EN ESTE DRAMA, CRISTO SE HA DEJADO VER UN POCO MÁS
Gisela, una amiga mía, vino a verme a casa. En un momento dado, le pedí que me acompañara a despertar a mi hermano para que fuera a trabajar. La casa de mi hermano queda de camino a la de Gisela. Cuando llegué, me despedí de ella y al abrir la puerta con un juego de llaves que él siempre dejaba en mi casa, descubrí que se había suicidado colgándose de una soga. En ese momento grité y Gisela volvió. Me arrodillé a rezar y pedir a Dios misericordia por él. Mi hija Martina de 9 años, que nos había acompañado, cuando me escuchó gritar se asustó y no entró. Gisela le contó lo sucedido y Martina corrió a avisar a mis dos hermanas que llegaron en pocos segundos. Una de ellas alzó a mi hermano y la otra lo desató. Mi hermano estaba vivo. Trajimos una almohada y lo acostamos en el piso. Enseguida llegó un patrullero de la policía, lo llevaron al hospital y allí murió. Pero dentro de este drama terrible, Cristo se ha hecho presente en todo momento. Desde que Dios nos permitió despedirnos de mi hermano, pues seguía respirando a pesar de su decisión, hasta la compañía de Gisela en esos momentos y de las personas que fueron llegando y nos abrazaban. Eran todos signos de Cristo que se dejaba ver un poco más. En unos minutos un monje, amigo y vecino mío, trasmitió lo sucedido a otros amigos comunes y rápidamente hicieron una tremenda cadena de oración y ofrecieron misas por el alma de mi hermano y por el consuelo de mi familia. Todas estas circunstancias y las que siguieron me fueron develando ese Rostro que deseo conocer cada vez más.
Rosa, Santa Fe (Argentina)
MÁS QUE EN LA PIEL, TATUADO EN EL CORAZÓN
Enseño Filosofía en quinto año de un Colegio Secundario de Santa Fe. En los encuentros intenté ayudar a mis alumnos a formular en primera persona los interrogantes fundamentales acerca de existencia humana y de toda la realidad. Y a lo largo del año les propuse aprender a descubrir y comparar diferentes respuestas con la guía de los grandes pensadores de las distintas etapas históricas. Como siempre me ocurre, entre los grupos de jóvenes hay algunos que se interesan vivamente, intervienen en los debates propuestos en clase, preguntan, y buscan profundizar las lecturas. Otros se conforman con lo mínimo que les permite aprobar, y finalmente están aquellos que permanecen indiferentes a toda posibilidad de formular preguntas acerca del sentido y la totalidad de la realidad. Es frecuente también que algunos alumnos asuman de antemano una actitud de rechazo ante cualquier filósofo cristiano. El último año, las clases se hacían interesantes cuando un pequeño grupito planteaba estas posturas presentando textos y argumentos para respaldarlas. Yo tomaba muy en serio lo que expresaban estos alumnos y aunque en muchos asuntos no estábamos de acuerdo, se estableció una relación de creciente interés y mutuo afecto. En los últimos días, uno de estos alumnos me contó que había encontrado una frase de gran valor y que había decidido tatuársela en sus costillas: «Con los pies en la tierra y la mirada en el Infinito». Al día siguiente le regalé el ejemplar de Huellas cuya portada dice que estamos «Hechos para el Infinito». Ante mi entusiasmo por el contenido de la frase que había elegido y mis reservas de que se haga un tatuaje, me respondió que era algo que lo había marcado profundamente y por eso lo quería llevar para siempre.
Carlos, Santa Fe (Argentina)
UN AÑO CON LA AYUDA DE ANDRÉS DESDE EL CIELO
El 2 de abril del año pasado comenzó un camino dramático y precioso para mí. Ese día fue el culmen de una historia de amor entre Dios y su hijo Andrés. A medida que recorro los detalles, reconozco que Dios puso a mi hijo Andrés en mi camino, pero que yo no era el protagonista, sino ellos dos. Cuando las personas me dicen que «lo lamentan mucho» pienso que Andrés está feliz porque su vida ha alcanzado su destino. Eso no es lamentable en absoluto. Hasta se oye la frase: «Ha perdido a un hijo». ¡Por Dios! Nada más reducido. No he perdido a un hijo, ¡lo he ganado! Y de un modo perfecto, absoluto y eterno. Es claro que todo esto trae consigo una buena carga de dolor y sufrimiento, pero lamentarlo indica que la fe no ha llegado a ser totalizante. Parece que mirar la situación desde el ángulo de la fe y la alegría está absolutamente fuera del alcance. Y no obstante, este año he descubierto que esa forma nueva de mirar es la única que es justa y verdadera, porque todas las demás se quedan en la apariencia. Por eso, juzgar los hechos de la vida sólo desde la resonancia sentimental que nos provocan me parece desperdiciarlos. Si me quedara parado en el dolor de no poder abrazar más a Andrés, estaría reduciendo la realidad tan sólo a su aspecto más inmediato y me perdería toda la riqueza y hermosura que está un centímetro después. Deseo poner un ejemplo más. Hace unos días pensaba: «En poco tiempo Andrés cumplirá un año frente a Dios», pero, ¿cómo puede cumplir un año si en la eternidad no existe el tiempo? Si pienso así, quiere decir que sólo lo veo desde mi punto de vista y no desde el suyo, que la auténtica fe no me ha transformado, que en el fondo Cristo para mí es sólo una historia curiosa. Ni qué decir de la palabra «murió», esa ya ni la uso. Este tiempo ha sido como un curso intensivo para cambiar y comenzar, aunque sea torpemente, a abrirme a la vida desde el punto de vista de Dios y no sólo del mío. «Cambia, todo cambia» me enseñaron a cantar mis amigos del Movimiento. Ahora veo lo importantes que son todos aquellos que nos han precedido y que han hallado gracia delante del Señor. Son nuestros ayudantes, acompañantes y cuidadores. Todos ellos, incluido Andrés, son un bien inapreciable no sólo para la Iglesia, sino para el mundo entero. Son muchísimos los que nos han compartido cómo han sido ayudados por Andrés. ¡Qué gozo más profundo y qué confirmación más hermosa! Quiero decir que sólo el Misterio de Cristo y su gracia nos ponen en la posición justa. Como decía el obispo Hilario de Poitiers: «Antes de conocerte, oh Cristo, yo no existía». Pido al Señor de todo corazón, para mí y para todos, que nos dé «un corazón puro, que nos renueve por dentro con espíritu firme» y como dicen los curas en la misa: «no permitas que me separe de ti».
Pablo, Pachuca (México)
EncuentroMadrid / 1
UNA FECUNDIDAD INCIPIENTE
El trasfondo y la conexión de todos y cada uno de los encuentros y gestos a los que he podido asistir ha sido el mismo: un interés auténtico y apasionado por la verdad. Lo reconocí escuchando las letras de Munford&sons, que no ceden a la mediocridad de la mentalidad dominante, o que se amolde al tan perseguido puro éxito comercial: “Lead me to the truth and I will follow you with my whole life”, entre tantas… ¡Impresionante! Me conmovía hasta el extremo pensando lo que sería tener unos hijos como esos seis o siete chavales que se subieron el viernes al escenario para cantar esas canciones y permitir que ignorantes musicales como yo conociéramos esta joya de grupo musical. Unos jóvenes apasionados por transmitir la belleza que han descubierto en unos cantantes a los que admiran. De veras es impresionante. En el encuentro que organizó Medicina y Persona, pude apreciar de un modo meridiano que la verdad en cuestiones de bioética no admite dobles interpretaciones: es la vida o la muerte. No hay más. No hay vidas mejores o más útiles o legítimas. Y no hay muertes que se puedan justificar por nada. No hay más valor en la vida de un adulto con capacidad de decidir, ¡o de votar! que la de un bebé (enfermo) con 2 minutos de vida, o