Ninguna victoria clara para la derecha. Las elecciones israelíes redimensionan el Likud, a pesar del crecimiento de la franja más radical. Una caída que obligará a Netanyahu a cortejar a los centristas de la Knesset, verdadero exploit de la legislatura. ¿Una rendija para la paz? Tal vez. Pero desde Gaza a las colonias, pasando por las relaciones internacionales, las cuestiones abiertas son todavía muchas…
Contra todas las expectativas de la víspera y de los sondeos, no se produjo en las elecciones del pasado 22 de enero en Israel una victoria clara del bloque de la derecha, representado por la lista común Likud-Yisrael Beytenu. Con 31 escaños obtenidos, once menos que en la legislatura precedente, los dos partidos aliados deberán buscar nuevos consensos, más allá de los “aliados naturales” representados por los partidos nacionalistas y religiosos, que se han visto reforzados gracias al clamoroso impulso del “Hogar hebreo” de Naftalí Bennett, que ha pasado de 3 a 11 escaños. Benjamin Netanyahu ha empezado ya a cortejar a la nueva formación centrista Yesh Atid (“Hay un futuro”) de Yair Lapid, que ha obtenido unos resultados totalmente imprevistos – puede decirse que es la verdadera vencedora de las elecciones, con 19 escaños, situándose en segundo puesto entre los partidos, por delante de los laboristas, que se han quedado con 15 escaños.
¿Contribuirá acaso el ascenso del centro a suavizar la posición de Netanyahu en la cuestión palestino-israelí? No está escrito que vaya a ser así. Como dirigente del mayor partido de la Knesset, el primer ministro saliente tendrá 60 días para tratar de concretar su intención de formar un «gobierno lo más amplio posible». Pero tratará de hacerlo manteniendo intacta su política relativa al proceso de paz con los palestinos. En tal caso resulta difícil entender cómo puede conciliarse esta posición de “halcón” con la visión de Lapid, favorable a la solución de los dos Estados. Es más, comentando los resultados de las elecciones, Lapid ha declarado que con su voto los israelíes «han dicho que no a las políticas del miedo y del odio. Y han dicho que no al extremismo y a la anti-democracia». Se tratará de ver si Lapid deja carta libre a Netanyahu en temas de negociación pretendiendo a cambio reformas socio-económicas (como poner fin a los generosos subsidios y exenciones de los que gozan los judíos ultraortodoxos) o bien, como espera la izquierda, si permanece fiel a sus actuales posiciones. En caso de fracaso de Netanyahu a la hora de formar gobierno, tal tarea le sería encomendada a Lapid. Esto explica por qué la dirigente de los laboristas Shelly Yachiovich ha hablado, amparándose en los resultados, de «comienzo de una gran oportunidad para crear un gobierno alternativo al de Netanyahu».
Resolución fracasada. Mientras tanto, desde los territorios palestinos llegan comentarios escépticos con respecto al futuro. Si Netanyahu incluye a Lapid en su ejecutivo, dice el consejero de Mahmoud Abbas, «esto mejorará la imagen del gobierno a los ojos del mundo, pero no hará que se detenga la construcción de nuevos asentamientos». Un tema este que está despertando preocupación en las cancillerías occidentales, que temen asistir a una nueva expansión de los asentamientos capaz de destruir definitivamente las esperanzas de volver a la mesa de negociación. Durante 2012 la política de expansión del primer ministro experimentó un aumento: más del 40%, frente al 20% de incremento bajo su predecesor, Ehud Olmert. El objetivo de Netanyahu, en opinión de los dirigentes de “Peace Now”, es hacer imposible la realización de la solución de los dos Estados. Por este motivo, el ministro de Exteriores de la ANP, Riad al-Maliki, ha afirmado en una reunión del Consejo de seguridad de la ONU sobre Oriente Medio que «los palestinos están dispuestos a trabajar con el gobierno israelí que se forme, a condición de que respete la resolución de la ONU y reconozca al Estado palestino sobre la base de las fronteras existentes antes del 67».
