La mañana del 18 de febrero estaba en la calle Grushevski, de Kiev. La situación era tensa. Detrás de mí estaba la pared de los manifestantes, delante el berkut. A mi lado, mi hija y otro hombre intentaban hablar con los policías. De pronto, un berkut nos pide un cigarro, pero nosotros no fumamos. El hombre se ha acercado a los manifestantes y ha vuelto con el cigarro. Diez minutos después ha estallado la guerrilla y he empezado a socorrer a los manifestantes atacados por los titushka (criminales comunes pagados por el gobierno para provocar altercados; ndr) y proteger a uno del linchamiento. Ayudado por algunos parlamentarios de la oposición, que habían dejado el Partido de las regiones (el del presidente Yanukovich) he puesto a salvo a cuarenta manifestantes. La tarde del mismo día estaba dentro de la Casa sindical, ocupada por la gente del Maidán. Se me ha acercado un chico de las fuerzas de defensa y me ha pedido que lo confesara. Yo le he dicho que si esperaba, podría hacerlo en la tienda, y alguno de los que estaba junto a mí me ha dicho: «No, hágalo ahora».
Vine por primera vez a la Plaza Maidán el 26 de noviembre de 2013, con mis estudiantes. Habían organizado un autobús y yo les pregunté si necesitaban asistencia espiritual. Desde entonces he vuelto muchas veces y por largos periodos de tiempo. Durante los días violentos, en mitad del campo de batalla, como sacerdote, siervo del Señor, me he sentido en el lugar adecuado en el momento adecuado. Junto al pueblo en el momento de la necesidad.
La revuelta del Maidán no nace como una manifestación política es una manifestación del espíritu que, evidentemente, está teniendo repercusiones políticas. Cuando deja de ser una batalla espiritual explota la violencia. Porque si la lucha es espiritual no se combate con la persona que hace mal, sino que se combate con el mal. El mal no está solo en quienes están al otro lado de las barricadas, está también dentro de mí. Durante dos meses no he cesado de repetir este mensaje. Y continúo haciéndolo ahora.
Hoy, la presencia de los sacerdotes en la Plaza se ha hecho indispensable. El sacrificio sacramental es central, porque la gente está realizando sacrificios inmensos. Hay quien ha perdido la vida, pero también quien ha matado y es víctima de su propia violencia. Si estos sacrificios no se unieran al sacrificio de Cristo en el altar, no tendrían futuro. Y no podrían obtener el resultado esperado: el diálogo entre las partes, la transparencia en la vida social y la paz.
Para tener futuro, la protesta de Plaza Maidán tiene que ser la lucha del corazón de cada persona que participa en ella. Es así, y si así sigue siendo, no habrá lugar para la derrota. Quien ha venido a la plaza con buena voluntad ha visto a gente que daba de comer, que repartía ropa para cubrirse, que ponía a disposición sus propias casas para que otros durmieran. Ha visto un verdadero espíritu de caridad y de sacrificio, que no podría mantenerse en el tiempo si no naciese de una exigencia interior de quienes han participado. Si el corazón de quien viene al Maidán ha cambiado, se preguntará: ¿era necesario llegar hasta este punto? ¿Qué sentido tiene la muerte de estos jóvenes? ¿Por qué luchamos ahora que el presidente se ha ido?
Que un pueblo como el nuestro, que durante decenas de años ha sido esclavo de las dictaduras, comience a hacerse estas preguntas es una novedad absoluta. Estas preguntas hacen que se abra el corazón al Único que puede dar las respuestas adecuadas, aunque no las dé todas al mismo tiempo. La gente de la plaza del Maidán, cuando todo haya acabado y vuelva a casa, con su familia, en su lugar de trabajo, podrá acordarse de la experiencia vivida en Kiev y podrá comportarse a la altura de su propia humanidad. Esta es la batalla que inicia ahora. Y es la más difícil de vencer.
*profesor de la Universidad Católica de Ucrania, en Leópolis.
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