Segunda etapa del “Giro d’Italia” entre las comunidades de GS. Esta vez le toca el turno al Centro-Sur. Las historias de Sonia, Ricardo, Rosa María. Y de Jawaher, musulmana, que tras los días del Triduo pascual...
«¿Qué ha sucedido?». Es la pregunta que te surge escuchando los relatos de tantos chavales que te hablan de su vida en el colegio y de un encuentro que les ha cambiado la vida. Es más, que se la cambia todos los días. Huellas prosigue su viaje por el mundo de Gioventù Studentesca en Italia. Un camino como el de los chavales, hecho de pequeños pasos, siempre acompañados. El último en orden cronológico es precisamente el Triduo pascual en Rimini, a finales de marzo. Para muchos, dicen, ha sido una gracia, una sacudida. Lo comprendes por sus relatos: en esos días ha acontecido el cristianismo en Rimini. Mejor dicho, ha acontecido en sus vidas. O ha vuelto a acontecer, para algunos. Pero como la primera vez, esa de la que recuerdas la fecha, la hora, porque cantabas volviendo a casa muy feliz. Finalmente o una vez más, Jesús ha salido al encuentro de la pregunta por la “totalidad” que llevan en su corazón.
LAS MARCAS
De Castelfidardo a Recanati se tarda veinte minutos en autobús. Gioia, Jawaher en árabe, hace este recorrido todos los días para ir a clase. «Para mí este trayecto ya no es como antes. Desde que estuve en el Triduo todo ha cambiado», cuenta la chica. Musulmana, de origen tunecino. «Miro mi vida anterior: siempre corriendo, llena de cosas y siempre con prisa y agobiada por lo que tenía que hacer después». Dice que por la noche llegaba a casa cansada... Y desilusionada. «Resulta que una profesora de mi hermana Sameh, menor que yo, la invita a una salida a Ascoli, junto con los chavales de GS de la zona». Gioia la sigue y se sorprende, fue muy bonito. La invitación de Giorgia, la profesora, se extiende a la caritativa, un sábado a mes, en una residencia de la zona. Gioia va, aunque sólo sea por acompañar a su hermana. Por último llega la propuesta del Triduo. «¿Triduo? Pensé que se trataba de un pueblo cercano a Rimini...». Pero la experiencia con esos nuevos amigos (las lecciones, el Via Crucis) es tan fascinante que vale la pena probar. Así que van a Rimini: «A escuchar hablar a don José Medina. Para nosotros los musulmanes Medina es un lugar santo. Él hablaba del deseo que tenemos. Y yo tengo un deseo grande. Ver a Dios. Para nosotros, nadie lo ha visto jamás. ¡Medina no elucubraba sobre Dios, Jesús, Alá! Hablaba de mí, de cada uno de aquellos seis mil chicos». De esta forma ha cambiado la mañana de Gioia. Tarda dos minutos desde su casa al autobús. «Desde que volví me levanto pronto, salgo antes. Y ese trayecto, hasta la parada, dura más. Para gozar del cielo, del mar. Para mirar lo que existe».
Carmine cursa el cuarto curso del Liceo clásico, en Ancona. «Siempre he estado apartado de la religión». Pero luego conocí en clase a aquella profesora, Alexia, y a sus amigos, a don Lorenzo, a Nicola y a los chavales de GS. «Empezaron a invitarme. Y me encontré en el Triduo, el año pasado». Carmine no toma apuntes. Pero en un determinado momento le quita el boli y la hoja al que está a su lado: «Una frase de Carrón: decía que lo contrario de estar distraídos no es estar atentos, sino atraídos». Y para él aquella atracción ha estallado. «Este año me he lanzado. Soy representante de los estudiantes y hemos organizado asambleas en el instituto». Ningún tema para captar a la gente. «Dostoievski, Alda Merini, Pavese... En la última hemos tratado el tema del trabajo. Partiendo de una frase de Virgilio encontrada en las Geórgicas: “El hombre trabaja porque siente una necesidad”. Es decir, por un deseo de plenitud y felicidad». Invitan a un profesor universitario y proyectan el testimonio de un empresario afectado por la crisis: dice que ha fracasado su empresa, no él. Al final se acerca una chica, con una situación familiar parecida: «He comprendido que algo así no se improvisa. No basta todo el apoyo de los amigos y familiares para llegar ahí. ¿Entonces, qué hay detrás?».
ROMA
Un pequeño campo de fútbol y algún local sobre el Esquilino, en la Colina Oppio. Aquí está la sede de “el Centro”, cuyo responsable es Sergio Ghio, sacerdote de la Fraternidad de San Carlos Borromeo. Aquí acuden los chicos de GS todos los días después de clase. Y los sábados, la Escuela de comunidad. «Es nuestro lugar, más aún, mío», empieza Francesco, en tercero de Liceo clásico. «Aquí podemos compartir todo lo que nos apasiona». Quedan aquí a diario para estudiar, son unos setenta. Al estudio juntos se añade la caritativa con chavales más pequeños, de 12 a 14 años, el sábado por la tarde. La hace incluso Caterina, que en breve tendrá la prueba de selectividad: «Sales del colegio, después de una semana de clase. Ves que tus compañeros hacen otra cosa...». Van a divertirse, quizá a drogarse. «¿Qué gano yo viniendo aquí?». La respuesta te surge «cuando, por ejemplo, te ves cambiada en el modo de mirar a Claudio, tu compañero de clase. Un tío raro, quizás. A quien nadie hace caso».
A veinte kilómetros al sureste del “centro”, más allá de las circunvalaciones, está Tor Bella Monaca. Cinetta, profesora de italiano y latín, se mudó aquí en 1999. Barrio difícil, con un enorme Liceo científico. Cinetta empieza a proponer a sus alumnos estudiar juntos. «En la actualidad, en Tor Bella Monaca existe un centro para la ayuda al estudio, al que asisten un centenar de chavales». Algunos de ellos, con el tiempo, han empezado a participar en la experiencia de GS: «Ha crecido así una pequeña comunidad», explica la profesora Marina, que también fue con su familia a vivir a Tor Bella Monaca: lo eligió por aquello que estaba naciendo en torno a Cinetta y a sus chavales. Una vida “contagiosa”. A Luca le espera la selectividad. «Quiero preparar una tesis sobre el estupor como motor del conocimiento». Es algo que ha vivido en su propia carne, relata. Cuando hace dos años lo invitaron a Bolsena para un fin de semana de estudio. En el instituto, italiano y latín no se le daban muy bien. «Pero la profesora, ¡cómo explicaba! Y fui. Después de aquellas vacaciones, volvía a casa cantando. Y yo canto cuando soy feliz».
La misma historia de Sabrina, musulmana, en primero de Liceo científico: «Algunos compañeros iban al centro de estudio. Yo sentía curiosidad: también yo busco la felicidad. En eso todos somos iguales». Y de Jacopo: su “primera vez” fue durante una huelga, a raíz de una discusión en clase con su profesora, Cinetta. «Yo dije que era la ocasión para ser protagonistas. Y ella me preguntó si no deseaba ser siempre protagonista de mi vida, no sólo durante la huelga». Pocos días después Jacopo se iba de excursión a Lucca con los nuevos amigos de GS.
También Mario está empezando el Liceo científico. Entró en GS por “envidia” de su hermana: «Me atraía el hecho de que siempre estuviera contenta y la compañía que la rodeaba. La relación con los compañeros de clase es un reclamo continuo a preguntarte qué es lo que vives. Ellos muchas veces pasan de todo, de su propio corazón». En casa pasa lo mismo: «A menudo con mis padres es un sufrimiento. “No existe la felicidad, no existe el amor”, me dicen. Y los veo así, que van tirando. Les quiero mucho. Pero, ¿cómo pueden decir eso? Yo he encontrado una respuesta. ¿Cómo puede no existir lo que mi corazón tanto desea?».
El mismo deseo que tiene Pietro, que habla del Triduo como de una bofetada. Finalmente ha descubierto que, al igual que Calígula, «¡Yo también quiero la luna!».
SICILIA
Las últimas notas de A new day has come (“Ha llegado un nuevo día”) resuenan todavía en el aire, cuando estalla el aplauso de los chavales de GS. Sonia toma aliento y dice: «Hemos querido cantaros esta canción de Céline Dion porque nos gusta. Para ella el nuevo día coincide con el amor por un joven, para nosotros es un amor más grande». Sonia, en último curso del Liceo clásico, tiene una voz profunda. De cantante de jazz. Decidió que este puede ser su camino tras acabar sus esyudios, cuando Giovanna, profesora y responsable de GS en Palermo, le dijo: «Tómate en serio ese talento que tienes». Conoció a estos amigos a través de una compañera de clase, que tenía una mirada distinta sobre la vida. «Me acogió», relata. «Sobre todo en la relación con mis padres, que no son católicos practicantes. Con mi padre ha habido discusiones. Me urgía a no ser sentimental». Hasta que le dijo: «Jamás te habría ofrecido esta experiencia si no hubiera visto que la deseabas».
Francesco en casa se sentía como un fantasma, se sentía invisible; en el instituto, un monstruo «porque tenía dentro mucha rabia. Siempre estaba solo». Un día Chiara lo invita al raggio. «Yo era un poco como él: los que son como osos se entienden entre ellos». Durante un año Francesco va: la mirada baja, la capucha de la sudadera siempre puesta y ni una palabra. «Al principio pensaba que estaban locos. Se hacían multitud de preguntas. Pero volvía a ir. Después empecé a abrirme, a fiarme». ¿Por qué? «Comprendí que si una vez más giraba mi cabeza hacia otro lado, perdería mucho. Demasiado».
Al principio de curso Carmela, de 17 años, es asesinada por defender a su hermana de la ira de su ex-novio. La noticia conmociona a los alumnos del Liceo clásico Umberto I, donde estudiaba la chica. Las páginas de Facebook se llenan de preguntas. Los chavales de GS se reúnen esa misma noche en casa de Giovanna. Relata Giampiero: «Ante todo teníamos la necesidad de mirarnos a la cara. Los compañeros conmocionados decían: ¿qué sentido tiene estudiar, vivir, si luego todo puede acabar así?». Surge la necesidad de pedir. Deciden volver a reunirse a la mañana siguiente para rezar. Al día siguiente la iglesia está abarrotada. Distribuyen a todo el mundo unos folletos con un texto de san Gregorio Nacianceno para usarlo como oración: «Si no fuera tuyo, Cristo, me sentiría criatura finita». Alguno la emprende contra la violencia contra las mujeres. A estos Emanuela les rebate: «¿Para vosotros se trata sólo de eso? No entiendo cómo no podéis pensar en el sentido de la muerte y por tanto de nuestra vida».
En Catania muchos de los chicos de GS tienen padres que son del movimiento. Pero nada se da por descontado, nada es automático. Nos cuenta Rosa María: «Antes, era una costumbre familiar. Ahora, en GS es diferente». A primeros de febrero en Catania se celebra santa Águeda, y el velo santo, lanzado sobre la santa para protegerla de los carbones ardientes se lleva por todas las iglesias. Pero este año hay una novedad: también los chicos del Liceo clásico Príncipe Umberto pasean la reliquia. Los chavales han preparado un manifiesto donde explican cómo para ellos el paso de la reliquia es un signo de la presencia de Cristo también dentro de la vida escolar: «Santa Águeda era una chica como nosotros, con los mismos intereses, los mismos deseos». Se lee el manifiesto en el Aula Magna, tras una breve oración. Afuera, un grupo de estudiantes, como signo de protesta, cuelga una pancarta con el letrero: «No toquéis la escuela laica». Ricardo no está de acuerdo: «Ese fue un gesto a favor de la laicidad». Lo comenta con su hermano, estudiante de Derecho. Por la noche escribe un cartel con el artículo 19 de la Constitución: «Todos tienen derecho a profesar libremente su propia fe religiosa, ya sea de manera individual o asociada...». Por la mañana lo cuelgan en el tablón de anuncios del Instituto. Muchos se paran a leerlo.
