Hemos estado en la plaza del Maidán, donde el reloj de la historia ha empezado a correr. Después de las manifestaciones, las guerrillas, los muertos, el rostro del país ha cambiado, pero las personas que hemos conocido ya habían cambiado antes. He aquí la razón
Llamas, sangre sobre el asfalto, cadáveres. Las imágenes de violencia no son las únicas que narran la revolución que se ha vivido en Ucrania. Hay al menos dos que abren una brecha en la crónica de las batallas. La primera es del 18 de febrero. Camina mirando al suelo. El sacerdote, gorro de piel y estola blanca, lo lleva de la mano. Con la otra sostiene un crucifijo, como si con él se fuera abriendo paso. El hombretón al que conduce es el primero de la fila de los berkut, la policía especial antidisturbios, que han sido hechos prisioneros durante los disturbios de Kiev. Mientras los francotiradores del presidente Viktor Yanukovich disparan a los rebeldes, a escasas centenas de metros el cortejo pasa a través de un cordón de voluntarios que protegen a los enemigos de un posible linchamiento. La segunda es del día siguiente. Yanukovich acaba de retirar a la policía de las calles y ha cerrado un acuerdo –que después no se realizará – con la oposición para adelantar las elecciones a noviembre. La televisión ucraniana entrevista a los jóvenes de la plaza para saber qué piensan de dicho compromiso. Entrevistan a dos chicas que están limpiando el pavimento del Centro de congresos en la plaza Europa, uno de los edificios que la policía acaba de abandonar. El país está sumido en el caos, y los jóvenes se afanan en limpiar el pavimento. ¿Por qué?
Durante el último mes, en Ucrania ha empezado a correr la historia. Las manifestaciones iniciadas en noviembre en contra de la marcha atrás del presidente ante la firma de los tratados económicos con la Unión Europea, se transformaron en una protesta contra el uso de la fuerza por parte de la policía y la deriva dictatorial del país. Tras el intento de desalojar las calles que tuvo lugar el 11 de noviembre, después de la construcción de las barricadas en torno a la Plaza, los altercados del 20 de enero y la batalla del 18 y 19 de febrero, Ucrania tiene un nuevo presidente en funciones, un nuevo gobierno y nuevas elecciones, previstas para el 25 de mayo. En el campo de batalla han perdido la vida más de cien personas. Sobre todo manifestantes, pero también policías. Primero se combatió con gases lacrimógenos y piedras; después con proyectiles y molotov. El shock del boletín de guerra ha acelerado los hechos. Pero el pueblo de la Plaza Maidán no ha desmontado las tiendas. No se fía del líder de la oposición, ni tampoco de Yulia Timoshenko, liberada tras la caída de Yanukovich, porque el objetivo no ha sido nunca un mero cambio en la jerarquía política, sino la renovación de la sociedad, desde sus raíces. Hoy el país vive en la incertidumbre. Las provincias orientales, tradicionalmente filo-rusas, miran con sospecha lo que ha sucedido. En los puertos de Crimea están desplegadas las naves de guerra rusas.
Plegaria o venganza. Estuvimos en el Maidán a mediados de febrero. En Kiev se respiraba una calma que, mirándolo ahora, parece irreal. Habíamos llegado con una maleta cargada de perplejidad y preguntas: ¿qué sucedería luego con el entusiasmo? ¿Hasta dónde llegaría la protesta? ¿Acabaría todo en nada, como sucedió con la Revolución Naranja? En Kiev hemos visto yelmos y bates, las barricadas construidas con sacos de nieve y alambre de espino. Pero también muchas otras cosas que, desde Italia, era imposible ver. Hemos encontrado la respuesta a alguna de las preguntas. Otras se han agudizado. Hemos visto a hombres de Iglesia que asistían a los necesitados y trabajaban por la paz. Hemos visto una sociedad que intenta renacer de cero. Las imágenes del cortejo de prisioneros del berkut y de las chicas que pulían el suelo no son casuales. Y dan razón de muchas de las cosas que están sucediendo en Kiev.
Alex Sigov ha pasado días enteros asistiendo a los procesos de los manifestantes arrestados. Tiene 29 años, está estudiando un doctorado en Filosofía y trabaja en una editorial; de día hace su vida normal, pero en el tiempo libre, en lugar de descansar, construye la revolución. En la plaza ha visto como un hombre que estaba a su lado perdía un ojo y otro moría alcanzado por un proyectil. Ha acompañado al tanatorio el cuerpo de un compañero de la Universidad Católica de Leópolis. Ha intentado convencer a los del berkut de que se rebelaran ante las órdenes recibidas, ha pasado noches enteras buscando a amigos de los que no tenía noticias, ha visitado el “Versalles ucraniano” del presidente depuesto. Le cuesta poner en orden todas las ideas para hablar de lo que ha sucedido en la batalla: «Estamos de luto, hoy la oración es la única posibilidad para evitar la venganza. Es lo único que nos une en el dolor».
Para entrar en el Maidán, en el centro de la ciudad, hay que atravesar puestos de bloqueo custodiados por los rebeldes con camisetas de camuflaje y pasamontañas. El anillo de barricadas que rodea el centro de Kiev es una membrana semipermeable a través de la cual todos pueden pasar, excepto los tiradores del berkut cuando aún presidían los palacios del poder político. Ellos constituían el símbolo de la violencia del Estado post-soviético.
El epicentro de la ciudadela es el palco sobre el que, a cualquier hora, alguno toma la palabra o se arranca con canciones tradicionales o patrióticas. Alrededor, un despliegue de tiendas militares, entre las que se divisan las chimeneas de las estufas de leña. El invierno en Kiev no se anda con chiquitas, pero la revolución continúa aún a 20 grados bajo cero. Hay quien prepara la comida, quien reparte ropa, quien pasea. El campamento parece lleno de ancianos y de gente de mediana edad. Los jóvenes no se detienen mucho en él, porque, en el Maidán, tienen otras cosas que hacer.
El fuego. Entramos en algunos de los edificios ocupados, el Ayuntamiento, la Casa sindical y el Palacio de Congresos, y parece un hormiguero de gente por debajo de los treinta. El Palacio de Congresos ha sido rebautizado como “Casa Ucrania”. Nos acompaña Yulia, una muchacha de 25 años con una camiseta de camuflaje. Ojos azules y trenzas pelirrojas, cara de niña y mirada de dóberman. Fuera del Maidán trabaja como director artístico. Visitamos la biblioteca, la enfermería, el comedor, los dormitorios y el guardarropa. En “Casa Ucrania”, entre otras cosas, está la sede de la universidad Libre del Maidán, en la que dan clase los profesores más importantes de Ucrania. Da la impresión de una ciudad post-apocalíptica. Tiene algo de Mad Max, algo de La Strada, sólo que aquí todo parece nacer para custodiar el fuego, como diría McCarthy. Que está sucediendo algo extraño se confirma por la presencia en el campamento de las largas barbas de distintos sacerdotes. A la sombra de la estatua de la independencia, que da el nombre a la Plaza, hay una tienda-capilla que surgió espontáneamente a inicios de diciembre. Había sido “amueblada” por los greco-católicos, pero servía a toda la población del Maidán. En ella se han celebrado diversas liturgias ecuménicas. A cualquier hora del día se podía encontrar a gente rezando. El iconostasio del campamento sostenía dos iconos de metro y medio de alto. En el otro rincón, bajo una foto del Papa Francisco, había un banco donde a menudo alguien reposaba. El 18 de febrero ardió bajo el fuego desencadenado por el avance del berkut. Alguien consiguió salvar el icono de Cristo. Ahora se ha reconstruido la tienda y, todos los días, algún sacerdote celebra la misa. En la Plaza del Maidán se han celebrado matrimonios y bautizos, porque algunos, viviendo en el campamento o impresionados por los altercados, han descubierto la fe. El padre Mychaijo, escribe cada mañana una homilía que después publica en Facebook y, a menudo, advierte: «El mal está también en nosotros. Tenemos que rezar y ser humildes».
Renovar a la sociedad. Para los sacerdotes católicos resulta más fácil estar junto a los manifestantes, porque sus fieles son mayoritariamente ucranianos del oeste, en quienes los sentimientos filo-europeos están radicados desde hace siglos. Junto a estos, están los sacerdotes del Patriarcado de Kiev y los de la Iglesia autocéfala que sigue al patriarcado de Constantinopla. Un poco más embarazosa es la situación de las autoridades del patriarcado de Moscú, que tienen a su gente en ambos bandos. Pero cuando ha sido necesario, han contribuido a construir la paz en modo decisivo. Al padre Georgii Kobalenko, portavoz del patriarcado de Moscú, lo despertaron al alba el 20 de enero unos periodistas que le preguntaban por tres monjes que se estaban interponiendo entre el berkut y los manifestantes, en la calle Grushevski. «Se trata del padre Gabriel, Melkisedek y Efrem, que, por iniciativa propia, armados con iconos y cruces, han ido a detener la violencia a veinte grados bajo cero», cuenta el padre Nicolaii Danilevic: «En un momento determinado, el padre Georgii y yo les hemos relevado, porque corrían el riesgo de congelarse».
En ese momento, la Iglesia se ha convertido, para todos, en una presencia. Aquellos hombres helados de frío, habrían podido ser evacuados en un momento. Sin embargo, han abierto una nueva vía, un punto de fuga entre las barricadas. Y durante 22 horas ha habido una tregua. Padre Nicolaii, ¿ha tenido miedo?: «No, estando allí me he sentido un instrumento de Dios. Ese es el lugar de la Iglesia: en medio de la batalla para traer la paz». Lo mismo ha sucedido después, cuando la Catedral de San Miguel se ha convertido en un hospital de campaña. O con el padre Mychajlo que ha confesado a un chico en mitad de la batalla.
En el Maidán se aprende que la nueva Ucrania no se identifica con las proclamas de los líderes políticos que han sustituido a aquellos del régimen de Yanukovich. Esto se puede leer en las caras de la gente común. Tanto de los chicos como de las babushki (abuelas). Ellos han cambiado ya antes de la caída del régimen. Masha, 23 años, cabello rubio, corto, ojos curiosos, nos espera desde hace unos minutos en el centro de la Plaza Maidán. «¿No os parece maravilloso?», «¿el qué?», «Todo esto. Es una ciudad que vive por sí misma. Aquí se respira un aire de confianza mutua al que no estaba acostumbrada». Veronika estudia en la Business School de la Universidad Católica de Leópolis; como socióloga observa que en la plaza hay también ejecutivos (como uno de Microsoft, que ha pedido vacaciones para hacer la revolución) y que el deseo común es el de «renovar a la sociedad». Volver a partir precisamente de esta experiencia de comunidad que han vivido como voluntarios estos meses. Según Constantin Sigov, profesor de Filosofía y director de la casa editorial Duj i Litera, la Ucrania de mañana ya no será como la de antes: «En el Maidán está naciendo una sociedad civil que nunca antes había existido. Los profesionales que prestan sus servicios aquí, en la plaza, como los médicos, redescubren el auténtico ethos de su profesión. Cuando vuelvan a casa recordarán esta forma nueva de vivir. Aquí está la semilla de una nueva sociedad».
Nacida en el Maidán. Alex nos ha presentado a Lisa, que muchos consideran ya uno de los símbolos de la revuelta. Es una chica de 27 años, nacida con las muñecas paralizadas. Desde el primer día se pasa las 24 horas de la jornada en la Plaza. Ha estado dos meses en las concinas cortando limones para el té. «Aquí he descubierto cuánto amo a mi país. Deseo que sea libre. Si uno ama algo es capaz de pasar todo el día cortando limones», dice. Había abandonado la escuela en el bachillerato, pero durante estos meses, ha decidido que quiere volver a aferrar su vida y ponerse a estudiar, pero no tenía dinero para pagarse la escuela nocturna. Una agencia farmacéutica que había leído algo sobre ella en los periódicos, le ha ofrecido trabajo. «Le han dicho que podía empezar inmediatamente», cuenta Alex, «pero ella ha contestado: no, me quedo aquí hasta el final».
Lisa ha perdido todo lo que tenía en el incendio de la Casa sindical, la tarde del 18 de febrero. Alex y sus amigos han organizado una colecta para comprarle nuevos vestidos y efectos personales. A quienes le insistían para que dejara la plaza les ha prometido que empezará el nuevo trabajo después de las elecciones. Lisa quiere una nueva Ucrania y, vaya como vaya, para ella una cosa es cierta: «La victoria, para nosotros, se ha dado ya en el hecho de que nos hemos despertado de nuevo». Vestida con su camiseta de camuflaje y los anfibios, Lisa parece a veces que habla usando los eslóganes. Sus respuestas se abren en destellos de autenticidad, pero si no se profundiza un poco, te preguntas si no estará recitando un papel: «Si fuera algún otro podrías tener razón – explica Alex – pero ella es así. Ha nacido en el Maidán, antes no era nada. Su identidad ha florecido aquí. Por eso es nuestro símbolo».
Hoy los muchachos de la plaza Maidán están impactados por cuanto ha sucedido. Tienen gravada en la mirada los rostros de los compañeros fallecidos y en los oídos las promesas de políticos de los que no se fían. Los que viven en la plaza desde hace tres meses ven cómo se acerca el final de la experiencia más impactante de sus vidas. ¿Y después? Han echado al dictador, pero no han obtenido aún lo que querían. La nueva Ucrania, quien quiera que la gobierne, no se construirá en la plaza. Los vicios de la sociedad post-soviética solo pueden vencerse llevándose el Maidán a casa. Y continuando a vivir de forma diferente. El corazón de Kiev se ha cubierto de un manto de flores. Es el homenaje “a los héroes”.
«Estamos solo al inicio de un largo proceso. No sabemos cuánto tiempo necesitaremos – dice Alex – pero es nuestro deber. Se lo debemos a quienes han muerto».
CRONOLOGÍA DE LOS ACONTECIMIENTOS
30 de noviembre de 2013. La policía ataca sin motivo a los manifestantes pro UE.
11 de diciembre de 2013. Los berkut asedian la Plaza Maidán. La población de Kiev construye barricadas.
20 de enero de 2014. Tras la aprobación de leyes especiales, los manifestantes atacan a la policía.
18-19 de febrero de 2014. Marcha hacia el Parlamento. Los?berkut disparan. Los enfrentamientos causan 100 muertes.
22 de febrero de 2014. Se vota el cese de Yanukovich. Yulia Timoshenko es puesta en libertad.
23 de febrero de 2014. Con un Presidente interino, se trabaja para formar un nuevo Gobierno. Se fija la fecha electoral para el 25 de mayo. Los manifestantes se quedan en la Plaza.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón