Va al contenido

Huellas N.9, Octubre 2013

PRIMER PLANO

«Así desenmascara a todos»

Alessandra Stoppa

La insistencia en compartir y su apelación a la conciencia. «Con sus actos afirma que la Iglesia vive en medio del mundo». El filósofo SALVATORE NATOLI se mide con las palabras del Santo Padre

Llegó al ateísmo en el intento de demostrar que Dios existe: «Me enamoré de las argumentaciones y perdí el objeto de mi investigación». Salvatore Natoli, profesor de Filosofía moral en la Universidad de la Bicocca de Milán, se define como cristiano no creyente. Provocado por las recientes intervenciones públicas del Papa Francisco, le hemos pedido que comente la carta dirigida al fundador de La Repubblica Eugenio Scalfari, publicada en este diario italiano el pasado 11 de septiembre. En su opinión «es un gesto coherente con todo su Pontificado. De esta manera el Papa alcanza áreas sociales y culturales a las que nunca habría llegado sin un instrumento como el diario La Repubblica. La muchedumbre que se reúne e incluso abarrota la Plaza de San Pedro se compone en su mayoría de creyentes, de personas que se adhieren a la fe católica. Para los que no comulgan con una experiencia religiosa, encontrar esta carta en portada es una posibilidad de acercarse al cristianismo y ver cómo están las cosas. Es una buena operación mediática, en el mejor sentido de la palabra».

¿Qué le sugiere la manera de ser de este Papa?
La actitud de Francisco – que se expresa también en otras formas, por ejemplo en sus llamadas telefónicas – afirma que la Iglesia vive en medio del mundo. Realiza de manera concreta, mediante sus actos, la Lumen gentium. En su modo de hacer se aprecia una suerte de soplo conciliar, lo cual me parece muy importante, porque el cristianismo es un anuncio que resuena en medio de los gentiles. Me llama la atención su espíritu innovador, es un hombre de frontera. Lo que dice muestra bien el valor coyuntural, la historicidad de los preceptos; subraya el primado de la predicación del Evangelio sobre las normas, manteniendo firme, está claro, el núcleo dogmático fundamental que es la fe en Jesucristo.

Personalmente, ¿qué le llama más la atención?
El modo que tiene Francisco de presentar el cristianismo es muy cercano al que me persuade a mí. Ciñéndome al contenido de la carta, el primer aspecto que me llama la atención se refiere precisamente a qué es este Dios del que se habla. Scalfari hace referencia al Dios creador, que viene antes de todo lo que está creado. Y este es el Dios – para quien cree – en el que se recapitula no sólo el hombre sino el cosmos entero: es el tema de la Carta a los Colosenses y de la Carta a los Efesios («recapitular en Cristo todos las cosas, las del cielo y las de la tierra»). Existe, sin embargo, una distinción que ya se encuentra en Agustín, entre el Dios creador, que jamás podremos captar, y el “rostro de la misericordia” que se ha manifestado en la historia. En la carta del Papa hay una referencia final a la trascendencia, pero me parece que se desarrolla prevalentemente la argumentación sobre el Dios que asume el “rostro de la misericordia”. Algo por otra parte que está muy en consonancia con Benedicto XVI. A mí personalmente me convence este Dios caritas. Pero, ¿todo se resuelve en la inmanencia en la historia del hombre o sigue existiendo una referencia a la trascendencia, al Tú eterno?

En la experiencia del Papa está claro. ¿Para usted no?
Veo que Francisco insiste en un Dios eterno encarnado. Para mí, en cambio, no se trata de la encarnación de un Dios. Jesucristo pone de manifiesto, saca a la luz las posibilidades inmanentes en el hombre. Es el modelo que muestra cómo los hombres pueden llegar a ser dioses, en la reciprocidad del amor.

¿Quién es para usted Jesucristo?
Es un hombre cuya capacidad de hacer el bien se ha revelado radicalmente. Es un hombre que ha visto hasta el fondo qué es lo que lo realiza y qué es lo que lo destruye. Y es lo contrario del buenismo. No es un Ay, cómo te quiero porque no puedes, porque eres limitado. La conversión que supone optar por el bien puede ser abandonada, como sucede en la mayoría de los casos. Pero tú puedes ver en Jesucristo que es posible realizarla. Para quien cree, él llevaba la promesa de una liberación final. Pues la única diferencia que encuentro como no creyente es este más allá, la liberación definitiva del dolor y de la muerte. En este sentido, observo que las temáticas de Francisco se centran más en el compartir – si puedo decirlo así – y menos en la promesa escatológica. Pero creo que resulta evidente el porqué.

¿Por qué?
Compartir es lo que urge hoy. El mundo tiene necesidad de ello. Jesús tenía la misma actitud, la de ir al encuentro de la gente, de la pobreza de la gente. Creo que hoy se refleja lo que expresaba Dietrich Bonhoeffer, distinguiendo entre realidades últimas y penúltimas: los cristianos han pensado demasiado en lo último, olvidando lo penúltimo. Ahora, en cambio, los cristianos están ampliando progresivamente lo penúltimo.

Leyendo el texto, ya desde el comienzo, eso no es exactamente lo que se dice: «La fe, para mí, ha nacido del encuentro con Jesucristo».
Hay una referencia escatológica al comienzo, en el relato personal, en el que en efecto hay algo más, una experiencia en la que Jesucristo proporcionó a su vida un sentido y una dirección. Cosa a la que vuelve al final. Pero el cuerpo de la carta se centra en qué debe hacer la Iglesia en el mundo. Lo que no me extraña, ya que la Iglesia vive en el mundo, en el tiempo. Se trata de ver en qué medida el tiempo absorbe a la Iglesia y en qué medida la absorbe la dimensión transcendental del tiempo. Si en el pasado los novísimos y el horizonte último fueron la dimensión fundamental, en Francisco ciertamente no se niegan, pero no son el punto de fuerza.

¿Qué más le ha llamado la atención?
Su apelación a la conciencia, que se vio también en sus palabras sobre la guerra en Siria. Con ello, el Papa desenmascara a todos. Los ateos devotos en primer lugar. La instancia última es esta. Yo no te digo “tienes que hacer esto, no tienes que hacer lo otro…”. No es que no debas hacer algo porque lo establece una norma, sino porque va en contra de ti mismo. Es una llamada a la contrición. Son tonos evangélicos, «Vete y no peques más». Jesús no nos da unas normas, quiere hacernos conscientes del bien y del mal. La apelación a la conciencia es para mí el aspecto más novedoso del pontificado de Francisco, también en este diálogo epistolar. De lo contrario, domina la coherencia con una norma. Sólo hay dos posibilidades: pedirte que respetes un precepto o pedirte que juzgues tus actos.

Sin embargo, la conciencia, según el Papa, no coincide con un subjetivismo.
No es un acto de solipsismo, sino un juicio ante Dios. Es sentirse siempre coram Deum. Cuando tú actúas, te preguntas si lo que haces sirve para la vida o para la muerte. Este es el criterio de juicio.

Para usted, ¿este criterio se juega ante algo objetivo o es totalmente subjetivo?
La actuación de mi conciencia no es nunca independiente, es un hecho ante el mundo; de lo contrario no sería un acto de conciencia. Esto es, hacer prevalecer la conciencia no significa afirmar un subjetivismo en virtud del cual decides tú qué es el bien y qué el mal; es un acto relacionado con un contexto, con los demás, con el sentimiento de pertenecer a una comunidad… Todo esto forma parte de la conciencia. No es el puro arbitrio de un sujeto aislado. Es un reclamo a la responsabilidad ante el mundo, es el mundo que entra dentro de ti. La conciencia es apertura al otro. Siempre. En mi idea de encarnación desaparece la trascendencia, todo se queda en la humanidad, para la humanidad. Esta es mi cristología.

