Una comunidad de familias a las puertas de Como. De ella ha nacido un “hecho de vida”: el acogimiento, la ayuda al estudio, los talleres, la escuela de oficios y el Liceo del trabajo. Muchos ya la conocéis, pero hemos vuelto a Cometa para ver cómo el origen se renueva en el camino de jóvenes y adultos. Aquí nada es por casualidad. Esta obra se concibe tan sólo como una posibilidad, porque «nadie puede arrebatarte tu experiencia», aunque mañana dejara de existir este lugar
Antes de salir me lo había apuntado en un papel para no confundirme: Erasmo y Serena: dos hijos biológicos y siete en acogimiento; Cente y Marina: siete biológicos y siete en acogimiento; Mirella y Lorenzo: tres biológicos y cinco en acogimiento; Paolo y Marínela: dos biológicos y seis en acogimiento; Elisabetta y Marco: tres biológicos y cinco en acogimiento. Una vez en la estación de Como, donde me recoge Mirella, me lo guardo en el bolsillo. Así lo puedo usar como «chuleta».
Al llegar, me recibe Susi. «Ven, sube un momento al estudio. Erasmo te está esperando. Bueno, en realidad, todos te están esperando». Ya me lo imaginaba, y no es sólo por el artículo. A todo el que llega a Cometa se le espera y acoge. Esperan y acogen a todo aquel que entre por la puerta. Lo he visto y experimentado todas las veces que he venido, ya fuese sola o acompañando a alguien. Uno nunca se va de la misma forma que llegó a esta casa de campo rehabilitada a la entrada de Como, donde a día de hoy viven cinco familias que han abierto su vida a la acogida de menores en sus cinco hogares y también en los espacios compartidos y en las múltiples actividades de la Asociación Cometa. No sólo es bonita, sino que hasta el más mínimo detalle está ahí por algo. «Luego te invito a un café en mi casa. Mientras, voy metiendo la compra», me dice Mirella. Aquí no se pierde ni un segundo. Parece incluso que se dilate el tiempo debido a la intensidad de vida que se respira.
El estudio de rehabilitación Figini&Pagani está en el primer piso. El proyecto de rehabilitación de Cometa es suyo. «Sólo quería comentarte una cosa», me dice Erasmo Figini: «El origen de todo lo que se vive aquí es la comunión, la conversión de cuatro personas a raíz del encuentro con un testigo verdaderamente irreductible: don Giussani. Desde aquel momento se han ido dando una serie de «síes» vertiginosos. Cometa podría dejar de existir mañana».
Al cabo de 38 años... ¿Qué quiere decir que podría dejar de existir? Parece una afirmación inoportuna, pero intuyo que esconde esa novedad que tengo que comprender en el día de hoy. «Es el Señor el que hace, el que acompaña. Lo hemos comprobado con todos los niños que hemos tenido y que tenemos en acogimiento. Es lo que pasó con Federica. Fue una gracia tenerla con nosotros». Federica padecía una enfermedad degenerativa. Erasmo y su mujer Serena la acogieron en mayo, cuando tenía dos meses de vida, y la acompañaron hasta su muerte, el pasado 14 de noviembre. «Durante todos estos años habíamos rechazado siempre situaciones de enfermedad grave y de dolor. Entonces, llegó ella y dijimos que sí. Federica consolidó las relaciones en nuestra familia, tanto las de los hijos biológicos como las de los hijos en acogimiento, que también la acompañaron pues tenían claro que era un bien». Se asoma a la ventana mientras Serena atraviesa el patio con un recién nacido en brazos. «Ha sido el último en llegar. Se trata de un acogimiento preadoptivo. Hoy, después de 38 años de matrimonio, aún la miro por su belleza, veo todo lo que el Misterio ha hecho. No nos ha quitado nada, sino que ha añadido. Nos vemos luego».
Mirella y Lorenzo trabajan en el ala nueva de Cometa. «La decoración, de estilo un poco provenzal, la pensó Erasmo junto con mi marido, cuando volvía del hospital por las noches. Es médico». ¿Y antes de eso? «Vivíamos por aquí cerca. Llegué debido a ciertas curiosas coincidencias. Trabajaba con Maria Grazia Figini, la hermana de Cente y Erasmo, como asistente social. Al casarme, en 1998, me dijo: “Ven a ver lo que hacen mis hermanos”. Nos impactó muchísimo. Estaba hecho para nosotros». De esta manera, se mudaron a Como, donde llegaron los hijos biológicos y empezaron también a acoger a otros. «Esta es una clara experiencia de comunión». Otra vez esas dos palabras. «Te encuentras sostenida en aquello que se te pide. El objetivo no son los hijos. El Señor actúa, si no sería imposible. ¡Cuántas veces hemos tenido pretensiones sobre los niños acogidos! Necesitas a alguien que te haga levantar la mirada». Esto es lo que pasó con el padre de Mirella, que al principio no compartía para nada su decisión. En 2007, estando de vacaciones en la costa del Adriático durante la semana del Meeting de Rímini, Mirella le soltó: «Vente a ver la exposición que hemos preparado para que Cometa se conozca». Le organizó una visita guiada para él solo, pero al final acabó dentro de un grupo muy numeroso. Después del último panel, se le acercó y le dijo: «Estoy conmovido. Esta es tu vocación». Ahora viene a visitarles o se lleva a alguno de los chicos durante el fin de semana. ¿Qué dicen los hijos biológicos? «Si ven que estamos ciertos, están contentos». Le suena el móvil: «¿Puedes pasarte por la farmacia y así yo acompaño a un niño al “Espacio familia” (se refiere a las oficinas ubicadas en Como, donde se establecen las relaciones con las familias, los chicos y las instituciones que se relacionan con Cometa; ndt.)? La comunión también es esto: pedir».
Un instrumento para el infinito. El teléfono suena sin parar en las dos habitaciones de la Asociación Cometa con vistas al lago. En las paredes están colgados los dibujos de los niños. Este es un punto neurálgico para los profesores, los psicólogos, los voluntarios, los padres biológicos y adoptivos y, en definitiva, para todos. «Pasa», me dice Maria Grazia, responsable de todas las actividades de la Asociación. «Aquí te encuentras frente a un gran bien pero también frente al dolor. Desde por la mañana hasta por la noche. La única forma de no desmoronarte es hacerlo por Otro, para servir a Otro. El Señor decide el plan de cada día».
En un principio, cuando los servicios sociales la llamaron pidiendo una familia para Federica, que moriría a los pocos meses, Grazia se mostró reticente. Era una situación demasiado dura para mostrársela a niños, que ya tienen sus heridas y sufrimientos. Un médico le dijo: «Me sorprende que usted precisamente me diga eso. La muerte es parte de la vida». «Fue una lección. Vivir en este lugar es una provocación continua para mi vocación». ¿Para ti que eres Memor Domini? «Sí. Es una provocación continua ver a estos adultos tan contentos con su condición de vida. No me deja tranquila. Lo pienso cada día, cuando veo a las madres que se levantan a las seis de la mañana para arreglar y vestir a los muchos niños. La vida está hecha de gestos sencillos. Y sí, el Señor no me ahorra nada. El dolor de los padres y de los chicos a veces es tremendo. Hay días en que no puedo más, otros en que no sé que hacer o en que creo que no he hecho lo suficiente».
Cuando pasa esto, Grazia pide que le acompañen a Como para dar un paseo de una hora por la ciudad a solas. «Me repito a mí misma: “Jesús, ocúpate tú, haz que sea un instrumento para Ti, que eres el infinito”. Porque Cometa, en sí misma, no es nada». Es lo mismo que me dijo Erasmo nada más llegar. Un dato más para comprenderlo. «Mañana podríamos cerrar por muchos motivos, ya sean económicos, burocráticos o de otra índole. Cometa es una posibilidad, un modo de obrar. Pero la experiencia permanece, no nos la quita nadie, se nos ha dado a cada uno personalmente. Tan sólo se trata de custodiarla y vivirla. Somos intransigentes a la hora de no dar nada por descontado». Una vez, durante un consejo directivo de la Asociación, Erasmo estalló: «¿Por lo menos puedo decir que me sienta mal que este niño se vaya aunque sepa que es lo mejor para él?». Le respondieron: «Vale, pero, ¿tú qué deseas para él?».
Muchas preguntas. En la comida acabo con el último niño acogido en mi regazo. «Cada vez es una aventura nueva», dice Serena. Después, se dirige a la chica que está a mi derecha: «Abi, ¿qué tal en la autoescuela?». «Bien, aunque no es fácil». Todos hablan de cómo ha ido la mañana y de los planes para la tarde hasta que entra Grazia: «Dentro de poco adoptarán al pequeño, en pocos días». «¿Estás segura?». «Sí». ¿Cuántos niños han pasado por sus brazos? «La separación siempre es dura, se llevan un pedazo de ti». Antonella, la mujer que ayuda con la limpieza por las mañanas, me cuenta: «No paro ni un minuto, pero estoy contenta de estar aquí. Una noche invité a todos los hijos, incluidos los más pequeños, a cenar a mi casa en Cantù. Avisamos a Serena y a Erasmo en el último momento. ¡Pero no les invitamos! Fue una velada preciosa». Así es Cometa: encuentro tras encuentro.
En las mesas de la gran buhardilla están haciendo los deberes 99 chicos del Centro de ayuda al estudio, que va desde primaria hasta bachillerato, para aquellos que no pueden estudiar en sus casas o necesitan apoyo escolar. Muchos de ellos también vienen a comer. Están divididos en pequeños grupos, con profesores y voluntarios que les atienden. Alguno «acapara» a uno de ellos para él solo. Una vez hechos los deberes, hay tiempo para jugar un partido de fútbol o simplemenre para charlar un rato. «Algunos tienen situaciones familiares difíciles», explica Stefano, que es profesor: «Pero a todos hay que ayudarles a crecer, no sólo a sacar buenas notas». Todos ríen, alguno bromea levantándose de la silla con una excusa, da una vuelta y, cuando le llaman, se vuelve a sentar. Al cabo de dos minutos se levanta de nuevo. Stefano continúa: «A un chico no le define su comportamiento. Te puede mandar a paseo, pero el problema eres tú. Es una provocación continua. Por eso muchos profesores no aguantan. Todos los días vuelvo a casa con muchas preguntas».
Acompaño a Marina a recoger a los niños de primaria e infantil de las cinco familias al colegio de las monjas de la orden de Canossa en Como. Esta vez tengo en brazos a Sara, de dos años y con síndrome de Down. Llegó en acogimiento y, después, Marina y Cente decidieron adoptarla, pidiendo primero el consentimiento de sus hijos. «Cuando nosotros ya no estemos, ellos tendrán la responsabilidad de cuidarla. Aceptaron, cosa que no hay que dar por supuesto. Ahora estamos esperando a que lleguen los documentos para poder llevarla con nosotros a Lourdes en Navidad». No debe ser fácil acompañar a un niño a comprender la adopción de un “hermano”. «No, no lo es. Me acuerdo de que una vez no me quería separar de una niña que había estado con nosotros más de un año». Por aquellos días, Julián Carrón vino a verles y le dijo: «¿Estás segura de que eres el bien mayor para esta niña? No eres Dios, eres una posibilidad». «Siempre estamos en camino». ¿Qué quiere decir esto en la relación con tu marido? «A veces basta con una mirada para entendernos. Cente tiene una rapidez de juicio sorprendente. Aunque nos veamos poco, su presencia me provoca siempre». En los pasillos del colegio los niños que tenemos que llevar a casa piden atención, tienen cosas que contar. Todos le dan un beso a Sara. No sólo sus hermanos.
Cuatro familias se reúnen en Cometa para la cena. La quinta se turna porque no hay suficientes sitios. Me piden que les cuente de mi viaje al santuario de Cotignac. «Cuando vayamos a Lourdes podemos visitarlo», dice Cente, y mira a Marina. Algunos llegan más tarde porque vienen de entrenar, de ir a la autoescuela o de hacer de canguro. Alguno de los pequeños se sube en brazos de los padres, alguno no quiere comer y empuja el plato. Pasa lo mismo en todas las familias. Empiezan a subir el tono y entonces alguien pregunta: «¿Sabéis algo de las huelgas en los colegios?». «Ni idea». Erasmo interviene: «Atención. Hay que elegir platos nuevos, mirad. ¿Azul o amarillo?». Una madre al fondo dice: «Lo importante es que aguanten el “tiro al lavavajillas”». Al final rezan juntos un misterio del Rosario.
Tu rincón no basta. Paolo, apodado el Binda, me acompaña al apartamento para las familias que van a adoptar. «Normalmente están aquí una semana», me explica. Paolo coordina las actividades vinculadas al Liceo del trabajo y a la orientación laboral para chicos y adultos. «Empecé encargándome de los primeros proyectos del centro de ayuda al estudio. Después tomé la decisión, junto con Marinela, de abrir nuestra familia a la acogida». Cuesta mucho sacarle las palabras. «Somos muy diferentes entre nosotros. También los dos Figini. Somos como la noche y el día. Lo que nos une es la comunión entre nosotros, que es signo de Jesús. Pero tienes que desearla, pedirla. Sólo una conversión continua te salva del burguesismo, de refugiarte en una esquina. Además, para experimentar el ciento por uno prometido no puedes quedarte en tu rincón». Binda, pero debe de costar, ¿o no? «Claro, pero, ¿qué problema es ese?». Es cierto.
Por la mañana, a las siete menos veinte, rezo el Angelus con todas las madres. Elisabetta me dice: «Rezar es lo mejor para empezar el día. Luego te puedes olvidar, pero estos rostros te lo recuerdan enseguida. Ahora vamos a mi casa a desayunar. Como hay muchos niños pequeños, hay mucho barullo...».
Una vez en el tren, aparece en mi bolsillo el papel que había escrito por la mañana. Ya sólo los números serían noticia, pero dicen muy poco de cómo el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
“LA COMETA”
1986. Los dos matrimonios Figini – Erasmo y Serena, Innocente y Marina – conocen a don Giussani. A raíz de ese encuentro, abren sus familias a la acogida de niños y jóvenes.
1992. Se mudan a una casa de campo a la entrada de Como. Se unen otras familias.
2009. Se inaugura el Colegio Oliver Twist que junto con la Contrada degli Artigiani y la Bottega scuola ofrecen nuevos itineriarios de formación para chicos entre 14 y 18 años.
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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón