Al cumplirse los ocho años de la muerte de don Giussani, el padre MAURO G. LEPORI, Abad General del Cister, habla de sus raros pero decisivos encuentros con él. Continuidad con el carisma del monasterio, relación entre obediencia y libertad, y esa frase que Giussani le dijo el día de su elección… «Necesitaba tiempo para entender»
La cita es a las 17:30 del 23 de enero en el Centro Cultural de Milán, que ha invitado al Abad General de la Orden Cisterciense para un encuentro con el título “¿El inicio crece o se consume? Diálogo sobre nuestro tiempo tras las huellas de san Benito”. El padre Mauro Giuseppe Lepori llega muy puntual, se sienta y se disculpa: «No soy un orador, por tanto, luego, recomponga usted mis palabras». En cambio, uno estaría horas escuchándole. No hay nada que recomponer.
Padre Mauro, ¿cómo conoció a don Giussani?
Cuando era estudiante, a finales de los años setenta, Giussani venía a dar los retiros de los universitarios de CL en Suiza. Recuerdo uno en que se alternaron von Balthasar y él: fue impresionante ver su recíproca devoción, cómo uno escuchaba hablar al otro.
¿Y cuándo fue su primer encuentro en persona?
En 1992, a través de una amiga común. Yo era ya monje y maestro de novicios y volviendo de un retiro en Hungría me detuve en Milán. Nació entre nosotros una relación totalmente gratuita, un don desproporcionado. Viví de la misma forma nuestros encuentros posteriores; no me atrevía a tener la pretensión de verle y cada vez sentí que era un regalo gratuito que él me hacía.
En 1994 usted fue elegido abad de Hauterive. ¿Siguió viéndole?
Aquel día viví uno de los momentos más intensos de mi relación con él. Me pasaron una llamada diciéndome que no se entendía bien. «Soy don Giussani…», en aquel entonces empezaba a expresarse con dificultad. Me dijo que un abad se elige para que ejerza la caridad, y después añadió: «Te lo ruego, ofréceme». Ponía su vida a disposición de lo que yo empezaba. Pasé todo aquel día escuchando esa voz que me decía: «Te lo ruego, ofrece todo mi ser».
¿Volvió a verle?
Mis encuentros con él fueron pocos, cinco. Eran raros y muy importantes para mí. Trataba de atesorar cada palabra, porque don Giussani llevaba su relación con las personas a un punto casi extremo de verdad, intensidad y caridad. Me sentía incapaz de apresar por completo lo que me comunicaba, sentía toda mi vanidad frente a esa gracia. Ahora me doy cuenta de que necesitaba tiempo para entender, y las semillas que sembró en mí están dando fruto.
Usted se refiere a monseñor Eugenio Corecco como su padre espiritual, ¿cómo fue la relación entre ellos?
Otro encuentro con Giussani, fundamental para mí, fue en el lecho de muerte de Corecco, la persona que me había acompañado en los años de la universidad y en los siguientes. Me sorprendí siendo testigo de esta última mirada entre aquellos dos hombres que se encontraban en el umbral del misterio de la vida. Corecco casi agonizaba y Giussani con una caridad, un afecto y una gratitud increíbles, lo abrazaba y lloraba. En aquellos momentos pude vivir toda su humanidad, intensísima.
Por tanto, la relación con don Giussani vino después de su vocación…
Mi vocación maduró en el seno del movimiento, y por tanto el carisma de don Giussani me acompañó desde el inicio, sobre todo enseñándome a abrazar el carisma cisterciense y mi vocación en él. Ahora vivo hasta el fondo el carisma de la vida monástica porque he aprendido y vivido en CL tanto el sentido del carisma como el de la experiencia cristiana. La sintonía profunda entre el carisma benedictino y el método del movimiento, que Giussani hacía explícita, me ayudó en esto. Volví a descubrir en el monasterio gestos y dimensiones en los que había sido educado en el movimiento: la comunidad, la oración, la educación, la libertad, la obediencia…
¿Por tanto usted no sufre el así llamado problema de una doble pertenencia?
Como Abad General me encuentro a menudo con monjes y monjas que vienen de determinados carismas, a menudo de movimientos eclesiales. Algunos viven mal su pertenencia, la viven con un cierto dualismo, como si un carisma impidiese vivir el otro. Esta no ha sido y no es mi experiencia. En CL aprendí a respetar y obedecer al carisma al que Dios te llama, lo viví como una continuidad y no una doble pertenencia. Si se sigue a Cristo no puede haber dualidad.
Cuando Giussani presentó a Julián Carrón, refiriéndose a sí mismo, dijo: «Cuando perdemos el apego a la modalidad en que la verdad se comunica (…) la verdad de la experiencia empieza a emerger con claridad». Después, haciendo suyas las palabras de Jesús, dejó atónitos a los presentes: «Os conviene que yo me vaya». ¿No le parece excesivo?
Vuelvo a oír la frase «Te lo ruego, ofréceme» y pienso que aquel «Os conviene que yo me vaya» es la expresión extrema de la paternidad. El padre no sólo transmite la vida, sino que la entrega por sus hijos. Hay un misterio por el que uno debe aceptar la entrega del padre hasta el extremo. Aceptar que él muera por ti, para que el padre no se quede en un recuerdo sino que siga vivo en mí. Jesús dice: «Os conviene que yo me vaya» porque iba a ofrecerse completamente para quedarse con nosotros. Aquel «Te lo ruego, ofréceme», todavía no lo he entendido hasta el fondo. Entiendo que ofrecerle a él significaba aceptar que otro muriera por mí. Ese ofrecimiento es un juicio sobre ti. Uno sabe que seguirá reservándose, sin entregar la vida, resistiéndose a irse para que otro crezca… Pero entiende que la verdad es otra. Pedro renegó, pero no pudo evitar que le hiriera el hecho de que Cristo fuera a la muerte.
Don Giussani decía que era necesario continuamente un “nuevo inicio”. ¿Cómo es hoy su relación con él y con la realidad que de él ha nacido?
El corazón de su carisma es comprender que el encuentro con Cristo sería vano si no diera lugar a un seguimiento, a una educación de lo humano. Pero el seguimiento parte continuamente del encuentro. De lo contrario, estaría vacío. Para don Giussani la fe reconoce a Cristo presente, sin el cual nada tiene sentido – san Benito diría «no anteponer nada a Cristo» –; y reconocerle presente conlleva un camino. La Iglesia te ofrece un ámbito para recorrer este camino. De otro modo todo se reduce a moralismo y formalismo.
¿Puede decir en una sola palabra cuál fue “el” don de Giussani a la Iglesia?
Repito, educación. Si no hay una comunidad que eduque el hecho cristiano, una fraternidad, una compañía que nos llame incansablemente a la fe, a reconocer a Cristo presente, todo se vuelve frágil, de tal manera que no resistimos a los ataques o las tendencias del momento histórico, sino que también se vacía. El carisma de don Giussani reclama a la Iglesia a ser ella misma, madre y maestra, que no sólo nos da a Cristo, sino que nos educa a seguirle en un camino hacia la plenitud de nuestra humanidad.
Giussani dijo una vez: «Que se pueda decir de mí lo que está escrito en la tumba del padre Kentenich, el fundador de Schoenstatt: “Dilexit ecclesiam”»
Ahora que me encuentro en una posición más expuesta y más cercana a la Iglesia, como jerarquía, me doy cuenta de que el amor de don Giussani a la Iglesia es una gran virtud. Porque cuando uno tiene que medirse con la pobreza humana, la mezquindad y la traición del amor por el hombre de parte de ciertos miembros de la Iglesia, el respeto por la libertad y el crecimiento de las personas, la misericordia, no son inmediatos. Amar la Iglesia a pesar de todo es un don, es la santidad.
¿A pesar de todo?
A pesar de las desviaciones de los hombres de Iglesia hacia el poder. Amar la Iglesia quiere decir llamarla, no a una coherencia imposible, sino al abandono humilde al designio de Cristo.
Giussani, en pleno ’68, tuvo el coraje de decir que la obediencia seguía siendo una virtud y al mismo tiempo de confiarse totalmente a la libertad de los que le seguían. ¿Es una contradicción?
No, porque reclamó a la obediencia como educación, como camino hacia tu plenitud que, por tanto, exalta tu libertad, que se ha entregado para que camines hacia esa plenitud. No es autoridad el que te dice lo que tienes que hacer sino el que te ayuda a caminar. El que concibe la obediencia como el adecuarse a una forma no respeta la libertad, trata a las personas como niños en la playa que hacen castillos de arena, después quitan el molde y basta un soplo de viento para destruirlos. Sin educación no es posible “dar forma”.
MISAS EN EL MUNDO
En el octavo aniversario de la muerte de Luigi Giussani (22 de febrero de 2005), el cardenal Angelo Scola presidirá una misa solemne en el Duomo de Milán, el 12 de febrero a las 21. En Roma, monseñor Massimo Camisasca, obispo de Reggio Emilia-Guastalla, celebrará una misa el 8 de febrero, a las 20, en la Basílica de los Santos Apóstoles. Se celebrarán otras misas en todo el mundo.
Para información sobre las fechas y lugares de las celebraciones y los horarios del Cementerio Monumental de Milán, donde se encuentra la tumba de don Giussani: www.clonline.org.
FRASE DESTACADA
«Hay un misterio por el que uno debe aceptar la entrega del padre hasta el extremo. Aceptar que él muera por ti. Es un juicio sobre ti. Uno sabe que seguirá reservándose, sin entregar la vida, resistiéndose a irse para que otro crezca… Pero entiende que la verdad es otra. Pedro renegó, pero no pudo evitar que le hiriera el hecho de que Cristo fuera a la muerte»
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