El verano de Valentina
Cuando a las ocho de la mañana tocan las campanas del convento, el padre Marco ya lleva unos minutos en la puerta. Espera a sus niños. Les recibe uno a uno, al bajar del coche del papá, o cuando llegan en bicicleta con sus hermanos. El verano es largo cuando los padres están todo el día en el trabajo y no hay abuelos que se lleven a los niños a la playa. El padre Marco lo sabe muy bien, pero también sabe que este tiempo “vacío” es un bien precioso. Siempre ha llevado el teatro en la sangre, así que un taller de clown le parece una ocasión perfecta para hacer salir a flote, mediante el trabajo corporal y la aceptación de los propios límites, lo que cada niño lleva en el corazón.
El primer día de la Escuela de Juglaría, Valentina se presenta puntual. A sus siete años, llega agarrada de la mano de su madre. Pero ese fraile calvo, con barba y sandalias, que se acerca a ella y le dirige la palabra, la conquista de inmediato. Empiezan las actividades: acrobacias, street dance, malabares, música… A mediodía, la señal de la cruz y a comer juntos; luego, en las horas de más calor, un rato de descanso y juego libre.
Pero Valentina quiere seguir con los malabarismos y los zancos. Le pide al padre Marco que le dé algunos consejos y que la mire mientras practica. Es un continuo estar juntos aprendiendo. Y descubre que eso le hace feliz. Luego, a última hora de la tarde, sube al escenario con todos los demás para la exhibición delante de los padres, que vuelven a recoger a sus hijos. Y así toda la semana.
Hasta el viernes, cuando por la noche, cenando, Valentina pregunta a sus padres si puede volver a la Escuela de Juglaría de nuevo la semana siguiente.
«Claro», acepta el padre. «¿Pero qué es lo que más te ha gustado de todo lo que has hecho?». «La amistad con el padre Marco», responde Valentina con una gran sonrisa: «Nos enseña un montón de cosas y, con todo el calor que hace, está con nosotros todo el rato. Me ha explicado que es porque es amigo de san Francisco; y es amigo de san Francisco porque quiere ser cada vez más amigo de Jesús. Me ha dicho que Jesús es el amigo más verdadero. ¡Yo también quiero ese amigo! No sólo quiero ir otra semana: quiero ser bautizada». Un silencio sorprendido acompaña el resto de la cena.
Al día siguiente los padres piden ver al fraile. No tienen nada en contra de los Sacramentos, sencillamente habían decidido que Valentina elegiría ella misma cuando se hiciera mayor. «Padre, me gustaría entender bien qué es lo que ha sucedido», le pregunta la madre con una ligera aprensión. «Ha sucedido que vuestra hija se ha hecho mayor…».
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