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Huellas N.3, Marzo 2014

PRIMER PLANO / PAPA FRANCISCO

Sobre sus pasos

Davide Perillo

«¿Qué nos está mostrando Dios? ¿Qué nos pide que cambiemos?». El Pontificado de Jorge Mario Bergoglio nos interroga. GUZMÁN CARRIQUIRY, secretario de la Comisión para América Latina, conoce a Bergoglio de toda la vida pero manifiesta su sorpresa. Un recorrido por el primer año con el Papa Francisco, para comprender mejor hacia dónde va

Santa Marta. A Francisco se le entiende mejor allí, mirando el «flujo continuo de vida y de estupor» que, a través de esas homilías pronunciadas sin papeles en la capilla donde el Papa celebra la misa todas las mañanas, llega «a mucha gente que nunca hubiera pensado que un Pontífice le llamara tanto la atención». Palabra de Guzmán Carriquiry, 69 años, casado, cuatro hijos, abogado uruguayo residente en Roma desde 1971, cuando Pablo VI le llamó para trabajar en la Curia. Durante veinte años ha sido subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos, y desde hace tres es secretario de la Comisión para América Latina. A Jorge Mario Bergoglio le conoce de toda la vida. Pero también para él el primer año del Papa Francisco ha sido una sorpresa continua.

¿Cuáles momentos destacarías?
Enumerarlos sería muy largo. Ha sido un año de una densidad e intensidad singulares. Me viene a la mente la primera y bellísima aparición en la Logia de San Pedro, recién elegido; la decisión inmediata y sorprendente de residir en la Casa de Santa Marta; la Jornada Mundial de la Juventud en Copacabana; su encuentro con los inmigrantes – los supervivientes y los fallecidos – en Lampedusa; la visita a Asís. Luego, la creación del Consejo de ocho cardenales para ayudarle en la reforma de la Curia, la entrevista con el padre Spadaro, la Evangelii Gaudium… Sin embargo, a pesar de todo, creo que los momentos más importantes han sido las homilías matutinas. Creo que este magisterio day by day – un Evangelio sine glossa – es un tesoro precioso. Llega a todos.

¿Hay algo que le haya sorprendido particularmente en estos meses?
El paso repentino de un momento tenso, dramático, en ciertos aspectos oscuro, como el último periodo que tuvo que sufrir ese Pontífice santo y sabio que es Benedicto XVI, al clima de alegría que ha suscitado el nuevo Papa. Es sorprendente, porque ha sido casi inmediato. Una Iglesia asediada durante meses, y de repente este vuelco. Me hace pensar en las palabras del propio Benedicto XVI: «No somos nosotros los que guiamos la Iglesia; ni siquiera el Papa. Es Dios quien la guía».

¿Pero usted se esperaba estos cambios tan repentinos?
Conociéndole, algo me los esperaba. Pero lo que estamos viviendo supera todas las expectativas. Es un Papa imprevisible. No en vano nos pide estar abiertos a las sorpresas de Dios, más allá de nuestras seguridades materiales, espirituales e incluso eclesiásticas. La verdadera pregunta que cada uno de los fieles debería hacerse hoy es: ¿qué nos pide Dios? ¿Qué nos está mostrando? ¿Qué nos está invitando a cambiar mediante el Pontificado de Jorge Mario Bergoglio? Si no, el entusiasmo puede quedar vacío. Alegrarse ya es un movimiento del corazón, pero es necesario ir al fondo.

Hay un punto decisivo para él, que repite a menudo: la necesidad de volver al kerygma, al corazón del anuncio. ¿Por qué es tan urgente?
Lo dice muy bien en la Evangelii Gaudium, cuando invita «a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él». O cuando repite estas palabras del Papa Benedicto que nos devuelven al corazón del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En primer lugar, la urgencia de volver a centrarse en el kerygma es lo que el propio Jesús nos dejó como mandato apostólico, tal como se advierte en las primeras predicaciones de Pedro. Después está el hecho de que la Iglesia, en su peregrinar, siente la necesidad de retornar siempre al corazón del anuncio, que es la fuente de cualquier reforma. En Francisco encontramos también la firme y alegre convicción de que «la verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana». Por último, necesitamos volver a la radicalidad del Evangelio que, para un mundo secularizado puede convertirse en signo de contradicción, pero que sabe llegar a los corazones como una novedad inaudita.

La consecuencia es el reclamo al testimonio. Si la fe es atrayente, es porque se transmite ante todo mediante testimonios, no mediante discursos…
Recuerdo que Bergoglio quedó muy impresionado cuando el Papa Ratzinger, en la homilía de la misa inaugural de la Conferencia de los obispos latinoamericanos de Aparecida en 2007, dijo que la fe no se transmite por proselitismo, sino por un atractivo vencedor. Francisco vuelve muchas veces sobre este punto. Empezando por su primer gran discurso programático, a los obispos brasileños. Hace falta una Iglesia que, «despojándose de toda mundanidad espiritual», haga más espacio al misterio de Dios, porque «sólo la belleza de Dios puede atraer. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza». ¿Qué es la misión sino la comunicación del don del encuentro con Cristo? Cuando la gente encuentra un verdadero testimonio cristiano, «siente la necesidad de la que habla el profeta Zacarías: “Queremos ir con vosotros”». Cierto, hace falta una Iglesia que refleje el brillo de la presencia de Cristo, a pesar de la opacidad de sus límites. Pero esta es la segunda pregunta crucial que nos plantea la Evangelii Gaudium: ¿cuánto y cómo se transparenta Su presencia en nuestra vida?

¿De dónde nace, en cambio, su insistencia en la pobreza, en una Iglesia «pobre para los pobres»?
Ya lo decía Juan XXIII justo antes del Concilio Vaticano II: «La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres». Pero esta dimensión evangélica no tomó cuerpo lo suficiente en el evento conciliar porque la Europa del boom económico en aquella época tenía mucho peso. Creo que ha sido una gran contribución de la Iglesia latinoamericana a toda la Iglesia el retomar, en el magisterio y en la vida, esta connotación esencial del Evangelio, siempre presente en la tradición. Esta conciencia asume una forma concreta en Francisco: cuando lava los pies en la cárcel de menores de Roma, cuando visita Lampedusa, en los gestos de ternura hacia los enfermos… Es el Evangelio vivo. El Papa repite siempre que esta es la actitud del discípulo, es decir, del testigo de un Dios que, siendo rico, se hace pobre hasta lo inverosímil. En el misterio de Cristo, en Su encarnación, se fundamenta el amor a los pobres. Sin este fundamento, degeneraría en una reducción moralista del hecho cristiano. La Iglesia «se convertiría en una ONG» filantrópica, nos recuerda el Papa. O bien terminaría siendo presa de diversas formas de ideología política.

La única condición exigida para medirse con el anuncio radical de Francisco parece ser la pobreza de espíritu: una lealtad con la propia indigencia, con la propia “humanidad herida”. Esto es posible para cualquiera, más allá de posiciones culturales, prejuicios o ideologías…
Creo que el Papa estaría de acuerdo. En efecto, somos todos hombres heridos. Basta ensanchar la mirada: indiferencia y confusión sobre el sentido de la vida, disolución de los vínculos de pertenencia, aislamiento, soledad… Pero también es una forma de profundizar la mirada sobre uno mismo, lealmente: somos víctimas de nuestra autosuficiencia, del egoísmo y de la soberbia; esclavos de las idolatrías del dinero, del poder, del placer efímero, del intelectualismo sin sabiduría. Todos somos criaturas heridas por la vida. Y por tanto necesitados; siempre en búsqueda, a la espera, con esa inquietud de un corazón que nunca está satisfecho… Estamos necesitados sobre todo de una mirada llena de misericordia. Como la que experimentó el propio Papa cuando se definía como «un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos». Por eso propone a la Iglesia como un «hospital de campaña», donde la mejor medicina para las heridas del alma es la misericordia. Y luego, mire, este Papa tiene un corazón que se dirige hacia los alejados. Mira a las 99 ovejas que se han ido, y no a la única que queda en el redil. Nos pide salir, ir al encuentro. Muchos cristianos reaccionan como el hermano mayor del hijo pródigo y se endurecen. Pero él busca a los que están lejos. Y sabe que debe abrazarlos con un gran amor misericordioso, sin discriminaciones previas. Ni siquiera desde el punto de vista moral.

Pasamos a las polémicas sobre los “valores no negociables”. El Papa está descolocando a muchos, también entre los cristianos, por su reclamo a ese anuncio “último” que está antes que las verdades “penúltimas”. Cristo está antes que los valores. Muchos le acusan de bajar la guardia ante el mundo. ¿Es verdaderamente así?
¡No es así! Han sido las campañas mediáticas, la acción de varios “lobbies” y el debate tan actual sobre propuestas de ley relacionadas con la vida y la familia, lo que han provocado que las intervenciones de la Iglesia sobre los “valores no negociables” ocuparan a veces un primer plano excesivo. Ha habido el riesgo de una Iglesia más preocupada por los principios y las leyes que por el cuidado de las almas. El Papa fue el primero en indicar esta preocupación: si queremos atraer a la gente hacia Dios, no podemos partir de los “no”. Ni siquiera de esos “no” obvios en una Iglesia que sabe que no puede negociar nada de lo que es sustancial en su doctrina. Por otro lado, sobre esto existe también una cierta estrategia. Sobre estos temas, el Papa está hablando cada vez con más. Si miramos, pongamos por caso, cuántas veces ha defendido la vida, encontramos expresiones muy fuertes: ante de los embajadores, por ejemplos, habló del «horror del aborto». Pero es algo que repite muy a menudo: el discernimiento implica siempre saber cuándo hablar y cómo hablar, según el contexto. Ahora, él puede abordar cualquier tema con fuerza, aunque provoque resistencias, porque ya no le pueden acusar de restaurador.

¿Cuál es su valoración sobre los primeros pasos de la reforma de la estructura de la Iglesia? ¿En su opinión, qué forma tomará?
A Francisco le encanta recordar aquella respuesta de la Madre Teresa de Calcuta al periodista que le preguntaba por dónde empezar la reforma de la Iglesia: «Por ti y por mí». Él está reformando la Iglesia “in capite et in membris”, en la institución y en la gente. No hay verdadera reforma sin una corriente de santidad. Y sin conversión. El Papa nos pide esto.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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