«En la fragilidad, la petición a Jesús es más fuerte». El custodio de Tierra Santa PIERBATTISTA PIZZABALLA nos habla de su certeza. Y de cómo estar «definidos por Dios» puede cambiarlo todo. «Parece un hablar entre sordos. Pero también el cristianismo, hace dos mil años...»
Han vuelto a soplar vientos de guerra en la tierra donde nació el Príncipe de la paz. Y los seguidores de Jesús asisten consternados al reavivarse de un fuego que desde hace décadas sigue alimentándose bajo las cenizas. En su última llamarada, junto a decenas de muertos, también un misil lanzado sobre Jerusalén. No ocurría desde 1970, y suena como una advertencia: la muerte toca incluso lo más sagrado y digno de respeto, incluso lo que parecía inviolable. Mientras escribimos, se acaba de firmar una tregua que muchos analistas consideran frágil y provisional, pero que por los menos ha surtido el efecto de hacer callar a las armas. ¿Durará? ¿Y cuánto durará?
Desde su estudio de Jerusalén, el padre Pierbattista Pizzaballa, 47 años, custodio de Tierra Santa, no esconde su preocupación y al mismo tiempo relanza mensajes de esperanza. No por mantener una fachada de irónico optimismo, sino a fuerza de lo más querido que tiene: la fe en Jesús.
«Una vez más se ha impuesto la lógica de la violencia», dice: «Y no tiene sentido discutir quién ha empezado, contar los muertos y buscar a quién atribuir la responsabilidad. A la multiplicación de las palabras, de las declaraciones equilibradas y correctas, no corresponde un compromiso real para una solución radical de la crisis. Me temo que será sólo cuestión de tiempo, y que volveremos a empezar en un círculo vicioso de atentados y respuestas a ellos como al que ya hemos asistido».
En estos días en Tierra Santa se hace cuentas con la precariedad, que por otra parte es una condición recurrente en esos lugares. Los cristianos, pues, son una minoría que corre el riesgo de quedar atrapada entre las dos partes del conflicto. ¿Cómo se puede alimentar todavía alguna certeza cuando todo parece ser más frágil?
La certeza no viene de lo que sucede, de que las cosas se arreglen. Si fuese así, ¿de qué podríamos estar seguros? La certeza es lo que custodiamos en lo profundo del corazón: la relación con Jesús. Vale también para nosotros la frase del salmo que hace unos meses pronunció Benedicto XVI, cuando se encontró con los que habían sufrido el terremoto en Emilia Romaña: «Por eso no temblamos aunque tiemble la tierra, aunque los montes se desplomen en el mar». Cuanto está sucediendo nos pide volver a decidir por Jesús, abrazarnos a Él como la única seguridad en una existencia tan precaria. El peligro en que vivimos nos lleva a pedir con mayor fuerza.
¿Cómo vive usted, padre Pizzaballa, en esta tierra herida, cómo se sitúa ante los hechos de estos días que inducirían al pesimismo o a la resignación?
No le escondo la fatiga, el cansancio, la dificultad de comprender el sentido de lo que sucede, la sensación de impotencia. Pero cuando pienso en muchos que he conocido en estos años, en el trabajo de reconstrucción humana y social que hemos logrado hacer juntos – con los cristianos, pero también con hebreos y musulmanes –, me doy cuenta de que el mal no es la última y definitiva palabra. Que junto a los que disparan y odian hay personas que esperan y construyen. Doy gracias a Dios por haberlos conocido, después me pongo de rodillas y miro el crucifijo. Y reconozco que, aún en la fragilidad de la que hago experiencia, puedo volver a empezar, siempre, confiándome a Él. Y esto me ayuda a vivir con libertad la fatiga cotidiana, a no dejar que las circunstancias adversas me definan.
También en esta ocasión el Papa, y con él los responsables de las comunidades cristianas locales, ha vuelto a implorar el cese de la violencia por ambas partes y ha indicado de nuevo la reconciliación como única vía para este callejón sin salida al que conduce la lógica de la opresión. ¿Utopía o realismo?
Cuando todo alrededor arde, hablar de reconciliación parece un hablar entre sordos. Pero hay que decirlo y no debe desaparecer de nuestro horizonte, si no, el único lenguaje que queda es el de la violencia. Aunque los poderosos no la recorran, se debe indicar permanentemente la vía de la reconciliación para que un día se siga finalmente. Le aseguro que no es sólo una evocación ideal: esta lógica está presente en las relaciones cotidianas, teje la trama de muchas relaciones humanas. Hace dos mil años, el cristianismo parecía algo imposible, pero Jesús y sus discípulos no tuvieron miedo de la impopularidad. Sin duda pronunciar la palabra “perdón” en estos lugares no es fácil. El perdón cristiano nace de la experiencia de Cristo en la cruz, cuando ofreció su vida para la salvación de la humanidad y perdonó al ladrón arrepentido. Perdonar no significa olvidar, sino alimentar la certeza de que el hombre no está definido por su error. Esto libera de una posición paralizadora y es ocasión para volver a encontrarse con el otro. Sólo del perdón puede nacer la posibilidad de encontrarse con el otro en su diferencia, y descubrir algo de ti que de otra forma no habrías descubierto. Pero sólo el sacrificio de Cristo en la cruz hace posible todo esto.