La nueva elección de Netanyahu coincide con el comienzo del segundo mandato de Barak Obama, en un contexto en el que ambos dirigentes están cada vez más alejados. Y no sólo por el apoyo público que Netanyahu ha hecho del candidato republicano Mitt Romney durante su campaña electoral. Han pesado más las críticas realizadas en privado por el presidente de EEUU contra el proyecto de construcción israelí en el área E1, entre Jerusalén y el asentamiento de Maale Adumim. En opinión de Jeffrey Goldberg, editorialista de Bloomberg, Obama habría dicho que «Israel no sabe cuáles son sus intereses», y habría definido a Netanyahu como «político cobarde», «esclavo del lobby de los colonos», que está llevando al país «hacia el aislamiento total». Comentarios que no han gustado desde luego al Gobierno israelí, que ha respondido publicando dos nuevos concursos para la construcción de 198 unidades habitables en Cisjordania, 114 en el asentamiento de Efrat y 48 en el de Kiryat Arba.
Por el lado palestino, entretanto, prosigue el lento acercamiento entre al-Fatah y Hamas. Representantes de ambos movimientos se han reunido en Egipto y más tarde en Marruecos para discutir los pasos a dar para alcanzar la plena reconciliación nacional. El dirigente de al-Fatah (y presidente de la ANP) Mahmoud Abbas y el dirigente político de Hamas, Khalid Mashaal, se han visto recientemente en la capital egipcia para concretar el acuerdo para la unidad que se firmó en El Cairo en mayo de 2011. Habrá que ver si prosperan las buenas intenciones. Las dos facciones habían suscrito en el pasado distintos acuerdos de reconciliación que habían terminado en letra muerta. El último de ellos, en Doha, en febrero de 2012. Siempre con el objetivo de llegar a la formación de un gobierno de unidad nacional que nunca ha conseguido ver la luz.
El interminable bloqueo en las conversaciones con el Gobierno israelí y la solidaridad expresada a Hamas en Cisjordania durante la ofensiva israelí de noviembre han contribuido indudablemente a un sensible acercamiento entre las dos facciones. Un paso importante en esa dirección ha sido el gran encuentro organizado por al-Fatah en Gaza el pasado 4 de enero, con ocasión del 48 aniversario de la fundación del movimiento. Hacía más de cinco años que los seguidores de Abu Mazen no se manifestaban libremente en la Franja de Gaza, es decir, desde que Hamas tomó el control del enclave en junio de 2007. «Pronto me encontraré con vosotros en Gaza», dijo el presidente palestino al imponente cortejo en una conexión en vídeo desde Ramallah. Abu Mazen ha subrayado también la necesidad de «poner fin al asedio israelí», considerado como «otra prioridad importante para liberar la Franja de Gaza y todos los Territorios palestinos».
Árabes en un estado judío. En medio del marasmo de los acontecimientos, nos olvidamos con frecuencia de los llamados “árabes de Israel”, que representan un quinto de los ocho millones de habitantes del país. A ellos se ha dirigido el diario Haaretz a través de un insólito editorial-llamamiento en árabe (con traducción al hebreo) una semana antes de las elecciones para invitarles a votar en masa «por el bien de cuantos creen en la democracia en Israel, judíos y árabes». En las últimas décadas, el porcentaje de participación de esta comunidad (que incluye a ciento treinta y cinco mil cristianos) había descendido sistemáticamente. ¿Falta de interés o desconfianza? Ciertamente, a los “árabes de 1948”, como se autodefinen, todavía les cuesta ver plenamente reconocidos sus derechos de ciudadanía en un estado que se considera “judío”. Son llamados a votar, no a obtener su justo peso en la Knesset. En la presentación de las listas electorales, los principales partidos israelíes han situado a sus candidatos árabes mucho más abajo del umbral de los escaños previstos según los sondeos: en el puesto 17 en la lista laborista, en el 18 en la lista de Kadima, en el 23 en Yesh Atid… y en el 39 en el Likud.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón