Una rosa y el billete del autobús
Una cena entre amigos para celebrar un cumpleaños. Quedamos delante del restaurante. Charlamos mientras esperamos que lleguen todos. Se acerca un chico que vende rosas rojas, uno de esos que insisten para que se las compres. Algunos del grupo lo evitan, le invitan a buscar parejas para vendérselas. Susana, quinto de Arquitectura en Milán, le mira a los ojos. Se da cuenta de que es jovencísimo y que tiene un hermoso rostro sonriente. «¿Cuánto años tienes? ¿De dónde vienes?», le pregunta la chica. Tiene diecinueve y viene de Bangladesh. Lleva quince días en Milán. No habla bien la lengua y además tartamudea un poco. «¿Por qué trabajas en esto? ¿No puedes buscar otro trabajo?».
Los dos se quedan hablando. En su país trabajaba en un bar, pero en Italia nadie le contrata porque no tiene un título escolar. «¿Y por qué no te pones a estudiar?». «No puedo costearme los estudios…», dice él. «Espera». Susana toma el móvil y llama a una amiga suya que da clase en un colegio público, para preguntarle si este chico puede apuntarse. «Dile que venga a Portofranco y me busque, así vemos qué se puede hacer». Es jueves. Se citan para el lunes siguiente. «Oye, ¿cómo te llamas?». «Rubel», responde él. «Entonces, Rubel…». Susana toma un billete de autobús y apunta detrás la dirección del centro de ayuda al estudio Portofranco. Se intercambian los números de teléfono. Y se despiden. «Durante la cena ya me había olvidado de él», comentó ella luego.
Rubel sale de nuevo en la conversación al final de la noche, cuando Susana le cuenta a su amiga Kica lo que le ha pasado. «Pero, Susana, ¡no es normal mirarle de esa manera!». En el fondo, querer a una persona que ves por primera vez y que los demás evitan. Nadie lo hace. «¿Cómo que no?», piensa ella: «¿Cómo trataba Jesús a los que se cruzaban con él? Se apasionaba tanto por ellos que muchos cambiaban de vida». Ser cristianos enseña a ver, a mirar de verdad. «Entonces, eres Tú que aconteces en mi mirada, aunque yo “casi” no me dé cuenta».
El lunes Susana ve una llamada de Rubel en su móvil. Agobiada por mil cosas ni siquiera responde, pero se acuerda que es el día de la cita en Portofranco. Toma el teléfono y llama: «Rubel, ¿has ido? ¿Qué tal?». «¡Gracias, Susana! En febrero empiezo las clases. Instituto profesional para cocineros». ¿Y hasta febrero? Él se ríe: «Vendo rosas. Y, si llueve, vendo paraguas».
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