¿Esta lógica está tomando cuerpo o sólo es un deseo o poco más?
Hay ejemplos significativos, muchas pequeñas asociaciones que trabajan para favorecer el conocimiento mutuo y la convivencia. En los colegios que gestiona la Custodia de Tierra Santa conviven millares de jóvenes cristianos y musulmanes, que reciben una propuesta educativa bajo esta perspectiva. Esto es importante, porque ellos son el futuro. Lo mismo sucede en los centros de acogida, en los orfanatos y en las obras de caridad que promueve la Iglesia. Las comunidades cristianas tienen que comprometerse todavía más en estas iniciativas de diálogo y de paz. Pero esta lógica está presente en otras partes, como testimonia, por ejemplo, el trabajo de una asociación israelí que asiste a los niños palestinos heridos o enfermos y hace que se les cure en los hospitales israelís. Hay iniciativas “contagiosas” que testimonian que es posible una lógica distinta en las relaciones. ¿Estas iniciativas cambiarán el curso de los acontecimientos? No podría decirlo, pero son un desafío para los que se han resignado a pensar que el cambio en estas tierras es imposible.
Los cristianos en Tierra Santa son una minoría cada vez más reducida, vasijas de barro en medio de vasijas de hierro. Una mera presencia. En este contexto, ¿qué significa testimoniar una posibilidad de salvación para todos? ¿Y qué valor tiene la oración?
Desde siempre el cristianismo es una propuesta que se ofrece a la libertad de los hombres. Nosotros sólo podemos dar testimonio, sin pretender un determinado resultado. Es cierto, somos vasijas de barro, pero Dios necesita hasta del barro, de personas que se dejan tomar y remodelar según una lógica que no es la suya. Hablar de oración mientras a lo lejos se oye el ruido de los misiles y las incursiones aéreas podría parecer como darle un caramelo a alguien que se está muriendo de hambre. En cambio, creo que es lo más importante que se puede hacer. Significa confiarse a Alguien que es más grande que nuestros límites y que necesitamos como el aire que respiramos; significa mirar el mundo con los ojos de Dios, que es Padre justo y misericordioso. Es el único modo de no caer en la lógica de la violencia y del rechazo del otro, del que este enésimo conflicto ha sido expresión.
Los israelíes han llamado “Columna de Nube” a su operación militar, con una evidente referencia bíblica. Hamas ha denominado “Roca endurecida” a su contraofensiva, refiriéndose a una sura del Corán. Esta referencia a imágenes religiosas es como querer implicar a Dios en las decisiones políticas y militares que se toman. Hay quien sostiene que cuanto más está de por medio la religión, más aumentan los conflictos. Por tanto, cuanto menos religión haya, mejor será para todos…
Especialmente aquí, en Oriente Medio, la religión es una bandera, que define las identidades sociales. A veces se blindan en ella y corren el riesgo de transformar la religión en ideología. Si, en cambio, la fe se vive como una experiencia que hay que testimoniar, si se está “definido” por Dios, ya no se considera al otro como una amenaza, sino como presencia que me interroga. Para hebreos, cristianos y musulmanes, vivir juntos en esta tierra no es una condena; es la Providencia que nos ha elegido para un destino común. A nosotros los cristianos se nos vuelve a proponer una tarea histórica que es un desafío: testimoniar que esta convivencia es posible.
Dentro de pocos días será Navidad. Usted vive en la tierra donde “todo comenzó” pero donde la mayoría de la población no es cristiana. ¿Qué significa desear feliz Navidad a los que viven con usted?
En la Navidad celebramos un acontecimiento que ha cambiado la historia y que nos cambia a nosotros. Todo empezó con un hecho tan pequeño como el nacimiento de un niño, que, sin embargo ha traído la revolución más grande de la historia, la del amor. Nuestro deseo es que los pequeños gestos de amor que continuamente se realizan en esta Tierra Santa testimonien la fuerza del Amor que irrumpe en nuestra carne en un momento en que parece prevalecer el rostro del odio y de la violencia.
LOS NÚMEROS
137.000 cristianos en Israel
2% de cristianos sobre el total de la población israelí. En 1840 representaban el 25%
1.700.000 habitantes en la Franja de Gaza
2.000 cristianos en la Franja
250 católicos de la única parroquia latina de la Franja: alrededor de 50 familias
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón