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Huellas N.2, Febrero 2014

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

UN “COAITÍ” QUE CREA MOVIMIENTO
Verónica Cantero Burroni visitó el colegio de nuestro hijo, Eugenio. Fuimos un día a casa de nuestros amigos, Cecilia y Gustavo, en Campana, y de ahí trajimos el cuarto libro escrito por su hija Verónica, de once años. Eugenio, que está en preescolar, quiso llevarlo a su salita y los chicos quedaron fascinados con los relatos de fantasmas de Cuentos Raritos; así que mi esposo Martín y yo organizamos todo para que Verónica fuera al jardín de infancia. Justo antes de que terminaran las clases, vinieron Vero, su hermana trilliza, Lucía, y su mamá, Cecilia, junto con el periodista italiano Alver Metalli, que dos veces por semana iba a casa de Verónica para ayudarla a escribir. Tuvimos el encuentro en la planta baja porque Vero se traslada en una sillita de ruedas a raíz de un problema de movilidad que tiene desde su nacimiento. Alver nos fue introduciendo en la vida de los personajes de los libros de Verónica, que se inspiran en vivencias y personas que la rodean. Así, la familia de siete coatíes son ella y sus hermanos cuando fueron de vacaciones a la provincia de Misiones y “Tomás enamorado” su hermano mayor. Los niños de cinco y seis años y la maestra recibieron a Vero con mucho entusiasmo, le hicieron preguntas, se sacaron fotos con ella y le regalaron los dibujos que hicieron de sus cuentos. De a poco se fueron agregando las autoridades del jardín y todos participamos en silencio de un momento muy alegre y conmovedor. Al terminar, la psicopedagoga de la escuela dijo: «Gracias por este hermoso regalo para el alma». A su vez, la directora quedó muy impactada por la belleza de Verónica y por la gran oportunidad que tuvieron los chicos de conocer personalmente a la autora de un libro tratado en el aula y hacerle preguntas, cuando el objetivo de la sala era tratar de pensar qué había querido decir el autor del cuento en su relato. Los nenes pidieron ejemplares del libro Cuentos raritos, que tiene la foto de Alver entregándoselo al Papa Francisco. Vero donó sus cuatro libros a la biblioteca y les llevó a los nenes lápices de regalo. Una mamá me decía que su hijo había tenido el lápiz en la mano dos días y no lo soltaba porque había quedado muy asombrado de que una nena pudiera escribir así. Él, que acompañaba a su mamá a tratar pacientes con discapacidades y les contaba cuentos o dibujaba, no podía creer que Verónica en su condición fuera escritora. Y este nene, que es muy tímido, se puso a escribir un cuento, feliz de que Vero pudiera corregirlo. Como dijo Martín: «Fue un hecho de verdadero movimiento» y, como tal, fue totalmente desbordante.
Elena, Buenos Aires (Argentina)

SUCEDIÓ EN EL METRO
Una historia de hace pocos días, real como la vida misma. En un andén del metro, en Madrid, la gente espera al próximo tren. Una pareja de alrededor de unos treinta y tantos años habla entristecida: ella se ha quedado embarazada y manifiesta un gran peso; inmediatamente el aborto aparece como la salida rápida que permitiría eludir el obstáculo. A su lado, por pura casualidad, una chica de apenas 16 años les está escuchando. Llega el tren y la pareja se separa: ella sube al vagón, él se despide. La chavala sube tras la mujer y se sienta junto a ella. Venciendo un lógico temor y tantos respetos humanos, le dice que ha escuchado su conversación y le pregunta si realmente está decidida a abortar. Ella contempla a su sorprendente vecina, apenas una adolescente, y le dice que sí, que es la única “salida” que encuentra, dado que no puede asumir esa carga. No tienen recursos, ni trabajo ni claridad de futuro. Habla a una chavalita que quizás “no sabe nada de la vida”, pero que ha interpelado directamente a su corazón herido. La muchacha no se arredra. Le pide que dé una oportunidad a la vida que lleva en su seno. Comprende su oscuridad, su túnel, pero le habla de lugares que ella conoce donde la vida es acogida como un bien infinito, sea cual sea la circunstancia en que se presente. «Tú necesitas alguien que te abrace, que te acompañe en este camino, que te diga que esa vida es un bien antes que un problema». La mujer tiene un nudo en la garganta pero no corta, no manda a paseo a su atrevida interlocutora. Para entonces la chavala ha garabateado en un papel varias direcciones de amigos suyos, de lugares de acogida. «Hay gente que puede ayudarte, acompañarte, que incuso está dispuesta a acoger a tu hijo si no te ves con fuerza para hacerlo tú». El tren ha entrado en la estación donde la mujer debe bajarse. Antes de levantarse pide a la chiquilla su teléfono y se guarda el papel arrugado en un bolsillo. Camina por el andén, algo nuevo ha entrado en su horizonte, ha abierto sus esquemas como un alicate. El tren se aleja, la historia queda abierta. ¿Qué es construir la cultura de la vida?
Carta firmada

PRÍNCIPE DE LA PAZ
Hace aproximadamente un año, de paso por Galicia, me encontré con una amiga a la que hacía muchos años que no veía. Estuvimos todo un día juntas. Notaba algo “raro” en ella. La sentía intranquila, angustiada, como si arrastrara alguna pena. Sin rodeos le pregunté qué le pasaba. Se quedó mirándome fijamente, con una mirada interrogante, indecisa. «Es bueno desahogarse. A veces hacemos un mundo de una tontería y, contarla ayuda. Tengo amistad con Dios y me gustaría que la compartieses conmigo. ¿Crees en Él?», le pregunté. Le conté que desde octubre pasado estaba asistiendo a la Escuela de comunidad y que allí había aprendido que las circunstancias nos acercan a Cristo, tanto que llegas a verlas de otra manera e incluso comprendes que, por muy penosas que sean, Dios se sirve de ellas para acercarnos más a Él, y a través de ellas entendemos cuánto nos ama. «Al principio suena raro, casi ilógico. Yo  he vivido algunas situaciones muy duras, y así lo he podido experimentar», le dije. Su angustia aumentaba y, como derrumbándose, se echó a llorar amargamente. Estaba hundida. Empezó a contar: «Nadie me había hablado así nunca. ¿De verdad puede ser real lo que me dices? Yo no sé qué es ser querida. Mi madre nunca me deseó. Le molestó que yo viniera al mundo porque ella también estaba pasando por una circunstancia dura: mi hermana estaba entre la vida y la muerte y quedarse embarazada de mí, pues... que no le sentó nada bien ¿sabes?». «Veo que tú la comprendes. Eso es muy generoso por tu parte. No has tenido el cariño de una madre, pero tienes el de Cristo. Él jamás te defrauda, créeme. Lo experimentarás. Verás cómo llega ese momento», le dije. «Arrastro una angustia mayor todavía. Es muy dolorosa. Me da incluso mucha vergüenza decírtelo...», me apretaba la mano muy fuerte, como si fuera su tabla de salvación. «Cuando tenía 10 años mi padre me violó...». ¡Cuánta desolación sentí! ¡Qué necesidad extrema de Dios tenía aquella amiga mía! «¿Crees realmente que Dios me quiere y es más fuerte que el mal?». Curiosamente dejó de llorar pero seguía apretándome la mano. El abismo que había en su corazón se hacía sentir con fuerza. «Me siento tan sola, tan llena de dudas... No entiendo nada. ¿Cómo puedes decirme que Él está conmigo?». Le contesté: «Ven. Te voy a llevar a un sitio donde hay silencio y juntas vamos a hablar con Dios. Déjate llevar. Verás cómo empezarás a experimentar una gran paz». Había cerca una ermita románica donde, como en cualquier iglesia de este estilo, se respira un clima que invita al recogimiento. Entramos. Nos sentamos en el primer banco y le presenté a Dios en el sagrario. «Cuéntale tus penas como lo has hecho conmigo. Sin tapujos. Total, Él ya lo sabe todo... Sólo que quiere que tú se lo digas. Es tanta la libertad que nos da que jamás fuerza. Le gusta que vayamos a Él. Me voy afuera a fumar un cigarro mientras tú le dices tus pesares». Me quedé paseado casi una hora, pidiendo que la escuchase y le concediese su gracia. Entré. Me puse a su lado y, con una gran sonrisa, me dijo: «Estoy en paz. Gracias». «Haz lo mismo para contarle tus alegrías, verás qué cambio experimentas. Él es el mejor amigo. Además nunca tiene prisa, nunca tienes que pedirle cita, y cualquier lugar vale porque Él está en todas partes», añadí. Al cabo de dos meses recibí una carta preciosa. Me hablaba del cambio que estaba  viviendo, de la paz que sentía y de cómo empezaba a entender que sus penosas circunstancias le acercaban a Cristo.
Cocolín, Tenerife (España)

EL CALOR DE UNA PRESENCIA
Desde hacía unos días habíamos organizado una cena en casa. Justo ese día yo desperté muy malhumorada y sólo pensar en la cena me agobiaba y me ponía de peor humor. A media mañana llamó a la ventana un vagabundo amigo nuestro, Philip, avisando que volvería por la noche para saludar y  comer algo. A mí me pareció una broma pesada y el estrés aumentó: ¿y si se quedaba a cenar en casa al mismo tiempo que los invitados? Mi marido intuyendo mi agobio se fue con Dani (un amigo que había venido de visita) y los niños a pasar la tarde fuera para que yo me tranquilizara y descansara. Una vez “sola” en casa con el pequeño de cuatro meses me vinieron ganas de tumbarme tranquilamente en el sofá, mirar alguna película y desconectar. No pensar en lo que me estresaba parecía una buena solución. Pero desconectar no te saca del problema de la cena. Entonces pensé: ¿y si el vagabundo que esperaba hubiese sido Jesús que venía a cenar a casa, cómo habría pasado la tarde? Este pensamiento  hizo que la tarde no se perdiera: el ordenar, la limpieza, cocinar, lavadoras... la esperanza de que en aquellas tareas se mostrara el significado ya hacía que todo tuviera un sentido. Al final la tarde fue todo un logro, no porque las cosas salieran mejor de lo que imaginaba, sino porque el cambio de perspectiva lo cambió todo. Philip tan sólo vino a saludar desde la ventana y a pedir comida para llevarse; llegó la visita sorpresa de unos amigos que habían vuelto de las vacaciones navideñas que me alegraron enormemente la tarde (además trajeron jabugo) y la cena fue preciosa. La presencia de Dani, que había viajado a Canadá desde España para visitarnos, fue todo un regalo. Se pasó la semana preguntándonos sobre nuestra vida de modo profundo, y hablando de Cristo en numerosas ocasiones… que se tomara más en serio que yo mi vida, me molestaba y me ponía nerviosa que ¡insistiera en leer juntos la Escuela de comunidad! Me pasé dos días poniendo excusas y, al final, accedí a leerla, después de acostar a los niños. Acabamos muy agradecidos de su insistencia. Es más, diría que a veces “ceder” a su insistencia me hizo descubrir de nuevo lo que tengo delante. Dani nos ha ayudado a recuperar ciertos gestos importantes que habíamos perdido, como rezar las Completas por la noche o leer juntos EdC. Me he sentido cuidada por el Señor en estos días. Dani me ha ayudado a despertar un corazón que estaba empezando a hibernar junto al frío invierno canadiense.
María Laura, Edmonton (Canadá)

VACACIONES EN LA ALBUFERA
Tenía muchas ganas de que llegaran las vacaciones, aunque veía casi imposible ir este año. Tenía programado un examen importante, que aparentemente era impostergable. Pero, al final pude cambiarlo para el mes siguiente. Me di cuenta de que Cristo hacía acontecer las cosas para que yo estuviera ahí donde Él quería. Las vacaciones empezaron con el encuentro con muchas personas que sólo veo una vez al mes, ya sea con ocasión de la misa del movimiento o de las asambleas de EdC, pero en las que reconozco la misma necesidad de algo más grande que tengo yo, lo cual me invitaba a seguir atenta a lo que cada uno de ellos hacía. Me conmovió la presencia de Stefania. El solo hecho de que estuviera unas horas en Lima para compartirnos su experiencia, me llenaba de curiosidad; cuando la escuché hablar, vi claramente en su experiencia el cumplimiento de una promesa. Como dijo Giuliana en la asamblea, comprobé que la obra buena que Cristo ha empezado en ella, la estaba llevando a su cumplimiento. Una cosa que hasta ahora me estoy cuestionando, es el hecho del gusto por lo que hicimos juntos ahí en la Albufera, por más sencillo que haya sido: ir a la playa, a la piscina, cenar, dormir, o estar despierta hasta tarde viendo una película. En todo tuve una disponibilidad frente a las propuestas que me hacían. Menos mal que tengo personas que van por delante de mí, para corregirme y guiarme, porque siguiendo lo que nos decían he tratado de no perderme nada, y así estos días han sido mucho más de lo que yo me podía esperar. Estoy agradecida porque esta compañía permite que yo camine, con todos mis límites. Quiero seguir porque he verificado en estos días que no hay nada más correspondiente que su Presencia en mi vida, y que esto se me hace más evidente caminando con esta compañía.
Rocío, Lima (Perú)

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR…?
¿Quién eres Tú, que eliges nuevamente mi “nada”  para abrazar a otros? Hace unos días, el abuelo de un compañero de cole de mis hijos venía a la farmacia desolado porque su nieto se estaba quedando ciego. Yo le hablé de la esperanza y le recomendé una clínica oftalmológica de Oviedo. Fueron a Oviedo y la clínica lo derivó a un especialista de Barcelona que le ha salvado la visión a Dani tras una complicada operación. Hoy ha venido el abuelo a darme las gracias y a decirme que Dani ve gracias a mí. «Yo sé Quién ha sido», le he dicho. Y él se ha ido con una sonrisa llena de agradecimiento. ¿Quién eres tú, Señor, para abrazar de esta forma a esta familia y a mí mismo con tu Presencia? 
Carta firmada

Huellas en Monterrey
INSTRUMENTO PARA LA MISIÓN
Nos propusieron colaborar en la campaña de suscripción para Huellas. Haberme adherido a esta iniciativa me lleva a preguntarme: «¿Por qué brota en mí de una manera tan inmediata el espíritu de servicio? ¿Soy yo la que busca a Dios con este gesto, o me dejo alcanzar por Él?». El atreverme a preguntar a las personas si quieren suscribirse siempre me hace vencer mis miedos, pues implica cobrar dinero. Muchas veces no es muy agradable para la gente que les estés vendiendo algo. Pero yo entiendo perfectamente que es para su beneficio y pienso que no soy yo quien los busca sino Otro, que toca a la puerta de su alma para que se dejen amar por Él. Como me pasa a mí… En otra época no lo hubiera hecho y siento que voy teniendo una maduración en la fe; porque, no sólo voy a un encuentro donde Cristo se hace presente, sino que también crece el espíritu de servicio, el deseo de que a través de la revista encuentren al Señor. Y esto me recuerda a la frase de San Pablo: «Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí».
Lizeth

PORQUE EXISTO
Ayer, haciendo limpieza de álbumes familiares, encontramos una foto de cuando era pequeña, casi un bebé, con un estupendo peto de flores y mis grandes orejas de soplillo.
Mi madre y mi padre, al ver aquella foto comenzaron a recordar: «¿Te acuerdas? El día que naciste nos dijeron que no pasarías de la noche, y el pronóstico días después no fue mucho mejor». Hablando además de una conocida que acababa de tener un bebé también con problemas de corazón, mi madre le decía a mi padre: «Dile lo que me dijo mi madre cuando nació nuestra hija, dile que no haga caso a los médicos, que disfrute del regalo que Dios le da ahora, que disfrute de su hijo». Muchas veces durante mi vida, me he dado cuenta de que yo, imperfecta como nadie, soy un milagro del Señor. De que mi vida, más que ninguna, ha dependido cientos de veces de esas manos que guiadas por Cristo me abrían en los quirófanos. Ha dependido de las oraciones de los amigos y familiares de mis padres. Depende de Dios. Y ayer me conmovía, simple y sencillamente, porque existo.
Kenya, Madrid (España)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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