Una presencia. Desde el primer gemido en aquella gruta de Belén, donde cualquiera que se acercaba pudo ver algo tan frágil como un niño recién nacido. A nuestros ojos es sólo un soplo, pero cargado de un anuncio irreducible, distinto de cualquier otro antes visto u oído: «Hoy os ha nacido un Salvador…». El cristianismo entró así en la vida del mundo, como una presencia a primera vista inerme, frágil pero totalmente distinta de cualquier otra, porque portaba consigo la promesa mesiánica. Tan radical que cambió para siempre la Historia.
Desde entonces una pregunta interroga a quienes seguimos a Cristo: ¿Qué significa ser una presencia e incidir en la realidad concreta? Se trata de una pregunta “obligatoria” porque concierne a la naturaleza misma de la experiencia cristiana y de la fe. La pregunta más decisiva, que subyace a las que se refieren al “quehacer”, a las obras, a la moral y a la política. Si el cristianismo entró en el mundo de esta forma, su manera de permanecer debe partir de allí. ¿Qué significa entonces “presencia”?
Es el hilo conductor de este número de Huellas. Empezando por el artículo en Primer Plano porque llama la atención ver que los cristianos, a pocos kilómetros de la gruta, viven en las mismas condiciones de aquel Niño: inermes e indefensos ante los ojos de todos, como una suerte de vasija de barro entre fuerzas dispuestas a lanzarse bombas de un lado a otro. Sin embargo, en su misma presencia está ya todo. Hay una serenidad que no puede dejar de sorprender. Hay una vida diferente que brilla entre sus conciudadanos. En otras palabras, hay un “hecho de vida”, un testimonio. Señal de que en sus vidas ha entrado Otro que les permite vivir así dentro de esas circunstancias. O sostenerse ante la crisis, como podéis leer en la Página Uno, que reproduce la intervención de Julián Carrón ante dos mil empresarios. O vivir como protagonistas en la vida cotidiana.
Una presencia, no “un quehacer”. Se trata de un testimonio, no de la búsqueda de un poder. Benedicto XVI – cuyo libro sobre La infancia de Jesús acaba de publicarse – se centra precisamente en los años en los que el Misterio movió sus primeros pasos en el mundo. El Papa ha tocado este tema también en las homilías que acompañan este Año de la Fe. Y refiriéndose al culmen de la existencia terrena de Cristo, justo antes de la cruz, ha dicho: «Un hombre de poder como Pilato se queda sorprendido delante de un hombre indefenso, frágil y humillado, como Jesús; sorprendido porque oye hablar de un reino». Oye hablar de un rey que tiene otro poder. Desde entonces hasta hoy siguen dirigiéndose a los cristianos estas preguntas: «¿Puede existir un poder que no se obtenga con medios humanos? ¿Un poder que no responda a la lógica del dominio y la fuerza?».
Conocemos la respuesta: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad». Por ello nos urge hacer nuestra esta realeza, la del testimonio. ¡Feliz Navidad!
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