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Huellas N.9, Octubre 2012

PRIMER PLANO / Siguiendo a Pedro

¿Por qué el Año de la fe?

Stefano Alberto

El 11 de octubre se abre el tiempo que el Papa ha deseado para «conocer de manera más profunda las verdades que son la linfa de nuestra vida». A través del rico magisterio de estos años, una introducción al trabajo que nos espera: la insistencia en un uso adecuado de la razón y el anuncio de una «novedad absoluta»

Es un inicio rico y denso. Un Sínodo que durante tres semanas reúne a obispos y padres para discutir cómo se transmite la fe. La coincidencia con un aniversario de peso, en vistas de que hace cincuenta años comenzaba el Concilio Vaticano II (véase reportaje en las pp. 46-51), «gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia», como ha escrito Benedicto XVI en la Carta apostólica Porta Fidei.
Y el viaje del Papa a Loreto, para confiar a la Virgen los próximos meses. Se pone en marcha el Año de la Fe deseado por el Santo Padre, empieza un tiempo decisivo para la Iglesia y para el mundo. Porque recuperar las razones de la fe, su relación con las preguntas más radicales del hombre, su absoluta «conveniencia humana» todavía más urgente en tiempos duros como estos, es el único camino para que la fe llegue a ser verdaderamente nuestra y para que incida en la historia. También para nosotros comienza un trabajo, que acompañaremos paso a paso y que empezamos siguiendo dos líneas paralelas. Por un lado, recogemos el hilo que ha seguido este Pontificado al relanzar el tema decisivo de la racionalidad de la fe, por otro, algunos testimonios que muestran qué es lo que puede generar en nuestra vida la mirada de la fe


«Es verdad ya./ Mas fue tan mentira, que sigue/ siendo imposible siempre». Don Giussani comenta así estos versos del poeta Juan Ramón Jiménez, citados como post-scriptum para concluir el volumen de La conciencia religiosa en el hombre moderno, editado por primera vez en 1985: «Cuando uno intuye el hecho cristiano como verdadero, es necesario además el coraje de reconocerlo como posible, a pesar de la imagen negativa que podamos tener alimentada por las mezquinas maneras en que ha sido traducido en la propia vida y en la vida de la sociedad». Estas palabras me han regresado a la cabeza teniendo en la mano la Carta apostólica Porta Fidei, con la que Benedicto XVI abre el Año de la Fe. Si es verdad que «la puerta de la fe (…) está siempre abierta para nosotros » (n.1) – escribe el Papa – es también cierto que «sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado» (n.2). Este juicio dramático, recogido por el cardenal Scola en su reciente Carta Pastoral (Descubriendo el Dios cercano, n.3), revela una profunda conciencia de que, para volver a pensar y revivir la fe, es necesario ante todo una mirada realista, sin fáciles optimismos o injustificada negatividad en la situación actual y en las verdaderas exigencias a las que esta urge. ¿Hay todavía un lugar para la fe no sólo en la vida del hombre contemporáneo, sino también en el espacio público? Y, ¿qué es la fe, una fe no reducida a sentimentalismo o a reglas de comportamiento? No es casualidad que Benedicto XVI haya relacionado explícitamente la apertura del Año de la Fe con el cincuenta aniversario de la apertura del Vaticano II. En la conclusión de su ya famoso discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, el Papa Ratzinger resumió así las razones de su importancia como inicio de una nueva evangelización: «El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado como “apertura al mundo”, pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la fe y la razón, que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas (….). El diálogo entre la razón y la fe, hoy particularmente importante, ha encontrado su orientación sobre la base del Vaticano II. Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento».

Saber y creer. Que la relación entre fe y razón sea la cuestión decisiva, «a desarrollar con gran apertura mental y con claridad», emerge con evidencia en todo el rico magisterio de Benedicto XVI. Baste recordar, entre los numerosos discursos, los grandes “discursos de septiembre”, en 2006 en la Universidad de Ratisbona, en 2008 en el Colegio de los Bernardinos en París y en 2011 en el Parlamento alemán, en Berlín, que hoy aparecen claramente casi como pasos del camino de preparación del Año de la fe.
La gran fractura entre saber y creer, tan característica de la mentalidad actual, es el fruto de la doble reducción de la fe (reconducida a sentimiento subjetivo o moralismo) y de la razón (reconducida empíricamente a lo demostrable en la ciencia) llevada a cabo por la modernidad (Ratisbona). Pero la razón positivista «que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los “recursos” de Dios, que transformamos en productos nuestros» (Discurso al Parlamento alemán). Es necesario, también para los cristianos, para redescubrir el sentido profundo de la realidad «la valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza», porque « no actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios». (Ratisbona). Con mayor razón hoy, cuando para muchos Dios «se ha convertido realmente en el gran Desconocido» (Colegio de los Bernardinos, París).

«Él se ha revelado». La misma razón del hombre, sin embargo, aún en estos tiempos tan confusos, lleva implícita la «exigencia de lo que vale y permanece siempre» y «también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él » (París). Así, la actual confusión tiene no pocas analogías con la que tuvo que afrontar el primer anuncio cristiano, en los comienzos, como testimonia la aventura de Pablo en el corazón de la cultura de entonces, en el Areópago de Atenas (Cfr. Hch 17): «Pablo anuncia a Aquel que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir» (París). Pero el hombre no puede alcanzarle con la sola fuerza de su pensamiento. He aquí la novedad absoluta del anuncio cristiano a todos, sin excepciones ni exclusiones, que abre la razón a la conciencia nueva de la fe, al reconocimiento de Cristo presente: «Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es Logos –presencia de la Razón eterna en nuestra carne. Verbum caro factum est (Jn 1,14): precisamente así en el hecho ahora está el Logos, el Logos presente en medio de nosotros. El hecho es razonable. Ciertamente hay que contar siempre con la humildad de la razón para poder acogerlo; hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios» (París).

Aferrados por Cristo. ¿La humildad de Dios que entra en el tiempo y el espacio en Cristo, asumiendo nuestra condición humana, encuentra la humildad de nuestra razón que lo acoge, que se abre a la verdad? Hay una última objeción bien expresada por Malraux, que resuena en la de Jiménez, citada al inicio: «No hay ideal al que podamos sacrificarnos, nosotros que conocemos la mentira de todos, nosotros que no sabemos qué es la verdad» (La tentación de Occidente) que puede ser la objeción de todo hombre contemporáneo, también de cada uno de nosotros, al menos en algún momento de la existencia. Pero Benedicto XVI no tiene miedo a mirarla a la cara. Lo ha hecho en su reciente tradicional encuentro de verano con el círculo de sus ex-alumnos: «¿Cómo se puede tener la verdad? ¡Esto es intolerancia! Los conceptos de verdad y de intolerancia hoy están casi completamente fundidos entre sí; por eso ya no nos atrevemos a creer en la verdad o a hablar de la verdad (…). Nadie puede decir «tengo la verdad» – esta es la objeción que se plantea – y, efectivamente, nadie puede tener la verdad» (Homilía, 2.9.2012). He aquí la respuesta que, como un don totalmente gratuito, como el hecho de un hijo que cambia la vida, reabre el drama de la libertad entre acogida y rechazo de la verdad: nosotros no poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee, «somos aferrados por ella» y «sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover por ella; sólo está en nosotros y para nosotros si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad (…) no podemos decir «tengo la verdad», sino que la verdad ha venido hacia nosotros y nos impulsa. Debemos aprender a dejarnos llevar por ella, a dejarnos guiar por ella. Entonces brillará de nuevo: si ella misma nos conduce y nos penetra».


DE LORETO A RÍO DE JANEIRO
El Año de la Fe se abre el 11 de octubre de 2012 y se concluye el 24 de noviembre de 2013. El 4 de octubre Benedicto XVI peregrina al Santuario de la Virgen de Loreto para confiar a María estos meses, como hizo hace cincuenta años, en las vísperas del Concilio Vaticano II, su predecesor Juan XXIII.
Tres citas principales, aparte del Sínodo sobre la nueva evangelización, el 21 de octubre serán canonizados en la plaza de San Pedro siete mártires y confesores de la fe. El 18 de mayo el Santo Padre presidirá la vigilia de Pentecostés con todos los movimientos católicos y las asociaciones laicales. Mientras que el 2 de junio, solemnidad del Corpus Domini, se celebrará una especial adoración eucarística en San Pedro, que se transmitirá en directo en todo el mundo, extendiéndose a todas las catedrales y las parroquias de cada diócesis. El 23 de julio comenzará en Río de Janeiro la Jornada Mundial de la Juventud, que culminará el fin de semana del 27 y el 28 con la presencia de Benedicto XVI. La clausura oficial será el 24 de noviembre, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo.


El SíNODO
Del 7 al 28 de octubre se celebra en Roma la XIII asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. En el encuentro participan alrededor de 250 invitados entre cardenales, obispos, sacerdotes y laicos provenientes de todo el mundo. La mayor parte de los prelados son elegidos por las conferencias episcopales, mientras que el Papa ha elegido directamente a 36 personalidades entre cardenales, obispos y sacerdotes. A los padres sinodales se suman 42 expertos y 49 oyentes.
El orden del día, el instrumentum laboris, toca tres temas principales: Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre, Tiempo de nueva evangelización, Transmitir la fe. El cardenal Donald William Wuerl, arzobispo de Washington, recogerá el resultado de las discusiones, en las que participará también el Papa. El Pontífice se basará en su síntesis para escribir a su vez una Exhortación Apostólica post-sinodal.
Entre los padres sinodales se encuentra también Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL. Entre los obispos italianos, Angelo Scola, Filippo Santoro y Luigi Negri. Entre los expertos ha sido invitado el padre Paolo Martinelli y entre los oyentes está Joakim Kipyego Koech, responsable de CL en Kenia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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