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Huellas N.9, Octubre 2013

BREVES

La Historia

Vistos desde cerca

Rony es de Beirut. Siente un apego radical y sufrido por su pueblo. Es algo tan suyo que Francisco, su hijo mayor, de dieciséis años, lo ha asumido sin necesidad de explicaciones. Ahora que ha terminado el instituto y podía irse a estudiar a EEUU, ha decidido quedarse; no quiere dejar su país. Mucho menos ahora, cuando es tan penoso aceptar lo que está sucediendo, cuando se dirige a tu casa la humanidad doliente de los refugiados de Siria, cargada de necesidades. Va más allá de toda capacidad de acogida, más allá de cualquier ayuda social y económica. Cuatro millones de habitantes en el Líbano, y más de un millón de sirios que amenazan con «reventarlo», como dicen las crónicas. Existe mucho miedo a que, junto a los refugiados, llegue también hasta aquí el conflicto, como sucedió cuando el país acogió a cientos de miles de palestinos.

Pero mientras tanto, sobre todo en las zonas más pobres, llegan familias enteras para quedarse, con muchísimos niños. Rony visita a menudo el campo de refugiados de Marj el Kok, en la Bekaa, una gran llanura al noreste del Líbano, entre dos cadenas montañosas. Trabaja para AVSI, que desarrolla allí un proyecto, en uno de los campos oficiales, aunque hay otros muchos, irregulares y abarrotados, en el sur, en la frontera con Israel. Rony lleva comida, agua, ropa. Lo hace ahora y lo hacía también en invierno, hasta última hora de la tarde, con tres o cuatro grados bajo cero, repartiendo estufas y mantas. Los refugiados, al recibirle, se vuelcan con él: «Me hacen entrar en sus tiendas, en esos pocos metros de intimidad donde están sus mujeres e hijos. Me abren sus puertas, se fían». Tienen necesidad de todo. Aquí, donde extranjero significa enemigo, y la mente enloquece, el pasado vuelve a abrir viejas heridas. Rony repasa todo lo que su pueblo sufrió durante los largos años de la guerra, «todo el mal que su ejército, su régimen, nos ha hecho». Eso es lo que la masa de refugiados representa. Mientras piensa en ellos. Mientras les mira a distancia. Pero cuando se acerca, sucede otra cosa.

Él podría hacer su trabajo evaluando otros aspectos del proyecto, sin tener que ir al campo, sin tener que visitarles. Podría evitar medirse con las heridas que siguen abiertas y con las tensiones que amenazan su tierra. «Pero siento una gratitud que no consigo evitar. Es más, me empuja a ir hasta allí. Hay algo que en mi corazón rebosa, y es la gracia inestimable de Cristo en mi vida: cuanto más la sorprendo cada día, más voy a verles; es lo mínimo que puedo hacer».
Cuando está lejos, vence el rencor. Pero cuando llega y les tiene delante, cuando les entrega la ayuda que les lleva, les mira, y en ese momento el pensamiento de “quiénes” son ellos y “quién” es él desaparece. «Veo a otro. Un hermano, una hermana, un hijo. Alguien a quien querría dar todo lo que yo recibo cada día».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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