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Huellas N.8, Septiembre 2013

VIDA DE CL / Asamblea de Responsables

¿Habéis visto al amor de mi alma?

Paola Bergamini

«¿Cómo se puede vivir?». Y, «¿para qué estamos en el mundo?». La Asamblea Internacional de Responsables ha reunido en La Thuile a 450 responsables del movimiento de 74 países distintos. Han sido cinco días «experimentando» la respuesta a esas preguntas: una Presencia. La única capaz de iluminar la vida, como a María Magdalena

«¿Habéis visto al amor de mi alma?». El pasaje del Cantar de los cantares que Julián Carrón lee al final de la primera noche en La Thuile me deja sin aliento. Está en la liturgia de la festividad de María Magdalena. No me lo esperaba. Vuelvo a leer el lema de esta Asamblea Internacional de Responsables de finales de agosto: «¿Cómo se puede vivir?».
Ante semejante pregunta no hay pensamiento ni opinión que resista. Sólo puede resistirla la experiencia que se hace dentro de las circunstancias de la vida. Sin duda se puede buscar la respuesta a esta pregunta en un asentimiento ajeno a ti o en las capacidades de cada uno, pero así la vida se vuelve esquizofrénica. Puede que por la mañana sea suficiente, pero después te derriba cualquier imprevisto. O bien cuando irrumpe el acontecimiento de Cristo la vida cobra su unidad y se experimenta el ciento por uno. Es una novedad que ilumina toda la vida. Hasta aquí todo me cuadra, lo sigo bien. Después esa frase. Intuyo que esa es la cuestión. Ese «ver», buscar «al amor de mi alma». Dejarse sorprender cada día, en cada instante. Hasta el punto de que no puedes guardártelo para ti y quieres comunicárselo a todos. En esto consiste la verificación de la fe. Para terminar, Julián lanza la pregunta: «¿Para qué estamos en el mundo? ¿Qué experiencia hemos hecho en estos últimos meses?». Se plantea el desafío para la asamblea del día siguiente.
De vuelta al hotel conozco a Noah, una chica egipcia de Alejandría. «Conocí el movimiento hace cinco años y estoy contenta porque me hace ver lo que hay detrás de las cosas». Está preocupada por la situación en su país. Me dice simplemente: «Reza por mí». Es lo único que se puede hacer. La única cosa útil.

Cubrirse con el brazo. Domingo por la mañana. Tras los Laudes resuenan las notas de Give me Jesus: «Puedes quedarte todo el mundo, pero dame a Jesús». Julián repite la pregunta: «¿Dónde encontramos respuesta para la urgencia de vivir? No basta lo que ya sabemos». No sirve para vivir. Se alzan las manos. Hay testimonios, preguntas sobre algo que sucede dentro de las dificultades, acontecimientos buenos, también preguntas sobre cosas que no se entienden.
A veces nos cubrimos con el brazo para defendernos, para que la realidad no nos hiera. ¿Qué puede salvarnos del miedo? Que somos deseados y amados, de antemano. Que estamos juntos y nos ayudamos en este camino. Esto es lo que llevamos al que se encuentra con nosotros. No llevamos el fruto de nuestras manos, de nuestras capacidades, sino el reconocimiento de una Presencia que nos cambia la vida. ¿Acaso un empresario cuándo se enamora lleva a su novia a ver su empresa? El ejemplo de Julián no deja lugar a dudas.
A veces nos preocupa o, peor aún, nos escandaliza, una determinada posición pública que no compartimos o los errores que hemos cometido. Pero «esto son simples migajas» ante la posibilidad de levantar la mirada y ver la novedad que Jesús ha traído al mundo. «La verdad no es fruto de un consenso o de un acuerdo, sino una evidencia». Seguir la experiencia es incómodo, siempre corremos el riesgo de querer adueñarnos de ella. De meterla dentro de un esquema. En cambio la realidad nos desborda siempre.
Es lo que ha sucedido en el Meeting. Basta leer los artículos que se han publicado durante la semana de Rímini. Esta es otra provocación que lanza Carrón.
En el vestíbulo se distribuye una pequeña reseña de prensa para preparar la cita de después de la cena: algunos amigos hablan del inesperado impacto que el Meeting ha tenido sobre ciertos invitados que han participado en los distintos encuentros. Desde el presidente del Consejo de Ministros italiano, hasta un científico de fama mundial, pero también de los voluntarios que sencillamente han regado las plantas o limpiado las mesas. Ninguna ideología habría sido capaz de cambiarles así la vida.
En la comida, Mauro, italiano residente en Bélgica, me dice: «La muestra sobre la Eucaristía (Vieron y creyeron. La alegría y la belleza de ser cristianos, es el título de la exposición que se podrá visitar en la iglesia de Sainte-Croix, Bruselas, del 7 al 21 de septiembre, ndt) ha sido una auténtica sorpresa para todos nosotros. Pero dile a Paul que te cuente lo que le ha pasado en su viaje a la India, ¡cuando lo recibieron como el “presidente” de Comunión y Liberación!». Paul, sentado a mi derecha, sonríe. Hace años conoció el movimiento a través de unos universitarios italianos que estudiaban en Bruselas. «Era lo que siempre había buscado y deseado». Ya no se separó de él. Hoy, a sus casi 60 años y con seis hijos, tiene la mirada de un niño. «Después te invito a un café en el bar con Iaia, para que traduzca cuando no me salen las palabras en italiano, y te cuento». Aquí todos los años sucede el mismo milagro: alguien te testimonia con sencillez una vida abrazada por Cristo. Una pasión humana por Jesucristo. Es lo bonito de mi trabajo: me gustaría tener siempre a mano una grabadora para no olvidar nada. Y la historia de Paul es una historia que pronto tendré que contar.
Por la tarde, presentación del libro de Vaclav Havel El poder de los sin poder. Marta Cartabia lo perfila en toda su actualidad. El poder no es algo exclusivo de la esfera política o económica, sino que arrolla a la persona cuando se contenta con las migajas que le ofrecen. Pero siempre hay una posibilidad de que algo nos rescate, como al hortelano que describe Havel. Alexander Filonenko tenía diez años cuando se publicó el libro. Y aunque la URSS vivía entonces bajo el régimen que describe el escritor checo, vio ejemplos de libertad en acto al «estilo del hortelano».
Por la noche, me siento en un sillón y decido que quiero estar totalmente sola durante diez minutos. «¿Pero estás aquí?». Vuelvo la cabeza. Es mi amigo Guido, memor Domini, que lleva veinte años en Los Ángeles. Un abrazo larguísimo. Sólo coincidimos en estas ocasiones y me asombra verle cada vez más contento con su vida, que transparenta su amistad con Jesús. «Gran noticia: Mauricio se traslada por trabajo de Nueva York a San José. Estaremos sólo a una hora de vuelo de distancia. ¡Qué regalo!». Quedamos para comer al día siguiente.

Una humanidad que palpita. Nadie se esperaba un día como el del lunes. Julián relee el pasaje del Cantar de los cantares y habla de María Magdalena yendo al sepulcro a buscar «al amor de mi alma». Llora y no se da cuenta de nada más, ni siquiera reconoce a Jesús. Hasta que Él la llama por su nombre: «¡María!», y en aquel momento ella Le reconoce. Su inquietud ha encontrado descanso. Su humanidad palpita al oír su nombre. Como le pasó a Zaqueo, a Mateo, a todos nosotros. Dios se inclina, te llama y te llena el corazón. Basta decir como ella: «¡Maestro!». «Estoy aquí». Es una presencia que entra en la historia, en la de cada uno, y la respuesta a la pregunta: «¿Cómo se puede vivir?».
Miro alrededor de mí: algunos han cerrado el cuaderno o el iPad. Dejan de tomar apuntes para no perderse aquel momento tan intenso. Julián no cede. Al ser llamados por nuestro nombre en el encuentro con el movimiento descubrimos nuestra identidad, que es identificarse con Cristo. Somos criaturas nuevas, originales, y esta experiencia viva de Cristo hace brotar un gusto por la vida y florecer la alegría. Como me dijo un amigo: los cristianos somos hombres como los demás, pero un poco más felices. Julián nos lleva de la mano por un camino vertiginoso, pero totalmente humano. Nuestra novedad es la Presencia que llevamos a la espalda, – en la relación del uno con el otro, por tanto en nuestra unidad –, ahora. Y cuando esto sucede llena la vida de alegría; es la única posibilidad de generar algo nuevo. «La alegría es como la flor de un cactus, de una planta llena de espinas nace algo hermoso», dice Giussani.

El mechero encendido. Pienso en Magdalena la prostituta, Mateo el recaudador, Zaqueo el publicano. Cristo nos toma tal y como somos.
Después del almuerzo, presentación de la biografía de don Giussani. Pero presentación no es la palabra adecuada. Alberto Savorana, Carlo Wolfsgruber y Javier Prades hablan de aquel hombre para el que Cristo era todo. El amigo que encendió un mechero en la habitación oscura de sus existencias. «Restituyéndome a mí mismo». No es un recordatorio nostálgico, sino alguien que te lleva de la mano a conocer a don Giussani. Y me parece que está sentado a mi lado cuando Savorana lee de una de sus últimas cartas: «Uno se levanta por la mañana para ir a misa, para ir al médico, para ir a trabajar, por los hijos… se levanta porque el hecho de Cristo desborda en él».
Michiel y Paul, jóvenes holandeses, que sólo han visto a don Giussani en vídeo, tienen la misma sensación, la misma conmoción, sin nota sentimental alguna.
Martes por la mañana, cielo límpido, aunque las previsiones anuncian lluvia. De todos modos salimos de excursión. En la cumbre de la montaña, durante la misa, el padre Michele Berchi habla de la paciencia con que santa Mónica, cuya fiesta se celebra ese día, pedía incesantemente a Dios la conversión de su hijo: san Agustín. Después de comer, cantos de montaña. Cerca de mí está Jaqueline, de Camerún – leo su identificación colgada del cuello –, que susurrando las palabras le acerca la hoja con la letra de las canciones a Marta, la solista italiana de la voz maravillosa. Un gesto tan sencillo se me aparece como un acto de caridad fraterna. La lluvia nos sorprende cuando estamos bajando.
Por la tarde volvemos a encontrarnos para celebrar la asamblea. ¿Cómo dar testimonio de esta novedad de vida? Julián nos pone en guardia: es necesario «penetrar y simplificar» el significado de la palabra «presencia». El testimonio es comer, beber, vivir, morir, de una manera distinta. El cristianismo es un acontecimiento que te sorprende de manera que te ves haciendo las cosas habituales de forma diferente. Por eso aún en la distancia geográfica estamos cerca unos de otros.
Última noche: el vídeo del discurso del Pontífice a los obispos de la Conferencia Episcopal de Latinoamérica durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río. El Papa Francisco lee el discurso que tiene escrito, pero se para a menudo para poner ejemplos sencillos, para aclarar. Tiene todo el ímpetu que en estos meses hemos visto y oído y que nos lo ha hecho sentir cada vez más cercano. Nos alerta de la tentación que mina el testimonio: reducir a esquemas, a proyectos, aún buenos, el acontecimiento de Cristo.

El oprobio de la vida. «¿Cómo sería una mañana sin encontrarse con Él? Sería para llorar, como la Magdalena». Así empieza Julián la síntesis de estos cinco días tan intensos, en los que cada uno ha hecho experiencia de cómo responder a la pregunta: «¿Cómo se puede vivir?». El oprobio de la vida – la soledad, la tristeza, las circunstancias pesadas – se aligera por la presencia de Cristo que, amándonos, hace nueva cada cosa. A través de la unidad con la Iglesia y los sacramentos Él se hace contemporáneo a nosotros. Esto nos convierte en criaturas nuevas. Nos da ojos nuevos con los que mirar. E, incluso, nuestra cara resplandece, de manera que los demás se dan cuenta. Esta es nuestra utilidad en el mundo: una presencia en la realidad que perturba el ambiente. Es el testimonio luminoso y alegre de la fe que ilumina la vida de quien Le acoge. Sólo la luz puede derrotar la oscuridad. Con menos de esto, no se vive, se sobrevive.
Los avisos, los sketch. Después los saludos en la plaza. Se me acerca Mauricio, el amigo de Guido. Le pregunto: «¿Todo listo para el traslado, entonces?». Se ríe: «Me marcho el sábado y no hay nada en la nueva casa. Pero no importa, estoy tranquilo. Es el Señor el que hace, es suficiente seguirle. Siempre ha sido así en mi vida y estoy muy contento».


En mi lecho, por la noche, buscaba el amor de mi alma; lo buscaba y no lo encontraba. «Me levantaré y rondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma». Lo busqué y no lo encontré. Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad. – «¿Habéis visto al amor de mi alma?». En cuanto los hube pasado, encontré al amor de mi alma.
(Del Cantar de los cantares 3, 1-4)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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