SEGUIR. YO QUIERO SER ESTE HOMBRE
Mi querido Juan Orellana ha hecho bueno para mí, real, carnal, el lema del EncuentroMadrid 2013: “Un imprevisto es la única esperanza”. Así, de forma impredecible, me llegó una foto de nuestro papa Francisco. Es una instantánea del entonces cardenal Bergoglio. Está besando el pie de un niño, enfermo probablemente de esa peste contemporánea llamada cáncer. Lo hace de un modo que sobrecoge. Está totalmente inclinado, doblado, ensimismado en el acto del beso, como en estado de adoración profunda. Es evidente que no se trata de una pantomima, de una charlotada eclesiástica, de una fanfarria de Jueves Santo. Ciertamente, hay grandes talentos de la interpretación que podrían reproducir ese gesto. Aunque, bien mirado, no valdría cualquiera. Por lo menos habría que ser del Método. Me imagino, quizá, a un Robert de Niro (cuando era el De Niro que subía peñas infinitas para cercenar de su alma la incesante culpa) o a un Anthony Hopkins, capaz de reflejar en el celuloide magistralmente el demoníaco canibalismo o la gracia desbordante del amor que renueva. Pero, en cualquier caso, ambos tendrían que haberlo visto antes para imitarlo, haber captado la extrema diferencia de un gesto que sólo se da en hombres como Jorge Mario. Habría que mirarlo para imitarlo. Verlo para intentar reproducirlo. Pero no, no es eso. Yo también cuento entre mis dotes las interpretativas, aunque nunca las haya explotado convenientemente. Pero lo extraordinario es que yo no quiero imitar: yo quiero ser ese hombre. Es más, yo soy ese hombre. Mi corazón y el suyo se sincronizaron en esa foto, pues las manecillas que marcaban mi ritmo existencial, el ritmo de mi identidad, se habían atascado, perdidas en el robín de la nada. Hacía meses que la pena y el asco y la rabia me condenaban a una vida miserable por la que me arrastraba, famélica de ser y desesperanzada. Pero el llanto por lo perdido y lo deseado limpió la herrumbre de un deseo moribundo, prisionero. Lloré ante esa foto como había llorado por mi padre muerto. Me invadió un llanto impúdico, que había perdido la vergüenza y el decoro humanos, era agua que fluía por el cauce tanto tiempo seco de las lágrimas de la gracia, anegado por las lágrimas del absurdo. Era el llanto nacido del dolor por la vida deseada y no cumplida. Un llanto llamado a convertirse en una bendición. Y desde entonces no le he perdido la pista. Le leo. Le releo. Medito sus palabras, que son como hachazos llenos de ternura que abren hendiduras en mis viejos deseos cerrados en falso: las heridas del deseo de una vida grande, la herida de una santidad siempre deseada, el deseo imperioso y desbocado de mi corazón por la caridad... el deseo de ser verdaderamente Alter Christum. No sólo releo sus palabras: escruto su rostro, me fijo en esos gestos de humanidad genuinamente cristiana, de quien vive como siervo y amante de su Señor, porque, ¿quién puede decir, de esa manera, que Dios nos ama tanto a todos, que nos espera siempre, si no lo ha vivido, si no ha sido querido y esperado, si no se puede ver en sus ojos la herida del amor eterno?
Llevo esa foto en la pantalla de mi iphone – apéndice cibernético –, para verla una y otra vez y no olvidarme de cuál es mi verdadera identidad. Me hace pedir una y otra vez: «Señor, Dios Todopoderoso, Tú que has hecho de este hombre lo que es, concédeme a mí ser lo mismo: alguien que esté en el mundo para amar y servir, para hacerTe presente como lo hace él». Me hace desear una conversión profunda y sincera.
