Una enmienda a los derechos de los niños que reduce a la familia a un papel meramente asistencial. Y un puñado de hombres que se opone a ello y descubren…
Durante casi todo el mes de octubre y la primera semana de noviembre estuve dedicado a la campaña del referéndum para añadir una enmienda a los llamados “derechos de los niños” en la Constitución irlandesa. Es algo sobre lo que se ha hablado en Irlanda durante muchos años, aunque principalmente lo han hecho los políticos, los periodistas y las personas – por ejemplo, abogados y psiquiatras infantiles – que viven de las cuestiones legales relacionadas con los niños. Llevo mucho tiempo sospechando del concepto de los “derechos de los niños” porque parece que niega la naturaleza especial de las relaciones entre padres e hijos. Puesto que los niños son ontológica y completamente dependientes de sus padres, es imposible separar los derechos de los niños de los derechos de las familias. Pero eso es exactamente lo que la enmienda en cuestión trataba de hacer, esencialmente al considerar a los niños como entidades individualizadas con “derechos” que en la mayoría de los casos sólo podría ejercer – supuestamente en su nombre – en contra de sus padres... el Estado.
Creo que la enmienda no se refería a los niños vulnerables ni a sus “derechos”. Era más bien un intento de robo a los derechos de las familias, para dejar a todos los padres en una posición de periodo de prueba permanente, reduciendo así la función natural de la paternidad a un papel meramente asistencial, con el Estado como un super-papá de muchos niños.
Por primera vez en mi vida, me he visto implicado de forma activa en una campaña política, llamando a votar No. He hecho campaña como ciudadano particular, como padre y como tertuliano. No me he asociado a ningún grupo. No he enviado notas de prensa, no he colgado carteles, no he organizado manifestaciones ni ruedas de prensa. Simplemente he estado disponible para hablar de la enmienda allí donde me invitaban a hacerlo. Todos los partidos parlamentarios, así como la mayor parte de los medios, las autodenominadas organizaciones infantiles e incluso algunos obispos católicos han llamado a votar Sí. Me he visto inmerso entre un puñado de individuos, que hasta ahora no teníamos nada en común, que nos hemos encontrado ocupando el espacio que la oposición política había dejado vacante, invitados a programas de radio y televisión para explicar por qué creíamos que la enmienda era problemática. Frente a una coalición de las fuerzas más poderosas del país, hemos aprovechado cualquier oportunidad para explicar por qué creemos que la enmienda socava la protección a las familias que ya prevé la Constitución. Empecemos por el nivel más bajo, el del apoyo público: el 4%. A pesar de no tener dinero y de enfrentarnos a una campaña ampliamente financiada, que incluía incluso la utilización ilegal de dinero de los contribuyentes por parte del Gobierno, hemos terminado obteniendo el 42% de los votos. Ha sido a la vez milagroso y decepcionante. Si hubiéramos tenido una semana más, podríamos haber ganado. ¿Qué me ha enseñado esta experiencia? Que los métodos convencionales para entender qué es lo que conocemos como realidad “política” sólo llegan hasta cierto punto. En realidad, no esperábamos conseguir porcentajes que superaran una sola cifra. Pero ese no era nuestro objetivo. Lo que queríamos era decir la verdad sobre los peligros que percibimos en la enmienda y dejar el desenlace en manos de Dios. El resultado ha conmocionado al país, y al hacerlo ha alertado a mucha gente sobre el hecho de que lo que estaba en juego era mucho más que una piedad sentimental por parte del Gobierno. Mientras escribo, estamos preparando una posible impugnación legal del resultado, basada en el hecho de que, dos días antes de la votación, el Tribunal Supremo acusó al Gobierno de hacer un uso ilegal de fondos públicos para promover el voto del Sí. Ante esto, nosotros actuamos exactamente igual que lo hemos hecho durante el debate. Estamos haciendo todo lo necesario para presentar la impugnación, pero no ponemos nuestras esperanzas en el resultado. Lo que emerja será otra experiencia, otra lección, y nos llevará a dar el siguiente paso. Eso se llama libertad. Y hace que uno se sienta bien.
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