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Huellas N.9, Octubre 2012

PRIMER PLANO / Siguiendo a Pedro

«Con su misma vida»

D. Perillo, A. Stoppa, P. Bergamini

«La fe nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo», escribe el Papa en la Porta Fidei. Ofrecemos a continuación el relato de tres existencias “normales” plasmadas por el encuentro con Cristo

ITALIA
«Mirad, me voy al Paraíso»

«No tengo miedo». Lo dijo bien claro Francesca, en voz alta. «Reuniendo las fuerzas que le quedaban», se dice en estos casos. Para ella, las fuerzas venían de la fe. Se lo había repetido a su marido pocas horas antes de morir: «No tengo miedo». Es la misma certeza que ha plasmado su vida en la salud y en la enfermedad.
Francesca Pedrazzini tenía treinta y ocho años, uno menos que Vincenzo, su marido. Ella profesora, él abogado, casados desde hacía doce años, con tres hijos (Cecilia, de diez años, Carlo, de siete, y Sofía, de tres) y una vida plena, alegre, de alguien que ama la vida: los amigos y el trabajo, la familia y el mar de Grecia…
Precisamente a la vuelta de unas vacaciones, en enero de 2010, la vida da un giro imprevisto. Un nódulo de cinco centímetros en el pecho. «Fue un golpe duro», cuenta Vincenzo: «Tuvimos miedo. Pero lo afrontó con la cabeza alta. Después de la operación empezamos de nuevo, con una riqueza mayor». Pruebas y controles con buenos resultados durante algún tiempo. En marzo de 2011, los médicos se aventuran: «Enhorabuena, estás curada. Tu enfermedad será sólo un recuerdo». Pero no es así. En septiembre Francesca vuelve de las vacaciones con dolor de espalda. Una nueva tanda de pruebas. Metástasis en los huesos y en el hígado. Uno de esos días le envía a una amiga un sms que lo dice todo: «Estoy en paz porque Jesús mantiene la promesa de hacernos felices. Haz el camino conmigo y lo veremos juntas. Estoy segura. Un abrazo».
«Francesca pasó por todos los estados de ánimo», cuenta Sara, su hermana: «La rebelión, el ansia, la angustia… Pero el primer instante fue un “sí”. Dijo: está bien así. Y no lloraba. Lo recuerdo perfectamente, porque yo estaba desesperada, ella no». ¿Por qué? «Llevamos veinticinco años en el movimiento. Ella siempre vivió su relación con Jesucristo de forma decidida. Le había confiado su vida por completo». No era una santa, no según la estampita que muchas veces asociamos a la palabra. Les apremia decírtelo. Temperamento fuerte, de esos que pueden chocar. «Pero tenía una inteligencia clara sobre el instante», cuenta Mariachiara, su madre. «Una de las frases que repetía más a menudo era: estoy abrumada», dice Sara: «Por la gratuidad, por la acogida. Constantemente teníamos compañía: correos, mensajes, amigos en el hospital y en casa, gente que rezaba por ella en todos los rincones del mundo».
El camino se vuelve duro. Quimioterapia intensa. Los días pasan entre la cama y el sofá. En primavera se siente un poco aliviada. La enfermedad avanza, pero Francesca se siente mejor. «Estaba muy feliz», dice Vincenzo: «Repetía: el tiempo que el Señor me da quiero vivirlo haciendo cosas bonitas con mis hijos». ¿Y los niños? «Siempre me he fijado en ellos», responde Vincenzo: «Porque han tenido una gran libertad. ¿Su madre no estaba bien? Vale, era así. Con dificultad, sufriendo. Pero estaban con sencillez delante de lo que sucedía».
En julio van a unas vacaciones en Cervinia, con los responsables de CL de Lombardía. En esa ocasión, Julián Carrón les dijo con ternura: «Mira, Francesca, todos somos enfermos crónicos. Pero tú tienes una ocasión más para madurar. No la desperdicies». Hay dos correos electrónicos que muestran el camino que hace Francesca. Uno es de antes de esta conversación, el otro de después. Antes: «En cuanto los resultados me dicen que las cosas van mal me asalta una angustia tremenda. Me aterroriza el futuro, se me parte el corazón cuando pienso en mis hijos, que crecerán sin su madre, y en mi marido, que envejecerá solo. Sé que el miedo no es contrario a la fe, también Jesús tuvo miedo en la cruz, pero es malo, y yo no quiero vivir lo que me queda de vida atenazada por el miedo, como si el abrazo de Cristo no pudiera derrotarlo. Quiero tener una fe que tenga que ver de verdad con mi vida. ¿Acaso no vale esto ante todo para la prueba suprema? Si no es así, buscamos la satisfacción en donde la buscan todos, como escribía Carrón en la República. Los otros la buscan a lo mejor en el dinero o el poder, yo la busco en la salud…». Y después: «Es el tiempo de la persona. Si tu persona no es aferrada por el Acontecimiento, no hay nada que resista, pero si Cristo te aferra puedes entrar en cualquier circunstancia y verificar que no tiemblas aunque haya un terremoto, que tienes un “yo” nuevo. Me tiembla un poco el pulso, ¡pero no me quiero perder esta ocasión!».
Y no la perdió. La aprovechó hasta los últimos días. Así lo cuenta Vincenzo. «Cuando los médicos me dicen que queda poco, caigo en un estado de angustia. ¿Qué hago, se lo digo o no? En un momento dado ella me mira y me dice: “Vince, ven aquí. Mira, estate tranquilo. Yo estoy contenta. Estoy en paz. Tengo la certeza de estar en manos de Jesús. No tengo miedo. Es más, tengo curiosidad por ver lo que me está preparando el Señor”. Pero, ¿no estás triste? “No, estoy tranquila. Sólo me apena pensar que tu prueba es mayor que la mía”. Entonces se produjo una transformación. Después de aquella conversación yo era otro. Estaba transformado. La angustia había desaparecido». Al día siguiente pide ver a los niños, uno por uno. «Mirad, me voy al Paraíso. Es un sitio precioso, no tenéis que preocuparos. Me echaréis de menos, lo sé. Pero yo os veré y os cuidaré siempre. Os pido un favor: cuando yo me vaya al Paraíso tenéis que hacer una gran fiesta». Estaba en paz. Hasta el punto de hacer pensar al marido, mientras ella estaba ya en coma: «Franci, ¿sabes que me iría contigo? Pensé esto por primera vez en mi vida, sin sentir miedo ante la muerte. Yo quiero vivir como ha vivido ella este año».
Francesca murió el 23 de agosto. Su funeral fue verdaderamente distinto. Un compañero le dice a Vincenzo al terminar: «No te ofendas, pero me parecía estar en una fiesta». Un taxista le pregunta a una amiga a la que lleva al funeral: «Por lo elegante que va usted debe ir a una boda, ¿no?». Además está todo lo que ha producido su enfermedad. Sus tíos, por ejemplo, que se habían alejado de la fe hace cuarenta años y que ahora van a misa todos los días. O un conocido, que tiene una pariente en el mismo hospital, y que se queda tocado. «Me gustaría saber por qué la gente se convierte ante mi cáncer», le había dicho Francesca a un sacerdote. Él le dijo: «Es el misterio de la cruz».
Y de la Resurrección. «Todas nuestras amistades se han transfigurado, se han convertido en compañía al destino», dice Vincenzo. El miedo ya no muerde. «Antes de que muriese, le pregunté a Francesca: “¿cómo haré con los niños”», cuenta Sara. Y ella: «Libérate de ese peso. Nunca serán tus hijos. Sigue haciendo de tía. Ten por seguro que Jesús cumple la promesa que ha puesto en nuestro corazón. También lo hará con ellos». Hace algunos días Vincenzo va a un parque de atracciones con los niños. Puentes colgantes, arnés en ristre. «Al final, Carlo se da la vuelta y me dice: “Mamá nos habrá visto, ¿verdad?”». Sí, Carlo, te ha visto. No tengas miedo.
Davide Perillo


CAMERÚN
«Para mí tú vales más que diez hijos»

«Eres un árbol que no da fruto». Las miradas y los comentarios de la gente se lo susurran. Todo esto le retumba por dentro. En la mentalidad africana no hay salida para una mujer que no tiene hijos. «Todos te miran. Y esperan». Mes tras mes, año tras año. Pero en Mireille sólo existe dolor por no poder darle al hombre que ama el regalo más valioso. «Era todo lo que quería».
En Yaoundé, capital de Camerún, ciudad con un millón y medio de habitantes, está a la orden del día que un marido se marche de casa y se vaya con otra mujer, aunque haya hijos de por medio, y a veces numerosos. Cuánto más en su caso, que no consigue dárselos… Mireille Yoga tiene treinta y ocho años. Está casada con Victorien desde hace trece, y en todo este tiempo no ha “llegado” nada. Nada de lo que ella podía imaginarse. Algunos años antes de casarse conoce CL. «Ir a la iglesia era algo formal para mí. Nunca había sentido el deseo de seguir a Jesús, era muy abstracto. ¿Cómo podía amarle?». Y sin embargo Cristo la llamó, como a Juan y a Andrés: «Pregunté a dos chicas que a dónde iban después del coro. “Ven y lo verás”». Cuando Victorien le pide que se case con él, ella le dice: «Tienes que saber que esta mujer con la que te quieres casar está “hecha” de la fe. Si me hubieses conocido antes, no querrías casarte conmigo». Le pone una condición, inimaginable en una cultura en la que el hombre es maestro y señor: «Nunca me impidas seguir mi camino, porque es mi vida con Jesús». Pero su vínculo con el movimiento decae durante cuatro años en los que el matrimonio sin hijos se vuelve insoportable. Y su deseo se convierte en una obsesión.
Un día suena el teléfono: «Ven a ayudarme con los niños de la calle». Es el padre Maurizio, un misionero que tiene un centro para chavales nanga boko, “los que duermen fuera” y viven entre las calles y los calabozos de la policía. «Le dije a Victorien: “Déjame ir”. Era mi deseo de ser madre lo que buscaba una respuesta». Aquellos niños no queridos, poco estimados por padres polígamos y familias deshechas, o que habían llegado a la capital procedentes de las sabanas del norte, empiezan a ir tras ella llamándola mamá, y se van haciendo hombres a su lado. Pero esta no es la respuesta. «Allí encontré la compañía de Cristo, y me abrí al Misterio. Aprendí a mirar toda la realidad por lo que es: un regalo». Ya no cree a los que le dicen que el cristianismo es un cuento de blancos. Y su marido empieza a buscar lo mismo que vive ella. Ven cómo crece su amor al mismo tiempo que crece su deseo concreto de tener un hijo.
Mireille sigue pidiendo un milagro, pero el niño no llega. «¿Por qué?», grita hasta el agotamiento. Un día Victorien le dice que no llore más: «Para mí tú vales más que diez hijos. Hoy me volvería a casar contigo». Para un hombre africano es imposible hablar así. «Sólo hay un motivo», dice ella: «Cristo está presente en nuestro matrimonio».
Se hace más evidente cuando el deseo parece concretarse en una respuesta. Otra llamada de teléfono que le cambia la vida: «Era la sobrina de mi marido. Esperaba una niña, y quería que la criáramos nosotros». Andrée está ahora con ellos: «Tenerla en brazos, tenerla en casa… Había llegado por fin, como la finalidad de toda nuestra vida», dice Mireille. «Pero no lo es. Esto se me hizo claro una noche».
Están cenando y el padre Marco, un amigo suyo, habla de sí mismo con lágrimas en los ojos: «Ya nada me basta. Quiero que Cristo tome toda mi persona». Andrée está por ahí dando vueltas, ella se la sienta encima y la estrecha contra sí, sin apartar la mirada de Marco. «Era otro hombre. El deseo de darse dominaba su rostro. En ese instante, dejé de “sentir” a mi hija, esa hija que tanto había deseado. Era como si no estuviese. En la mirada de Marco, Jesús me estaba alcanzando y me hacía descubrirme a mí misma: también mi deseo es infinito».
La conciencia de sí, hasta llegar a la fibra más profunda, tiene tal potencia que está cambiando el mundo a su alrededor, aquí donde la gente corre a bautizarse con su vida todavía a merced de los espíritus. «He descubierto que Cristo está dentro de la realidad. Y que responde por completo a mi persona».
Alessandra Stoppa


ESTADOS UNIDOS
Nancy y aquella primera misa

«¿A dónde vas a misa?», pregunta Nancy a Guido durante un descanso en el trabajo. Y él: «A San Carlos Borromeo». «¿Cuándo vas?». «Todos los días». «¿Puedo ir contigo?». «Sí». Ella es protestante, él católico, Memor Domini, pero esto Nancy no lo sabe aún. Trabajan juntos en la Walt Disney de Los Ángeles desde que Nancy se trasladó en 2001 procedente de Chicago. En esos tres años se hacen amigos, comen juntos, implicando también a otros colegas. Para ella, Guido, un italiano que vive en EEUU desde el 93, es una persona especial. Pero a raíz de aquella pregunta cambia todo para Nancy. Es el comienzo de un camino de fe.
Nada más llegar a Los Ángeles, empieza a frecuentar distintas iglesias protestantes. Cuenta ella misma: «No encontraba ninguna que me correspondiese. Había preguntado a todo el mundo. Él fue el último». Al día siguiente, por primera vez, va a una misa católica. «Le pregunté a Guido qué podía hacer, y él me dijo que todo menos la Comunión». En seguida le llama la atención algo: la Liturgia del día tiene un nexo con la del día anterior. «No era un problema de forma. Estás dentro de una historia que llega hasta ti. Empecé a ir a misa todos los días. Mi relación con Jesús no era algo intimista, se hacía carne junto a aquellas personas. Abrazaba toda mi persona y la realidad. Era un sentimiento de plenitud que jamás había percibido». Escribe Benedicto XVI en la carta apostólica Porta Fidei: «El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo».
En enero de 2005 Guido le pide que rece por un sacerdote amigo suyo que está grave, don Luigi Giussani. «Yo no sabía quién era. Pero para él era importante. Cuando murió, fui a misa con Guido y me senté a su lado en la primera fila». Conoce a otros amigos. El camino continúa: la caritativa, la Escuela de comunidad. «Según avanzaba, iba experimentando que había algo que implicaba toda mi vida: un amor más grande incluso que el de mi madre. Tenía el sabor de la eternidad». Hasta el punto de que pide recibir la Primera Comunión y la Confirmación.
Por aquel entonces, Guido le hace una propuesta: dejar el trabajo para dar vida a una realidad sin ánimo de lucro para discapacitados y veteranos de las guerras de Afganistán e Iraq. ¿Por qué? «Después del tsunami de 2004 le había dicho a Guido que quería dar un sentido a mi tiempo. Él me dijo sencillamente: “Vivamos juntos esta exigencia”. Ahora ha llegado el tiempo y la posibilidad de concretarla. El punto de partida es la plenitud que vivo en mi fe». Nace en Los Ángeles Habilitation House. A los discapacitados físicos o psíquicos se les ofrecen trabajos de limpieza, mientras que a los veteranos se les da la oportunidad de realizar trabajos administrativos. Han tenido que aprenderlo todo: desde el uso de una aspiradora hasta cómo tratar a los discapacitados. «Empezamos a preguntar a todo el mundo. Al tratar con estas personas me daba cuenta de que no podía partir de un proyecto mío, de un pensamiento mío, sino que debía tener la paciencia de entender cómo entrar en su vida. Para los discapacitados, el primer problema es el aislamiento, para los veteranos la desconfianza total hacia los demás». ¿Cuál es el camino? «Ser transparentes. Testimoniar aquello por lo que tú vives, trabajas, te mueves. Y preguntar cada día: “¿Eres feliz en lo que estás haciendo? ¿Por qué?”. Nosotros valoramos el éxito del trabajo basándonos en sus respuestas. Nadie les ha hecho nunca estas preguntas». ¡Una vez un veterano le pregunta incluso que si ha estudiado con Madre Teresa! «Pero esta es mi vida, es mi fe, que me permite experimentar que hay una mirada sobre la realidad que te llena de asombro y mueve tu corazón. Y que te abre a todo».
Paola Bergamini


PARA SABER MÁS
Las informaciones relativas al Año de la Fe están disponibles en la web www.annusfidei.va. Aquí se puede encontrar el calendario con los principales eventos, una actualización constante de las iniciativas y documentos del Santo Padre y del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización.
En www.centriculturali.org, en cambio, es posible consultar el elenco de propuestas y encuentros que se realizarán este año en todos los Centros culturales de Italia.
Finalmente, en www.meetingrimini.org/annodellafede están disponibles las informaciones sobre las exposiciones itinerantes que tienen que ver con los lugares y los testigos de la fe.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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