¿Esto se sostiene ante la prueba de la experiencia? Porque nosotros no somos capaces de alcanzar esa plenitud de humanidad a la que aspiramos...
Cristo muestra que es posible. Que se puede lograr. De hecho él lo logró y lo mataron. Otros lo lograron. San Francisco... en él hubo una empatía con el crucificado, una adhesión, un enamoramiento. Cuesta imitarle, pero podemos hacerlo.

Si seguimos hasta el origen, si nos enamoramos de lo que – como decía usted – se enamoró san Francisco, para él al igual que para Jesús, el origen es la relación con el Padre. No se puede separar.
El no creyente lo separa. Es verdad, no se puede entender la experiencia de Jesús sin este vínculo. Me doy cuenta de que en su historia la presencia del Padre es performativa, determinante, lo es su intimidad con Dios. Pero yo lo separo, puedo hacerlo: no para comprender a Cristo, sino para tomar de Cristo lo que se corresponde conmigo. Esto es lo que sostengo. La resurrección para mí es imitatio Christi: si tú actúas como él, llegas a ser como él. Pero él murió.

El Papa dice: «He encontrado a Jesucristo».
Se ve que lo ha encontrado de una manera distinta que yo. Se han conocido de un modo distinto.

Usted dice que la adhesión al bien es un proceso, un camino. ¿Cómo recorre usted este camino?
Si pierdes la vigilancia, retrocedes; si la mantienes, te facilita. Yo trato de hacerlo, en las relaciones con los hombres, en las relaciones sociales y personales, en el trabajo. Para mí la virtud cristiana por excelencia es la perseverancia: es el tiempo. La esperanza cristiana adquiere verdad en la perseverancia. Porque, según los medievales, da forma a todas las virtudes. Sin ella, todas se pierden por el camino. Recorro el camino en el sentido de que siempre debo aprender a reconocerlo. En la perseverancia, según vas avanzando, te das cuenta de que creces. Mientras que la promesa cristiana es que, en un determinado momento, vence definitivamente el bien. Yo no lo creo. En el cristianismo se da este salto.

El Papa demuestra que creer en la divinidad de Cristo no se contrapone a buscar. ¿Es una afirmación razonable para usted?
No puedo decirlo. Porque debería decir que quien cree está loco. No. Simplemente, no me convence. Cuando tengo delante un creyente, incluso cardenales, todos los razonamientos que podemos hacer al final tienen un sesgo de incomunicabilidad verbal. Porque sigue siendo verdad que un creyente verdadero te escandaliza un poco. Porque el creyente es creyente. Tú no crees, para ti no es plausible, pero existe uno que sí cree.

¿Usted es feliz?
Soy feliz. No en un sentido sentimental. Sino etimológico, el de ser fecundo. Trato... de serlo. Para mí la felicidad es esta capacidad de generar, de hacer florecer el bien en la vida. En la vida concreta, en el trabajo, en las relaciones. No vivimos en un invernadero...

¿Qué aporta a su felicidad «recorrer un tramo de camino juntos»?
Lo que dice la Populorum progressio: la Iglesia es «experta en humanidad». Este es el terreno común. Para mí este terreno es valioso porque me aporta indicaciones de conducta. La posibilidad de practicar la verdad, no sólo de declararla.

El Papa dice que la Verdad nos posee, no la poseemos nosotros.
No la detentamos, es cierto. Para Teilhard de Chardin la historia de la evolución es una progresión hacia el bien: nos movemos hacia Dios. Todo el mundo se convertirá en divino. Fue un gran místico, tiene un modo original de ser creyente, pero no estoy de acuerdo con él.

¿En qué momento decidió que no existe el significado último?
Sucedió progresivamente. Lo último fue teniendo cada vez menos relevancia para mí. Le decía que perdí a Dios por el camino porque más que preguntarme si existía o no, empezó a parecerme más importante indagar en por qué los hombres creen. Se me abrió otro campo de investigación.

¿Y coincidió con su personal pérdida de Dios?
Sí. No fue traumático, sino indoloro. Vi que había cambiado, que era distinto que antes. Las conversiones agitan. Yo en cambio me calmé.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página