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Huellas N.8, Septiembre 2008

PRIMER PLANO - Meeting de Rimini

Ser protagonista es decir “sí” al Misterio

Vicky Aryenyo

La enfermedad y la soledad la habían llevado a la desesperación. Luego llegaron Rose y los voluntarios del Meeting Point, y con ellos llegó «el encuentro que hizo renacer mi vida. Porque si ella me mira así, ¿cómo será la mirada de Dios?

Estoy muy contenta de estar aquí. Os traigo el afecto del pueblo ugandés, de mi familia y de toda la familia del Meeting Point International.
Deseo compartir con vosotros el camino que he recorrido en mi vida.
Nací y crecí en un pueblo de la zona oriental de Uganda, donde vivíamos solas mi madre y yo. Un día mi madre enfermó de cáncer y como su trabajo era la única fuente de ingresos tuve que abandonar el colegio para ayudarla a salir a delante. Encontré trabajo en Kampala, como contable de un hospital y estuve allí diez años; me casé y tuve dos hijos. En el año 1992 cuando estaba embarazada del tercero, empecé a tener problemas con mi marido: él quería que yo abortase y que, si me negaba a hacerlo, nuestro matrimonio terminaría. Como no lograba entenderlo elegí dar a luz en cualquier caso. Hay que señalar que mi marido decía la verdad porque nos abandonó.
En el año 1996 mi hijo más pequeño empezó a manifestar los síntomas de la tuberculosis y los médicos me explicaron que esta enfermedad se desarrolla solamente cuando el sistema inmunológico ya no puede dar respuesta. Según ellos recuperaría el sistema inmunológico en cuanto comenzase a comer. Y la vida siguió. Hasta que un buen día tuve un herpes, síntoma de otra enfermedad que en aquella época nadie podía diagnosticar con precisión.
En el año 1997 empecé a encontrarme fatal y tuve que dejar de trabajar. La vida se hizo muy difícil. La enfermedad progresaba hasta que un buen día me desmayé cayendo al suelo y me desperté en el hospital. Allí me preguntaron si estaba dispuesta a realizar el test sobre el virus del sida (acepté inmediatamente. ¿Qué otra cosa podía hacer?) al que respondía dando positivo.
Fue un momento muy difícil y me preguntaba: “¿por qué yo?”. Me había casado según las normas y había permanecido fiel a mi marido. Fue en ese momento cuando comprendí porqué no quería al bebé: es muy probable que supiese que yo había enfermado y que habría dado a luz un niño enfermo. El primer milagro fue cuando, en apenas dos semanas, me dieron de alta mientras a mi alrededor veía morir a muchos. Sin embargo yo no sabía que era el comienzo de otro camino. Una vez que llegué a casa descubrí que mi hijo estaba gravemente enfermo. Pedí que se le hiciera la prueba del sida y el resultado dio positivo. Fue en aquel momento cuando sufrí más. Me preguntaba: “¿Por qué él?”. Estaba condenado a morir, por la decisión de su padre, desde que se encontraba en mi vientre, y yo lo había custodiado hasta el momento de nacer; sin embargo el destino lo perseguía. Si hubiese enfermado mi marido quizá me hubiese alegrado pues él era el culpable de todo, pero estaba sanísimo, se había vuelto a casar y ya no se preocupaba de nosotros.
Yo no entendía a Dios: habría podido aceptar estar yo enferma, pero no que mi hijo lo estuviera.
Me parecía que Dios permanecía callado. Hasta el año 2001 vivía en otro planeta y ya no veía a mis amigos. ¿Qué mal les había hecho a ellos? No teníamos dinero, nadie nos mostraba su afecto y todo el mundo nos odiaba como si fuésemos los responsables de la enfermedad.
Un buen día entraron en mi casa unas personas. Eran voluntarios del “Meeting Point International”; seguramente sabían que había algún moribundo en el pueblo. Vinieron y me contaron lo que hacían para invitarme a que me uniera a ellos. ¡Para mí eran mentiras! Yo no los había visto antes y era imposible que alguien me quisiera ayudar, estaban fingiendo. Vinieron varias veces y yo, embozada, me negaba a escucharles. Mis hijos mayores dejaron de ir al colegio e incluso el pequeño dejó de ir porque el profesor lo llamaba “esqueleto” mientras sus compañeros se burlaban. No conocía a nadie con quien compartir este sufrimiento y, además, cuando quise ir a hablar con el profesor me impidieron que lo hiciera.
Los voluntarios hablaron de mí a Rose y, un buen día, la llevaron a mi casa. Rose se sentó a mi lado. Yo me separaba porque mi olor no era agradable, además me salía pus por la nariz y por la boca. Estaba viva pero mi cuerpo parecía que se iba a descomponer. Yo me separaba y Rose se acercaba hasta que llegó un momento en el que ya no encontraba un sitio donde ponerme. Rose se dirigió a mí y yo, incluso aquella vez, tenía el corazón impenetrable. Lo cierto era esto: yo no esperaba ayuda alguna de ella. Sin embargo, una vez que se fueron recordé una frase de Rose que tocó mi vida: “si tú no quieres venir al Meeting Point al menos entrégame a tu hijo porque puede vivir”. Volví a escuchar aquellas palabras una y otra vez hasta que un día decidí ir al Meeting Point.
Nada más llegar vi que había música: ¡estaban bailando! No podía entender que personas enfermas bailasen y fueran felices. Me dije: “¡No es posible!” y me volví a casa.
Los voluntarios siguieron atendiendo a mi hijo y así me “capturaron” a través de él: en cuanto comenzaron a prepararle para la terapia entendí que quizás podría fiarme y empecé a estar con ellos.
Un buen día, Rose me llamó a la oficina. Me miró a los ojos y me dijo: “¡Vicky! ¡Tú tienes un valor, y es más grande que tu enfermedad! Lo puedes conseguir y lo único que necesitas es volver a tener esperanza”.
Me quedé en silencio mientras ella seguía mirándome. Dijo sólo aquellas palabras pero sus ojos hablaban más que su boca y me pedían que la creyese como si me dijeran: “hay Alguien por encima de ti en el que debes volver a poner tu esperanza”. Me miraba con los ojos llenos de amor, eran para mí un rayo de esperanza. Al mismo tiempo, con sus labios repetía estas palabras: “verás como la terapia permitirá que tu hijo sobreviva. Tienes que volver a encontrar la esperanza, tienes que vivir para que puedas ver crecer a tus hijos”. Y yo pensaba: “¿Aunque mi hijo se salve donde encontraré dinero para darle de comer?¿Como sobreviviré?¿Qué milagro tiene que suceder?”
Ya en casa había algo que se movía en mis ojos como en una película. Desde el comienzo de mi enfermedad me había encerrado en mí misma y había sido rechazada por todos. Aquellas fueron las primeras palabras que me dirigía alguien. Sentía dentro de mí cosas que no podía comprender. Así empecé a mirar aquellos ojos que me hablaban. Aquel día me encontré con Rose. La había visto muchas veces pero nunca había tenido un encuentro con ella. Incluso ahora que os lo estoy contando lo veo como en una película.
Así es como comencé a conquistar la esperanza y a acudir al Meeting Point. Rose ya no ha vuelto a decirme aquellas palabras, pero sus ojos me las decían cada vez me miraba. Al ver que la vida volvía a mi hijo, gracias a la terapia, comenzó para mí el gozo de la vida y empecé a comprender que también yo podía vivir. No importa en qué condición. Cada vez que me venía a la mente la mirada de Rose pensaba: “Si ella puede mirarme así, ¿cómo será el rostro de Dios?” De algún modo Dios me mira a través del rostro de Rose. Ella me ofreció su hombro: es Cristo el que me entregó aquella hombro para que pudiese apoyarme cuando ya no quedaba nadie en qué apoyarme; Cristo ha venido y me ha dado Su Esperanza (¡la verdadera!) todo se inició con un encuentro que ha hecho resurgir mi vida. Cuando mis esperanzas han comenzado a resurgir incluso mi cuerpo ha comenzado a resurgir: yo, hoy, soy la prueba de esta realidad. No puedo explicaros cómo ha sucedido esto pero yo tengo una compañía, un amigo. Rose ha estado siempre a mi lado y me ha ayudado a comprender que Cristo permanece a mi lado en una situación de sufrimiento que no puedo describir de otra manera.
Un año después inicié la terapia que, junto a mi hijo, continúo. Hemos tenido un encuentro sobre el que hoy nos apoyamos y que nos ha dado dignidad. Todo comenzó cuando Rose respondió “sí” a una llamada. Como en el episodio de los diez leprosos: Rose ha ayudado a muchos y yo soy, de entre los diez, la que ha vuelto a Él (¿Dónde están los otros?)
Yo no conseguía entender por qué Rose se comportaba de esa manera. Y es para esto por lo que he venido aquí. He visto que el movimiento está vivo, que no es una asociación, sino una persona; el movimiento tiene vida y genera vida. Podemos olvidar a Lázaro que, en definitiva, resucitó hace muchos años… Si nunca habéis visto un milagro, ¡aquí lo tenéis! ¡Soy yo! Porque estaba muerta y he vuelto a tener vida. Ahora soy “esclava” de este movimiento que me ayuda a comprender cuál es mi destino, me acompaña en el camino, he vuelto a tener esperanza. No tengo padre, ni madre, ni marido, pero tengo una hombro en la que apoyarme. Soy “la esclava” del movimiento por la humildad que he encontrado en vosotros. He visitado la exposición “La Libertad está en búsqueda, es tan querida. Redime mientras busca” y al ver que había presidiarios me he dicho: “yo también estoy encarcelada, también yo he sufrido una condena (el virus mata), pero yo soy libre”. Todos podemos ser libres, es suficiente con hacer una sola cosa: decir “sí” cuando somos llamados. Si rechazamos decir “sí” a la llamada, nos quedamos prisioneros.
Cuando recibí los resultados del test hice un voto: no haría nunca a nadie lo que mi marido me hizo a mí. He mantenido esta promesa hasta hoy y espero no dejar nunca de respetarla. He aprendido que Dios es mi marido y el padre de mis hijos. Le he visto a través de Rose, a través de Julián, en el movimiento: he visto a Dios trabajar en mi casa.
Alguien me podría preguntar por mi marido: yo no soy el Juez. Yo lo he perdonado. Y desde aquel momento mi libertad ha sido plena. Hemos aprendido a decir sí a la llamada, al amargo cáliz que nos toca beber. Hemos aprendido a decir “sí” a la Cruz que debemos llevar y Rose ha aceptado ayudarnos a llevarla. El movimiento está con nosotros y no dejaremos de cumplir nuestra misión. Gracias.


Querido Julián: ¡Qué alegría más grande haberte conocido! Mi vida ha cambiado al encontrar la mirada de Rose, llena de amor y de esperanza, llena de atractivo. Pero después ha llegado otra mirada, una mirada de vida y de resurrección. No puedo describir lo que he experimentado nada más verte. He sentido la fuerza de la resurrección que me alcanzaba, por eso me eché a llorar. Ha sido tan inesperado y tan fuerte que me temblaban las piernas y no he podido contener las lágrimas a pesar de que estábamos en público. Dios seguirá confiándote muchas personas para que puedan caminar gracias a tu mirada. Yo soy una de ellas. Esto ha renovado mi deseo de seguir el movimiento. Esta realidad me ha cautivado de tal manera que ahora sólo quiero servirla, pues coincide con el camino hacia mi destino. Acepta mi amor. Tu hija Vicky
(de una carta de Vicky, después del Meeting)



SE HA DICHO

EMMANUELE SILANOS Misionero de la Fraternidad San Carlos en Taipei
«El regalo más grande que se me ha concedido en estos meses ha sido participar
de la mirada de Dios al hombre, vivir, de alguna manera, lo que Dios experimenta mirándonos. Además, compartir su método: la paciencia, una paciencia hecha de encuentros personales cara a cara. Cristo no encuentra una masa y la convierte: Cristo encuentra a la persona y cambia la vida de cada uno».

SHODO HABUKAWA Profesor en la Universidad del Monte Koya, Tokio
«Una clave del pensamiento de don Giussani es el ecumenismo, basado sobre la voluntad de elevar y ampliar el nivel humano gracias al conocimiento y a la asimilación de otras culturas. Si se extiende el conocimiento personal a gentes del mundo entero, es posible acceder a una profundidad mayor de nuestro ser».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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