Las dificultades de la política, la crisis económica y esta fatiga cotidiana «que te corta las piernas» de la que hablaba Pavese. La realidad nos está obligando a todos a plantearnos una pregunta decisiva: ¿Qué es lo que de verdad necesitamos para vivir? Y, ¿cómo la fe nos ayuda a reconocerlo? El papa Francisco nos pide que nos lo tomemos en serio y vayamos a la raíz de un problema que demasiado a menudo preferimos evitar
Puede parecer un eslogan que de algún modo nos tranquilice ante la crisis que afecta a toda Europa y llena las plazas de Atenas, Nicosia, Madrid y Lisboa. Desde hace meses, los mismos datos vuelven insistentemente en las crónicas. Por ello huelga decir que nos estamos jugando mucho. Puede parecer un mantra, un recurso para proteger nuestra mente decir que esta crisis puede convertirse en una ocasión para aprender algo nuevo, tanto de nosotros mismos como de nuestra fe.
En cambio, es cada vez más cierto. Cuanto más crecen las necesidades, cuanto más se agudizan, tanto más nos interrogan. Casi nos obligan a preguntarnos de qué se trata de verdad. ¿Qué es lo que de verdad necesitamos para vivir? ¿Hay algo que puede colmar este vacío oprimente? En los Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación celebrados a finales de abril (texto completo adjunto a este número de Huellas, disponible también en www.revistahuellas.org), escuchamos un pasaje de los Diálogos con Leucò de Pavese: «Pero la vida del hombre discurre allá abajo, entre las casas, en los campos. Delante del fuego y en un lecho. Y cada día que amanece te pone delante la misma fatiga y las mismas carencias. Esto al final resulta fastidioso (...). La fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, el mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano – este es el vivir que te corta las piernas» (de “Las Musas”, en Diálogos con Leucó, Ediciones Siglo Veinte). ¿Hay algo que responda a este mal de vivir, como lo llamó Montale, al malestar existencial que mina nuestra sociedad?
Algunos creen que es hora de tirarlo todo por la borda, otros que es hora de levantar cabeza y reemprender la marcha. Nosotros creemos que es ante todo el momento de pedir. Si hay un hilo que une el desasosiego y las preocupaciones que experimentamos bajo formas muy distintas, si hay algo que conecta la política desquiciada y el dolor de quienes se han quedado sin trabajo, o no llegan a fin de mes, o sufren dramas personales, es realmente este dato: nuestra necesidad radical. Experimentamos una extraña resistencia a enfrentarnos con ella, a mirarla en profundidad.
En Italia, en el ámbito de la política, sólo el noble gesto de Giorgio Napolitano ha logrado desbloquear la ingobernabilidad, abriendo un resquicio a la razonabilidad en un contexto donde predomina la «percepción del adversario como de un enemigo» y no como «un recurso, un bien». También en política el otro es alguien del que necesito para ser yo mismo, «forma parte de la definición de mí», esto escribió Julián Carrón en los días anteriores. Sin recobrar esta conciencia, añadía el presidente de la Fraternidad de CL, «será difícil encontrar una salida a la situación en la que nos encontramos».
La novedad. Sólo hemos dado el primer paso para salir de esta parálisis, pero el camino para recuperar el hilo del bien común es larguísimo. En nuestros países aumentan cada día las familias que carecen de los recursos necesarios, a diario hay empresas que cierran y cada vez más a menudo la prensa relata historias terribles de desesperación y suicidios, y comentarios aún más terribles que hablan de estos actos como «actos de dignidad» cuando no de heroísmo. Son muchas estas historias de pobreza y necesidad aplastante, pero más aún de soledad y de vínculos rotos, en los que falta el otro, o el otro se va, desaparece de la escena. Y donde el «mal de vivir» no encuentra respuestas adecuadas. Algo por lo que merece la pena luchar y alguien que te ayude a hacerlo.
Es en esta dramática coyuntura cuando aparece el Pontificado de papa Francisco. Un exordio potente que ha sorprendido a todos por distintos motivos. Se han multiplicado los análisis de sus primeros cuarenta días de Pontificado. Sus gestos han llamado la atención, así como sus cambios e innovaciones. Algunos se han aventurado también a comparar la rapidez inesperada con la que la Iglesia ha retomado su rumbo con la parálisis general de la política y de la sociedad.
«Atrayente y persuasiva». Pero si volvemos a mirar todo a la luz de cómo los actos y las palabras del Papa responden a la necesidad que somos, nos quedamos más asombrados aún, pues resultan un reclamo continuo a que cada uno de nosotros haga cuentas hasta el fondo con esa necesidad. Empezando por las palabras que dirigió a los Cardenales, el 15 de marzo: «Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, por esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no caigamos en el pesimismo y el desánimo. La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres».
Por esto – y sólo por esto – la fe puede ser «atrayente y persuasiva»: porque «responde a la necesidad profunda» de nuestra existencia. Una necesidad que el mismo Papa reconoce en primer lugar para sí mismo. Lo hizo desde el primer momento, cuando se asomó a la Logia de las Bendiciones, y dijo: «Pedid por mí». Es una necesidad que sólo necesita de una cosa para convertirse en un recurso potente: nuestra lealtad. No renunciar a pedir: «No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos que no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él» (Vigilia Pascual).
El reto es este: si es cierto o no que «no hay situaciones que Dios no pueda cambiar». Si es verdad o no que toda circunstancia es una ocasión para reconocer el Misterio que nos la confía «para nuestra maduración», como afirmaba don Giussani. Y si por esto, en virtud de esta compañía cercana y continua que Dios nos hace, es realmente posible «no dejarnos robar la esperanza», como dijo el mismo papa Francesco en el Domingo de Ramos.
Una provocación. Se trata de un reto que se dirige a nuestra lealtad. Una provocación a bajar hasta la raíz de nuestra necesidad existencial. Una provocación a pedir. Quien la acepta puede volver a caminar. Lo demuestran ciertos efectos evidentes de su Pontificado. Desde los muchos «alejados» que vuelven a acercarse a la fe no por una mera curiosidad intelectual, sino a partir de la hipótesis de que quizás la fe pueda realmente ayudar a vivir. O lo que, yendo a la raíz de su necesidad radical, vuelven a hacer cuentas con otra medida y piden perdón. En estas semanas, por ejemplo, muchos sacerdotes señalan un fuerte incremento de las confesiones (fenómeno que está empezando a llamar la atención). Es un dato significativo.
El que la fe responda a «este vivir que te corta las piernas» se comprueba también en los testimonios de personas cuya vida ha cambiado el rumbo y que han vuelto a abrirse empezando a pedir, a pedir ayuda para buscar trabajo o para vivir su circunstancia familiar o una enfermedad. Dentro de esa ayuda han encontrado mucho más. Lo testimonian algunas historias que nos enseñan que no es el momento de cerrarse en uno mismos, sino de abrirse y pedir.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón