Del 25 al 29 de agosto, 350 adultos y 235 niños acudieron a la famosa localidad turística del Pirineo aragonés. La propuesta era vivir unos días de vacaciones como amigos, es decir, siendo testigos de Otro. Una experiencia de comunión y de protagonismo personal que hace que uno vuelva al trabajo y a la vida diaria contento. Lo cuentan algunos protagonistas insospechados
Hemos regresado de Formigal y, casi sin darnos cuenta, hemos empezado a trabajar. Y creo que lo hemos hecho de otra manera, expectantes, llenos de deseo y necesitados más que nunca de que lo sucedido estos días acontezca en lo cotidiano, en la realidad con la que nos toca lidiar a cada uno. Vivimos para recocer al Señor. Nada de fantasías, nada de paréntesis vacacionales que te devuelven más triste a la normalidad (lo llaman “síndrome posvacacional”, ¿no?). No queremos falsas esperanzas ni cantos de sirena. Las vacaciones han sido unos días de gracia sobreabundante. El salmista nos presta su voz: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Y ha estado grande porque se ha dejado ver en los rostros de los testigos con nombres y apellidos, en nuestra unidad y en la belleza que brota de la unidad. ¡Qué privilegio poder participar de este inmerecido regalo! Y vuelvo a citar otro salmo: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?». Supongo que me viene a la mente tanta cita bíblica por la influencia del padre Francisco, monje jerónimo de la comunidad de Yuste, en Cáceres, que ha estado con nosotros en estos días. Es algo impresionante oír a alguien como él, que tan profundamente ama a la Iglesia, hablar del valor del movimiento. Sus palabras nos hacían caer aún más en la cuenta de la grandeza del carisma recibido y de la importancia de Comunión y Liberación en este momento histórico. Es una llamada con letras mayúsculas a la responsabilidad hacia el don otorgado, lo cual conecta perfectamente con la petición que nos hacía el Papa en Roma: profundizad de forma personal en la fe. Su testimonio ha sido tan provocador que nadie ha quedado indiferente. La gente no le dejaba ni respirar. Todo el mundo quería estar con él, porque todos queremos «tocar y ver al Verbo de la vida», y cuando se deja ver con tanta claridad, cuando hay personas que son un signo tan claro, toca pegarse como una lapa. Y yo, la primera. Era como un niño, es un niño. Un hombre que lleva 42 años de monje, ¡cómo se ríe! Una risa franca, limpia, luminosa. Él, que descubre la belleza en el lugar más recóndito, ¡cómo ha gozado de cada gesto, de cada paisaje! ¡Qué manera de estar con cada uno! Es como si para él fuera la única persona en el mundo. Se identifica con la vida del otro, se entrega, da todo lo que tiene, no se reserva nada. El padre Francisco ha sido un espectáculo. Pero también lo han sido otras personas, otros amigos, es decir, otros testigos, muchos de ellos explícitos y otros silenciosos, pero no menos elocuentes. Me ha encantado conocer más de cerca a Rafa Gerez o Anas. ¡Qué tíos! Con gente así al lado la vida es una aventura, un reto y de los buenos. Cuando estás con Anas se te hace más evidente que el corazón de Dios es amor paterno. A él se le nota traspasado por ese amor y lo transmite con una sencillez asombrosa. La verdad es que estos “Borromeos” son la leche. Pero también me iría al fin del mundo con Marta y Emilio De la Torriente. Bastaba con mirarlos. Con testimonios así, pedir menos a la vida es desperdiciarla.
Este año hemos preparado los juegos algunos de Parla y de Móstoles. Ha vuelto a suceder lo mismo que el año pasado. Primero ha sido bonito tener la tensión de prepararlos durante el verano (ayuda a que uno se distraiga menos), pero lo más llamativo, sin duda, es vernos a todos en acción, vernos jugar. Ha vuelto a ser un espectáculo de unidad, creatividad, belleza y diversión (me he reído hasta retorcerme viendo a algunos ilustres de cierta guisa...).
Después de lo experimentado estos días tengo más claro que no quiero ponerle coto a la gracia de Dios. Quiero ver en qué puede llegar a convertirse la vida si me dejo hacer. Me conformaría por ahora con no estorbarle demasiado. ¡Quiera Dios que pueda vivir así el curso que comienza! Y lo mismo deseo para todos vosotros.
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