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Huellas N.3, Marzo 2014

CANADÁ / Eutanasia

¿Tendremos ley?

Alessandra Stoppa

Tras la eutanasia para los menores en Bélgica, Quebec frena la “Bill 52”: el decreto establecería que producir la muerte es un «derecho terapéutico». El voto se ha aplazado, tras cuatro años de debates y batallas. Que para Marc Beauchamp, médico activamente comprometido en el frente del «no», más que una trinchera que defender ha sido un camino que ensancha la mirada. Hasta que, delante del «adversario»...

La luz sobre toda la escena cambió cuando menos lo esperaba. Cuatro años de encuentros, artículos, programas de televisión, sentadas ante la Comisión parlamentaria, cara a cara con los “adversarios”. Cuatro años de compromiso masivo y directo en el debate sobre la ley de la eutanasia en Quebec: la “Bill 52”. Marc Beauchamp, cirujano ortopédico de Montreal, no oculta haber experimentado en todo este tiempo cierta hostilidad hacia quien estaba “en el otro lado “, los defensores de la eutanasia.
Hace seis meses, se encontraba en los estudios de la televisión nacional con la ministra de Servicios Sociales, Véronique Hivon, la promotora de la ley. El “enemigo” por excelencia. «Dijimos cosas completamente opuestas. Pero, después de que hubo hablado, la miré a la cara, quise mirarla bien. En aquel momento sucedió algo. Me di cuenta de que todos estamos en camino hacia algo más. Nos equivocamos, estoy seguro de que esta ley es un terrible error?, pero estamos en camino. Tanto ella como yo. Para conocer la verdad de la vida». Esa misma dignidad que tanto desea proteger Beauchamp, por la que tanto ha luchado, se la ha encontrado cara a cara: el misterioso camino del otro hacia su destino. Aquel día pensaba que volvería a casa triste, lo imaginaba ya: «Oír todas esas mentiras hace daño». En cambio volvió a casa contento: «Fue la mayor sorpresa: descubrirme, después de un “enfrentamiento” público, tan verdaderamente lleno de ternura por ella. No hay nada comparable a esto: vivir con una conciencia de ti mismo y del otro que antes no tenía».

La pendiente. Beauchamp trabaja en un hospital y es investigador; tiene siete hijos, algunos muy pequeños. Es también presidente de la asociación Vivre dans la Dignité (Vivir con Dignidad, ndt), el movimiento más activo y amplio de oposición a la eutanasia, y forma parte del colectivo de 616 médicos dispuestos a llegar hasta el Tribunal Supremo en caso de que la ley sea aprobada. En la “Bill 52”, se habla con falsedad “suave” de «ayuda médica a morir». Desde el momento en que en Quebec la eutanasia se sometió al Código Penal Federal (es decir, no modificable por una Provincia), se ha intensificado la búsqueda del modo de introducirla como una reforma de la profesión médica, que en cambio sí pertenece a las competencias provinciales. Hasta hace pocos días, la aprobación en la Sala se daba por descontada, pero han aumentado las dudas, los liberales han retirado su apoyo y no se ha logrado la mayoría. El Parlamento podría votar la ley el 11 de marzo, pero es muy probable que la Asamblea sea disuelta antes, para celebrar nuevas elecciones. Llegados a ese punto, se volverá a hablar del tema con el nuevo Gobierno.
El comienzo de la pendiente que ha llevado hasta aquí, el inicio invisible,?fue el proyecto de ley presentado en 2009 en la Cámara de los Comunes canadiense por parte de un miembro del Parlamento de Quebec. Un desafío a la ley de Ottawa, que fue rechazada por 228 votos en contra y 59 a favor. Un año después, se instituyó la Comisión especial de la Asamblea nacional “Morir con dignidad” y poco después la Asociación médica presentó una propuesta pública: «Debemos pensar algo para los que están al final de su vida, para que no sufran».

