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Huellas N.1, Enero 2013

KAZAJSTÁN / El nuevo pastor

«¡Cómo no voy a decir que sí!»

Luca Fiore

Doce años de misión. Después llegaron los problemas de salud y la vuelta a Italia. Hoy el Papa le vuelve a pedir que vaya a orillas del Mar Caspio como administrador apostólico de Atyrau. El padre ADELIO DELL’ORO cuenta que «el Señor vuelve a pedírmelo todo para que no me conforme». Como aquel día moviendo una caja...

Atyrau es un puntito en el mapa entre Asia y Europa. Es la única ciudad portuaria kazaja en el Mar Caspio situada a 26 metros bajo el nivel del mar. Su economía se encuentra en expansión y empresas petrolíferas americanas, inglesas, francesas e italianas se han precipitado hacia allí tras el descubrimiento de nuevos yacimientos. Hay dos millones de habitantes en la región, de los cuales 2.000 son católicos. El Papa ha llamado al padre Adelio Dell’Oro a este lugar como nuevo administrador apostólico. La de Atyrau es una Iglesia joven y, por ahora, no tiene las condiciones para ser instituida diócesis. El sacerdote milanés, de la quinta de 1948, vuelve al país donde fue misionero Fidei Donum desde 1997 hasta 2009. Previamente había trabajado en las parroquias de San Andrés, en Milán, y de la Asunción, en Buccinasco, el ayuntamiento al que pertenecen la aldea de Gudo Gambaredo, el monasterio benedictino de la Cascinazza y la Cascina Santa Marta. Al volver a Italia, le nombraron subdirector del Colegio Guastalla de Monza y desde hacía algunos años era asistente eclesiástico de la Fraternidad de Comunión y Liberación en la archidiócesis de Milán.

Padre Adelio, ¿te esperabas este nombramiento?
No. Pensaba que, en parte debido a mi edad, me quedaría en Italia. Sin embargo, el Señor me sorprende siempre para que no me conforme.

¿Para que no te conformes con qué?
Trabajo en un colegio. Tengo una tarea fascinante: educar a través de la enseñanza. Sin embargo, experimento que ni siquiera esto me basta. Justo en estos días, al ver todas las muestras de afecto de la gente tras conocerse la noticia de mi nombramiento, me he dado cuenta de que, de algún modo, mi labor ha dejado alguna huella de Su presencia. Ves las cosas que suceden y dices: ¡qué bonito! Pero sé que mi vida no consiste en esto. El corazón está hecho para Él, para el infinito. Y, esta vez, también lo he comprobado.

¿Por qué dices que esta vez también lo has comprobado?
Me pasó en 1997, cuando me pidieron por primera vez que fuera a Kazajstán. Volvió a pasar en el año 2009, cuando tuve que regresar repentinamente.

¿Por qué?
Llevaba allí doce años y me encontraba fenomenal. Entonces una noche, mientras movía una caja, me caí al suelo. Los médicos me dijeron que se trataba de una hernia discal. Así que regresé a Italia para curarme, pensando que una vez recuperado iría de vuelta a Kazajstán. Sin embargo, fue más grave de lo que pensaba y tuve que guardar reposo durante tres meses. En el silencio de aquellos días entendí que Jesús me estaba diciendo: «Mira lo que he hecho en estos años, me he dejado ver dentro de la historia de este pueblo, me he dejado encontrar por gente que no me conocía, pero tú te estás acostumbrando a mis obras, a los milagros que Yo realizo. Ahora te lo quito todo para que entiendas que sólo yo te basto». De esta manera, me quedé en Italia y el entonces cardenal de Milán, monseñor Tettamanzi, me envió al Colegio Guastalla. Y yo le dije al Señor: te lo ruego, vuelve a sorprenderme.

¿Ha sido difícil decir que sí a esta nueva llamada?
Sí, me he asustado un poco. Es un territorio inmenso, más del doble de Italia, con tan sólo 2000 católicos, seis parroquias y ocho sacerdotes. Es un gran reto. Pero lo que me ha hecho temblar no ha sido eso, sino darme cuenta de que Cristo estaba volviendo a pedírmelo todo. Y no le damos todo por arte de magia, hace falta un camino. Pero, si me lo pide el Papa, la Iglesia, es decir, Jesucristo mismo, y además me lo pide después de todo lo que me ha pasado en la vida, ¿cómo me voy a negar?

Es un «sí» que nace de tu pertenencia al movimiento.
Crecí en el seno de una familia católica de fe sencilla. Iba a la iglesia y después entré en el seminario. Pero el encuentro decisivo fue con el padre Mario Peretti (a día de hoy ardoroso misionero en Argentina; ndr.) y un grupo de seminaristas que empezaba conmigo los cursos de Teología. Por aquel entonces, no entendía muy bien qué era Comunión y Liberación, pero empecé a ver que, a través de ellos, Jesús se hacía presencia viva en mi vida y que tenía que ver con todo. Esto me fascinó. A don Giussani le conocí después, cuando ya era sacerdote. El carisma me alcanzó a través de las personas que le habían conocido antes que yo. En aquellos amigos veía una humanidad tan verdadera, tan profunda… Era para mí. Empecé a seguir. Poco a poco. Hizo falta mucho tiempo. Era sacerdote desde hacía algunos años, cuando entendí que lo que tenía que seguir era precisamente el carisma. Lo cual quiere decir revivir la experiencia de don Giussani en mi vida, en mi realidad, en la historia que Dios me va dando. Porque, al final, uno debe poder decir: ahora también yo experimento que Jesús es la gran presencia que da valor a la vida.

¿Cómo fueron para ti los años de misión?
Fueron diez años en Karaganda. El obispo me había pedido que crease y organizase la Cáritas nacional. Después impartí clases de italiano en una universidad pública y estuve como párroco en Vishniovka-Arhaly, en la diócesis de Astana. Cuando llegué, ya estaban allí los padres Edo Canetta y Eugenio Nembrini, además de una pequeña comunidad de jóvenes. No hizo falta mucho tiempo para que las circunstancias desmontasen mi idea de misión como un «hacer». Allí encontré una casa para mi vida, un lugar que me ayudaba a vivir todo lo que se me pedía. Una ayuda para cambiar mi vida. Aquello era lo que don Giussani me dijo antes de que partiera: acuérdate de que la misión no es aquello que sabrás hacer o inventar, sino que será el resultado gratuito de que permitas a Cristo cambiarte. Esto me ha guiado siempre y lo entendí un poco mejor en mi propia carne. Porque al principio quieres salvar el mundo y después entiendes que todo lo que puedes hacer es una pequeña gota en el océano.

Sin embargo, como director de Cáritas tenías que responder a las necesidades de la gente.
Sí, a necesidades esenciales. Niños con padres muy pobres o alcohólicos que no podían comer con regularidad, ancianas que estaban solas, niños discapacitados, una situación sanitaria muy precaria… Iba de familia en familia como si fuera un asistente social para ver cómo intervenir o para conocer a las personas. Pero mirar su necesidad me ayudaba a fijarme y a caer en la cuenta de lo necesitado que estoy yo.

¿Por ejemplo?
El caso del pequeño Sacha, que se quedó en coma porque se cayó a un estanque. Llevaba meses en la cama y todo magullado. Le estuvimos cuidando durante varias semanas. El día antes de morir, su madre me pidió que le bautizara. Fui a su casa con un grupo de amigos porque quería que percibieran que era la Iglesia la que le acogía en su seno. El día de su funeral, su madre pidió que le bautizaran también a ella y a su hijo pequeño. En las necesidades materiales se puede comprender cuál es la verdadera necesidad. Mi anhelo era que todos encontrasen a Jesús. Con esta preocupación constante trabajé para Cáritas en Kazajstán.

¿Cuál crees que será el mayor desafío en Atyrau?
Estos días no paro de pensar en los siete u ocho sacerdotes que se me han confiado. Viven a 500, 1000 y 1500 kilómetros de distancia unos de otros. Solos. Y pensaba que mi gran desafío será crear una amistad con ellos, vivir una comunión concreta con estos sacerdotes. De alguna manera se me pide que crezca mi paternidad hacia ellos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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