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Huellas N.9, Octubre 2013

IGLESIA / La entrevista

Noventa años tras el telón de acero

Maurizio Vitali

El encuentro con don Giussani en 1957. Luego, el Centro de estudios Rusia Cristiana, el samizdat, los viajes tras el telón de acero… hasta el último Meeting de Rímini. Padre ROMANO SCALFI celebra un cumpleaños particular y recorre su vida en una larga entrevista en la revista La nuova Europa, de la que anticipamos un amplio pasaje

Noventa años, pero de jubilarse ni hablar. Se despierta al alba, reza un buen rato y a primera hora ya está en su pequeño estudio de Villa Ambiveri, en Seriate, a escribir, estudiar, traducir, telefonear, recibir visitas. Padre Romano Scalfi: medio siglo abundante de inteligencia y corazón, pasión y trabajo en favor de los cristianos en Rusia. En los años de la persecución comunista se ha entregado en cuerpo y alma para romper el silencio indiferente de occidente. Ha admirado y alentado la heroica vida en la verdad – y la heroica voz – del samizdat. Una vez caído el sistema soviético, ha sabido captar y valorar los signos de un renacimiento espiritual, intensificando su amistad con los ortodoxos para ayudar a hacer florecer la fe común.

¿En qué se concentran ahora, padre Scalfi, su atención y sus energias?
(Se ríe). Me preparo para la Gran Entrada. (Larga pausa). En el pasado me imaginé muchas veces siendo párroco en Rusia. Pero luego vi que el Señor te cambia los planes, y siendo sincero, debo decir que los cambia a mejor. Ahora me he resignado a abandonarme totalmente a lo que hará Él. Digo siempre: «Cuando quieras y como quieras».

Pero su corazón en seguida se dirige a la vida de la Iglesia en la amada Rusia.
Se habla de un invierno del ecumenismo. Entendámonos: las relaciones oficiales no faltan, es cierto, son cordiales y a veces halagadoras, pero de por sí no dejan ver qué frutos saldrán. Entre los “ecumenistas” se suele hablar de alianzas estratégicas… ¡bah! Nosotros no creemos mucho en eso. En cambio, me parece que avanza lo que yo llamo un ecumenismo desde abajo, hecho de amistades, fundado en la amistad con Cristo. Y debo decir que cuanto más conocemos a los moscovitas, y a los rusos en general, más fácil nos resulta establecer amistades que suponen una real experiencia de unidad.

¿Saldremos de este invierno?
No me atrevo a hacer previsiones. Digo sólo que para salir del invierno no hacen falta no se qué invenciones, sino volver al ecumenismo de los primeros cristianos: se juntaban y eran unidos porque creían en Jesucristo. El arzobispo griego-católico Ljubomir Husar durante una visita aquí en Seriate me dijo que «el fin del ecumenismo no es acordar una unidad entre los jefes, sino preparar un pueblo que ya no acepte la separación». Lo comparto totalmente.

¿Cuál es hoy, en su opinión, la tarea principal de la Iglesia en Rusia?
La misión. Es indispensable que los sacerdotes y naturalmente también los laicos retomen, o quizás mejor, aprendan, el sentido misionero. Acostumbrados a reducir el cristianismo sólo a la liturgia – especialmente los ancianos –, han perdido el hábito de la misión. Actualmente se está recobrando una cierta sensibilidad misionera, pero hace falta tiempo y una gran labor educativa.

Una tarea que los movimientos eclesiales están acostumbrados a sentir como propio y a vivir intensamente. ¿Se conoce allí la experiencia de Comunión y Liberación?
El Meeting de Rímini para la amistad entre los pueblos tiene un valor impagable para dar a conocer la experiencia de CL y disolver ciertas sospechas y diferencias. Le pongo un ejemplo. Hace seis años estaba en Rímini con el vicerrector de la Universidad San Tikhon de Moscú escuchando la ponencia de monseñor Francesco Ventorino de Catania sobre “Fe y razón”, en un salón enorme y abarrotado. Creo que no éramos menos de ocho mil personas. El profesor se extrañó muchísimo: «Dime la verdad… ¿Quién los paga?». Y yo: «Nadie, se pagan todo ellos mismos. Nuestro movimiento tiene un método distinto que el de comprar con dinero…». «Entonces tienes que explicarme vuestro método». Desde entonces la San Tikhon empezó a enviar a algunos estudiantes para participar en el Meeting para «experimentar esto método».

Y en Moscú está la Biblioteca del Espíritu.
Sí. Antes del 89 producíamos aquí los libros en ruso, ahora los hacemos en Moscú, en estrecha colaboración con los rusos, naturalmente. En diez años hemos publicado un centenar de volúmenes. Pero la Biblioteca del Espíritu no cuenta sólo con una editorial: es un lugar de encuentros y de intercambio cultural (¡casi 300 veladas en un año!), todas promovidas por laicos católicos y ortodoxos en comunión. La Biblioteca del Espíritu es un lugar de familiaridad y de concordia que crece continuamente. Atención: nosotros no pretendemos convertir al catolicismo a los ortodoxos. Deseamos que quien es católico lo sea cada vez más cabalmente, y quien es ortodoxo sea cada vez más ortodoxo: rezamos juntos y el Señor nos unirá.

Usted tiene el mérito de haber sido un pionero en dar a conocer a un vasto público en Occidente la literatura Samizdat, la liturgia bizantina, la pintura de los iconos…
Mire, ahora el icono se conoce como “producto oriental”. Pero es falso que lo sea: antes de Giotto, que introdujo el realismo en la pintura, el arte religioso en toda la cristiandad era el icono. Por lo tanto el icono nos hace volver a descubrir los orígenes comunes de nuestra fe. Y conlleva una determinada concepción religiosa; pero decir esto es demasiado poco. Digamos mejor que conlleva un conocimiento integral, utilizando una expresión (que me parece perfecta) de Soloviev. Por lo tanto una superación del racionalismo.

¿En qué sentido?
El icono no se analiza, dejamos que nos toque. Los ídolos nacen de las ideas abstractas. En cambio el estupor nos lleva a entender. El icono es una invitación a abrirnos de par en par a la Verdad, al Amor, a la Belleza. La misma perspectiva inversa (que partiendo del observador se abre de par en par al infinito hacia el misterio) impide encerrarse en una definición, impide por tanto encerrarse en una medida, y nos induce a abrirnos al Infinito, al Misterio. Y, al mismo tiempo, a descubrir la compañía de este misterio. San Sergio de Radonezh decía De la Virgen de Vladimir (quizás la más celebre “Virgen de la Ternura”): cuando estoy contento sonríe conmigo; cuando lloro se pone triste; cuando estoy triste Cristo me consuela. La verdad en efecto es apofática y sobórnica.

¿Es decir?
No-definible, más grande que mis medidas; y comunional. Pavel Florenski (gran pensador cristiano y artista mártir en la época de Stalin, en 1937, ndr): decía que el pecado es concebirse aislado, individualmente encerrado en los límites de lo que uno ya sabe y concentrado en los prejuicios que tiene. En cambio la comunión con el otro abre la mente, o – recordando una expresión de capital importancia de Benedicto XVI – amplía la razón.

¿Qué es para usted la belleza?
Le contesto de nuevo con una definición de Florenski: «La verdad, cuando se expresa, se convierte en amor y el amor florece en belleza».

Llevamos muchos años de educación católica a menudo centrada en la moral y la ética. Esta parece una perspectiva del todo distinta.
El cristianismo – Cristo mismo – no empieza con unas normas morales, sino con una presencia que fascina, esto es, que sorprende porque corresponde de manera inimaginable a la sed de infinito que tiene el hombre, a la sed de amor auténtico, de libertad verdadera, de verdad. Es el reconocimiento del Misterio, que empieza como asombro ante una belleza. Quiero decir que el camino para acceder a este Misterio es precisamente la belleza. Sin capacidad de asombro tampoco se conoce la verdad. La belleza está en el arte, en la creación; pero la belleza es la transparencia de Cristo. Unas personas que acudieron a nuestro centro de estudios para profundizar en el conocimiento y en el sentido de los iconos, al contemplar el modo de ser de dos monjas de clausura, exclamaron: ¡ellas son iconos!

Usted vivió con don Giussani durante muchos años en Milán (…) Le llamaba “Superior”.
Sí, porque él tenía su pequeña habitación (¡una cama para dormir y un pequeño escritorio para trabajar!) en la planta baja y yo vivía en la primera planta. En este sentido era Superior. Conocí a don Giussani en 1957. Yo acababa de llegar a Milán y la vida no era fácil. Acababa de completar mis estudios orientales en el Russicum, e – ingenuamente, muy ingenuamente – pensaba ir por las parroquias dando charlas sobre Rusia, pero casi siempre me encontraba con las puertas cerradas y con la misma explicación: mire, tenemos ya muchos problemas... Hasta que alguien me dijo que podía intentar dirigirme a un cura sui generis, en Via Statuto, que reunía a muchos jóvenes estudiantes y se interesaba por muchas cosas. Llegué a Via Statuto, vi a muchos jóvenes que iban y venían, otros que jugaban al ping-pong... Pensé, qué raro… Luego llegó él. ¿Quién eres?, me dice. Le digo que había estudiado en el Russicum y que estaba yendo por las parroquias... «¡El Russicum!», soltó enseguida con entusiasmo extraño en un sacerdote, se levantó de un salto y me abrazó: «¡Tenemos que trabajar juntos!».

