fraternidad consiste en ayudarse a conocer cada vez más a Jesús». Contar con unos amigos así es una gracia. «Era deseable, pero estábamos desanimados», continúa Federica. Fue Vitaliy el que nos provocó: «Partamos de nosotros. Es lo que queremos». De ahí al primer encuentro fue un momento. «Los cinco. Y vía skype, desde Italia, un amigo más grande, con el que cada uno tenía una relación personal por distintas razones». Stella y Federica, hermanas que llegaron a Nueva York desde Pesaro hace diecisiete años con su familia. Y sus esposos: Rich Vega, informático, y Jonathan Fromm, ingeniero biomédico, pero que desde hace cinco años se ocupa de la sede de CL en Manhattan. Luego Vitaliy Kuzmin, que da clase de Historia en un instituto, con un reciente noviazgo “a distancia” con una chica italiana. También están los niños, dos de Federica y tres de su hermana. Durante el primer encuentro, mientras almuerzan juntos, nace la posibilidad para los Fromm de mudarse a Minnesota, desde donde viene Jonathan.

Vía skype. Federica no lo ve claro: la propuesta de trabajo que le ofrecen es óptima, menos estresante que en Nueva York, y podría trabajar a tiempo parcial, con mucha mayor razón si llegaran otros hijos. También Jonathan podría empezar a trabajar en su campo profesional. «Pero a una hora de Minneapolis, en una ciudad perdida. Aquí están los amigos...». El amigo vía skype les provoca: «Jonathan, ¿por qué quieres ir?». «Por mi mujer, para que podamos ocuparnos mejor de la familia, aquí para ella es más difícil...». «¡Eso es un asunto de tu mujer! Tienes que decir tú: ¿qué deseas de verdad?».
Empiezan a discutir, Jon se aleja, pero luego regresa y pide que le ayuden a entender. Nadie tiene la solución del problema. Federica tiene claro que «afrontar así esa circunstancia no era un mero acompañarnos. Además, justo cuando acababan de empezar el grupo de Fraternidad, se planteaban irse...».

Hacia Minnesota. Desde mediados de 2013 empiezan a quedar con asiduidad. «Era cada vez más urgente que el poco tiempo libre que teníamos lo dedicáramos a lo importante que puede sostenernos en la vida. No podía renunciar a ello. La misma relación con tu marido... Te casas, todo bonito. Pero luego los hijos, las fatigas...». Crecer juntos, dice Federica. Las dos parejas, y también Vitaliy, que habla de su novia con sus amigos, hasta tomar la decisión de entregarle el anillo: «Nos pedía consejo y nos obligaba a reflexionar sobre nuestros matrimonios».
Un cambio, el de Vitaliy, que llama la atención también a Doug Plantada, veintisiete años, neoyorquino de origen cubano. Conoció el movimiento en el instituto, hace unos diez años. Se convirtió, él que a los quince años se fue a vivir con su anciana abuela harto de correr detrás de sus padres separados. «Siempre le costó la universidad», explica Federica, su madrina de Bautismo: «Todos íbamos acabando los estudios y él no; se alejó del movimiento». Sólo permaneció la relación con Vitaliy. Y cuando este le habló de su grupo de Fraternidad, a Doug se le iluminó la cara: «Es lo mismo que quiero para mí». Y los cinco le acogieron.
«El pasado fin de semana, le preguntamos a Doug qué tal le iban los exámenes», prosigue Federica: «Tenía una beca, y con su trabajo como bike messenger no podía permitirse ir a clase». No nos lo había dicho porque se avergonzaba, a lo mejor para no desilusionar a los amigos. Federica: «¿Entonces por qué estamos juntos? Si no llegamos a compartir lo que nos pasa de verdad...». «Al final, Jonathan y yo hemos decidido que en julio saldremos para Minnesota. Pero sin esta historia, sin esta gracia, quizá no lo hubiéramos hecho».


