Ha escrito una de las recensiones más bonitas de la biografía. ¿Lo que más le sorprende de Giussani? Filippo Ceccarelli, periodista de La Repubblica, contesta hablando de su experiencia
Entre las afortunadas recensiones del libro de Alberto Savorana, Vita di don Giussani, aparecidas en la prensa italiana, hay una que me ha suscitado una curiosidad particular. Apareció en La Repubblica, firmada por Filippo Ceccarelli. Por un lado, subvierte un poco el esquema del periódico de tradición laica que suele prestar poca atención a los asuntos del mundo católico, por otra llama la atención su seriedad y el respeto en el modo de acercarse al libro. Al leerla, muchos han pensado, este es un periodista que ha leído de verdad el texto de más de mil páginas, es alguien que nos restituye la densidad de una experiencia vivida, siempre expuesta al riesgo de ser reducida. Conocí a Ceccarelli hace 25 años, en los tiempos del semanal Il sabato.
«Sí, es verdad», dice: «Después de haberme asustado de primeras por su longitud, el libro me ha impresionado mucho humanamente, también porque me he acordado de todos vosotros. Nunca conocí personalmente a don Giussani, pero a lo largo de los años a menudo me han hablado de él, de cómo era y de lo que decía. Personas tan distintas entre ellas, pero cuya vida se había hecho decididamente cristiana, con ese particular modo de ser atrevidos, tan distinto de los democristianos… Claro, no podían pasar desapercibidos».
Siendo romano, Filippo conoce la ironía, la broma, el sano cinismo de un pueblo acostumbrado a ver desfilar a los poderosos y caracterizado por una pasión antropológica hacia quienes tienen que frecuentar la política. Como buen romano, es católico sin renunciar a sentirse laico, va a misa y comulga, y el domingo pasado me lo encontré a las 10 en la iglesia de Santa María en Trastevere. Por lo tanto, cuando le pregunto el porqué de la frase «todo es gracia» contenida en su artículo, me responde: «Aho’, no es que la Gracia sea un patrimonio exclusivo de CL… Yo también creo en ella, vaya si lo creo, y conmigo unos miles de millones de creyentes más». En efecto, detrás de este intercambio en tono gracioso, está también la relación con don Giacomo Tantardini. Ceccarelli lo conoció, escribió sobre él, y «se estableció una relación que duró muchos años, esporádica, en un cierto sentido bruscamente interrumpida, y sin embargo de alguna manera mantenida gracias a personas de buena voluntad; quizás al final reanudada», como dice él.
«Me ha fascinado siempre lo que vosotros llamáis el encuentro. Porque, como persona que cree, como cristiano, entiendo que es un modo de expresar que Jesucristo es siempre una sorpresa, algo que acontece. En esto encuentro la raíz de esa fascinación tan humana y existencial de un personaje como don Luigi Giussani. Un hombre que me ha parecido no sólo curioso de la vida, sino también felizmente ajeno a cualquier prejuicio, que hablaba con generosidad con todos los que se acercaban a él. Pienso en el príncipe Caracciolo pero también en Gherardo Colombo… Son hombres, hombres que en el curso de su vida han tenido necesidad y tuvieron ese encuentro personal. Lo que me parece más significativo es que también para él, para Giussani, fue así».
Para Ceccarelli leer este libro ha supuesto hacer un ejercicio de memoria, reflexionar sobre aquello que él mismo había contado, volver a calibrar ciertos juicios valorando el aspecto antropológico, el temperamento. «Me acuerdo perfectamente de la impresión que tenía cuando me acercaba a vuestra redacción de Il Sabato. Era algo muy vivo, siempre distinto de cómo te lo esperabas…». Es verdad, en aquellos años había bandos distintos, “marcos”, los llama Ceccarelli, que se resistían a ceder y que delimitaban, incluso forzosamente, los campos culturales y políticos. «Hoy todo esto se acabó», dice, e incluso escribir sobre esa humanidad particular que transita por los palacios del poder se asemeja cada vez más a una suerte de análisis psiquiátrico. Más emotivo y menos profundo, «pero los hombres son siempre hombres, ojalá tuviéramos la jubilosa generosidad de encontrarse con todos que tenía don Giussani».
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