Cosa que sucedió literalmente durante décadas.
Sí, pero de él me vino casi enseguida la corrección fundamental, un cambio de ruta. Yo me había educado con los Jesuitas, y como decía antes quería dar conferencias sobre Rusia, la ortodoxia y el ecumenismo. «Mira», me dijo don Giussani, que tan sólo tenía un año más que yo, «tú puedes ser un experto de ecumenismo. Pero el ecumenismo tiende a la unidad, que no se consigue con las conferencias sino a través de una experiencia, por lo tanto una compañía en la que se experimenta qué es la unidad». Y esto fue lo que dio lugar al nacimiento de Rusia cristiana. Hace muchos años.

¿Qué es lo que permite desear el encuentro y dialogar con los ortodoxos y con los jóvenes? Pienso, por ejemplo, en la exposición sobre los mártires cristianos rusos en el último Meeting de Rímini, promovida por la Universidad San Tikhon y realizada por estudiantes católicos y ortodoxos: un indicio y un fruto clamoroso, una novedad insospechada.
El florecer de esta novedad se debe ciertamente al trabajo de Rusia Cristiana, pero más profundamente al carisma de don Giussani – que marcó mi vida y mi obra ya desde el comienzo, como acabo de explicar – y por tanto al método de CL, basado en la experiencia y en la amistad en Cristo. La muestra a la que usted se refiere es ciertamente un ejemplo de que dentro de esta trayectoria acontecen hechos imprevistos. La amistad en Cristo nos hace descubrir poco a poco nuestra unidad. La muestra nace originariamente en casa ortodoxa, precisamente en la Universidad San Tikhon. Los rectores de la Universidad propusieron llevarla al Meeting de Rímini. Hay que observar que de por sí este es un acto de confianza que no hay que dar por descontado. Y no sólo. Aceptaron la propuesta de implicar a estudiantes católicos italianos y estudiantes ortodoxos para preparar una adaptación de la exposición para Rímini. Fueron meses de trabajo y de convivencia entre los chicos en virtud de lo que he llamado “ecumenismo desde abajo”. En esta convivencia movida por el ideal, que es Cristo, han vivido una experiencia real y común de lo que es la Iglesia. Me contaron que en una asamblea de estos chicos a altas horas de la noche, durante el Meeting, una chica rusa se levantó diciendo que llevaba tiempo con la pregunta: «¿Qué es la Iglesia? ¿Qué sentido tiene?», etcétera, y que, a través del trabajo en la muestra dentro de esa compañía, su pregunta había pasado de ser teórica a ser «suya», existencial, y que había hallado respuesta en su experiencia de esos días. De esta manera entendió que los “santos” – no sólo los ortodoxos sino también los católicos – no se definen por sus ritos sino por la pertenencia a Cristo.

¿Esta novedad se está dando sólo en Moscú o también en otros lugares?
El renacimiento de la fe a través de la amistad en Cristo se manifiesta en distintos lugares. Por ejemplo en Charkov, en torno a la figura del profesor Alexander Filónenko (también él intervino en el último Meeting), o en Kemerovo. En ambos casos se trata de un fuerte interés por parte de los ortodoxos por el método educativo de CL y por su actuación en escuelas de libre iniciativa social.

Si tuviera que volver a empezar desde cero, ¿por dónde empezaría?
Pues, de allí, de donde empecé entonces. Y luego, el mal de Rusia es contagioso e incurable… En verdad estoy absolutamente convencido de que la tradición oriental y la experiencia del samizdat tienen todavía hoy mucho que decir y enseñar a quienes ayudan al hombre a salir de las arenas movedizas del relativismo y recobrar la plenitud del hecho cristiano. Es decir, a recobrarse a sí mismo. Una experiencia como la nuestra no puede dejar de reconocerlo.


"DE LOS ALPES A LA ESTEPA"
El padre Romano Scalfi nació en Tione di Trento el 12 de octubre de 1923. Tras ordenarse sacerdote, estudió en Roma en el Pontificio Instituto Oriental (Russicum) de 1951 a 1956, licenciándose entre tanto (1954) en sociología en la Pontificia Universidad Gregoriana. En 1957 fundó en Milán el Centro de Estudios Rusia Cristiana, con el fin de acabar con la ignorancia y el silencio culpable de occidente acerca de la situación de los cristianos y de los hombres libres perseguidos por el comunismo soviético, dar a conocer la tradición literaria, artística y religiosa de la Rusia y dar voz al samizdat (prensa clandestina soviética). Desde el comienzo, su encuentro y la amistad con don Giussani fueron decisivos para plantear un método misionero y ecuménico, no a partir de planes estratégicos sino de la experiencia de Cristo, que dio lugar a una serie de numerosísimas relaciones y amistades. Así Rusia Cristiana ha supuesto un cauce de presencia (también después de la caída del Muro de Berlín, en nuestros días) para volver a descubrir y proponer la fe en Cristo que comparten católicos y ortodoxos y para proponer a los jóvenes atraídos por los mitos occidentales la fascinación y la razonabilidad del cristianismo.”

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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