Vivir en la verdad requiere sólo dar un pequeño paso, pero su poder es enorme. Cualquiera que camine al margen de la línea trazada por la mentira «la amenaza en su totalidad». Este es el poder de los sin poder, el histórico escrito de VÁCLAV HAVEL que nos interroga acerca de la relación entre la persona y la política
Václav Havel no fue sólo, como algunos sostienen, un escritor e intelectual “anti-comunista”, cuyas contribuciones se limitan a un determinado período histórico y pierden su significado ahora que las condiciones políticas de los años en los que él escribió parecen haber dejado de existir. Sus temáticas fueron siempre universales, aunque testimoniadas en un contexto específico político e ideológico. Havel supo extraer del particular lo universal. El objeto de su pensamiento, en realidad, era el corazón del hombre sometido a sistemas que trataban de aniquilarle.
En sus escritos se encuentran repetidas referencias a la democracia occidental considerada simplemente como una ampliación del Comunismo soviético – que él definía como “una lupa” para mirar el Occidente democrático. Havel trató siempre de llegar hasta el fondo de la realidad que veía y no se limitó a hablar de “libertad” en un sentido político, sino que la enfocó como dimensión humana esencial, infinita y eterna.
En su ensayo más conocido, El poder de los sin poder, lleva esta búsqueda más allá de los límites del simple diagnóstico, para ofrecer una suerte de método con el que la persona – incluso una sola, si es necesario – puede enfrentarse a un sistema totalitario sin limitarse a rechazar la opresión, sino obrando activamente y de una manera no directamente política para derrumbar aquel poder.
A la hora de hablar de la configuración ideológica del sistema comunista, Havel utiliza el término “dictadura”, pero procura evidenciar que en este caso nos encontramos ante algo totalmente diferente de una dictatura clásica, que se imponía a través de los instrumentos del terror y de la violencia pura y dura. En el corazón de la forma moderna de dictatura – el sistema “post-totalitario” – identifica el fenómeno de la ideología, que describe como «una religión secularizada».
La fe y el hortelano. «En la época de la crisis de las certezas metafísicas y existenciales – escribe –, en la época del desarraigamiento del hombre, de la alienación y de la pérdida de sentido del mundo, esta ideología ejerce necesariamente una particular sugestión hipnótica; ofrece al hombre extraviado una “casa” accesible – basta asumirla e inmediatamente todo se vuelve claro de nuevo –, la vida vuelve a tener sentido y de su horizontes desaparecen el misterio, los interrogantes, la inquietud y la soledad. Por esta modesta “casa” el hombre en general paga un alto precio: la abdicación de su razón, de su conciencia, de su responsabilidad; en efecto, una parte integrante de la ideología asumida consiste en delegar la razón y la conciencia en manos de los superiores, esto es, el principio de identificación del centro del poder con el centro de la verdad».
Obviamente en este contexto se refiere a una cierta acepción de religión. El mismo Havel, por otra parte, era un hombre “religioso”. En sus escritos frecuentemente pone al hombre frente al «horizonte absoluto» que define y caracteriza sus circunstancias naturales. En un volumen que recoge una serie de cartas escritas desde la cárcel a su mujer (Cartas a Olga) afirma haber rechazado siempre un sistema de creencias «completo, unificado, integrado y autosuficiente», porque «simplemente no dispongo de esa capacidad interior». De lo que sí gozaba era de la fe: «Una condición persistente y fecunda de apertura, de pregunta perenne, la necesidad de hacer cada vez más “experiencia del mundo”». El «Orden del Ser», escribe, «es “multiforme e inasible”, y no se puede comprender y describir circunscribiéndolo dentro de un sistema coherente de conocimiento».
Cuanto más una persona cede de manera servil y dogmática a un sistema ideológico o a una visión preconcebida del mundo, tanto más acabará por sepultar inevitablemente cualquier posibilidad de pensamiento, de libertad y de conciencia clara de lo que conoce. Y tanto más se debilitará la aventura de su mente que, en la práctica, empezará a servir al “Orden de la muerte”.
Un tema central de El poder de los sin poder es la historia del hortelano al que el poder dominante exige que exponga en su escaparate un cartel con el eslogan: «¡Proletarios de todo el mundo, uníos!». Havel nos lleva a profundizar en este episodio, identificando y describiendo los elementos que lo constituyen, para entrar en la mente del protagonista que, esencialmente, cuelga el cartel acatando una imposición. Este acto podría leerse fácilmente como: “Tengo miedo y por lo tanto obedezco sin rechistar”, pero hubiera significado para ese hombre comprometer de lleno su vida. El mensaje que se recaba de este episodio se refiere a la ideología, en la que nadie cree realmente, pero cuyo acatamiento sin mediar palabra es funcional a la necesidad del régimen de perpetuarse en el poder y también a la del hortelano de seguir con su negocio.
Havel procede con agudeza – el fenómeno social de la auto-conservación que manifiesta el hortelano es una forma de aquiescencia al «ciego automatismo que guía el sistema». Colgando el cartel, el hortelano acepta sumarse al ritual necesario para salvar las apariencias y se muestra cómplice de su misma esclavitud. Vemos aquí cómo la ideología sirve para disimular la esclavitud, creando una serie de justificaciones que permiten a ambas partes – el sistema y los esclavos – negar, o por lo menos ocultar, la verdadera naturaleza de su relación. De este modo la ideología ofrece una suerte de legitimación al acto individual y confiere al proceso de dominio una fachada de moralidad. «Pretende», escribe Havel, «que las exigencias del sistema se deriven de las exigencias de la vida. Es un mundo de apariencias que trata de hacerse pasar por la realidad». En un sistema de este género todo se distorsiona, se falsifica, se altera y se corrompe. Las palabras, en el caso de que indiquen algo, definen lo opuesto de su verdadero significado. Al haber corrompido lo que es real, el ritual de la dictadura acaba presentándose como la única realidad. Al final, la ideología misma se convierte en dictadura – lo que Havel llama «la dictadura del ritual». Y puesto que la ideología no es humana, alcanza una capacidad sobrehumana de trascender las breves vidas de los que se alternan como guardianes en el poder. Incluso los que detentan el poder acaban siendo simples muñecos, «ciegos ejecutores de leyes internas del sistema». Un totalitarismo de este calibre no es por tanto algo que un grupo impone a otro, sino que es lo que cada uno impone al otro. Los que se someten a los dictados del régimen se convierten «en víctimas del sistema y a la vez en instrumentos del sistema mismo».
El poder y la mentira. Havel insiste en que el “sistema post-totalitario” es como una alarma que salta para alertar a Occidente respecto de sus tendencias latentes. En Occidente la publicidad ejerce la función de airear el eslogan del partido. Esta función no resulta menos poderosa – a pesar de ser más sutil – que el cartel colgado en el escaparate del hortelano. Las personas son manipuladas y de-responsabilizadas mediante instrumentos mucho más refinados que las formas brutales utilizadas por las sociedades post-totalitarias. Los procesos del capitalismo, del materialismo, de la publicidad, del comercio y de la cultura del consumo, todos juntos contribuyen a reprimir en el hombre la pregunta por “algo” que defina lo humano. En el sistema comunista, el miedo a las consecuencias llevaba a una aquiescencia obtenida mediante una violencia patente; en Occidente el “opresor” es el rechazo del hombre a sacrificar los bienes materiales con el fin de salvaguardar su propia integridad moral y espiritual.
Los hombres – observa Havel – viven en la mentira como en una forma alienada de humanidad, no porque no tengan otra alternativa, sino porque hay algo que les inclina a vivir de esta manera. Pero el poder de la mentira, precisamente porque depende de la connivencia del individuo, puede también quebrarse por la libre elección de una simple persona que se opone a ella. Vivir en la verdad requiere sólo dar un pequeño paso, pero su poder es enorme. Cualquiera que camine al margen de la línea trazada por la mentira «la niega como principio y la amenaza en su totalidad». Este es el poder de los sin poder.
Un simple gesto. En esto se halla una respuesta a los que temen que el poder de la sociedad moderna sea de todas formas demasiado aplastante para que una simple persona pueda oponerle resistencia. Los cristianos a menudo transmiten este sentido de impotencia, porque perciben que ya no se reconoce su fe como una respuesta razonable a la realidad y por lo tanto se la margina del contexto civil de la moderna sociedad de consumo.
Havel nos muestra que es precisamente en un gesto concreto de una simple persona que la mentira se hace patente y así se debilita. «Las personas se pueden alienar sólo porque hay algo en ellas que no puede ser alienado. El terreno de esta violación es su verdadera existencia». La mentira existe, en efecto, porque existe la verdad; es seductora y potente, y siempre amenaza con volver a salir a la superficie.
Havel demuestra que vivir en la verdad frente al poder de la mentira no es tan arriesgado como parece. La verdad no se puede confundir con ninguna otra cosa. La esfera oculta de la verdad es muy peligrosa para el régimen, pero es la aliada del esclavo. La verdad no requiere soldados que la defiendan. Encuentra su fuerza en el deseo, aunque sea reprimido, de autenticidad, de una vida humana a la altura de la dignidad del hombre. Vivir en la verdad, entonces, significa dar lugar a un cambio que sólo está destinado a crecer cada vez más.
El poder de los sin poder,
Ed. Encuentro, 1990, pp. 136, 9,49 € (sólo en ebook).
Cartas a Olga: consideraciones desde la prision
Galaxia Gutenberg, 1997, pp. 336, 13,00 €.
«Es evidente: mientras no se compara lo que es apariencia con la realidad, no se comprende que es pura apariencia; mientras la vida en la mentira no se compara con la vida en la verdad falta un punto de referencia que desvele su falsedad. Pero en cuanto se presenta una alternativa a la apariencia y a la vida en la mentira, a la fuerza se pone en tela de juicio lo que éstas son en su esencia e integridad. En general, no importa cuánto espacio ocupa la alternativa; su fuerza no está en su dimensión “física”, sino en la “luz” que proyecta sobre los pilares del sistema».
Václav Havel (1936 - 2011)
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