¿Qué está en juego? Beauchamp, con otros amigos médicos, se preocupó desde las primeras señales por lo que estaba sucediendo. «Dijimos: esta vez, se avecina algo grave. La historia nos ha dado la razón». Existía ya entonces un proyecto muy preciso, que sólo poco a poco ha ido desvelando sus intenciones. «Nos dimos cuenta de que el problema consiste en un desconocimiento, una confusión extendida, una debilidad de juicio». Empezaron a informar, a organizar encuentros y debates, a partir de en qué consiste la relación entre médico y paciente, descubriendo con dolor que muchos se sienten satisfechos con lo que ya saben, se conforman con una posición superficial, o incluso de indiferencia. «La educación es una labor que requiere mucho tiempo. Pero eso no quita que nos encontremos ante una emergencia».
La emergencia es, sobre todo, la redacción de la ley, por las posibles extensiones que con ella se abren. «Si la eutanasia viene sancionada como un “derecho terapéutico”, de ahí podrá derivarse la petición de que este derecho sea para todos». Ante la aprobación en Bélgica de la eutanasia para los menores, sin límite de edad, es evidente que no se trata de simple alarmismo.
Su aplicación futura depende también mucho de la vaguedad de algunos pasajes de las directrices de la ley. El texto prevé que una persona, para poder pedir la muerte, debe ser «mayor de edad y capaz de dar su consentimiento», que dos médicos le hayan diagnosticado «una enfermedad grave e incurable» (art. 26,2), un «deterioro avanzado e irreversible de sus capacidades» (art. 26,3) y experimente dolor «físico o psicológico que no pueda ser aliviado de manera tolerable para la persona» (art. 26,4). ¿Pero qué se entiende por «enfermedad grave»? ¿Y por «sufrimiento inaceptable, físico o psicológico»? ¿Podría incluirse en esos criterios la enfermedad mental? ¿La depresión?
En el texto de la ley hay vacíos en las descripciones de las cosas: por ejemplo, no existe una definición precisa de «final de la vida». Resulta evidente que una enfermedad grave e incurable no coincide necesariamente con un «estado terminal». ¿Significa esto incluir también en los requisitos de admisión a la mayoría de los pacientes de las unidades de Geriatría? ¿Y los enfermos de Parkinson, Alzheimer, esclerosis, ceguera, artrosis? ¿Anorexia? No está claro en qué consiste la «ayuda médica a morir» o cuáles son los sufrimientos que «según la persona no pueden ser aliviados de manera tolerable». Todo se convierte en contenido subjetivo. La medicalización del homicidio, aunque se presente como una postura respetuosa y tolerante, es una posición radical. «El lenguaje es suave. La ley se presenta como una evolución natural de la sociedad. Cuando, por el contrario, es un salto en la concepción de la persona, del vivir y del morir».
En la memoria que Vivre dans la Dignité ha entregado a la Comisión parlamentaria, se recuerda el juramento hipocrático, sobre el que desde hace veintiún siglos se basa la profesión médica: Estableceré el régimen para el bien de los enfermos según mis facultades y mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo. «Yo habría participado fácilmente en el gesto de “compasión” que se me pedía», continua Beauchamp, «si no hubiera recibido y aprendido la posibilidad de mirar toda la realidad, no sólo la parte que me gusta».
Una mirada más amplia. «Sobre las cosas tal y como son, sobre el médico tal y como es, sobre el enfermo tal y como es. Una mirada sobre el hombre que encuentra su raíz en la tradición del cristianismo, de la fe hebraica y de toda la sociedad occidental. Esto es lo que está en juego en la ley».
Para Beauchamp no ha sido automático aceptar el trabajo de estos cinco años. «Ha sido una lucha muy comprometida. También dolorosa. Pero la pasión no es por la lucha en sí, sino por el hombre. Es por mi relación con Dios. La fuente del amor, de la apertura a mí mismo y a los demás». Piensa en tantas noches pasadas fuera o en casa, escribiendo, estudiando, discutiendo. «Para mí y para mi mujer, que es oncóloga, ha sido sobre todo la ocasión de vivir la vida como una. Unidad en la disponibilidad a aquello que más amamos, a la presencia de Cristo en quien tenemos delante». Se ha implicado en esta tarea precisamente por la pregunta que se ha despertado en él haciendo su trabajo de cada día.
Se encontraba con que familiares o enfermeros le pedían que ayudara a morir a los pacientes particularmente graves, ya enfermos, y que habían empeorado tras una intervención quirúrgica. «Me resultaba evidente que, en su petición, no había ninguna idea malvada. Querían que aquella persona dejase de sufrir. Pero esto hizo que me preguntara: ¿Cuál es mi trabajo ahora? ¿Quién es esta persona que sufre?». Se dio cuenta entonces de que se puede hacer todo sin tener en cuenta el misterio de las cosas. O uno puede pararse y preguntarse. ¿Qué hay aquí? ¿Hay sólo aquello que veo? ¿O tengo delante una grandeza que no puedo medir? «La prudencia y la humildad llevan a la posición justa, te ayudan a no instrumentalizar a la persona y tu propio poder. La naturaleza de mi trabajo es una relación entre dos personas: el paciente y yo, que soy responsable de él, pero la responsabilidad es sostener su vida, que no me pertenece».

El «crash». No todos los médicos comprometidos en la oposición a la ley son creyentes. «Hay quienes han sido educados en esta mirada por la experiencia de la fe, y quienes han cambiado por experiencias personales». Como Nicolas Steenhout, director de Vivre dans la Dignité. Agnóstico. En Youtube hay un video en el que cuenta su historia, en una silla de ruedas sobre la nieve de Montreal. «Hay momentos en la vida en los que nos desanimamos. A mí me sucedió así. Si hace cinco años alguien me hubiera dicho: “Mira, la eutanasia está disponible”, probablemente lo habría hecho». A causa de una enfermedad neurológica perdió el uso de sus piernas, atravesó un período de depresión y pensó en el suicidio. Si hoy lucha por afirmar el carácter sagrado de la vida es porque «es alguien débil que ha vivido la experiencia de la dependencia. Esto le ha dado una luz distinta a la hora de mirarse a sí mismo».
Cualquiera que sea el credo y la procedencia de las personas, el «crash» (choque), como lo llama Beauchamp, «es siempre entre el que ha hecho una experiencia y el que tiene una idea». O la idea misma de libertad encuentra una definición a partir de la experiencia o se transforma en violencia. «Si separamos la libertad de cómo estamos hechos, es abstracta: ¿un hombre puede decir que es libre de irse al desierto sin agua sólo porque lo desee? Su cuerpo necesita beber. De igual manera, debería estar ciego para no tener una reacción negativa delante de una persona que muere por un gesto tuyo. Un gesto de libertad que genera violencia es síntoma de un problema». Sucede si se ofusca el modo de mirar al hombre, su deseo. Y su satisfacción.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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