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Huellas N.3, Marzo 2014

PRIMER PLANO / PAPA FRANCISCO

Una manera de estar en el mundo

Massimo Borghesi

En cuatro pasajes, los rasgos de su relación con el hombre de hoy. Fuera y dentro de la Iglesia

Al cumplirse un año de la elección del Papa Francisco es posible delinear, aunque sintéticamente, los rasgos de un Pontificado que, en poco tiempo, está transformando profundamente el rostro de la Iglesia, al que millones de personas vuelven a mirar con atención y simpatía. Indicamos cuatro aspectos entre los más destacables.

Derribar las murallas. El Papa Francisco representa, tanto desde el punto de vista personal como pastoral, el culmen del movimiento promovido por el Concilio Vaticano II. Un movimiento que halló su orientación en la fórmula Derribar las murallas, título de una lúcida y profética obra de Hans Urs von Balthasar en 1952. Una Iglesia rígida, encerrada en su bastión, resistía entonces ante un mundo hostil reafirmando polémicamente su propia identidad como antítesis a la sociedad secular y al mundo moderno. Era el contexto de los años cincuenta del siglo XX: cerrazón, énfasis identitario, clericalismo. Un contexto que el Concilio quería superar, partiendo de la idea de una nueva etapa misionera de la Iglesia, y que, después de las derivas post-conciliares de los años sesenta y setenta, se volvió a proponer a finales del milenio. El desafío del islamismo radical al Occidente “cristiano” por un lado, y por otro el de las manipulaciones eugenésicas, la ideología de género y la cultura gay, vio una vez más cómo el catolicismo se encerraba en su recinto, marcado por una visión teocon donde el elemento teológico se mezclaba con el político, empezando por la dialéctica amigo-enemigo. Esta mentalidad, sembrada a lo largo de los últimos veinte años, es la que el Papa está sensiblemente corrigiendo. Como dijo a los padres jesuitas: «Hoy Dios nos pide esto: salir del nido que nos contiene para ser enviados» (“Despertad al mundo”, La Civiltà Cattolica). La invitación que más veces ha repetido, salir a las «periferias del mundo», asume este significado. Los cristianos deben salir de su recinto, no tener miedo a llevar la novedad de la fe al mundo, ser capaces de interceptar lo positivo y no estar definidos, a priori, por un prejuicio negativo. «El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora» (Evangelii gaudium, 24). No se trata de una invitación optimista o ingenua. La perspectiva contraria genera una ideología, la de los cristianistas que en su momento denunció Rémi Brague. Como le dijo el Papa al padre Antonio Spadaro en su entrevista publicada en La Civiltà Cattolica: «Las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo “bárbaro” acaban generando en la Iglesia deseos de orden, entendido como pura conservación, como defensa. No: hay que encontrar a Dios en nuestro hoy». El riesgo, temido por el Papa, es el de una Iglesia autorreferencial, una Iglesia donde el clericalismo y la burocratización son dos momentos de un mismo proceso. Por eso la Iglesia, los movimientos, las asociaciones, deben “des-centrarse”, salir de sí. Deben abrir las puertas, no cerrarlas. «A menudo nos comportamos como controladores de la Gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Evangelii gaudium, 47).

Un nuevo equilibrio. De esta exigencia misionera, que tiene presente el rostro “pagano” del mundo, surge la exigencia de poner orden en el pensamiento católico. «No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos […]. Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús. Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales» (entrevista con Antonio Spadaro). El mismo concepto, la urgencia de encontrar un nuevo equilibrio del pensamiento católico, se repite casi con palabras idénticas en la Evangelii gaudium, parágrafos 34-39. Se trata de una decisión ponderada y no de una concesión al relativismo como afirman, de un modo miope, ciertos sectores del mundo católico que, sobre este punto, contraponen de forma polémica la enseñanza de Ratzinger y la de Bergoglio. Allí donde el mundo se presenta ya como “pagano”, no se puede proponer el cristianismo simplemente partiendo de sus consecuencias éticas. Estas pueden tener, desde el punto de vista civil, un valor katechontico, en sentido paulino. Es decir, pueden contener, mantener, una deriva antropológica nihilista, y no despertar positivamente la fe en el corazón de los hombres.

El testimonio como “encuentro” en el presente. Si el objetivo hoy es la comunicación del cristianismo en su forma sencilla y esencial, entonces el testimonio se convierte en la forma privilegiada de la presencia. El testimonio y no, in primis, una posición dialéctica. En su esencia, el cristianismo no es dialéctico: es afirmativo, no necesita enemigos para existir.
Sobre este punto, Francisco está en sintonía total con su predecesor Benedicto. «Él [Benedicto] ha dicho que la Iglesia crece por testimonio, no por proselitismo» (La Civiltà Cattolica). Y añade, citando también a Benedicto: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (de la Deus caritas est, citada en la Evangelii gaudium). La prioridad del encuentro significa la fisicidad del cristianismo, la proximidad sensible, una proximidad que se puede abrazar y amar. La tragedia de la Iglesia en las últimas décadas ha sido la distancia: entre los obispos y los presbíteros, entre el clero y el pueblo. La burocratización eclesiástica tiene su correlativo en la desaparición del «pastor con olor a oveja», en la multiplicación inútil de reuniones, congresos, documentos que nadie leerá nunca, en el formalismo del lenguaje, en el vacío de los sermones que no remiten a nada que sea real, verdadero, que haya sucedido de verdad. El testimonio como encuentro indica, para el Papa, una proximidad personal, afectiva, gratuita, que no pretende nada, que no desea nada más que la felicidad y el bien del otro. Llama la atención la confesión de Francisco al padre Spadaro: «Yo suelo dirigir la vista a las personas concretas, una a una, y ponerme en contacto de forma personal con quien tengo delante. No estoy hecho a las masas». El encuentro es una modalidad de estar que, en un mundo anónimo y convulso, hace presente el rostro de Cristo, la mirada llena de ternura de Cristo por cada hombre concreto.

