El asombro del encuentro debe convertirse en «petición incesante». Las palabras del Arzobispo de Milán (y de otros pastores): casi doscientas misas celebradas en todo el mundo, nueve años después de la muerte de don Giussani
«Acudid por agua… venid, y comprad sin dinero…» (Lectura, Is 55,1-2). El profeta, con imágenes límpidas e incisivas, describe el deseo ardiente de cumplimiento del corazón del hombre. Un deseo que ninguna persona es capaz de colmar con sus propias fuerzas. Hasta tal punto que el profeta nos exhorta con una invitación: «Acudid por agua, venid y comprad sin dinero». Nadie puede adquirir su propia salvación, es decir, la solución al enigma que es cada uno de nosotros: ayer no existía, hoy existo, mañana ya no estaré. (…) Cualquier intento de adquirir la propia salvación es un desperdicio. Sólo Dios sacia, sólo Dios puede saciar gratuitamente el corazón del hombre.
Esto es lo que sucede precisamente el día en que María, después del anuncio del ángel, conmovida y movida por una gratuidad activa, se dirige a casa de Isabel llevando en su seno a Jesús, aurora de la salvación. (…) Ninguna virtud, ninguna obra buena, ningún mérito ante el niño que María lleva en su seno. Pues bien, un asombro análogo al que llenó a Isabel por el don de la visita de María (…), ha colmado el corazón de muchas personas al conocer a monseñor Luigi Giussani. El don, el carisma dado a este gran sacerdote educador ha hecho humanamente persuasiva, y por tanto incisiva, la Gracia de la fe para muchas personas. Y entonces «Troppo perde il tempo chi ben non t’ama, dolce amor Jesù». Se desperdiciaría el tiempo de nuestra vida si el asombro del encuentro no se convirtiese en petición incesante. (…) Al cristiano le importa todo, absolutamente todo lo humano. A él, como dijo una vez de forma genial don Giussani, «le interesa todo lo que existe y toda la existencia». (…)
Del carisma de don Giussani – vivido en la Iglesia – brota un amor agradecido y responsable a Cristo y a la Iglesia. Por eso el Siervo de Dios, en su valiente esfuerzo innovador, por el que pagó personalmente muchas veces, persiguió siempre y de múltiples formas la unidad (…) fundada sobre la roca del ministerio del Papa y de los obispos en comunión con él. Única roca que garantiza la apertura total del corazón de los fieles. Y la unidad (…) se alimenta cotidianamente en el seguimiento a aquellos que han sido llamados a guiar la Fraternidad de Comunión y Liberación, y que como tales han sido reconocidos por la Iglesia, nuestra madre. Celebrar en todos los continentes, durante estos días, la Eucaristía con motivo del noveno aniversario de la muerte del fundador, (…) significa por tanto alabar a Dios por la gracia de la unidad, nota esencial de toda experiencia eclesial auténtica. La unidad, de hecho, asegura el florecimiento de la libertad del “yo” en la comunidad. No se da libertad plena si no se expresa en la pertenencia sensible a una comunidad eclesial guiada, pero al mismo tiempo no existe verdadera comunidad que no haga florecer plenamente la libertad de cada uno.
Cristo mismo, que nos dice «venid» (…), establece con cada uno de nosotros un vínculo (…) que, a través de la comunión, genera comunidad permanentemente: esta es, de hecho, la condición histórica elegida por Él: «Haced esto en memoria Mía», y pensada por Él para donarse a los hombres. En Cristo Jesús, Dios ha querido eucarística y eclesialmente tener necesidad de los hombres. La Eucaristía que estamos celebrando nos ayuda a comprender mejor este misterio: Cristo está realmente presente; ¡cómo nos cuesta acoger este dato en toda su intensidad afectiva y conmovedora! Está realmente presente, es Él quien nos convoca esta tarde, es Él quien se nos entrega en el sacrificio eucarístico y, en él, nos hace una sola cosa, un solo Cuerpo. (…) Entonces, os ruego de corazón que cuidéis el gesto, que desde los inicios del movimiento ha estado vivo, de participar en la Santa Misa conscientemente, en la medida de lo posible, incluso en los días laborables, aunque suponga cierto sacrificio. La responsabilidad por el don recibido se expresa en el culto cristiano. Pero (…) el culto cristiano coincide con el ofrecimiento total de la propia vida para que se manifieste la gloria de la humanidad de Cristo en el mundo: en sí misma, la vida es vocación (…). El papa Francisco habla de «Iglesia en salida» (Evangelii Gaudium, 24): el Sembrador incansable recorre todo el campo del mundo hasta llegar a los lugares de sus fragilidades y de sus bajezas, de sus debilidades y de sus contradicciones, incluso los lugres de las blasfemias contra Él. El Sembrador no deja nunca de arrojar la buena semilla. La misión, porque de esto se trata, no es cuestión de estrategias o de actividades especiales que añadir al tejido de nuestra existencia cotidiana. La misión es, sobre todo, una cuestión de conciencia responsable, alimentada cotidianamente por una experiencia de fraternidad, que vuelve a proponer a cada persona, cada día, la pregunta: “¿quién soy?” y, sobre todo, “¿para Quién actúo?”.
El evangelio de hoy propone con claridad el camino de la respuesta (…), es la virtud que se propone en el Magnificat: «ha mirado la humildad de su sierva» (Evangelio, Lc 1,48), dice María de sí misma indicándonos a cada uno el camino. Humildad viene del latín humus. Habla por tanto de estar adheridos a la tierra, bien apegados a la realidad. Y el Magnificat establece una alternativa radical entre el humilde y el soberbio: «Dispersa a los soberbios de corazón (esta imagen potentísima describe estupendamente bien la gran tentación del hombre posmoderno, aunque se pueda entender esa debilidad tan extrema que nos arrastra hacia abajo como un remolino)y enaltece a los humildes» (Lc 1,2). Para los hijos de san Carlos, como somos los ambrosianos, la humilitas no puede no atravesar cada fibra del ser, y se adquiere en una petición cotidiana e incesante. La oposición entre humildad y soberbia, antes que oposición entre virtud y vicio es, mirándolo bien, oposición entre lo que es razonable y lo que no lo es. Para terminar, el soberbio es un narciso que prolonga a lo largo de su vida la inevitable experiencia de la primerísima infancia: verse en el espejo como el otro. La madurez exige, en cambio, dejar al otro ser otro. Este es el alcance del amor pleno. La soberbia nos hace impermeables al otro, termina generando una soledad mala aunque se esté en compañía de otros. Entonces la vida pesa, como intuyó genialmente Dante, condenando a los soberbios a caminar aplastados por enormes moles a la espalda. La humildad, en cambio, genera fieles alegres y constructivos y, como decía Péguy, hace de ellos «los más cívicos entre los hombres». Esto es lo que nos enseñó hasta su último aliento el Siervo de Dios monseñor Luigi Giussani. Amén.
DEL SALUDO FINAL
La potencia del carisma del Siervo de Dios monseñor Luigi Giussani se ve, me atrevo a decir, más ahora que cuando empezó hace sesenta años. Su comienzo fue como una premonición de lo que necesitaría la santa Iglesia: la pasión educativa. ¿Cómo se puede responder a la agitación del hombre posmoderno, que siente cierta confusa fascinación, si no es educando a hombres y mujeres, desde la primera infancia, para acoger al Misterio que nos abraza y para la entrega total de sí? La confusión acerca de los fundamentos de la vida: qué es la diferenciación sexual, qué es el amor, qué quiere decir procrear y educar, por qué hay que trabajar, por qué una sociedad civil plural es más rica que una sociedad monolítica, cómo podemos encontrarnos recíprocamente para edificar comunión efectiva en todas las comunidades cristianas y vida buena en la sociedad civil; cómo renovar las finanzas y la economía, cómo mirar la fragilidad, desde la enfermedad hasta la muerte, la fragilidad moral, cómo buscar la justicia, cómo compartir incesantemente aprendiendo cuál es la necesidad de los pobres. Todo esto debe ser reescrito en nuestro tiempo, debe ser repensado y por tanto revivido. El genio pedagógico de monseñor Giussani encuentra aquí, sin haberlo perdido nunca, un ámbito nuevo. ¿De qué? Un ámbito de testimonio y de narración. Ya no se pueden separar estas palabras, es necesario vivir lo que se intenta comunicar. Y aquello que no se comunica no se comprende por completo; y si no se comprende, es porque no se vive adecuadamente. El hombre de hoy busca, e incluso cuando se rebela ante Dios, cuando no ama a la Iglesia de Dios, cuando no ama a los hombres de Iglesia, busca incesante y afanosamente. ¿Y a quién encuentra? Debe encontrar a los cristianos de nuestra hermosa Iglesia ambrosiana, (…) debe encontrar hombres de comunión, que se acogen los unos a los otros, en una escucha recíproca, en tensión por dar su propia existencia por el bien supremo de la existencia misma que es Jesucristo. Por tanto, testimonio y narración pública de lo que se vive. (…)
Os recomiendo la misa diaria lo más posible, así como el santo rosario: son condiciones que no deben dejarse de lado por ningún ritmo intenso de vida; no hay justificación posible para dejar de lado los gestos constitutivos que responden a nuestro corazón, no hay justificación para no dejar cotidianamente espacio eucarístico a Dios.
Desde el mundo
«ES DIOS QUIEN HA TOMADO LA INICIATIVA. ENTONCES, ¿DE QUÉ TENÉIS MIEDO?»
Fragmentos de algunas de las homilías pronunciadas en las misas por el aniversario. El elenco se puede encontrar en www.clonline.org
Card. Péter Erdö (Budapest)
«Vosotros sois la sal de la tierra». Los discípulos de Cristo deben ser la sal de la tierra. Deben ser las personas por las cuales – considerando los méritos de Cristo – Dios tiene piedad del mundo. Son ellos los que salvan al mundo de parecer inútil a los ojos de Dios. Esto conlleva una tremenda responsabilidad. Debemos vivir de modo que Dios pueda reconocer en nosotros a Cristo presente en el mundo, y de este modo pueda mirar el mundo con amor, pueda tener misericordia de él. Significa también que no debemos parecernos al mundo de forma acrítica. Eso significaría que «la sal se vuelve sosa». Debemos en cambio asemejarnos cada vez más a Cristo, a pesar de nuestras debilidades, para dar al mundo – con Su fuerza – aquello que preserva al mundo de la ruina. Pidamos en esta misa poder ser la sal de la tierra, poder transmitir a todos el amor de Cristo que nos guarda.
Card. Carlo Caffarra (Bolonia)
Jesús reprocha a los fariseos y a los escribas que se han quedado en la superficie, que han dado importancia a lo que es secundario. Este es un peligro que nos amenaza, es decir, dejarnos atrapar por lo que está en la periferia de la experiencia cristiana. Y el centro es la persona viva de Jesús. El Señor suscita en la historia de la Iglesia hombres carismáticos justamente para reclamar continuamente a la comunidad cristiana a mirar al centro. Entre estos hombres carismáticos está vuestro amado fundador, y su carisma ha sido depositado en la realidad que es el movimiento de CL, y ahora os toca a vosotros custodiarlo fielmente. Si pienso cuál es la experiencia de este carisma, y por tanto qué tenéis que custodiar vosotros en la Iglesia, antes que nada, pienso: la centralidad de Cristo. Esto es a lo que vuestro fundador ha reclamado continuamente durante su vida, y ahora quiere que se renueve este reclamo a través de vuestra presencia en la Iglesia. Por tanto, sed fieles a esto.
Mons. Paolo Pezzi (Moscú)
Cuando el Espíritu Santo llama, elige a alguien en conformidad con el método usado por Dios. Es Dios quien ha tomado la iniciativa. Entonces, ¿de qué tenéis miedo? Nuestra primera acción consiste precisamente en acoger la iniciativa de Dios. Lo primero que debemos hacer es aceptar que la vida nos ha sido regalada. También el carisma es un don que debe ser acogido, y lo acogemos en la medida en que acogemos la iniciativa de Dios en nuestra vida. El carisma alcanza a la Iglesia y a todos los hombres ante todo mediante el método de la elección: Dios prefiere, elige a una persona para llegar a todos. La responsabilidad consiste en transmitir a cada hombre que desea encontrarse con Dios Su presencia aquí y ahora. Pero tiene una condición: ¿quién puede acoger la iniciativa de Dios? Únicamente quien desea de verdad encontrarse con Él, quien Le busca. Y nosotros estamos llenos al mismo tiempo de tristeza y de conciencia de nuestra responsabilidad.
Card. Antonio María Rouco Varela (Madrid)
También nosotros, a estas alturas de la historia de la Iglesia y del mundo, siguiendo la estela de don Giussani y de la propuesta que él hizo a los jóvenes de aquel instituto de Milán y que sigue haciéndola hasta hoy, y teniendo en cuenta esos acontecimientos de la vida de la Iglesia, con la alegría del Evangelio tendríamos que decir: acerquémonos al hombre, a los jóvenes de nuestro tiempo, que han perdido quizá en gran medida la conciencia de su dignidad y de su vocación de ser hombres.
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