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Huellas N.10, Noviembre 2012

RUSIA / Los nuevos disidentes

Indicios de un cambio

Martino Cervo

Las protestas de los pasados meses, el caso de las Pussy Riot, la carta de los intelectuales al Patriarca ortodoxo. La poetisa OLGA SEDAKOVA explica cómo empieza a cambiar su país. Con una condición: «Que estemos dispuestos a ampliar a la razón»

«Mary Poppins está en contra» rezaba el cartel que sostenía con la mano izquierda en el frío de Moscú. En la otra mano un paraguas blanco, la única identificación cromática de las manifestaciones de aquellos meses. Se trata de Olga Sedakova, 62 años, poetisa, traductora y una de las voces más importantes de la cultura rusa. También ella estuvo presente en el invierno del 2011-2012, que coincidió con una primavera de la sociedad; estuvo primero en las plazas y en el “paseo de los escritores”, después. Manifestaciones clamorosas, si se piensa en el tiempo de Putin. Síntoma de un hecho nuevo surgido de los múltiples pliegues de un pueblo como el ruso: señales de la vitalidad imprevista de aquellos que un lenguaje cristiano llamaría “cuerpos intermedios”, plantados como semillas en una sociedad polarizada entre el individualismo absoluto y la herencia colectivista.
Huellas se cita con Sedakova en la fundación Rusia Cristiana, en el ámbito de la primera etapa del convenio “Este-Oeste: la crisis como prueba y provocación”, celebrado en Milán los días 19 y 20 de octubre (la segunda etapa tendrá lugar en Moscú, a mediados de este mes de noviembre). Su ponencia ha sido un himno a este movimiento del gran corazón ruso, esperado e imprevisto: «La cuestión – ha dicho – no es simplemente que en el actual estado de las cosas había demasiado mal, sino el hecho de que dentro de este no existía el bien. No había nada que permitiera respirar, porque la persona sólo puede respirar gracias a lo que la eleva y no a lo que la enclava».
De aquí parte su conversación con Huellas: Rusia se está “occidentalizando”, es decir, está asumiendo no sólo formas, sino también interés y dignidad de interlocutor respecto a Europa, precisamente cuando las formas y las mismas estructuras de los estados europeos parecen disolverse bajo los golpes de una crisis económica cuyas respuestas comunitarias provocan más de una duda acerca de su eficacia. «Por primera vez desde hace siglos, mi país conoce una occidentalización positiva, diferente de la que se ha estado filtrando hasta ahora. Ya en el siglo XVIII llegaron influjos occidentales, pero se han entendido siempre como una lucha contra la tradición, como una amenaza para el pueblo ruso. Y, bajo el comunismo, el legado occidental ha sido una parodia: modas, productos de todo tipo, un nihilismo genérico; en fin, un factor de disgregación. Pero, después de la caída del muro, las oportunidades – desconocidas hasta entonces – otorgadas a una nueva generación de rusos han significado la posibilidad de apertura a lo que llamaría una “sociabilidad amable”, capaz de destruir los dos grandes males que han convivido durante el totalitarismo: el individualismo exasperado, relativo, políticamente progresista y el colectivismo violento, impuesto, predicado por los conservadores». Una curiosa paradoja, si pensamos en una realidad como la nuestra, en la que es la izquierda quien hace ondear la bandera de lo “público” mientras que la derecha pondría el acento en lo individual. La comparación irrita a la escritora, que, con gracia y echando hacia atrás la cabeza, deja caer el hacha sobre el reo: «Pero vosotros habéis vivido siempre en una sociedad libre, la comparación no tiene sentido».
Esta polarización entre el individuo desarraigado, radicalmente solo, y una unidad coaccionada, habría hecho casi imposible una pertenencia libre, por lo que, unirse persiguiendo el bien común, era algo inaudito: ligarse a otros no podía dejar de significar traicionarse a sí mismos, renunciar al propio “yo” o a lo que se consideraba más importante. Y, al mismo tiempo, se erosionaba el libre albedrío: «¿Y de qué debería arrepentirse el hombre soviético? Era como todos los demás, iba detrás de la mayoría».
Y ahora, los “movimientos de Moscú” han empezado a romper esta lógica inhumana. El «trauma de lo colectivo» se ha superado: se ha podido testimoniar un deseo personal y común sin que, por ello, fuera menos auténtico. Nada que ver con las manifestaciones de moda en tantas capitales europeas contra el empobrecimiento dictado por las recetas de austerity. En las plazas de Moscú se ha visto a gente lo suficientemente “bien” para ser tachados por el poder como radical chic, sólo que no pedían derrumbar un mundo, como todo manifestante que se precie, sino que el mundo volviera a las raíces de la convivencia humana. «Gracias a los contactos surgidos tras la caída de la Unión Soviética – explica Sedakova – se ha difundido la conciencia de que la sociedad vive de relaciones».

