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Huellas N.4, Abril 2013

PRIMER PLANO / Papa Francisco

Experimentar el poder de aquel acontecimiento

José Luis Restán*

Benedicto XVI había elegido bien el momento. La fecha de su renuncia ha permitido que el nuevo Papa pudiese comenzar su ministerio presidiendo las celebraciones centrales de la liturgia cristiana. Eso ha dado un sesgo muy especial al primer magisterio de Francisco, centrado en la cruz y la resurrección de Jesús. Comenzó con el gesto fuerte del lavatorio de los pies a los jóvenes reclusos del centro penitenciario de Casal del Marmo. Un gesto acompañado de pocas palabras para decir que el Sucesor de Pedro debe seguir en esto a su Señor: «Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Y esto es un símbolo, es un signo. Lavar los pies es: yo estoy a tu servicio».
Lo había dicho ya horas después de ser elegido. Si no confesamos la cruz no somos discípulos del Señor, si no construimos sobre su sangre haremos de la Iglesia una ONG piadosa, pero no la Esposa del Señor. En el imponente marco del Vía Crucis Francisco permaneció con el gesto concentrado, atento. De nuevo pocas pero decisivas palabras al concluir el recorrido de las catorce estaciones: la Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo: »Dios no permanece en silencio frente al mal, ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos».
En la Vigilia Pascual el Papa habla al corazón necesitado de los hombres de nuestro tiempo. Recuerda especialmente a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús movidas por el afecto y la piedad hacia el Maestro, pero bajo el peso de la decepción y la angustia. En ese peso reconoce la condición de tantos hombres y mujeres de corazón sincero que buscan vivir rectamente, pero pensando en el fondo que la marca del fracaso y de la muerte es el sello definitivo de toda aventura humana.
Y aquí Francisco introduce el juicio central de estos días: al llegar al sepulcro aquel simple gesto de piedad se transforma para las mujeres en «acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida… Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente». De aquel “acontecimiento” nació esta historia increíble que se llama Iglesia.
Una Iglesia a la que el Papa quiere volcada enteramente en la misión. Días antes, en su primera Misa Crismal con los sacerdotes de Roma, habló de la urgencia de «salir a las periferias del mundo», retando a sus curas a “experimentar” el poder y la eficacia redentora de la fe allí donde hay sufrimiento, ceguera y esclavitud. Y les advertía del riesgo de vivir la vida sacerdotal «pasando de un curso a otro, de método en método», porque eso conduce a «hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás».
En su primera Audiencia General del tiempo pascual, Francisco ha dicho que también hoy tenemos muchos signos para reconocer al Señor Resucitado: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que son como un rayo de luz del Resucitado. Y al reconocer presentes a diez mil jóvenes de la diócesis de Milán les ha dicho con fuerza: «¡Llevad adelante esta esperanza que se funda en el Resucitado!, esa es vuestra misión. Permaneced anclados en esta esperanza… sujetaos fuerte a esta cuerda. Llevad el testimonio de que Jesús está vivo y eso dará esperanza a un mundo envejecido por las guerras, por el mal y por el pecado. ¡Adelante, jóvenes!». Así sigue el camino de la Iglesia.
*director editorial de la Cadena COPE

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Queridos hermanos y hermanas.
1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.
Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive. Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.
(Homilía en la Vigilia Pascual, Basílica Vaticana, 30 de marzo)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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