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Huellas N.7, Julio/Agosto 2008

SOCIEDAD - Emergencia alimentos

De qué tiene hambre el mundo

Paolo Perego

Ochocientos cincuenta millones de personas “sin alimento”, mientras las cumbres mundiales y las políticas de ayuda resultan decepcionantes. «Somos demasiados», se dice. Pero hay muchos factores en juego y a menudo se descuidan los más importantes. Empezando por la educación

En los últimos meses la prensa se ha ocupado ampliamente de la crisis alimenticia mundial, para llegar después a la conclusión más expeditiva: la superpoblación. Sencillo, ¿verdad?
«No. No somos demasiados», responde Dario Casati, director del Departamento de Economía y Política agraria de la Universidad Estatal de Milán. «No se puede negar que la situación es difícil, pero se debe a una serie de coyunturas particulares. Y las perspectivas no son del todo negativas, como algunos defienden creando cierta alarma».
Pongamos orden, entonces, partiendo de los datos. El primero, innegable, lo proporciona la cumbre de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), celebrada en Roma el pasado mes de junio: en el mundo hay más de 850 millones de personas (unas 20 veces la población española) que sufren la carencia de alimentos, debido al encarecimiento de los precios y la escasez de productos agrícolas. Para hacerse una idea, según el mismo organismo internacional, los precios de la soja han aumentado hasta el 87% en un año, el arroz hasta el 74%, el grano nada menos que hasta el 130%. El diario Economist lo ha definido como un “tsunami silencioso”: las revueltas del pan en Egipto, las víctimas de los enfrentamientos por el arroz en Haití y el racionamiento de la comida en los restaurantes filipinos nos dan un cuadro preocupante de la situación mundial. «Desde 2005, la demanda de productos agrícolas para usos alimenticios supera a la oferta mundial», observa Casati. Una crisis esperada, aunque más rápida de lo previsto. ¿Por qué?
Por lo que se refiere a la “demanda”, algunos atribuyen su aumento al crecimiento de la población mundial: de los 4 mil millones de personas en 1975 a los 6,6 en 2006, a los 9 previstos en 2050. Es la vieja teoría de Thomas Malthus, economista de siglo XVIII. Pero no es sólo un problema demográfico. En países como China y la India el desarrollo ha llevado a modificar cualitativamente la demanda alimenticia de la población. Por ejemplo, se come más carne, lo cual hace que las materias primas agrícolas se destinen a la cría en mayor cantidad: para criar un pollo en China se estima que se necesitan 2 kilos de cereales, teniendo en cuenta que hay 1,3 mil millones de chinos, la demanda de cereales aumentará considerablemente.
En resumen, no sólo “cuántos” comen, sino “qué” comen.
Por el lado de la oferta, la cuestión es todavía más complicada. Empezando por las políticas agrarias. En una colaboración en ilsussidiario.net, Emilio Colombo, profesor de Economía en la Universidad de la Bicocca de Milán, ha subrayado que a nivel mundial, en los últimos 30 años, no se han realizado inversiones relevantes en agricultura, y por tanto no se ha incrementado la productividad de los terrenos. Cosa que en cambio sucedió en la segunda mitad del siglo XX con el uso extensivo de la maquinaria agrícola (sólo entre 1950 y 1984 la producción mundial de cereales había crecido hasta el 150%, por ejemplo). Tras aquella “revolución verde”, mediante las políticas agrícolas (sobre todo de EEUU y la UE), entre incentivos y reglamentaciones, se llegó a un exceso de producción en los años 80 y a la caída de los precios, generando la crisis del sector y el abandono del campo, así como la retirada de las inversiones en investigación.

Un cuadro complejo
También han aumentado los costes. El coste de las materias primas, como el petróleo, y la producción agrícola corren parejos: el aumento del precio del crudo (10 dólares el barril en 1998, hasta los 140 actuales) ha determinado no sólo el aumento de los costes de producción y, por tanto, de los precios, sino además el incremento de las inversiones en recursos alternativos. Por ejemplo, los controvertidos biocarburantes se añaden a las causas principales de la crisis: el uso de maíz, soja o caña de azúcar para la producción de combustible resta considerables partidas de alimentos. A esto se suma la baja productividad en condiciones climáticas adversas, como las de los últimos años en Europa y Australia. Añadid la fortísima especulación financiera sobre las materias primas, y tendréis el resultado final. Una perspectiva compleja, aunque «las previsiones de las cosechas sean optimistas y las “burbujas especulativas” de los precios vayan a estallar antes o después: a un aumento de la demanda podría corresponder una incremento de la oferta», explica Casati. Analizadas las causas, queda todavía la pregunta: ¿cómo combatir semejante crisis? Pregunta que retomó la última cumbre de la FAO, por cierto tan decepcionante que algunos han levantado dudas sobre la utilidad de la agencia de la ONU, considerada como “un derroche de dinero” y con las manos atadas por la política.
«Cuidado: que exista la FAO no es irrelevante», rebate Casati. «Pero está claro que no basta. Son necesarias formas de ayuda local y no de tipo asistencial». Parece una receta complicada. Pero los propios datos de la FAO confirman que el alimento falta allí donde hay una escasa productividad agrícola. Además, en África, Centroamérica, Europa del Este y Asia los bajos rendimientos agrícolas se suman a situaciones de mal gobierno y conflictos. Es necesaria la política, por tanto. La paz. La estabilidad. Pero también los dos ingredientes fundamentales muy a menudo olvidados: las nuevas tecnologías y, sobre todo, la educación. Si se considera que la superficie agrícola mundial se está acercando al umbral máximo de explotación, la única solución factible es aumentar la productividad con la tecnología.

El factor humano
Es lo que sucedió en el pasado con la introducción de la maquinaria agrícola. Claro, hoy la tecnología tiene otros medios y nombres. En particular los “ogm”, los organismos genéticamente modificados. El debate está en marcha, pero tal vez se podría llevar adelante sobre bases menos ideológicas. El factor decisivo, no obstante, es el otro: la educación. Sin esto, el dinero y la tecnología fracasan. Lo subrayaba recientemente Alberto Piatti, secretario general de AVSI, con hechos y resultados concretos en el citado ilsussidario.net. Ejemplos como el de Haití, uno de los países donde la crisis de los precios es más feroz y donde la ONG internacional ha colaborado en la realización de una granja experimental «gracias a la cual los agricultores han llegado a obtener tres cosechas de arroz en vez de una y, en algunos casos, a cuadruplicar la producción». En Ruanda se ha realizado una Campaña contra la desnutrición: a las madres se les enseña a nutrir a sus bebés y a llevar un pequeño criadero: se les regalan dos animales, de los que después devolverán uno de los que nacerán de la cría. «Estos ejemplos muestran la eficacia que tiene afrontar la emergencia implicándose con la población local; a través de actividades que inciden en la vida cotidiana, las personas adquieren una cultura del desarrollo, un crecimiento personal y familiar».
Enseñar y arriesgar, pues. Como se hizo antaño en la llanura lombarda, recuerda Piatti: «Eran tierras malsanas. Los benedictinos las sanearon hasta convertirlas en las más fértiles del mundo. El nivel de la libertad de la persona no puede ser obviado. Sin educar en la libertad transferimos bienes, tecnologías y maquinarias, pero no crecen las personas».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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