Leyes no escritas. El más evidente de ello es el nacimiento de asociaciones y actividades de voluntariado. El otro signo extraordinario es la petición de se respete la ley. «Puede parecer algo banal, pero en Rusia hemos repetido durante décadas que lo único bueno de las leyes rusas era que se podían infringir. Siempre ha prevalecido en nosotros lo que yo llamo el “nihilismo jurídico”: una desconfianza en las leyes, advertidas a priori como erróneas». Pero, si las leyes están equivocadas y son hijas de un poder contrario al hombre, ¿en qué se basa la petición de respetarlas? «En la certeza de que las leyes no escritas están antes que las escritas. El anarquismo ruso se ha apoyado durante años sobre el hecho de que se podía hacer todo lo que uno quería, mientras no te detuvieran. Hoy crece el número de las personas que piden respeto por ellos mismos y por la posibilidad humana de convivencia. Y en esto, aunque no todos son conscientes, el nuevo movimiento está en sintonía con la conciencia de nuestros grandes disidentes».
Aspirando un Winston blu mini detrás de otro, el rostro de Sedakova se oscurece, sin embargo, por la deriva que este movimiento corre el riesgo de tomar. El ejemplo clamoroso de esta dinámica que el poder favorece es el del las Pussy Riot, el grupo punk que el 21 de febrero se exhibió contra Putin en la catedral de Cristo Salvador, provocando, seis meses después, la condena carcelaria de tres de sus componentes, dos de las cuales han sido relegadas a colonias penales particularmente severas. «Ha sido una operación funcional del poder, que ha obtenido el aplauso de la Iglesia y el objetivo de aplastar la protesta de los meses anteriores, con métodos desagradables y sospechosos para la gran mayoría de las personas que salieron a las plazas el pasado invierno. Yo he firmado, junto a cientos de religiosos e intelectuales, una carta al Patriarca de Moscú para que pida el indulto de las jóvenes. La respuesta informal ha sido un airado silencio. Por desgracia, dentro de la Iglesia, aún hoy perviven las consecuencias del pensamiento colectivista que pueden reducirla a una ideología. No en vano hoy, la posición oficial, es contraria a las manifestaciones y ha invocado la mano dura contra las Pussy Riot. Estoy convencida de que si se les hubiera concedido el indulto, las relaciones entre la Iglesia y la sociedad mejorarían. Claro, que no así las relaciones con el poder…».

Esperanza. Para Sedakova, Rusia tiene un presente difícil y un futuro esperanzador, a pesar de la victoria y el autoritarismo de Putin: «Asistimos a la voluntad del Estado, que tiene como cómplice el silencio tácito de la Iglesia ortodoxa, de ahogar el movimiento con una serie de leyes neo-estalinistas que, por ejemplo, asocian el voluntariado a un peligroso delito. Las asociaciones sin ánimo de lucro que reciben, aunque sea un céntimo, de donaciones extranjeras son obligadas a registrarse como “agentes”, es decir, la misma palabra que se usaba para la mayoría de los condenados en los gulags de la era soviética: agentes al servicio de una potencia extranjera. Es decir, espías». Y, sin embargo, dice que la esperanza no es una utopía: «Este sistema está bien enclavado, es fuerte y poderoso. Pero su poder no puede durar mucho. Por ahora, el movimiento de este invierno no es político, no tiene un líder: en mí opinión un Alexei Navalny (el joven activista de 36 años oponente de Putin, ndr) no puede ser una figura creíble para el futuro. Más bien lo que debe darse es un cisma en el interior de la clase dirigente: entonces, el resto, será inevitable».
Hace algunos años, Sedakova pronunció en Milán una histórica ponencia titulada “Apología de la razón” (título también de uno de sus libros): la reitera respecto a la Rusia de hoy, convencida de que antes que los partidos políticos lo que necesita su país es «ampliar» – así lo expresa – a la razón. Un redescubrimiento de exigencias casi extinguidas desde hace tiempo por la experiencia común. «Cada vez que me piden intervenir en público, quiero hacer una invitación a la razón. Por ejemplo, volviendo a las Pussy Riot, es razonable pedir su indulto por lo que ya he explicado, pero no es razonable concederles el premio Sacharov, esto es ridículo».
Y con la razonabilidad entra en juego el sentido religioso: «Los movimientos, los religiosos, los hombres de fe, deben tener un importante papel en el futuro de Rusia. El mundo ortodoxo no es monolítico y se va abriendo camino la conciencia de que la experiencia religiosa no puede gestionarse por entero dentro de una Iglesia entendida solo como institución». Si la Iglesia ortodoxa sabe identificar el deseo de humanidad que impulsa estos movimientos en Rusia – este es el sentido de las palabras de la poetisa – podrá ser compañera y maestra de los hombres y de su razón, como ha sido siempre en las grandes tradiciones. Sobre las relaciones con los católicos tiene un juicio claro: «¿Un viaje del Papa a Moscú? En este momento sería posible. En los años de Wojtila las relaciones eran hostiles, hoy son óptimas, pero existe cierta dosis de estrategia: una visita así correría el riesgo de convertirse en una pura ocasión diplomático-formal. Por otra parte, yo he conocido a Juan Pablo II y puedo decir que en nuestra Iglesia ortodoxa nadie tiene tan arraigado en el corazón el deseo de unidad del cristianismo como lo tenía él. Espero que este continúe dando frutos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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