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Huellas N.9, Octubre 2013

PRIMER PLANO

Un Papa en la frontera

John Waters

La carta a Eugenio Scalfari, la entrevista en Civiltà Cattolica, y luego de nuevo el encuentro con el fundador de La Repubblica. Jorge Mario Bergoglio no tiene miedo a hablar de todo con todos. No creyentes incluidos. ¿Pero de dónde le viene esta libertad? ¿Qué trae a la Iglesia? Y, ¿qué efecto tiene sobre aquellos que no creen? Se lo hemos preguntado a “cercanos” y “lejanos”. Aquí están las respuestas

Cada uno de nosotros posee una genialidad única, que cuando la aplicamos a nuestro trabajo, a las pasiones, a las amistades, a la vida, produce una novedad que no puede pasar inadvertida. A menudo falta esto en la vida oficial de los líderes políticos – la voluntad de dejar a un lado forma y protocolo y ser uno mismo –. De ese modo dejan de ser verdaderos guías y terminan siguiendo esquemas ya previamente fijados, sin un verdadero compromiso. Adecuándose a lo que ya existe, pierden el contacto con sus seguidores, que buscan un vestigio de verdadera humanidad y no encuentran nada.
Hemos experimentado la gracia de ver que cada uno de los Papas que han guiado la Iglesia durante las últimas generaciones era de una pasta diferente a los demás. Cada uno a su manera ha sido un líder de grandísima personalidad, que ha abierto posibilidades enormes de relación. Cada uno de ellos era, sobre todo, un hombre plenamente reconocible, que no podía ser confundido con ningún otro. Todos ellos han llevado adelante las enseñanzas de la Iglesia, pero cada uno de ellos lo ha hecho con una manera propia. Todos han dado testimonio de la mirada y del amor de Cristo a través de la mediación de su propia personalidad más que con la aridez de sermones y discursos.
La transición entre el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco ha sido inesperada y dramática. Pero tras seis meses hemos recuperado nuestro equilibrio, y tenemos igualmente razones para la gratitud y el estupor. Ha sucedido un extraño milagro; no hemos perdido nada y hemos ganado muchísimo, en circunstancias que nunca hubiéramos podido imaginar.

El ciento por uno. El adiós del Papa Benedicto ha sido algo doloroso de aceptar, y quizás muchos de nosotros no estaban seguros de que todo lo que estaba sucediendo no fuera a transformarse en pérdida.
En cambio hemos ganado el ciento por uno. Benedicto permanece; y como por milagro, una nueva fuerza ha entrado en la Iglesia, un huracán de amor que cada día despierta de nuevo en nosotros una promesa cargada de sorpresa.
Basta con contemplar la sorprendente figura del papa Francisco para comprender el significado de todo esto, para ver el extraordinario desarrollarse de un proceso que ha llegado hasta nosotros a través de la oración y la escucha de nuestro amado Papa Benedicto.
El Papa Francisco ha obligado al mundo a detenerse a lo largo del camino y a mirar en su dirección. A veces eso ha desembocado en malentendidos debidos a la superficialidad, sin embargo poco a poco crece la sensación de encontrarnos ante una figura de padre nueva, pero siempre padre, que dice aquello que es verdadero.
En su reciente entrevista – inesperada y amplia – en Civiltà Cattolica, el Santo Padre ha suscitado dos tipos de entusiasmo, distintos y con pocos puntos en común. El primero se refiere a aquellos que en general están fuera de la Iglesia, lanzando a su interior sus ásperas críticas. Muchos de estos se han congratulado con el Papa por las que, en su opinión, son iniciativas en el plano doctrinal. Una agitación diferente proviene de cuantos están dentro, que sencillamente están fascinados por el impacto de la personalidad de este hombre llamado Bergoglio. Cuantos aman a la Iglesia saben bien que el “cambio” proclamado en los medios de comunicación de todo el mundo no es ni deseable ni necesario. Lo que se necesita, como siempre, es un oído sintonizado con la frecuencia del latido del corazón del mundo.
No hay ningún elemento de separación o fractura entre los dos Papas, sino una continuidad que revela un dramático pero oportuno cambio de enfoque. Benedicto XVI ha concluido su gran obra, y esta permanece en los innumerables textos que ha escrito y publicado durante su Pontificado. Ahora es el tiempo de acoger esos juicios y llevarlos al mundo, en una modalidad que Benedicto – por muy diversas razones, entre las cuales se hallan su edad y su delicada salud – no se sentía capaz de llevar a cabo.
Francisco ofrece sus explicaciones bajo la forma de anécdotas y ejemplos, aclarando su significado con un lenguaje sencillo que habla del propio encuentro personal y de la propia experiencia, y que toca de inmediato ese deseo estructural de historia que está en el fondo de cada corazón humano.
Lo que más tranquiliza de este Papa no es su radicalismo ni su ternura, sino su insistencia en poner en primer plano su existencia en cuanto hombre. Esto emerge en muchos pasajes de la entrevista, por ejemplo cuando el Papa habla de que es pecador, del lugar que tiene la duda en la fe, de su época como profesor, cuando enviaba los relatos de sus alumnos al gran escritor argentino Jorge Luis Borges para que los evaluara, de sus preferencias en el campo del arte y de la música: Manzoni, Mozart, Caravaggio, Dostoievski, Hölderlin, Bach, Wagner. En resumen, un hombre que quiere que nosotros le conozcamos.

Curar las heridas. En realidad no hay implicaciones doctrinales inmediatas que emerjan de la entrevista del Papa, sino muchas y estimulantes posibilidades de una clase distinta de relación entre el Papa y su gente. La ocasión para malinterpretaciones se halla, quizá, en el acento que el Papa pone en algo sobre lo que don Giussani nos alertaba hace muchos años: que las reglas son casi una forma de blasfemia si Cristo no se hace visible. «Veo con claridad», ha dicho Francisco, «que lo que la Iglesia necesita hoy con mayor urgencia es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental». El Papa, recalca él mismo, sólo dice lo que dice el catecismo. No nos propone prescindir de las reglas, sino que nos empuja a anteponer a ellas un abrazo más grande, y al hacerlo alerta, a quien lo escucha, de la presencia de algo más excepcional de cuanto uno pueda imaginar o soñar.
Dios es real, repite: Dios es real. «Es verdad que tenemos la tentación de buscar a Dios en el pasado o en lo que creemos que puede darse en el futuro. Dios está ciertamente en el pasado porque está en las huellas que ha ido dejando. Y está también en el futuro como promesa. Pero el Dios “concreto”, por decirlo así, es hoy. Por eso las lamentaciones jamás nos ayudan a encontrar a Dios. Las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo “bárbaro” acaban generando en la Iglesia deseos de orden, entendido como pura conservación, como defensa. No: hay que encontrar a Dios en nuestro hoy. Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. Es el tiempo el que inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso».

Aire saludable. Las palabras que más me han sorprendido de la entrevista del Papa son aquellas referentes al hospital de campaña, una imagen vívida de la novedad que nos ofrece: «Las fronteras son muchas. Pensemos en las religiosas que viven en hospitales: viven en las fronteras. Yo mismo estoy vivo gracias a una de ellas. Con ocasión de mi problema de pulmón en el hospital, el médico me prescribió penicilina y estreptomicina en cierta dosis. La hermana que estaba de guardia la triplicó porque tenía ojo clínico, sabía lo que había que hacer, porque estaba con los enfermos todo el día. El médico, que verdaderamente era un buen médico, vivía en su laboratorio, la hermana vivía en la frontera y dialogaba con la frontera todos los días. Domesticar las fronteras significa limitarse a hablar desde una posición de lejanía, encerrarse en los laboratorios, que son cosas útiles. Pero la reflexión, para nosotros, debe partir de la experiencia».
Cada día, como una enfermera fuera de lo común, el Papa Francisco no hace más que abrir ventanas para permitir a cuantos están fuera mirar la profundidad del corazón humano de la Iglesia institucional, que ha sido eclipsado tanto por el moralismo dogmático de dentro como por la sorda hostilidad de fuera. El aire saludable ya ha llegado a nuestros pulmones.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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