Dos cooperativas, nacidas de una caritativa, cumplen treinta años de experiencia. Un lugar donde los discapacitados no son “objetos de asistencia”
¿Qué puede hacer más evidente el hecho de que lo que una crisis hace emerger es el valor del “yo”, que el ejemplo de personas con discapacidad empeñadas en dar lo mejor de sí para realizar su camino como hombres?
Los ves concentrados en cuadros eléctricos, luchando con los cables, los interruptores y las pantallas; intentando reparar o personalizar sillas de ruedas, andadores y plataformas elevadoras. Los ves y entiendes que “el proyecto” es la persona. A cargo de 14 empleados, cinco de ellos con discapacidad, una treintena de personas con déficit de diversos tipos pululan por una nave de 1.200 metros cuadrados en Monza. Son algunos de los socios de las Cooperativas L’Iride y Nuova Iride, que este año celebran su treinta aniversario.
Dos cooperativas que trabajan en dos ámbitos: asistencial y laboral. La primera actividad, realizada por la cooperativa L’Iride con el apoyo de trabajadores sociales a los que se unen educadores y voluntarios (muchos de ellos jóvenes), atiende a personas con discapacidad con el objetivo de hacer emerger y crecer sus potencialidades, mediante diferentes actividades lúdicas, musicales, artísticas y recreativas, y otras más específicas de aprendizaje. La segunda (Nuova Iride) realiza actividades de orientación laboral.
Lo que hace particular esta experiencia es el recorrido personal de sus protagonistas, que les lleva a concebir a estas personas con discapacidad como compañeros de camino y no como “objetos de asistencia”. La diversidad como riqueza es lo que el grupo de amigos que dio vida a la cooperativa hace treinta años ha vivido desde que empezó a hacer caritativa con los discapacitados, entre ellos con una querida amiga enferma de ELA. Como dice uno de ellos: «De la experiencia de una caritativa, maduró la conciencia de que podemos ser compañeros de estas personas no sólo en el tiempo libre, sino también en la vida, ayudándoles a usar instrumentos que les sirvan para crecer y llegar a ser ellos mismos, como el trabajo. Exactamente lo mismo que me sirve a mí».
Todo eso expresa la palabra “iride” (iris): la unión de un espectro de distintos colores en los que se descompone la luz solar expresa el deseo de afirmar al hombre como una unidad constituida por una diversidad.
Su “manifiesto” habla claro: «Nuestro proyecto trata de hacer posible, mediante un recorrido común entre personas sanas y personas con discapacidad, compartir las necesidades recíprocas, que encuentran en la experiencia del trabajo la posibilidad de expresar su propia dignidad (…). Nuestro primer objetivo es hacer que la Cooperativa, formada por socios sanos y discapacitados, ofrezca un “puesto” de trabajo estable». Pero además de eso, las dos cooperativas han ofrecido siempre espacios que permiten recorrer, a quienes lo desean, un itinerario formativo y re-educativo, con la ayuda de las estructuras públicas de referencia.
El “proyecto” de la subsidiariedad es la persona, para que cada uno pueda descubrir lo que le hace igual a todos, y distinto de todos: el deseo de felicidad que se cumple cuando uno se da cuenta de que, tal como somos, somos un don de inestimable y único valor.
* Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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