M. Ángeles
«YO HAGO NUEVAS TODAS LAS COSAS»
Resulta difícil expresar la experiencia vivida en este último tiempo, desde la renuncia de Benedicto XVI en adelante, y sin embargo es lo que más deseo porque han sido días muy intensos para todos. Después del primer impacto que produjo al mundo (y a mí) la decisión del Papa, me invadió un profundo deseo de poder, algún día, abrazarlo y decirle “Gracias” por toda la luz que desde siempre comunicó a la Iglesia. Siento una profunda ternura por el Cardenal Ratzinger y espero que aprovechemos aún mucho más lo trascendente de su aportación a la vida de la Iglesia y del mundo. Y luego la noticia: ¡Habemus Papam! ¡Qué pequeño nuestro corazón! ¡Qué pequeña nuestra fe! El Señor nos sorprende una vez más y nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas!». Monseñor Bergoglio es el nuevo Papa. Indefectiblemente todo nos llegaba, otra vez, a través de los medios de comunicación y, de nuevo, uno podía caer en la trampa de enojarse por la cobertura dada al evento o mirar “el hecho”. Al cabo de un mes, han sucedido muchos. En un kiosco de diarios, un señor mayor le decía al vendedor, asombrado: «El Papa habla de la Misericordia de Dios, dice que Dios es Misericordioso». Eres Tú: «Yo hago nuevas todas las cosas». Un político kirshnerista, en un reportaje, se sorprendía de la forma en que la Iglesia trataba el problema de la pobreza en el Documento de Aparecida y señalaba cuántas coincidencias tenía con la forma de analizar la política internacional. Eres Tú: «Yo hago nuevas todas las cosas». Muchos testimoniaban que volvían a la Iglesia después de muchos años de estar alejados. De hecho, una compañera de trabajo que desde la muerte de su esposo no había entrado más a la iglesia, me dijo: «Entré a rezar un Padrenuestro a una iglesia; es el primer milagro del Papa Francisco». La señora que me ayuda con las tareas de la casa me dijo: «Fui a confesarme después de mucho tiempo que no pisaba la iglesia». Eres Tú: «Yo hago nuevas todas las cosas». Frente a todo esto, uno puede enredarse en los análisis y discusiones o puede conmoverse contemplando cómo actúa la Gracia en nosotros y en la historia. ¡Señor, que tu Gracia en nosotros no sea vana!
Mónica, Buenos Aires (Argentina)
DE MÉXICO A PRAGA, UN RECORRIDO PERSONAL
Desde que llegué a Praga, regresando desde México, nada ha sido fácil para mí. La verdad es que pasaba por una etapa complicada de mi vida. Tuve que luchar por varios problemas en la Universidad y por las relaciones, programarme otra vez a la manera de vivir en la República Checa. La falta del sol, el frío y la oscuridad. Empecé acá otra vez a buscar a las personas de CL. Tampoco fue fácil y me sentía sola. Extrañaba mucho mis amigos de México. No obstante, poco a poco la situación comenzó a cambiar. Me encontré en Praga con rostros concretos que me permiten encontrarme con Cristo al igual que me pasa en México. Me ayudó mucho ir a Milán para vivir la Pascua. Fue un gran regalo y un desafío tremendo ver que el movimiento es algo que me sobrepasa. Además, pude encontrarme con algunos amigos italianos que me resultaron muy cercanos. Me di cuenta de que, en última instancia, todos vivimos lo mismo, y eso es lo que hace de nosotros una comunidad. Con ese “brote de olivo” en el corazón regresé a mi pequeño grupo de CL en Praga. Me doy cuenta de una cosa fundamental y muy bella: en este tiempo, estoy entendiendo cada vez con mayor claridad que es precisamente el acompañamiento concretísimo lo que me hace madurar y me educa. A veces estos amigos me provocan profundamente, pero todas estas correcciones me ayudan a crecer en mi camino con Cristo. Como hoy dijo nuestro sacerdote: «Tenemos que estar abiertos a acoger incluso todo lo que no entendemos. Esa apertura es posible solamente cuando estamos educados en un lugar concreto de la Iglesia». Para mí ese lugar concreto es el movimiento. Gracias a todas esas personas y circunstancias estoy entendiendo algo esencial. Siempre tuve un problema con Dios en el sentido de que creía que las cosas malas que me pasan son porque Dios no está. Sin embargo, voy comprendiendo que es posible encontrarme con Él en el sufrimiento. El dolor llegó a ser para mí el lugar de encuentro con Cristo. Allá es donde lo conozco y eso me hace muy feliz, por muy paradójico que pueda parecer. Entendí que no tenemos que tener miedo del sufrimiento. Hoy el sacerdote decía que Dios hizo algo maravilloso al morir en la cruz, hizo posible precisamente ese encuentro, ese crecer a través del dolor. Sin el sacrificio no existe el amor. Nunca será fácil vivir así, pero es posible. Según don Giussani la disponibilidad hacia Cristo no es una postura automática, no es espontáneo sino que hace falta una educación para poder llegar a ello. Eso me consuela y me da alegría ya que puedo ver que es precisamente a través de una compañía sensible como puedo recorrer mi camino en primera persona.
Katka, del CLU de México
LO QUE ENTRA POR LOS OJOS
Mientras avanzaba hacia Mallay, un poblado de Oyón en la Sierra de Lima, resonaba en mi cabeza esta frase: «¡Qué bello es el mundo y qué grande Dios!». Tuve la ocasión, por vez primera, de salir a realizar un trabajo de campo con la finalidad de levantar información para elaborar un proyecto y presentarlo al BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Para elaborar este proyecto teníamos que salir a observar la zona de intervención. La visita se convirtió en algo más que en un trabajo de campo. Gocé de toda la belleza de los signos de la naturaleza y también de la exigencia infinita del corazón. Mientras viajaba, no podía leer ni tampoco dormir debido a las malas condiciones de la carretera. Sólo podía observar la naturaleza, y al mirarla me acordé del Canto nocturno de un pastor errante de Asia que cita don Giussani en el capítulo quinto de El Sentido Religioso: «y cuando miro en el cielo arder las estrellas, me digo pensativo: ¿Para qué tantas luces? ¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda, infinita serenidad? ¿Qué significa esta soledad inmensa? ¿Y yo, que soy?». ¡Qué bello es el mundo y qué grande Dios!Sólo esta conciencia te hace reconocer que los cañaverales aunque sean secos son bellos, que los cerros tan inmensos, algunos pura roca y otros verdes como las praderas de la creación, son bellos, que todo cuanto tiene la naturaleza es bello. Al hacer este juicio se me quitó toda la fatiga del viaje. Y lo que más importa es que este juicio nacía de Otro, de lo que tenía delante de mí. Al llegar a la Comunidad de Mallay, los lugareños nos recibieron con humildad y sencillez. Me sentí muy querida y abrazada por el Misterio, porque las personas de esta comunidad no conocen la Universidad, y por ende no nos conocían a nosotros, sin embargo mis colegas y yo sentíamos que no éramos unos extraños para ellos. Personas tan sencillas, tan comunes y con tanta urgencia de ser ayudados y mirados de la misma forma que yo he sido mirada: «La humanidad de una sociedad, su grado de civilización, se define por el apoyo que su educación concede a mantener abierta de par en par esta apertura insaciable, a pesar de todas las conveniencias e intereses que la quieren cerrar prematuramente» (El Sentido Religioso, p. 164). A pesar de que no sé si volveré a Mallay, sé que ya está dentro de la historia de mi vida, como lo que me ha enseñado a reconocer: «¡Qué bello es el mundo y qué grande Dios!».
Mirna, (Perú)
LA LIBERTAD DE LOS ENFERMOS Y LA NUESTRA
Una de las provocaciones que me lanzan muchos que vienen a visitar a nuestros enfermos es cuando me preguntan por qué merece la pena mantener con vida a personas que ya no tienen capacidad para decidir con su cabeza. En mi experiencia, conviviendo físicamente con estos enfermos, puedo afirmar que su libertad jamás se ve absolutamente borrada. A lo mejor, su libertad se manifiesta en un momento cuando toman conciencia de un hecho, reconociéndolo por lo que es. Ayer me conmovieron un enfermo grave de Alzheimer y uno de sida definido incoherente e incapaz de entender. Gildo, el enfermo de Alzheimer, es una de las personas más simpáticas porque vive en su mundo y dice de todo, y todo sin ningún sentido. No reconoce a nadie. Sin embargo, ayer por la noche, cuando por enésima vez fui a visitarle con el Santísimo Sacramento (es la procesión que hacemos a final de la tarde) me dio una sorpresa: se quitó el sombrero, me tomó la mano y me la besó. Nos quedamos todos parados y conmovidos. Fue un instante, su libertad reconoció la presencia del Señor. Una vez acabada la procesión, la hermana que me acompaña y yo fuimos a administrar la unción de los enfermos a un chico con sida, muy joven. A este hijo de Dios se le va la cabeza. Sin embargo, cuando me acerqué, empezó a mirarme, con la mirada un poco perdida, con las manos juntas repitiendo insistentemente: “Señor, ten piedad”. La hermana y yo nos quedamos atónitos. Otra vez vi con mis ojos que, en cualquier situación, aparece un gesto de libertad. Ahora bien, con una condición: la convivencia amorosa y paciente con los enfermos. Gildo forma parte de mí mismo, al igual que Matías, el enfermo de sida. Sólo amando continuamente y concretamente pueden suceder estos pequeños milagros. Lo mismo pasó con dos chicas que despertaron del coma. Habíamos estado a su lado durante mucho tiempo, acariciándolas, hablando con ellas, y un día movieron los ojos para mirarnos. Amigos, es sólo el amor de una mirada colmada por la presencia de Jesús lo que permite que sucedan estos hechos. Pero es necesario “morir” por estos hijos. Al igual que hizo Jesús, para que la libertad se mueva. Fijaos qué gracia tan grande: una persona con Alzheimer que después de años reconoce la presencia de Jesús.
P. Aldo Trento
HASTA LA ESTEPA PERDIDA DE KAZAJSTÁN
Desde hace algunos años vivo en Italia y precisamente los días de los Ejercicios de la Fraternidad coincidían con la toma de posesión del nuevo obispo de Atyrau, monseñor Adelio Dell’Oro, a quien conocí en Karaganda en 1997. El encuentro con él y con otros sacerdotes italianos me hizo renacer. Fue un cambio radical en mi vida. Cuando me enteré de que el ingreso de mi querido amigo en su diócesis sería en los mismos días de los Ejercicios de la Fraternidad, no supe qué hacer. Me ayudó la llamada de un amigo, don Giuseppe, que me preguntó si tenía intención de partir. Enseguida dije que sí. Fue una decisión que tuve que confirmar varias veces. A cada paso crecía mi certeza de haber acertado. Pongo un ejemplo. Mi hijo tenía que ingresar en el hospital, acompañado por mi mujer. ¿Con quién se iba a quedar mi hija? Algunos amigos me ayudaron recibiéndola en su casa. La ayuda de mi mujer resultó decisiva. Yo la veía cansada, pero siempre sonreía. Todos estos hechos me “prepararon” para la gran e inolvidable experiencia en Kazajstán. Lo primero que me llamó la atención del viaje fue la gran amistad que vi entre tres personas: dos sacerdotes, Eugenio y Giuseppe, y Enrico. De la mañana a la noche, en el avión o en el bar, por la calle o en el hotel, hablábamos siempre de lo más esencial, es decir, de la vida. La visita a Atyrau comenzó con una cena en la única parroquia de toda la ciudad, que cuenta con medio millón de habitantes, acompañados de los primeros que llegaron y de algunos obispos. El segundo día empezó con los Laudes y con una breve reflexión sobre el título de los Ejercicios de Rimini. Inmediatamente nos