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Huellas N.5, Mayo 2013

EUROPA / Dentro de la crisis

¿Quién salva a Grecia?

Paolo Perego

«¿Acabaremos como ellos?». Una deuda altísima, el paro, la economía estancada: los efectos de la crisis en Atenas son devastadores. Crónica de un viaje a un mar de necesidades, donde sin embargo la esperanza no se ha hundido del todo

Hoy gritan contra Europa. Contra la Troika de Bruselas. Aquella que hace poco obligó a Chipre a meter la mano en los ahorros depositados en los bancos de Nicosia. Eslóganes que en las calles que rodean la plaza Syntagma, frente al Parlamento, se elevan hasta las columnas del Partenón, en la Acrópolis de Atenas.
«Se manifiestan, ahora todos los días, desde hace casi tres años. Comerciantes, agricultores. Ahora también los universitarios», explica la guía a los turistas que observan desde arriba los barrios de Plaka, Metaxourgio, Psirri. No se ve nada. Pero los gritos retumban en la ciudad.
Es así en las zonas más turísticas. La crisis que está consumiendo Grecia se ve poco: ningún mendigo, todo limpio y en orden. Las plazas del centro llenas de gente. Pero basta con echar un vistazo dentro de las tiendas para descubrir que realmente son pocos los que hacen compras. Los estantes están medio vacíos. En las mesas de los cafés solamente hay extranjeros.
Es una pregunta recurrente en otros países europeos: «¿Acabaremos como Grecia?». Se lo preguntan en España, en Portugal, en Irlanda... Economías que, si se miran hoy, son un buen reflejo de la Grecia de hace cinco años. Con una deuda pública alta (en la actualidad del 170%, en 2008 estaba entorno al 110%: hoy Lisboa está casi al 120%, Dublín al 115%, Roma roza el 130%). Y además la cifra del paro en rápido ascenso y los mercados estancados. Economías que aún están lejos del hambre. Y en cambio en Atenas todo estalló en 2009. Y el hambre llegó de verdad. Europa comenzó a presionar acerca de la devolución de la deuda, exigiendo que se aplicaran medidas de austerity (austeridad, ndt) que cayeron como guillotinas sobre el pueblo. Un precipicio del que aún no se ve el fondo: se estima que la deuda pública seguirá creciendo durante los próximos años, al igual que el desempleo. Tanto que son muchos los que se preguntan si tiene sentido seguir aún entre los Estados miembros.

«Aquí nos están matando». Pocos pasos para desembocar en una transversal y empezar a ver la Grecia que está de rodillas. Con la gente que camina entre los escaparates de las tiendas cerradas y algún edificio decadente. Y los mendigos, muchos. O las prostitutas, allí abajo hacia la estación de Omonia. Un hombre de mediana edad vende libritos entre los transeúntes: camisa, corbata, y un chaquetón arrugado. Un chico se tambalea, drogado, entre los taxis que están en el semáforo. «Kalimera», dice un anciano sentado en la acera. Buenos días.
Cinco millones de personas, entre el municipio y el hinterland (el interior, ndt). Casi la mitad de los 11 millones y medio de habitantes del país. Más de 1.350.000 son desempleados: el 26% de la fuerza de trabajo. Una tasa que roza el 60% entre los jóvenes. «Malditos, nos están matando», dirá a duras penas en italiano Manos, portero de noche en un hotel, delante de un vaso de grappa. «Estamos pagando el egoísmo y la ignorancia de quienes nos han gobernado y nos gobiernan». Tiene cincuenta años mal llevados. De día trabaja en negro en un depósito, un almacén. «¿Qué puedes hacer? No se puede vivir con 400 euros y una familia». La toma con el poder. Con quienes lo han gestionado en los últimos años. Y con quien está hoy, el primer ministro Antonis Samaras, elegido el pasado mes de junio entre las filas de Nueva Democracia, de centro. Manos está a favor de los nacionalistas de Amanecer Dorado, partido de reciente creación que ha logrado capear la ola antipolítica, y que obtuvo un 7% en las urnas. «Ellos sí que hacen algo», explica: «Ayudan a la gente, nos defienden de los inmigrantes, dan ayuda y seguridad allí donde la policía no logra intervenir». Peligrosos, pero gustan. Sin contar con que la corrupción y la evasión fiscal del país no han desaparecido. «Un país construido sobre la deuda, que ahora Europa exige equilibrar. Y entonces nos recortan los salarios a 500 euros, y suben los impuestos. Cada vez más». Y la vida, que más o menos cuesta como en el resto de Europa, se hace insostenible.
«No hay futuro. Kamía elpída, ninguna esperanza».
«Cada día es siempre peor que el anterior» también para el padre Andreas Voutsinos, párroco en Atenas y vicepresidente de Cáritas Grecia. La cita con él es en la catedral católica. Un grupo de atenienses le echa una mano. Una veintena de personas en total. Algunos pensionistas, uno es dentista, el otro vende motos. Recogen comida y ropa para repartirlas y se encuentran con la gente. «Acompañamos a un centenar de familias», explica Niko, director de Cáritas en Atenas: «A muchas les llevamos también un poco de compra cada semana. Leche, pañales, pasta, lentejas. Y luego están los cursos de inglés y de griego, para los inmigrantes. Y de cocina, para ayudar a las madres a alimentar a sus hijos con una dieta adecuada». No existen estructuras. Se trata de una comunidad que responde a aquello que tiene delante y se ayuda a vivir. Eso es todo.

Los muebles en las chimeneas. Hoy en la catedral se distribuyen vales para hacer la compra. «Treinta y un euros al mes. Para gastarlos en el supermercado». Está Hussein, por ejemplo. Iraní cristiano de 36 años y dos niños todavía pequeños. «Soy licenciado en Derecho. Escapamos de nuestro país. Aquí siempre me las había arreglado como albañil». ¿Y ahora? «Todo está parado». ¿Y cómo os las apañáis? «Con esto...», y enseña el vale con los ojos hinchados. Porque llegado el caso no come para dejar la comida a sus hijos. Y a veces ni siquiera eso. Nadie te da un empleo. Es más, están los de Amanecer Dorado que te golpean. «A dos amigos les han cortado los dedos. No debían trabajar...», dice. Como él, Raphael, griego de 46 años, técnico de vídeo, a quien mandaron a casa hace dos años. Sin seguro médico: «Si llevas más de un año en el paro, te lo quitan. Te obligan a pagar los impuestos. Dicen que si no declaras nada eres un evasor fiscal. Pero si no declaro es porque no gano nada». No importa, dice la nueva ley fiscal. Te adeudan los impuestos incluso en los recibos de la luz. Y está Marius, polaco que llegó a Grecia hace 22 años. Sin mujer, con tres hijos adolescentes y ningún trabajo. Ahora también tiene problemas de corazón. El padre Andreas habla con él. Debe ir a que lo vea un cardiólogo, pensar en sus hijos. «No tengo dinero para curarme. Pido ayuda desde hace ya dos meses. Y me da vergüenza...».
«La situación es grave», explica el padre Andreas: «No sólo para quien no tiene trabajo. Este invierno muchos no han encendido la calefacción. Utilizaban las chimeneas, quemando de todo. Incluso los muebles. El aire era irrespirable, y muchos, sobre todo los niños, han tenido problemas respiratorios». El cuadro que dibuja el arzobispo de Atenas, Nikolaos Foscolos, no es mejor. Por la desnutrición, denunciada incluso por la OCDE, debida a los cambios en la dieta: menos carne, menos leche, pocas proteínas. «Los niños se desmayan en el colegio, están mal». Y de poco sirve que una nueva ley permita a los supermercados vender productos caducados hace pocos días a un tercio de su precio.

Lo que no se dice. En la mesa de los pobres, haciendo cola para obtener un plato de pasta, una sopa y yogurt, hay ancianos, jóvenes, niños. Familias enteras que se turnan entre los sesenta puestos de la segunda planta de un edificio del centro, la sede de Cáritas. A final de la jornada serán 320 las raciones de pasta preparadas por los voluntarios. Ochenta niños. «Este es nuestro trabajo», explica el padre Andreas. La distribución de la ropa en la tercera planta, la de los alimentos en la cuarta». En las estanterías, poca cosa. «Hacemos lo que podemos. El Estado nos ayuda poquísimo, y lo que damos lo recogemos en las parroquias o lo compramos nosotros».
Una gota en el mar de necesidad que les rodea. Los propios católicos son pocos. Ni siquiera el obispo sabe exactamente cuántos: «Quizá unos 200.000. Y por lo general los pocos griegos son de las islas», había dicho Foscolos: «No somos bien vistos, ni siquiera por los ortodoxos. Además, debemos pagar muchos impuestos, sin descuentos, y nuestros presupuestos están al límite».
Desde la terraza de Cáritas el padre Andreas contempla el barrio. «Desde aquella casa, en el quinto piso, hace poco se tiró un hombre tras haber arrojado por la ventana a su madre de 92 años. Ya no sabía cómo seguir adelante». La palabra “suicidio” es tabú. Se sabe únicamente que han aumentado, y cualquiera tiene dos o tres episodios conocidos que contar... Pero las cifras no se pueden saber. «No las dicen, no».
También en Larissa la canción sobre los suicidios es la misma. Ciudad al norte de Atenas, en el corazón de la Tesalia, a los pies del monte Olimpo. Cuatro horas de coche a lo largo de una autopista desierta que atraviesa Grecia hasta Salónica. Un día laborable, pocos coches, ningún camión: «Signos de la crisis», dice la camarera de un autogrill tan vacío como sus estantes. Ciudad “burguesa”, Larissa, dicen por aquí. Muchos terratenientes, la universidad. Y en la actualidad, con la crisis, uno de cada dos negocios está cerrado.
Aquí viven Rosaria y Nicola, desde que se casaron en Italia hace veinte años. Ella, italiana católica. Él, griego ortodoxo. Tienen dos hijos, Mario y Antonio, de 13 y 15 años. «Es como si estuviéramos en cuidados intensivos», dice Nicola: «Sólo que el tratamiento que utilizan nos está matando. Necesitaríamos un milagro». Palabra de médico. Tiene una consulta fuera de la ciudad.
«Muchos han empezado a tomar antidepresivos». Nos habla de su trabajo. A menudo la gente va a pedir que los examine, dejando claro que no tienen dinero para pagar: «Y yo, ¿qué debo hacer?...».
Rosaria no trabaja. Cuida de la casa, de los hijos. Y de la parroquia. La única de la ciudad. En la última misa festiva, con el padre Simonel, el párroco, había unas cuarenta personas. Rumanos, albaneses, polacos, pocos griegos. Queda a menudo con un grupo de familias; han empezado a reunirse. La Escuela de comunidad, por ejemplo. Con algunas familias italianas de CL han comenzado asimismo los hermanamientos, tras la invitación de Benedicto XVI en el Encuentro mundial de las Familias del pasado junio en Milán: «Es una ayuda para el alquiler, para algunos de nosotros».
Entre ellos, Miri e Mirvana. Él, de casi cuarenta años, tiene una tienda de frutas y verduras en el centro. Ella, más joven, es enfermera en una clínica psiquiátrica. Llegaron de Albania, cuando se acababan de casar: «Dos maletas y poco dinero. Y muchos sueños, tras años de comunismo». Él que abre su tienda, ella que trabaja como modista y estudia enfermería. Después la hipoteca a 40 años, para la casa. «Trescientos euros al mes. Nuestra casa. Miri la preparó completamente. Sólo que luego...». El negocio que va mal porque la gente no compra, salvo una patata o dos manzanas cada vez. Y el sueldo de ella que se lo recortan, a pesar de las noches en el hospital. Poco más de cuatrocientos euros. «Hemos alquilado la casa. Ahora vivimos en la parte posterior de la tienda».

Fondo común. Miri sale de detrás del mostrador. En el ordenador, abierto, una hoja Excel, con entradas y salidas. El total escrito en rojo. Todavía bajo. Las paredes verdes, pocas cajas de fruta y verdura. «Vivimos aquí». La estancia de la trastienda ahora tiene un sofá, la televisión, una máquina de café y una cocina portátil. La cama está en el altillo de pocos metros cuadrados, encima de la caja. «El baño está fuera, en el patio», dice Mirvana mientras camina. Ladrillos vistos, pegados al muro de la casa vecina. «Podemos desesperarnos. La tentación de marcharnos es grande. Pero está la fe. Está Cristo. Por la mañana puedes elegir entre dejarte ahogar por todo lo que no funciona, o vivir, respirar. Porque incluso lo poco que tienes te es dado».
Lo confirmará también por la noche, en un encuentro con los amigos de la parroquia. Donde acaba saliendo el tema de qué significa querer, a los otros y a uno mismo. Mario e Alina, Eugenio e Veronica... Ninguna palabra lanzada por casualidad. Se llega a la carne y a la sangre, también hablando de Jesús. Jerasimos se enciende: «Mirvana, ¿pero qué elección he hecho yo? El trabajo va y viene desde hace tres años. Y aunque haya encontrado algo para los próximos dos meses, ¿qué debo elegir? ¿Y qué tiene esto que ver con quererse?». Rosaria propone a todos empezar a reunir dinero para ayudarse. «Como los primeros cristianos. No importa cuánto. Lo que cuenta es la fidelidad al gesto». En aquel salón de la parroquia hay una familia de polacos a la que ya se ayuda con el hermanamiento. Está Laura, la mujer, que se adelanta nada más terminar el encuentro: «Desde la primera vez que hablamos del fondo común, siempre he deseado poder hacerlo. Primero, trabajando sólo yo, cuidadora por tres euros al día, era imposible. Ahora mi marido ha encontrado un trabajo para un mes y quiero participar».

Las gotas en el océano. Cuidados intensivos y tratamientos equivocados. Que matan a Grecia. A quien el resto de Europa mira como experimento fallido y a evitar, más que como a un pedazo de su cuerpo que hay que salvar, piensan por aquí. Falta de realismo, tanto que en la Europa de los grandes se habla poco de lo que aquí sucede. Pero esas pequeñas gotas en el océano permanecen. Las del padre Andreas, de Nicola, de Mirvana. De Alina. No cambiarán la suerte del país. No así, al menos. Pero indican un camino. Una esperanza.


LOS NÚMEROS
189,1% la relación deuda/PIB estimado para 2013
3,9 millones las personas que a finales de 2013 vivirán por debajo del umbral de pobreza de 7.200 euros al año. Un tercio de la población
400.000 los núcleos familiares sin ningún ingreso
439.000 los niños por debajo del umbral de pobreza, desnutridos y que viven en condiciones insanas
Fuente: Elstat, Eurostat, Unicef

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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