Estación policial
Stefano llama al timbre y en pocos segundos su cara deformada por la videocámara aparece en la pantalla del portero automático de Andrés: «¿Quién es? ¡¿Stefano?! ¿Cómo tú por aquí?». «Llegué hace dos horas y pasaba por aquí…». Su amigo no le deja terminar: «¡Espera! Bajo y me cuentas». Se conocieron durante la infancia. Luego se perdieron la pista y, de forma inesperada, Andrés conoció a unos chicos de GS y volvieron a encontrarse. Ahora son aún más amigos que antes. Se abre el portal. «Aquí estoy. ¡Stefano, qué alegría que hayas venido! Cuéntame, ¿qué tal ha ido el Triduo de Pascua? Qué rabia me da no haber podido ir. Quiero saberlo todo». «Para eso he venido. ¿Nos tomamos algo y te cuento?». «Perfecto, pero invito yo. Vamos al centro. Tengo coche». El chico se lleva las manos a los bolsillos del pantalón y luego a la chaqueta. «Hay un problema. Mi madre tiene las llaves. Vamos a por ellas. Trabaja cerca de aquí, en la Policía ferroviaria. La llamo y la aviso».
«Hola, mamá, aquí estamos». La mujer sentada al otro lado del escritorio levanta la mirada. «Ya habéis llegado». Saca las llaves del bolso y se acerca a los dos chavales: «Stefano, me ha dicho Andrés que has estado en el Triduo de Pascua en Rimini. ¿Qué tal ha ido?». «Estoy realmente contento. Parecía que todo hablara de mí. El padre Medina ha hablado del deseo del hombre que tiende al infinito. Jesús es real. Nos acompaña». Mientras habla, no se da cuenta de que una cuarta persona le está escuchando unos pasos más allá. Es una compañera de la madre de Andrés, que en un momento dado suelta: «Vaya, ¿te gustan las historias de ciencia ficción?».
Stefano la mira: «Perdone, no comprendo». Y ella: «Todo eso es fruto de la educación católica. Sólo dogmas. Te están adoctrinando, ¿no lo entiendes?». Andrés interviene: «No, ¿por qué? ¿Qué dogma? Discúlpeme, yo hasta hace unos meses no tenía fe, pero ahora para mí es una experiencia real que Jesús me acompaña en la vida. Y lo veo en mi amistad con Stefano, por ejemplo». La mujer insiste: «Todo eso son mentiras. Hubo un tiempo en el que yo también creía. Tenéis que despertar». Stefano quiere comprenderla: «¿Qué pasó?». «Yo era una ferviente católica. Creía, y estaba segura de mi fe. Luego mi padre, un hombre lleno de energía, enfermó de Alzheimer. Le vi pudrirse ante mis ojos. Desde aquel momento empecé a odiar a Dios, a blasfemar contra él».
Stefano calla por un instante. Aquella palabra, pudrirse, le oprime por dentro. ¿Qué se puede decir a una mujer tan llena de dolor? ¿Qué tiene esto que ver con todo lo que ha visto y oído en Rimini? Entonces brota de sus labios una frase. Y una pregunta: «Pero señora, si usted blasfema eso significa que para usted Dios existe y que nunca ha renunciado a un diálogo con Él, ¿no le parece?». La mujer se queda en silencio. El chico continúa: «¿Cuándo ha sido usted realmente feliz?». «Ahora me ves muy enfadada, muy a la contra. Pero…». «¿Pero?». La voz se le quiebra ligeramente: «No puedo dejar de reconocer que sólo conocí la felicidad cuando era cristiana. Aquel modo de vivir tan lleno de certeza no lo he vuelto a encontrar». «¿Por qué no prueba a confiarle a Dios todo su dolor?». «¿Cómo?». «Con la oración». «No sé si puedo hacerlo». «Desde este momento yo rezo por usted. Todos los días». La mujer se acerca y le abraza. «Anda, vete. Bueno, espera un segundo. ¿Nos volveremos a ver?». Stefano responde: «Se lo prometo».
En el coche los dos chicos van en silencio. Hasta que Andrés, riendo, dice: «Si no me hubiera olvidado las llaves… ¿Sabes una cosa? Mientras hablabais he visto lo que han sido para ti los días del Triduo».
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