la de un feto que acaba de ser concebido. En fin, salí tan agradecida por haber escuchado de un modo tan firme, bello y real, cuáles son las razones por las que la fecundación in vitro no es adecuada. Me percibía más sostenida que nunca en un asunto tan doloroso para mí como es decir “no” a la única solución que se me propone para poder tener un hijo. Yo, que con el frágil y titubeante “no” que en un principio daba a esta propuesta, atemorizada porque mi matrimonio adoleciera de la esterilidad “física” que tanto temía, me veía ahora rodeada de tantos signos que respondían rotundamente a este pequeño sacrificio. Mi débil gesto de libertad, que me hizo apostar por una decisión y no por otra, se veía ahora premiado con esta enorme alegría y esta evidencia plena que hoy tengo y que me hace concebir mi matrimonio con una fecundidad incipiente, distinta, que Dios sabe a qué conducirá. En esta misma línea, cuando una universitaria muy querida me explicó la exposición sobre Jèrôme Lejeune comprendí, volví a comprender, a darme cuenta de lo sencillo que habría sido incurrir en la mentira, ceder a la presión de la falsa imagen de bondad y bien que la sociedad te ofrece decidiendo acudir a la fecundación in vitro, recurso al que la mayoría de amistades a mi alrededor ha recurrido para acabar teniendo su hijo en brazos. Lejeune, pese a que todos sus contemporáneos tendían a lo contrario, se plantó con coraje ante la comunidad médica para defender la verdad. Y su dolor debió ser terrible al descubrir que sus investigaciones, que habían tenido el propósito de salvar vidas, se usaban para destruirlas. Y además, destruirlas con el envoltorio de una supuesta legitimidad que a la inmensa mayoría le parecía aceptable. Y es que la mentira siempre se presenta de un modo que tiene cierto atractivo, aparentemente inocuo, sin consecuencias. Pero es terrible el daño que puede causar. Las palabras de Lejeune todavía resuenan en mi memoria. Las mismas de Juan Pablo II: «¡No tengáis miedo!». Y es cierto que da vértigo, porque muchas veces debes ir contra corriente, contra lo que todos entienden, viven o piensan, pero también es cierto que no tenemos nada que temer, porque la verdad se termina imponiendo. Como colofón, el encuentro final testimonió como el encuentro con un hombre, Jesús de Nazaret, nos ha hecho salir a todos del búnker sin ventanas que era nuestra vida, la ha cambiado de un modo tan drástico, que ha dado un vuelco al modo de concebir la existencia, de interpretar las mismas circunstancias, que nos hace alegrarnos y conmovernos por la vida y los hombres, por la grandeza de Dios que hace crecer esta historia de un modo, siempre discreto y sencillo, pero tan exponencial como inusitado.
Eva, Getafe / Madrid (España)
EncuentroMadrid / 2
TOLKIEN EN EL ANO DE LA FE
Anoche disfruté enormemente de la Vigilia Pascual, más que en los últimos años. Mirando atrás (ahora con calma) para valorar estos meses de trabajo para preparar la exposición sobre Tolkien, puedo decir que mi fe se ha hecho más profunda y a la vez más alegre. No consigo saber muy bien por qué, pero reconozco que es así. Me veo a mí misma caminando por la exposición como por las etapas de mi vida: soy querida y creada, nazco del Bien; llevo el mal y el límite a mis espaldas como todo hijo de vecino; se me ha regalado la libertad y cada vez la ejercito de forma más madura para buscar mi destino, un destino que reconozco como bueno; camino acompañada (por mi Carlos, mis hijos, muchos amigos estupendos...); la vida es realmente una aventura inesperada y apasionante... y las águilas han venido a mi rescate eucatastrófico unas cuantas veces que yo pueda reconocer; tengo certeza, por experiencia cercana, de que la muerte no es la última palabra y no temo la Playa que me espera al otro lado del mar. Y anoche sentada en el banco de la Iglesia, con la vela encendida ante mis ojos, me sabía (con todos mis límites) servidora del Fuego Secreto, que por un momento dejó de ser secreto y ardió en todo su esplendor en la noche de Pascua. Así que una vez más, ya con calma y pasada la euforia de los últimos días de la expo, gracias por haberme acogido en esta aventura.
Kika, Madrid (España)
EncuentroMadrid / 3
LA GRATUIDAD ES UNA FIESTA
Comencé el montaje del EM con los ojos bien abiertos, buscando imprevistos. En el testimonio del viernes (de un tal Caco, de Rimini), se reflejó que la gratuidad de las personas que estaban trabajando recibía algo a cambio, la construcción de ellos mismos. Para mí fue una fiesta de la gratuidad ver los voluntarios que lo hacen posible. Como ejemplo valgan los 3/4 de hora que estuve observando en la cola como resoplaban 6 camisetas naranjas aguantando un chaparrón de gente hambrienta (¡qué mal humor trae el hambre!). Ya el domingo más relajadito me puse en modo siesta para ver la clausura; pero allí estaba José Miguel, contándome que si bien el origen del cristianismo fue la presencia física de Cristo, es la certeza apostólica de su presencia resucitada la que llega hasta nuestros días. Seguidamente tomó la palabra John Waters contando cómo llegó a ahogar su existencia, cómo intentaba definir su personalidad recurriendo al alcohol hasta agotar sus fuerzas, y cómo, perseguido por las sombras, se topó con una asociación que, no sólo le tendió la mano, sino que le descubrió aquello tan grande que llevaba dentro. Él contaba que el hombre tiende a lo fácil, a quedarse en territorios delimitados, donde todo lo tenga controlado, y que tiene miedo de la libertad, que es relación con el infinito, donde todo está por definir; somos capaces de llegar a la luna para delimitar la realidad, pero no sabemos explicar qué llevamos dentro, y – haciendo un guiño – comentaba que sí, que el racionalismo, Darwin o como se quiera llamar, explica “lo que sois el resto”, pero no su corazón, no lo que él tiene dentro ni la grandeza del mismo. En resumidas cuentas, experiencia enriquecedora producto de un imprevisto. ¡Qué buen pastor tenemos!
Un seguidor
COMPAÑEROS DE CLASE: «¿PERO QUIÉN SOY YO PARA REDUCIR
AL OTRO A SUS ERRORES?»
Querido Carrón: Soy una chica de dieciséis años. Tenía una relación magnífica con mi compañera de clase, luego las cosas cambiaron. Por distintas razones, estaba desilusionada y enojada con ella por lo que me había hecho. Estaba convencida de que me tenía que pedir perdón. La cosa duró dos meses, pero yo no estaba contenta. Sentía enfado, desilusión, amargura. Hasta tal punto que para mí ella había dejado de existir. Por la mañana no nos saludábamos, cada vez que me cruzaba con ella me irritaba. Pero cuando iba a misa, pensaba: «Señor, muéstrame el camino bueno, porque sólo tú sabes qué es lo mejor para ella y para mí». El sábado, al acabar las clases, llegué a casa y me eché a llorar. Vi el cuaderno de los Ejercicios espirituales de los universitarios y pensé: «Así no puedo seguir, voy a ver si me puede ayudar». Me puse a leerlo y en un momento dado vi que ponía: «¿Pero quién soy yo para reducir al otro a sus errores, cuando nadie me mira a mí de esta manera? Si Jesús no nos mira por nuestras culpas, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros?». Me sobrecogió tanto leer estas palabras que agarré el teléfono y llamé a mi amiga para pedirle disculpas por cómo la había tratado en estos dos meses. Tuve la necesidad de compartir con ella lo que acababa de comprender. Ella también lo estaba pasando mal, pero no sabía cómo retomar la relación. Ahora somos más amigas que antes, más leales porque hemos descubierto que sólo la mirada de Otro y cómo nos trata Él nos libra de nuestras ataduras y nos hace retomar el camino.
Giulia
ENTONCES COMO HOY:
PORQUE FUE MIRADO, VIO
Si la fe es reconocer una presencia divina en una realidad humana, entonces crecer en la fe implica un constante salir de mí misma para buscar esta humanidad. Salir de mí puede ser ir detrás físicamente, buscar estar con estas personas diferentes, convivir con ellas; y también puede ser mirar sus pasos, seguir, imitar, hacer mío. Como en tiempos de Jesús, los que iban detrás de Él por los caminos, o los que estaban atentos a lo que sucedía en el pueblo siguiéndole más de lejos o a través de los que estaban con Él. En la comunidad cristiana, ciertamente me ha sucedido y me sucede lo mismo que narran los evangelios. En determinadas ocasiones, estando en un lugar concreto experimento que algo imprevisto acontece, que corresponde con mi corazón, con mi espera, que me llena de sorpresa y de alegría. Puedo decir: era esto, esto es lo que deseo. O mejor, esto es más de lo que puedo desear, lo reconozco cuando sucede porque me llena el corazón, pero al mismo tiempo me despierta más el deseo, e impide que me conforme con menos. Me viene a la cabeza la oración de la liturgia: «Concédenos, Señor, alcanzar tus promesas que superan todo deseo». Con cierta frecuencia tengo esta experiencia cuando participo en algún gesto del movimiento o me encuentro con amigos. El resonar en mí de ciertas palabras, que reconozco explican mi vida más de lo que yo misma sabría, me lleva a decir con sorpresa: «Eres tú, Señor». A veces, después me veo dándole a mi marido un abrazo con una intensidad diferente. O siento la necesidad de ponerme de rodillas, o incluso a veces me cuesta conciliar el sueño por la emoción como cuando me enamoré. Estas cosas me hacen desear más que vuelva a suceder lo que ya ha sucedido. Es algo que queda grabado en mí y que añoro vuelva a suceder. Hace que quiera volver al lugar donde ha acontecido, o volver a escuchar esas palabras. Es esa mirada reveladora de lo humano a la que no puedo sustraerme. He sido mirada y llamada como Zaqueo. Pero yo no puedo generar por mí misma la experiencia de la correspondencia, aunque la desee y la añore, aunque la haya reconocido muchas veces, no la puedo reproducir. No puedo poseer la verdad, es ella la que me posee a mí. Por último, también reconozco que me asfixio cada vez más cuando entre nosotros no llegamos a pronunciar su nombre. Cuando lo damos por descontado o nos basta estar juntos, y me ha provocado cuando Carrón dice que la asfixia es síntoma de que nos hemos olvidado de Cristo. Me he dado cuenta de que entonces, cuando esto me pasa, no puedo dejar de mirar este dato de mi experiencia, ya que si no lo hago me convierto en cómplice de mi propia asfixia.
María José, Madrid (España)
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD
Recientemente, algunos de mis alumnos han participado en las vacaciones de GS en Naschville. Nada más volver a casa se empezaron a ver los frutos de esta experiencia. Los estudiantes habrían podido seguir utilizando su tiempo para el estudio o los clubes, en cambio, se me acercaron algunas chicas porque querían discutir sobre ciertas preguntas y cuestiones de su vida porque los días en Naschville les habían provocado. Querían establecer conmigo una nueva amistad. Me pregunté: «¿Qué ven en mí para venir a contarme sus problemas y plantearme sus preguntas?». No saben que yo también me las planteo pero ven que afrontarlas me hace más libre y me permite ir descubriendo el misterio de mi corazón. Ese mismo día, pasó que dos chicos que a menudo levantan la mano para fastidiar la clase, empezaron a enredar. Yo no les hice caso y seguí mi clase con los demás. Cuando vieron que también sus compañeros les ignoraban, cambiaron de actitud y se sumaron al debate. Al acabar la clase, les pregunté si querían que les tratara como niños o como estudiantes. Uno de los dos me propuso quedar con algunos de ellos para ayudarles a estudiar. Fue sorprendente.
Julie, Evansville (EEUU)
China
PASCUA DE RESURRECCIÓN EN SHESHAN
Ha sido un regalo pasar el Sábado Santo juntos en Sheshan. Me quedo sobre todo con el momento en la iglesia cuando rezamos el Rosario y cantamos la Salve Regina. Nada más acabar, una mujer anciana se acercó llorando conmovida por lo que había visto en nosotros. Nos comentó la diferencia que veía con el resto de turistas que simplemente vienen por curiosidad. El testimonio de esta mujer es un regalo para mí que me ayuda a volver a reconocer la belleza de lo que hemos encontrado. Cuántas veces hago las cosas por rutina (incluso rezar el Rosario). Esta mujer me ha permitido tomar conciencia de la belleza de nuestra compañía que despierta el corazón de las personas humildes como el de esta mujer. Luego, la Vigilia de Pascua en la Catedral fue otro milagro. Nunca había estado 3 horas en una Vigilia y menos en chino con todos los cantos en latín. Se han bautizado ni más ni menos que ¡99 chinos! Ha sido tan impresionante verme allí delante de este espectáculo que he tenido la oportunidad de volver a reconocer con más fuerza que nunca lo importante que es la Pascua. Sólo la resurrección de Cristo puede explicar la belleza que genera nuestra compañía.
Carta firmada
Argentina
MIRAR Y APRENDER DE NUESTROS HIJOS
En el año 2011 mis hijos de entre 11 y 3 años conocieron todos por primera vez el mar. Fue para mí tan grande ver su asombro ante la inmensidad que se les presentaba, que tomé una serie de fotos. Os envío una que expresa muy bien lo que don Gius explica en El sentido religioso: «Si naciéramos con la edad que tenemos ahora, ¿cuál sería nuestro primer sentimiento, nuestra reacción?».
Nanci, Buenos Aires
Venezuela
DE MISIONES EN LA SEMANA SANTA
Desde hace tres años, vamos de misiones con los Universitarios y algunos Secundarios a pasar la Semana Santa en algún lugar hermoso y remoto de montaña. Compartir con los campesinos de la zona su fe sencilla y profunda enseña lo esencial de la experiencia cristiana: que todo desde la siembra, los hijos, el clima, la casa, tiene que ver con Cristo. Este año la convivencia se celebró en Niquitao, del Estado Trujillo. Una zona de montaña a 2000 m. de altura, distante unas once horas de la capital. El trabajo sobre los Ejercicios del CLU y la celebración central de nuestra fe: el triduo pascual. He aquí algunos testimonios.
En estos días me acordaba del miedo que tuve cuando entré en la universidad el octubre pasado. Son estos típicos miedos que te invaden y te nublan la mente. Después de un tiempo, ya me encontraba un poco más cómoda. Logré organizarme bien y tener las cosas bajo control (al menos la mayoría). Se suponía que debería haberme sentido plena y satisfecha, pero no fue así. Sólo reinaba una pregunta: ¿y ahora qué? Esta Semana Santa fue la ayuda que necesitaba para comprender algunas cosas. Primero el valor que tiene mantener las amistades que te recuerdan momentos importantes y sencillos de tu vida; segundo, la importancia del darse a los demás, incluso si el que tienes delante es un total desconocido; por último, creo tener la respuesta a ese “¿y ahora qué?” que tenía antes de las misiones. Anoche a pesar de sentirme cansada por las largas horas de viaje, prevalecía una alegría y una plenitud, como un sentimiento de seguridad, un querer aferrarme a lo que estoy viviendo. Creo que sería completamente estúpido por mi parte si simplemente lo ignorara y siguiera automáticamente con mi vida. Me he quedado con esta frase que leí esta mañana del Papa Francisco «nuestra alegría nace de haber encontrado a una persona: Jesús, que está entre nosotros».
Janeth
Cuando me invitaron a las misiones de Semana Santa lo primero que pensé fue: yo tengo que ir. Nunca dudé ni por un segundo si ir o no. Ese era mi deseo hasta tal punto que me puse a trabajar de profesor (teniendo 17 años y sin aún ser bachiller) para conseguir el dinero del viaje. Sin embargo, había una inquietud en mí: ¿por qué ese deseo tan grande de ir? ¿Qué habría en las misiones que me llamaba la atención? Llegó el día de la salida y yo aún no sabía a qué se debía mi deseo, pero luego de tres días allí y de ver todos los acontecimientos que estaban pasando (la ayuda que mis amigas de Mérida me brindaron cuando enfermé en el camino, el paseo y retiro del primer día, la visita que hicimos a las casas, los testimonios que todos daban, etc.), me di cuenta que estaba ante unas miradas que me ayudaban a mirarme a mí mismo con ternura. Entonces entendí que mi deseo se debía a eso: sabía que en las misiones encontraría esa mirada humana y reveladora que me hace vivir más intensamente. Me di cuenta que es esa misma mirada la que me hace ir a la Escuela de comunidad, a la caritativa, al coro. Comprendí que sin esa mirada mi vida no tiene sentido, pues ella es signo del Misterio último de la vida que es Cristo, y gracias a ella puedo decir que últimamente he vivido con más conciencia de mí mismo.
Ernesto
Cuando llegó el miércoles, a mis compañeros y a mí nos tocó visitar unas familias bien arriba en una montaña. En una de esas casas vivía un muchacho que pintaba muy bien. Antes de irnos, le preguntamos cómo se llegaba a la otra casa y la hermanita del muchacho se ofreció a acompañarnos. Llegamos a una casa que estaba por ahí cerca pero no había nadie. Entonces la niña nos dijo: arriba hay una casa pero hay que subir como 30 minutos. Vimos la hora y faltaba como una hora y media para el almuerzo, así que decidimos subir. Subimos y subimos, parecía que nunca llegaríamos (y no teníamos agua). Al fin llegamos a la casa, deseando descansar y tomar agua, pero no había nadie. Decidimos descansar un rato para luego bajar. Estábamos viendo la vista, que era demasiado hermosa, y de repente la niña nos dice: «Aquí la vista es bella, pero desde la casa de allá arriba es más hermosa todavía; son como 15 minutos más subiendo». Cuando escuchamos «15 minutos más subiendo», pensamos: «No, hay que bajar, la hora, el cansancio, la falta de agua, ¿y si no hay nadie?». Y la niña, muy parecida a mi mamá, dice: «Es que se ve todo tan hermoso desde allá; pero bueno, ustedes deciden». Nos dimos cuenta, tal vez sin querer, de que íbamos a cometer la peor estupidez si no subíamos. Entonces decidimos seguir subiendo. Llegando a la casa, cuando nos topamos con la señora, se sorprendió mucho de nuestra presencia. Descansamos un rato y ¡por Dios!, claro que había valido la pena llegar allí, no había vista más hermosa que esa. Estuvimos un momento contemplado la belleza del paisaje. Luego entré en la casa, jugué un ratico con los hijos de la señora, y después me puse a hablar con ella. Me dijo que nunca habían llegado a visitarla hasta allá, seguía sorprendida. Luego nos sirvió pan y café. Cuando nos íbamos nos dijo: «Dios les pague por haber venido». A mí eso me tocó el alma, si ya veía claro lo que pasó con la niña, esa frase lo hacía aún más claro todavía. La Escuela de comunidad, a la mañana siguiente, trataba sobre cómo Cristo nos habla a través de las circunstancias.
Ninoska
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón