Por qué las palabras del Papa impactan (y hasta descolocan) incluso a alguien que conoce muy bien a los Pontífices
Creía conocer bien a los Papas: ha entrevistado a dos de ellos, goza de una vieja y profunda amistad con Joseph Ratzinger, previó la elección de Jorge Mario Bergoglio y ha publicado recientemente un instant book titulado La Iglesia de Francisco, que en dos días ha alcanzado una difusión de casi cuarenta mil ejemplares. Sin embargo el Papa Francisco ha descolocado incluso a alguien como Vittorio Messori. La personalidad de Bergoglio «resulta molesta para cierto esnobismo intelectual del que fui contagiado en la Turín agnóstica donde me formé». Messori lo admite en el Corriere della sera (http://www.corriere.it/cronache/13_settembre_21/papa-francesco), desvelando su perplejidad inicial tras «la bonanza de sobriedad, rigor y conductas que huían adrede de la ostentación» de Benedicto XVI.
Después llega la larga entrevista del Papa en La Civiltà Cattolica, que para Messori «parece aclarar quién es verdaderamente y qué pretende hacer» el sucesor de Ratzinger. Y pone de manifiesto «la misericordia de un Papa que acepta el mundo tal como es».
¿La entrevista ha sido clave para usted?
Es un documento que nos permite entender algo más de Francisco, su perspectiva, el terreno del que se alimenta, su estrategia pastoral, visto que Bergoglio era una sorpresa, un cardenal poco conocido aún dentro de la Iglesia.
¿Y qué es lo que ahora entiende mejor?
Su secreto es lo que siempre se ha llamado, para bien o para mal, el secreto de la Compañía de Jesús. Bergoglio es cien por cien jesuita, por las razones que he tratado de explicar en el Corriere della sera: la fortuna de la orden de Loyola es el fruto del carisma del discernimiento. O bien la conciencia de que, ciertamente, hay que anunciar los principios cristianos, pero encarnados según las circunstancias y los tiempos.
Francisco es un Papa que entusiasma y desconcierta. Usted no ha ocultado su perplejidad inicial.
De alguna manera tal vez el mismo Bergoglio quiere desconcertar. A pesar de sus ascendentes piamonteses, su estilo es claramente latinoamericano. Pascal diría – un genio que me es muy querido – que le gusta solicitar, al menos inicialmente, las razones del corazón.
De todos modos usted, como «pascaliano», reconoce que Pascal se equivocaba al condenar la presunta «laxitud» de los jesuitas.
Sí, debo admitir que los hijos de san Ignacio tenían razón (más allá de ciertos excesos) en que para ganarse a las personas a la fe, la misericordia, y la comprensión solidaria son instrumentos más eficaces que la severidad y el moralismo.
«El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos», dice el Papa al padre Spadaro…
La evangelización debe contar con la debilidad humana: esta es la enseñanza que mantenemos. Hay que tomar al hombre como es, nos guste o no, no como nos gustaría que fuese. Y es a este hombre concreto, no a uno ideal, al que se dirige el anuncio de Cristo.
¿Con el método que usted llama «de la miel en vez del aceite»?
Es el método que está empleando el Papa Francisco. Y que fue practicado durante siglos por la Compañía. En los decenios postconciliares la Iglesia se ha concentrado más en las consecuencias de la fe que en su origen. Es decir, las consecuencias en la política, en la sociedad, en la moral. Pero pocos parecían preocuparse del kerygma, del anuncio original de la salvación cristiana.
Un anuncio de algo que nos primerea, por usar una expresión de Bergoglio: algo que viene antes de las consecuencias morales.
Anunciar la moral antes que la fe significa provocar cerrazón y rechazo: puedo decirlo porque no nací católico, sino en el agnosticismo piamontés y el anticlericalismo emiliano. Reconozco en el programa del Papa esta necesidad de empezar por el anuncio de Jesús resucitado y de que Jesús es capaz de sanar nuestros males. Ética y moral son consecuencias lógicas y necesarias. Sin embargo la fe viene primero.
¿Qué reacción le suscita la imagen de la Iglesia como hospital de campaña? ¿Sorpresa, entusiasmo, perplejidad?
Es una imagen de la tradición que ya usaron los Padres de la Iglesia: el lazareto, el asilo, el lugar de asistencia y curación. El drama de hoy es que mucha gente está herida pero no se da cuenta de ello: si uno fuese consciente de su mal, iría al hospital llamado Iglesia a que le curasen. Cuando se creen sanos, los heridos no acuden al hospital.
Usted ha entrevistado ya a los dos Papas anteriores. ¿Qué preguntas le surgen ante Francisco?
Tras los intelectuales de la Mitteleuropa ha llegado un jesuita de Sudamérica. Pero al católico no le interesa tanto el Papa como el Papado. Me interesa el don – porque es un don que hemos recibido – de un favor especial de Cristo al sucesor de Pedro, pues le prometió asistirle para ser maestro y custodio de la fe y la ortodoxia.
Deja entrever cierta nostalgia de Benedicto XVI…
Siento nostalgia de Benedicto XVI sólo a nivel personal, debido a la larga relación que he tenido con él. El que conoce personalmente a Joseph Ratzinger sabe qué hombre tan amable es, en el sentido etimológico. Recuerdo que don Bosco, el cual lo debía todo a Pío IX y sin él habría acabado como párroco en las montañas del Piamonte, prohibía a sus chicos que gritasen «Viva Pío IX»: quería que gritasen siempre y exclusivamente: «Viva el Papa».
Francisco no quiere ser aclamado: «Francisco, Francisco». Prefiere «Jesús, Jesús».
Pero está bien decir «Viva el Papa», en cuanto su función transciende infinitamente su persona. Todos los Papas, por la misión que Cristo les ha confiado, son iguales. Y Francisco es un Papa que vuelve a proponer lo que cuenta verdaderamente: el anuncio de la fe.
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