dimos cuenta de que durante el viaje habíamos estado hablando de lo mismo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?». Fuimos a la iglesia, donde cinco obispos celebraron una misa preciosa en latín. Aparte de ellos, unos quince sacerdotes, mientras que en los bancos sólo estábamos cinco feligreses. Sentí escalofríos y entendí qué grande es el Señor, que llega hasta la estepa perdida de Kazajstán y me toma por entero. Por la tarde llegaron más amigos desde todos los rincones del país. Se sucedían encuentros preciosos, que me llenaban de estupor y de alegría. Algunos habían viajado 36 horas en tren para llegar hasta allí, para luego volver a marcharse siete horas después. Otros volvían a sonreír después de diez años alejados de esta gran amistad. Diez años que han pasado en un instante. Se les veía felices por volver a encontrarse. Me impresionó la historia de una amiga que hace doce años se fue sola a Karaganda por motivos de trabajo y que había custodiado esta amistad, llevándola a todas partes, a la iglesia, al trabajo, invitando a otros a ver lo sorprendente y hermoso que sucede estando juntos de vacaciones, en los Ejercicios, en la Escuela de comunidad. Historias nacidas de un sí, del sí de un sacerdote, y luego de otro, y otro… Tras la ceremonia de ingreso, hubo un momento de cantos. Vi a un pueblo de verdad, feliz con sus obispos, que cantaban y tocaban la guitarra. Don Adelio estaba muy contento y lleno de curiosidad por lo que le esperaría al día siguiente, cuando retomara su vida cotidiana. Esta es la grandeza de la fe. «¿Quién nos separará del amor de Cristo?». Quiero contar esta experiencia a todos y quiero decir que esta fiesta de la fe se puede vivir en lo cotidiano y en todas partes. Estos han sido mis Ejercicios espirituales.
Igor, Atyrau (Kazajstán)
DIOS CREÓ LA CARNE Y LE GUSTÓ TANTO QUE SE HIZO CARNE
Recibimos con agradecimiento y publicamos la carta de un muy querido sacerdote de CL «siguiendo a don Giussani y a sus discípulos en Crear huellas en la historia del mundo, p. 94 y ss.».
Dios se hizo carne en Jesucristo. Su mismo Hijo por naturaleza, tal como estaba en el cielo, se hizo hombre, porque Dios no era igual al hombre en todo y quiso hacerse igual para que el hombre fuera igual a Dios.
Y cuando digo “hombre” no me refiero sólo al hombre Jesucristo, sino a todos los hombres, porque mientras Dios es uno sólo, el hombre no es uno sólo, sino muchos. Pero así como al hombre Jesucristo lo hizo hombre por naturaleza, a los demás hombres quiso hacerlos hijos adoptivos, por gracias, hermanos de Cristo, por medio del Espíritu Santo que comunicó desde la cruz. Esto no sería verdad si el Espíritu no entrara en los hombres, haciéndolos cristianos, o, como también podríamos decir: otros Cristos.
De modo que todos los hombres, por la gracia del Espíritu Santo, pueden participar de la resurrección de Cristo, no por naturaleza, sino por la gracia de la adopción. Es pues una verdad fundamental de nuestra fe que Dios se haga carne en todos los hombres, y todos tengamos que reconocerlo en los demás, como decían los Santos. Podemos, pues, amar a un hombre o a una mujer con verdadera preferencia, porque en él o en ella está Cristo, con tal de que, a través de esa preferencia, amemos también a Dios en todos los demás, es decir, con tal de que el amor a esa persona nos sirva para aprender a amar a todos los demás, como decía don Giussani, sin cerrarnos en el preferido.
Pero como todavía no estamos en el cielo, sino en un camino, tenemos que pedirle: «Tú que al bajar al lugar de los muertos abriste las puertas del abismo, recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino». Aunque la verdad es que estamos ya un poco en el cielo, como resucitados por el Bautismo («Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba»), y en consecuencia estamos como Cristo resucitado, un poco aquí y otro poco allá, como, según la manera de pensar humana, creemos que está Él, aunque esté siempre en los dos sitios.
Nuestra carne está ya en el cielo con Cristo resucitado. Más aún, parece que en un cierto sentido ha estado siempre en el cielo, pues dicen los teólogos que desde el principio «entró en comunicación con el ser humano, dando el significado a todo el tiempo y a toda la historia» (Giussani y otros citados más abajo). Y desde allí «se desvela a través de circunstancias contingentes para testimoniar la elección familiar con que Dios se vincula a nosotros» en distintos lugares, como se desveló a los discípulos de Emaús y cenó con ellos. Estos lugares son «moradas» o «templos» con una dimensión real en el espacio. Pero lo importante es la compañía o comunidad que allí se realiza, la caridad o el amor del banquete de la gloria que se alarga hasta la tierra. De esta manera Jesús se nos comunica y se nos comunicará a nosotros eternamente. Por eso le dio tanta importancia a los banquetes mientras vivió en la tierra.
Estos banquetes sobreabundantes de caridad de Dios se hacen posibles, sobre todo, en las familias y en los monasterios (cfr. Giussani, Crear huellas en la historia del mundo, p. 94 y ss.): «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba. Aleluya».
La familia es la morada de la que brota el hombre, que es el protagonista del plan de Dios en el mundo. Es una lejana imagen de la familia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. De esta familia carnal salió un hijo de carne, pertrechado para cristianizar al mundo, como de la familia de Dios, que es Espíritu, salió el Hijo que vino para salvarnos a través de «ese atolladero que es la cruz», dice Giussani. Y de esa misma manera, la familia carnal «se ve casi obligada a entrar por el estrecho que desembocará», al final, en la virginidad, si quiere que su retoño sea verdadero protagonista que, con su colaboración en el sacrificio de Cristo, contribuya a mejorar el mundo. La virginidad es la cumbre de la vida feliz «cuando se vive reconociendo que Cristo es todo en todos».
El «monasterio» es precisamente la morada de «los llamados a la virginidad como forma de vida… Están allí para demostrar con su forma de vida que sólo Él es». «Se comprende entonces por qué también la comunidad de un instituto de enseñanza media o de una Universidad se llama Iglesia… ese trozo de Iglesia en el que habitamos».
«ME HA LLAMADO LA ATENCIÓN VUESTRA MANERA DE ESTAR JUNTOS»
Querido Julián, en estos últimos Ejercicios en Rimini trabajé en la secretaría como jefe de hotel. El sitio era estupendo y el personal muy capaz y disponible. El sábado por la noche hice con ellos el recuento de las personas alojadas. Una joven empleada, Antonella, me dice: «¿Cómo puedo apuntarme a CL?». Le explico que no hay inscripciones y le pregunto: «¿Qué es lo que te anima a apuntarte a CL?». Contesta: «También el año pasado vinieron a nuestro hotel personas de CL. Me llama la atención vuestra manera de estar juntos y cómo os relacionáis». Escuchándola, volví a experimentar lo que me pasó al comienzo, la primera vez, y entendí qué gracia desproporcionada es que Cristo toque el corazón de la gente a través de nuestra presencia, cosa que a menudo somos incapaces de ver. El camino de la fe que nos propones es válido para mí y para todos.
