Entre lapsus y golpes bajos, acusaciones recíprocas e influencia de los sondeos, se acercan las elecciones del 6 de noviembre. A estas alturas de la campaña electoral, la atención se centra en cualquier cosa menos en lo que realmente pretenden hacer Obama y Romney. ¿Qué va a cambiar en la primera potencia mundial si gana uno u otro? Esta puede ser la respuesta
Se está dando una paradoja en la actual campaña electoral americana: los candidatos han gastado casi todas sus energías en explicar lo que menos interesa a la gente, lo que les aleja de las preguntas más decisivas. ¿Qué soluciones concretas se proponen para afrontar la depresión económica? ¿Cuáles son las propuestas fiscales? ¿Qué políticas industriales se deben favoreces para activar el empleo? ¿Cómo gestionar las relaciones con la complicada situación que atraviesa el mundo musulmán? ¿Qué idea de persona y sociedad promueven los dos candidatos?
Todo el mundo conoce la declaración de la renta de Mitt Romney, el contrincante republicano, pero casi nadie sabe con precisión qué plan tiene para reformar el sistema tributario; los periódicos y la televisión se hacen eco de sus lapsus y declaraciones polémicas, pero las preguntas sobre cómo resolver la crisis económica obtienen normalmente respuestas vagas o poco comprensibles, sumergidas en verborrea y programas electorales crípticos. Lo mismo ocurre con el presidente Barack Obama, que tiene que responder de sus decisiones ante los americanos, pues no han frenado la crisis económica ni estabilizado la situación internacional, como se ha visto de modo dramático en el último mes. Es vital, por tanto, entender lo que está en juego el 6 de noviembre, más allá de las acusaciones recíprocas, los eslóganes, los sondeos enloquecidos y los ataques para denigrar al adversario.
La economía es el ámbito que más preocupa a los americanos, no solo por la situación del país sino porque las decisiones tomadas en Washington tienen consecuencias globales que nadie puede permitirse el lujo de ignorar. Las cuestiones fundamentales son: fomentar el crecimiento económico y contener un gasto público que está fuera de control, con una deuda que alcanza la cifra récord de 16 billones de dólares. El agujero cada día es más profundo. Con la tasa de desempleo por encima del 8 %, el crecimiento en el 1,7 %, demasiado bajo para crear puestos de trabajo, el mercado inmobiliario sin recuperarse tras la crisis del 2008 y la Reserva Federal obligada a intervenir con políticas de distensión monetaria para estimular el crecimiento (también a costa de producir inflación a medio plazo), el panorama no es halagüeño y requiere una intervención decisiva por parte de la política.
Un crecimiento estéril. Los candidatos proponen dos remedios que no pueden ser más diferentes entre sí. Al empezar su mandato, Obama aprobó un estímulo fiscal de 787.000 millones de dólares, medida que ha subsanado algunos síntomas de la crisis económica pero que, hasta ahora, no ha mostrado efectos duraderos: la productividad de los sectores industriales más relevantes es la buena noticia, pero en otros sectores tanto manufactureros como energéticos se registra una bajada respecto a 2010, año en el que las políticas económicas del gobierno empezaron a dar algún resultado. Lo mismo ocurre con el PIB y el consumo, cuyo índice de crecimiento está en el 0,1%. Esto significa que la economía americana crece, pero es un crecimiento estéril, incapaz de crear trabajo y riqueza. Además, recientemente la oficina presupuestaria de la Casa Blanca ha revisado a la baja la estimación de crecimiento para el año 2013.
Ante todo, Obama propone aumentar los impuestos para los que perciben ingresos de más de 250.000 dólares al año, subir la presión tributaria para las empresas y equiparar la fiscalidad de las rentas financieras con las ordinarias. Según los cálculos del presidente, la presión fiscal sobre el grupo de población más rico permitirá al Estado cubrir los costes de un conjunto de incentivos para la clase media y para las pequeñas y medianas empresas, y producirá 3 billones de dólares en los próximos diez años, a los que se sumará otro billón de dólares por los recortes del gasto público que el presidente ya ha aprobado.
El de Obama es un remedio de responsabilidad tributaria que se combina perfectamente con la exigencia de fairness, equidad, que es un término muy querido por la filosofía demócrata y que el presidente ha vuelto a proponer como palabra clave de su campaña electoral. Según Obama, los recortes son necesarios pero no pueden hacerse a expensas de la inmensa red de bienestar que garantiza la asistencia sanitaria para los más pobres y los ancianos, los subsidios por desempleo, los vales alimentarios y otros beneficios. A pesar de que a menudo se presente el modelo social de EEUU como expresión de un individualismo desenfrenado y sin protección para los sujetos sociales más débiles, en realidad la red de protección es extensa y capilar, como explica el periodista Michael Grunwald en un ensayo bien documentado con un título emblemático: The New NewDeal.
Diagnóstico y terapia. Mitt Romney concuerda con el diagnóstico de Obama, pero disiente radicalmente en la terapia. Su plan económico prevé un descenso neto de los impuestos para todos los americanos, en línea con la clásica escuela conservadora, y quiere eliminar los impuestos sobre las rentas financieras. Según Romney, penalizar a quien gane más de 250 mil dólares significa abatir la parte de América que produce riqueza y puestos de trabajo, algo a evitar si se quiere salir de la depresión. En este caso, el Estado se encontraría con menos ingresos y, por eso, los republicanos apoyan un recorte radical del gasto público: el problema, que también ha apuntado el Tax Policy Center, un centro de estudios sobre política tributaria famoso por sus análisis equilibrados, es que cubrir los recortes de los impuestos sin eliminar servicios fundamentales para los ciudadanos (educación, asistencia sanitaria, desgravaciones para la clase media…) no será fácil. Eso sin contar con que Romney pretende aumentar los gastos militares a cien mil millones de dólares en 2016, mientras que el presidente actual ya ha recortado el presupuesto del Pentágono y pretende continuar por el camino de la austeridad militar. Son propuestas derivadas de concepciones de persona y sociedad opuestas: una enfatiza en extremo la iniciativa individual, con la convicción de que el mercado empuja naturalmente a los individuos hacia el bien común; la otra subraya el deber que el Estado tiene de proteger a los ciudadanos y condena sin apelación los excesos del capitalismo.
Fuera de la sacristía. Sin embargo, ¿qué idea tienen los candidatos sobre la vida, el matrimonio y la libertad religiosa? Romney promete una «presidencia pro vida» y quiere revocar con una ley las sentencias del Tribunal Supremo de EEUU que en el año 1973 legalizó el aborto. Está en contra del matrimonio homosexual y, cuando era gobernador de Massachusetts, los partidarios de las uniones civiles sortearon su veto por medio de una sentencia del Tribunal Supremo de ese Estado. También promete eliminar los engranajes fundamentales de la reforma sanitaria de Obama, principalmente el dispositivo que obliga a las instituciones religiosas (colegios, universidades, hospitales...) a ofrecer a sus propios empleados anticonceptivos en los planes de cobertura de sus seguros.
Por el contrario, Obama ha declarado su apoyo a los matrimonios homosexuales y desde hace ya unos meses los abogados de la Administración consideran inconstitucional la ley que firmó Bill Clinton en 1996 en defensa del matrimonio tradicional. En el programa del partido demócrata se reivindica el derecho a abortar sin ninguna limitación sobre el número de semanas por encima del cual está prohibido interrumpir el embarazo. En cuanto a la posibilidad de expresión pública de las instituciones religiosas, Obama ha demostrado su opinión con una ley que, si se aprueba, violaría el derecho de la Iglesia a ser ella misma, un lujo que se le concedería sólo en el silencio de la sacristía.
En peligro de extinción. En lo relativo a la política exterior, el pragmatismo de Obama choca con las firmes ideas de Romney. Mientras el presidente ha combinado una espera selectiva en Oriente Medio con la campaña de bombardeos más importante de la historia reciente, Romney apoya la vuelta a una política más agresiva por parte de EEUU, empezando por el desafío económico-estratégico que supone China y siguiendo por valorar la retirada de las tropas de Afganistán, algo que Obama ha fijado para finales de 2014. Romney pide que sean las condiciones sobre el terreno las que dicten el momento de retirarse y advierte del riesgo de volver al caos después de que la coalición encabezada por los americanos abandone el país.
Se enfrentan dos visiones de la sociedad y del papel de América en el mundo que se encuentran en los extremos opuestos del espectro político, fiel reflejo de la polarización ideológica que ha dominado la política en los últimos cuatro años. Los políticos moderados y de centro son ejemplares en peligro de extinción, elementos marginados de un debate público en el cual los vencedores suelen ser la desconfianza con respecto a Washington y el silencioso abatimiento por una campaña electoral en la cual se ha sacado tiempo para discutir sobre el perro de Romney y los hábitos deportivos de Obama. Mientras tanto, invitar a los americanos a entender qué está en juego en este trance económico y político parece una actividad a realizar en el tiempo libre.
“EL MAPA DEL VOTO”
El 6 de noviembre se celebrarán las elecciones. Hasta hoy, estas son las previsiones de voto de cada estado, entre el candidato demócrata, Barack Obama, y el candidato republicano, Mitt Romney. Los swing states o estados péndulo determinarán el resultado final.
El que vence en el estado vence en el país
En realidad, los americanos eligen a un grupo de compromisarios que, a su vez, elegirán formalmente al presidente. El número de compromisarios es proporcional a la población de los 50 estados (véase los datos del mapa): quien vence en un estado, aunque sea por un solo voto, gana todos los «votos electorales» que correspondan a ese estado. Por eso, para llegar a la mayoría necesaria de 270 delegados es decisivo adjudicarse los estados más importantes, como Florida.
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