JARKOV: LA VERDADERA REVOLUCIÓN
«Los telediarios rusos acababan de anunciar que en el plazo de una hora la Plaza Maidán sería desalojada. Estaba siguiendo los acontecimientos por televisión y por internet. Luego me llegó un correo». Es el 18 de febrero y Aleksander Filonenko se encuentra en su casa de Jarkov, Ucrania, en la frontera con Rusia. El profesor de filosofía, ruso de nacimiento y ortodoxo del Patriarcado de Moscú, mira con ansia el desarrollo de las protestas en Kiev. Las llamas circundan el campamento en el centro de la capital y los berkut, la policía especial, parecen sofocar la revuelta. El mensaje dice: «Querido amigo, te comunico que tu solicitud de inscripción a la Fraternidad ha sido aceptada». Unos días después en casa de Filonenko suena el teléfono, es Elena, de la casa de las Memores Domini de Moscú. Es el día de la liberación de Yulia Timoshenko y desde Rusia pide información sobre la situación. Filonenko responde y añade: «Elena, me olvidé decirte algo importantísimo: pertenezco oficialmente a la Fraternidad». Y ella: «Pero, ¡esta es la verdadera revolución!». «Sí, es cierto».

Un ortodoxo de CL. Aleksander vuelve al comienzo de su encuentro con el cristianismo. En los años de la Perestroika descubre a Pavel Florenskij, que le suscita el deseo de encontrar a «un cristiano de carne y hueso». Luego el encuentro con el metropolita de Londres, Antonij Blum, que se convierte en su padre espiritual. Por ultimo, CL: «Tras una intervención mía en un congreso, una persona me dijo que se veía que había leído y entendido la obra de don Giussani. Pero yo no sabía quién era el tal Giussani». Entonces, se pone a leer la obra del sacerdote brianzolo y conoce la experiencia de fe que nació de su carisma: «Para CL la amistad es el lugar de la presencia de Cristo, es mediante la amistad como el hombre es educado en su relación con el Misterio». ¿Por qué pidió entrar en la Fraternidad? «El año pasado fui a Italia para dar un ciclo de conferencias y conocí a muchas personas del movimiento. Me di cuenta de que para explicar la situación de mi país me veía obligado a contar lo que había aprendido de mis amigos italianos de CL. Pienso en el colegio de Franco Nembrini en Calcinate, en la comunidad para la recuperación de las drogodependencias de Silvio Cattarina en Pesaro o a las clases de arte de Mariella Carlotti. Comprobé que mediante mi relato las personas de CL descubrían realidades que antes desconocían. Es increíble: nosotros vemos lo que tenemos en casa a través del relato de los amigos. También pasó lo contrario: Giovanna Parravicini de Rusia Cristiana me contó la historia de la pianista Marija Judina, descubriéndome un trozo de mi historia. Gracias a CL, he empezado a comprender mejor mi ser ortodoxo».
Al comienzo, su adhesión al movimiento como ortodoxo era todo menos descontada. Era una llaga abierta. «Un día volví a escuchar un pasaje de la Carta a los cristianos de Corinto en el que san Pablo habla de las divisiones en la comunidad: yo soy de Pablo, yo soy de Apolo... Y luego se interroga: ¿Acaso Cristo está dividido? Allí entendí: católicos u ortodoxos, somos todos de Cristo. Si el deseo más grande de quien se adhiere a CL es el de ver a Cristo dentro de una amistad... esto hace de CL algo más que un movimiento confesional».
Franco, Elena, Rosalba, Giovanna y muchos más. Filonenko dice que las respuestas a sus preguntas no han sido palabras sino personas. De tal manera que hoy su “grupo de fraternidad” se divide entre Jarkov, Moscú, Kiev y Calcinate. En Pascua, que este año coincide para católicos y ortodoxos, a Jarkov llegarán amigos desde Rusia, Bielorrusia e Italia. Filonenko introducirá la liturgia ortodoxa de Semana Santa y se festejará juntos. En programa, para el lunes de Pascua, también un partido de fútbol: católicos contra ortodoxos.
Hoy Aleksander vuelve a pensar en aquella noche, cuando la historia de Ucrania se cruzó con la de su vida en el movimiento. «Ese correo fue la demostración del hecho de que, en cualquier circunstancia, yo puedo volver a encontrar la cosa más importante de mi vida. Cualquier circunstancia política o personal, hermosa o fea, confluye en una única historia que es la amistad en Cristo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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