PULÍA
«El 22 de julio. Estando de vacaciones. Allí es donde lo he visto. Hablaba un profesor de Bérgamo, del movimiento, y le hice una pregunta. Él respondía, y yo pensaba: es Cristo, es él. Está aquí», dice Mónica, de Grottaglie, en el Tarantino. «Era como ver de repente el rostro de todo lo que te había atraído hasta ese momento y cuyo nombre no lograbas decir». Todo empezó a ser más bello. Pero también más difícil. «Porque te ves empujado a ir hasta el fondo de lo que vives. No es nada sentimental. No. Estábamos en el Valle de Aosta. Me encantan los Alpes y no los puedo ver a menudo. Allí estaba el Mont Blanc, ¿comprendes? Era bello, era mío. Alguien lo había hecho para mí. Para que pudiera mirarlo yo aquel día».
Antonio acompañó a su padre al velatorio de un amigo que se había suicidado a causa de las deudas. «Estaba triste. Y también yo. Recé y pensé en lo que yo había vivido en el GRAAL (una propuesta educativa para los chicos de 12 a 14, ndr) y luego con GS». No sabe qué decirle a su padre. «Estaba con él frente a lo que había pasado. Ambos teníamos la misma necesidad, pero yo sabía a quién mirar». Antonio piensa en la fatiga del estudio. Con las matemáticas y la química “flojas”. No quería sólo mejorar, sino aprender cómo estudiar. «Entonces sucedió que mi padre, perito químico, por primera vez empezó a echarme una mano con las fórmulas». Fue un momento de gracia, dice, el Misterio que responde.
Lo mismo que le pasó a Verónica, de Lecce. Catorce años, después del último curso Escuela Media difícil, sin querer ver a nadie. Empieza el instituto, pero siempre es la misma canción: «Nada me satisfacía». Todo su deseo, aquello no quería irse, nos cuenta: «La alternativa era o censurar el corazón o preguntar continuamente. Pero cuanto más intentaba la primera vía, más aparecía la segunda en el mal humor de por la noche». Aquella pregunta la acompañaba constantemente: apasionarse por el estudio, por las cosas, por las personas, por todo. En Navidad, tras varios años sin verlo, vuelve a ver a su tío, de los Memores Domini, que vive en Perú. «Se levantaba sonriendo. ¿Cómo podía? Lejos de casa, con todos los problemas que contaba relativos a su vida en Sudamérica. ¡También yo quería eso!». Con aquel rostro en los ojos Verónica vuelve a clase. Las cosas empiezan a cambiar. Son más bonitas. «Por la fidelidad a aquella pregunta que llevaba dentro, sin pretender a toda costa un respuesta. Fue un mendigar continuo».
¿Qué es lo que sostiene este camino? Adriana y Antonella están en el tercer curso del Liceo clásico en Bari. No tienen dudas: «La compañía que vivimos en el colegio, en GS, es el modo para mantener vivo ese deseo». Algo que fascina y reclama también a los demás. Un momento destacado es la convivencia en Ostuni durante el puente de Todos los Santos. «Este años éramos unos sesenta. Unas vacaciones de estudio, acompañados por nuestros profesores. La ocasión para invitar a los compañeros de clase». La propuesta se amplía a los amigos. Pero no sólo eso. «Un día, durante una manifestación, me tropecé por casualidad con una antigua profesora nuestra», dice Antonella. Discuten, charlan.
Ella defendía enérgicamente la huelga. Las chicas le lanzan allí mismo lo de las vacaciones, sin ninguna expectativa. «Imagínate que viene...». Y en cambio ella toma nota de la información, de los detalles. «Vino un día. Se hizo diez horas de tren. Y aunque, debido a compromisos, debía irse enseguida, al final se quedó más tiempo, hasta la noche. Y nos dijo: “Esta sí que es una verdadera alternativa al modo habitual de estudiar”». Y de vivir.
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