Ivano, Cattolica / Rimini (Italia)
El atentado de Boston
UN CAMINO QUE ME IMPIDE TENER MIEDO
Estudio en Boston y el 15 de abril estaba en el lugar del atentado. Gracias a Dios, no estaba tan cerca de la meta, pero había muchas personas conocidas cerca de allí, donde explotaron las bombas, tanto entre los corredores como entre el público. Yo estaba animando a los que pasaban y en cuanto me enteré de lo que había pasado, me puse a buscar desesperadamente a los míos. Fue una tarde terrible. Por la noche nos reunimos todos en el campus; vimos las noticias juntos, contestamos a mil llamadas telefónicas acompañándonos unos a otros. Hacia las nueve, salí para ir a misa. Por la calle me sentí como si me hubieran quitado una medicación que necesitaba, y apresuré el paso: de repente el miedo había vuelto. Sólo durante la misa me vi capaz de mirar a la cara este miedo. Me pregunté por qué me había costado tanto separarme de mis amigos del campus y por qué por la mañana había tenido tanta necesidad de buscarles. Entendí que Cristo, simplemente, debe ser real para mí. Me di cuenta de que por la mañana no había podido ni siquiera aceptar la muerte de esas tres personas hasta que no me lo dijo un amigo. Necesitaba que Cristo fuera real para poder mirar a la cara a la muerte. Lo que ha pasado en Boston no es ajeno a mi vida. Inesperadamente ha proyectado una luz sobre lo que hago todos los días, empezando por la Escuela de comunidad, que me ayuda a vivir la fe en Alguien que está presente. Sólo si el amor y la bondad se pueden ver y experimentar puedo mantenerme de pie ante tanto mal. Carrón habla a menudo de «hacer un camino» y de la necesidad de «hacer un trabajo». Puede ser fatigoso, pero este camino es un abrazo que me libera del miedo.
Madi, Boston (EEUU)
ALGUIEN ME ESTABA TOMANDO DE LA MANO
El testimonio que escribe una chica después de participar en el via crucis de GS.
Mi madre es extranjera. Recibió el sacramento del Bautismo a los 36 años. Mi padre no sé dónde está. El movimiento llegó a mi casa a través de las personas que nos visitaban para entregarnos la caja de comida del Banco de Alimentos. Cada vez que llegaban para nosotros era Navidad. He vivido y sigo viviendo en la búsqueda fatigosa del rostro de un padre. Lo busco en mis amigos, en un chico. Un compañero me invitó al Triduo de Pascua. Durante el via crucis, en un momento dado me encontré sola, siguiendo a la cruz. Todos a mi alrededor estaban en silencio. Tenía miedo, no podía escapar. Empecé a cantar, cosa que odio porque además lo hago fatal y no me sé las letras. Pero me gustó. Seguí cantando y levantando la voz: alguien me estaba tomando de la mano. Nunca nadie lo había hecho. Me sentí como una niña, una hija. ¿Cómo puedo expresar lo que sentí? La presencia de un padre que me quiere y me dice: «Confía en mí». ¡Qué liberación sentirme por fin hija y abandonar mi “tengo que hacerlo sola”! Me aferré a Cristo, confiando en él. Y verdaderamente descansé.
Carta firmada
TESIS DE LICENCIATURA
Querido Julián: Quería darte las gracias por la carta que has enviado a La Republica. Estudio Filosofía en la Universidad Católica de Milán y llevo un mes en Washington para preparar mi tesis sobre Eric Voegelin. Estoy estudiando las consecuencias políticas de la modernidad cuando se pasa de la concepción relacional de la persona a la del individuo encerrado en sí mismo y, al final, esclavo de sus pasiones. Te doy las gracias porque tu carta ha aportado claridad a mi mente confusa ante todo lo que se ha dicho y escrito en este tiempo. Ahora tengo claro que la clave de lectura para comprender este momento histórico fundamental que estoy estudiando es partir de mi experiencia. En efecto, si miro a mis años de universidad, veo que todo – el hecho de haber sido representante de los estudiantes, la relación con los profesores que no siempre nos amaban – se juega a partir de esta mirada positiva sobre el otro porque su presencia no se puede eliminar, se escapa a todos nuestros intentos de eliminarla y controlarla. Veo que solamente esta mirada puede generar una sociedad y no un simple grupo de individuos que se juntan por el miedo que le tienen a otros. Siempre lo había intuido, pero tu carta me ha permitido verlo en mi experiencia.
Francesco, Washington (EEUU)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón