El brunch del domingo
Dicen que en el Tommy Molina’s se toma el mejor brunch de la ciudad. Las paredes blancas del local están cubiertas por un laberinto de graffiti que dejan los clientes. En el menú se pueden encontrar Eggs Benedicts, Pancakes, Potato Scrambles…
Es un domingo de noviembre y Armando ha pedido a Jagar, su compañero kurdo iraquí, que le acompañe a desayunar. Él es mexicano. Un cirujano afincado en EEUU para cursar estudios de su especialidad. Los exámenes se acercan y la idea de volver a casa le procura un cierto alivio. Jagar es la única persona con la que ha logrado estrechar amistad. El resto son horas transcurridas en el quirófano, estrés, decepciones y discusiones.
Una camarera se acerca a la mesa. Armando levanta los ojos del menú. Mira la tarjeta que cuelga de su camisa, donde se puede leer “Emily”. «Chicos, ¿qué os puedo traer?». Toma nota y se va. Pero cuando vuelve para servirles, les pregunta por ellos, a qué se dedican. «¿Y tú qué haces, Emily? ¿Trabajas siempre aquí?». «No, sólo los fines de semana. Doy clase de religión en una escuela primaria católica». «¿Y qué tal es dar clase a los niños?».
Emily les cuenta, entre idas y venidas. Los huevos fritos se enfrían, pero a Armando le da igual. Le llama la atención la paz que transmiten las palabras de la chica. Esa amabilidad no formal que deja entrever algo distinto. Sobre todo, nunca se ha sentido tan en paz durante los últimos meses. Vuelven para tomar el brunch allí el domingo siguiente, y al otro. Vuelven para encontrarse con Emily. Le preguntan por ella, por su vida. «Vivo con otras chicas, formamos parte de un movimiento, Comunión y Liberación».
Días después, una tarde Armando conoce a los amigos de Emily. Vuelve a encontar en ellos la misma paz que le había sorprendido en la camarera del Tommy Molina’s. Es el inicio de una amistad. Cuando le invitan, Armando hace un hueco entre sus compromisos para poder ir. Se convierte en una cita fija. Allí puede hablar de sí mismo, de lo que cuesta en el hospital, de las ganas de volver a abrazar a su familia que no ve desde hace año y medio.
La ocasión de volver a casa llega justo en esos días. La fecha del examen de especialidad es el miércoles de Semana Santa. Nada más enterarse, Armando había sacado los billetes para marcharse el jueves. Por fin iría a ver a sus padres. Pero la semana antes del vuelo, en la Escuela de comunidad dan un aviso sobre el Vía Crucis.
Es un instante. El tiempo necesario para darse cuenta y hacer algunas llamadas. Armando pospone el viaje. Sus amigos le miran sorprendidos: «¿No tenías ganas de volver a ver a los tuyos?». «Sí, pero durante estos meses también vosotros os habéis convertido en mi familia».
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