Gracia y misericordia. Los puntos anteriormente indicados adquieren un nuevo relieve porque aparecen en la persona del Pontífice. Francisco renueva la Iglesia con su persona. Se pone en juego él mismo, su propia existencia. Puede hacerlo gracias a la conciencia que tiene de ser un pecador y de que Gracia y pecado son hoy la auténtica modalidad de relación entre la Iglesia y el mundo. Desde este punto de vista, las categorías habituales – secularización, Occidente “cristiano”, etcétera – son útiles y engañosas al mismo tiempo. Francisco habla un lenguaje evangélico capaz de avivar el corazón de ese pueblo que todavía es cristiano y, al mismo tiempo, el corazón de los “paganos”. Y no lo hace con el lenguaje de los “valores”, que juzga, sino con el de la Gracia, capaz de acoger y perdonar todo pecado. Es la perspectiva de los primeros siglos, que recupera así toda su actualidad: que mueve, de encuentro en encuentro, de encuentro de Gracia en encuentro de Gracia. Es mediante la experiencia de la Gracia como se abre la conciencia del pecado. Un mundo que ya no tiene conciencia del pecado empieza así a reconocer sus propias culpas porque ha sido tocado por el acento de misericordia de un Padre pastor. Puede hacerlo porque se encuentra abrazado por uno que sabe que él mismo es el primero de los pecadores. «Yo soy un pecador. Esta es la definición más exacta. Y no se trata de un modo de hablar o un género literario […]. Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos», le dice a Spadaro. Un pecador, mirado por Jesús, es un hombre agradecido que concibe la Iglesia como un “hospital de campaña”, como mater misericordiae.
Este Papa permanece sensiblemente ligado a lo que el mundo actual espera de la Iglesia. Sabe que este mundo es capaz de las peores atrocidades – las guerras, la devastación provocada por un sistema económico inhumano – y, a la vez, refleja una fragilidad extrema. El mundo actual, frágil, endurecido y desconfiado, sólo puede ablandarse delante de una humanidad gratuita, una divina misericordia. Ese es el camino que el Papa está trazando para la Iglesia de nuestro tiempo, para su encuentro con el hombre contemporáneo.


“La sorpresa”
UNA FRASE POR TELÉFONO Y ALLÍ ESTABA, CONMIGO
Después de que mataran a su hermano, escribió al Papa: «¿Por qué todo este mal?». Luego, esas cuatro llamadas…

Por un accidente de moto en su juventud, Michele Ferri va en silla de ruedas desde los 26 años. En 2009 perdió a su padre y el año pasado, una noche de junio, a su hermano Andrea. Trabajaba en una gasolinera y uno de sus empleados le mató, un joven al que Andrea había sacado de la calle y al que «trataba como un hijo»: se lo llevó a trabajar con él y el chico le mató para robarle las llaves de su casa. La policía le detuvo en el funeral, entre la multitud que había fuera de la iglesia.
Michele escribió todo su dolor en una carta al Papa Francisco. «Ya no tenía fe, el dolor era demasiado grande». Y demasiado pesadas las preguntas sin respuesta, que lo oscurecían todo. Pero veía una cosa: «Le miraba en la televisión y, no sé cómo explicarlo, pero me inspiraba. Habría querido contarle todo mi dolor a él. Así que le escribí. Pero nunca me imaginé ni de lejos lo que pasaría».
El Papa le telefoneó el 7 de agosto. «Lo había intentado más veces, hasta que me encontró. Me dijo algo que llevo grabado en mi corazón: “He llorado al leer tu carta”. Así. Impensable. Dijo eso y yo, allí, le tenía a mi lado». Lo repite varias veces. «Estaba vacilando, lleno de dudas, y él me devolvió la fe. Con su cercanía. Cuando le pregunté el porqué de tanto mal, me dijo: “Yo no sé responderte, pero rezo por vosotros. Os recuerdo”. Él está con nosotros».
Al terminar la llamada, Michele se sentía tan libre que le preguntó si podría llamar también a su madre, Rosalba. Le dictó el número y el Papa lo anotó. Cuando la llamó, ella sólo lloraba y no podía hablar. Él no insistió: «Pronto volveremos a hablar». El 25 de agosto volvió a llamarla. Y lo hizo también el 2 de noviembre y el 23 de diciembre. «Sé que para vosotros es una Navidad particular. No dejo de pensar en vosotros, y rezo». Y les pide que hagan lo mismo por él: «Soy un pobre pecador, rezad por mí».
«El dolor permanece para siempre», afirma Michele. «Pero él ha restaurado algo dentro de mí. En medio de la desesperación, hay una persona que está contigo. Sabes que piensa en ti, que te ayuda. Esta es la fuerza que nos da». Todos los domingos siguen por la televisión el rezo del Angelus: «Le sentimos nuestro».
Hace dos semanas, volvió a ver por primera vez al chico que mató a Andrea. En el tribunal pasó por delante de él. «Casi me rozó. Le miré y sólo me salió una pregunta: ¿por qué nos has hecho esto?». El joven no respondió. «No consigo sentir odio, ni rabia. Quizás porque el dolor es tan grande que no hay espacio para eso. Luego, cuando me vienen ciertos pensamientos, me acuerdo del Papa. Y se van».
(Alessandra Stoppa)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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