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Huellas N.2, Febrero 2014

EEUU / New York Encounter

Viaje al centro de las periferias

Mattia Ferraresi

Es la ciudad donde la mitad de los apartamentos están habitados por una sola persona. Aquí hablar de “origen de un pueblo” parece una provocación. Crónica de un acontecimiento que pone de manifiesto el secreto para seguir siendo joven

El New York Encounter comienza al final, cuando el último voluntario hace la última batida del Manhattan Center, como se hace en las habitaciones de un hotel antes de marcharse. Al cerrar la puerta tras de sí, le sorprende un último pensamiento: dejar el calor de la amistad para hundirse en el frío abrazo de una ciudad hostil. Tras dos días y medio de actos, espectáculos, exposiciones, coloquios, amigos reencontrados o que ves por primera vez, intuiciones y descubrimientos, vida que no se puede delimitar en el marco de un programa cultural, sumergirse de nuevo en la ciudad puede parecer un melancólico regreso a la rutina. Pero una intuición se abre paso en el corazón de ese último voluntario: no es más que el principio.
Lo explica bien Angelo Sala, que comprueba cómo el New York Encounter va cobrando cuerpo a lo largo del año: «Este evento no es fruto de quien lo organiza, ni la suma de los actos que proponemos. Lo construimos mediante la relación discreta y cotidiana que cada uno de nosotros tiene con Cristo en su circunstancia particular. El Encounter ofrece un ámbito de expresión a algo que se da antes. Su naturaleza se encuentra en la relación que todos estos “yos” viven con el Misterio».

Del “yo” al “nosotros”. Y así el New York Encounter empieza mucho antes de su apertura. Un paso antes del primer encuentro, un metro antes del primer panel, se halla la razón que atrae a varios miles de personas a uno de los teatros de Manhattan para participar en un evento en medio de la ciudad de los eventos.
El lema de esta edición, “Del yo al nosotros: el tiempo de la persona, los orígenes de un pueblo”, asume cierto acento de desafío al pronunciarse en este lugar que es al mismo tiempo centro del mundo y periferia extrema de la existencia. La ciudad donde más de la mitad de los apartamentos están habitados por una persona sola, triunfo de la ilusión humana de autosuficiencia.
El arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan, en su mensaje al pueblo del Encounter, ha relacionado la apertura al “nosotros” del título con la exhortación apostólica del Papa Francisco: «Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin rechazos y sin miedo. La alegría del evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie». Y nadie queda excluido de esta vida que cada año, en enero, emerge a la superficie para revelar la exigencia de «ser alguien y no algo», como dice monseñor Lorenzo Albacete en el acto de apertura; y ese alguien lleva impresa en el corazón la nostalgia de un «Tú» en el cual encuentra la posibilidad de un cumplimiento.
Junto a él están el padre Samir Khalil Samir y Frank Simmonds, cuyos testimonios coinciden a pesar de lo diferente de sus circunstancias: el primero es el conocido jesuita egipcio que trabaja a favor de la convivencia en un área, Oriente Medio, donde el concepto de pueblo va más frecuentemente asociado a la guerra que a la paz; el segundo, sorprendido por «una alegría que no he generado yo» y que lo arrancó de un torbellino de droga y desolación. Existe la persona y existe el lugar de su realización.
Sólo así se puede intentar la platónica «travesía del mar profundo» con la certeza de no acabar engullidos por las olas en la tempestad. Las huellas de un “yo” que genera el “nosotros” se encuentran tanto en el Oriente Medio herido del padre Samir como en el “poder de los sin poder” de Vaclav Havel, o en el debate sobre el trabajo entre Bernhard Scholz y Michael Naughton, estudioso de la doctrina social de la Iglesia en la Universidad St. Thomas de Minnesota.

Escuelas-prisiones. O bien en el diálogo sobre la educación entre Pedro Noguera, sociólogo de la Universidad de Nueva York, y el padre José Medina, responsable de CL en EEUU. “¿Lost?” (¿Perdido?) es la provocadora pregunta de partida: va de la masacre de Newtown a las bombas de Boston o los sucesos de violencia que manchan con frecuencia Norteamérica, desapareciendo de las pantallas cada vez con mayor rapidez. Para Noguera, el problema de la educación no consiste en «crear habilidades» sino en «crear relaciones», porque el hombre está íntimamente constituido por una serie de relaciones. Faltan guías autorizados, en quienes los chavales puedan confiar, no simples divulgadores de información. Y ciertamente aquel profesor de una escuela de Nuevo México, que pidió a un chaval de doce años que tirara la pistola con la que estaba a punto de llevar a cabo una masacre, no sólo tuvo valor. El alumno obedeció y levantó las manos: «Evidentemente era una autoridad para aquel muchacho, era una persona de la cual se fiaba», observa Noguera. La alternativa es confiar – paradójicamente – en el miedo, en una lógica represiva que corre el riesgo de «convertir nuestras escuelas en algo más parecido a prisiones que a centros educativos». Quien conoce las periferias de una metrópoli americana sabe que la historia de ese profesor no es una exageración.
La misma exigencia relacional la documentan, con el lenguaje de la filosofía, Fabrice Hadjadj, filósofo, y David Schindler, decano emérito del Instituto Juan Pablo II de Washington, y se adentra en las profundidades del pueblo judío con una magnífica lección sobre Abrahán del padre Rich Veras y de David Flatto, profesor de Derecho y religión en la Penn State.
El arzobispo de Boston, Sean O’Malley, con hábito y birrete púrpura, aborda el tema de las periferias desde el testimonio, no desde la cátedra, y en un arrollador diálogo con su viejo amigo Albacete («Sabía que era una especie de Jay Leno, el famoso presentador estadounidense, pero no pensaba convertirme en la víctima de una de sus entrevistas») recorre de nuevo los pasos de su misión, desde el Centro Católico de Washington para inmigrantes hispanos al episcopado en las Islas Vírgenes, hasta llegar a Boston, donde encontró una diócesis sometida a dura prueba por escándalos de los que no tiene reparo en hablar. Pero la periferia está aquí, paradójicamente en el corazón del mainstream (“corriente dominante”, ndt), en el gnosticismo de la religión americana del que hablaba el gran crítico Harold Bloom, justo lo contrario de la Presencia encarnada que Francisco vuelve a anunciar con fuerza: «Todos estamos llamados a responder», dice O’Malley, «a esta propuesta tan diferente del individualismo de nuestra época, del intimismo de la new age, del “soy espiritual pero no religioso”». Nada menos que una inversión del paradigma.
De este modo Julián Carrón, dialogando con el padre Peter Cameron, director de la revista Magnificat, sobre el tema del Encounter, parte de ese deseo fundamental de «no perderse nada de lo bello que sucede en nuestra vida». «Este deseo se convierte en criterio de juicio porque es la posibilidad de comparar», prosigue Carrón. Seguir el recorrido del deseo hasta el fondo nos hace «prestar atención a la experiencia». La cuestión es «levantarse cada mañana con esta curiosidad», como Juan y Andrés: «Su vida cambió para siempre por aquel encuentro con Cristo, que despertaba su deseo». El padre Cameron insiste: «¿Por qué es importante hablar del cristianismo como acontecimiento? ¿Por qué precisamente esa palabra?». «Cuando uno se enamora no es que cambie de trabajo», responde Carrón: «Todo sigue igual que antes, pero todo cambia; cambia el modo de afrontar las circunstancias. Y las personas a tu alrededor se dan cuenta y preguntan: ¿pero estás enamorado? Es un acontecimiento. Es la posibilidad de introducir algo verdaderamente nuevo en la vida de todos los días». Pero, insiste, el acontecimiento es dado: no es fruto de nuestra energía y permanece únicamente dentro de la comunidad cristiana, la Iglesia, que es el lugar donde continuamente se recibe esa novedad que el hombre no puede darse a sí mismo. La autosuficiencia es una ilusión que en EEUU asume la forma de un proyecto. Carrón retoma las palabras de Francisco en la fiesta de la Epifanía: «Es un movimiento doble: Dios se mueve hacia los hombres y ellos hacia Él. Pero el encuentro madura en la presencia de Cristo».
El propio Encounter, en el fondo, no es más que la irónica, imperfecta y sin embargo nítida prueba de ese doble movimiento. Lo cuentan los ojos de los voluntarios que escurren la pasta en la cocina, los chavales con camisetas color naranja que abren las puertas, los rostros conmovidos de los invitados, la homilía del nuncio apostólico Carlo Maria Viganò, los músicos que se turnan sobre el escenario, las caras de los organizadores, regeneradas a pesar de la falta de sueño de las febriles semanas previas al evento.

Si algo es verdad. Es tan evidente que lo nota hasta el tipo de seguridad que se acerca a una voluntaria y tímidamente pregunta: «¿Pero vosotros, sois cristianos?». «Sí», responde ella. «Lo sabía, no podía ser de otro modo. He visto lo que hacéis y he escuchado los que decís. Es precioso». Y va a decirles a todos los compañeros de la security que este no es un evento normal. «Si algo es verdad», dice Riro Maniscalco, presidente del Encounter, «con el tiempo sigue floreciendo de nuevo; de lo contrario, se convertiría en algo mecánico. Quizá crecería, pero el corazón se alejaría. He rezado de verdad pidiendo que lo que hacemos pueda renovar mi corazón. Y cada año sucede».
Junto al Encounter visible, desafío a la razón que llena el corazón, está además ése invisible, hecho para los ojos de los ángeles, como algunas estatuas esculpidas hasta en los mínimos detalles y colocadas en las agujas más remotas de las catedrales, donde ninguna mirada humana se posará jamás. El Encounter invisible es la relación personal de cada uno con el Misterio, que tiene que ver con todo, con los encuentros y con las exposiciones, incluso con el dinero que se consigue para poner en pie un evento en la ciudad en la cual hasta los perritos calientes de la esquina de la calle son carísimos. Es el rostro consolador de Cristo del que se hace experiencia visitando la exposición sobre el Velo de Manopello, que ha llegado a Nueva York procedente del Meeting de Rímini. Rose recibe a los visitantes en la mesa de la exposición, tarea a primera vista no precisamente apasionante, y que se ha convertido en la ocasión de un descubrimiento. «¿Por qué presentar la exposición en persona en lugar de poner un video o un documental? ¿Por qué los voluntarios deben perderse los demás encuentros para estar sentados en una mesa y guiar las visitas? Debe ser porque existe una conexión entre Su rostro y el del voluntario. Debe ser porque no existe una manera de comunicar esta vivencia, la realidad del Velo de Manoppello y la historia de nuestra nostalgia del rostro de Dios, sin la presencia del rostro personal de un voluntario».
Pero está también la historia de ese señor elegante que se acerca en silencio al cardenal O’Malley sólo para inclinar la cabeza e implorar su bendición. Es una presencia discreta que llena de silencio.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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