El Meeting a toda costa
Ya hay muchos voluntarios que llegan a Rímini desde lejos. Normalmente, gastan todas sus vacaciones trabajando en el Meeting. Te emocionas sólo de verles. Luego, a veces, te llega algún eco de sus historias. Intentan contarlas en italiano: pocas palabras, pero vibrantes.
Entre los cuatro mil voluntarios de este año, en el pabellón de restauración, está también Galia, limpiando y arreglando, poniendo y quitando las mesas del restaurante “Il Chicco e il Grano”. Mujer, de treinta y ocho años, de Kazajstán, trabaja como albañil. Y está aquí por primera vez.
Ya había oído hablar de ella, porque tiene una historia dura a sus espaldas. Creció en un orfanato, con una pregunta sobre Dios que todos rehuían, casi ocultándola. Empieza a trabajar a los nueve años, sin pedir ayuda a nadie: trabaja y estudia, consumiéndose. A veces no come, porque no le llega el dinero. Luego, un hecho marca un antes y un después en su vida. En un curso de informática conoce a un hombre: también había crecido en un orfanato. Empieza a seguirle porque él ha cambiado y ella quiere entender. Así, conoce el movimiento y pide el Bautismo.
Lo que galia ha hecho para poder estar aquí en Rímini te sorprende. En enero se quedó sin trabajo. Un trabajo que «a veces es muy requerido, a veces no; depende de los momentos». Entonces recoge todo el dinero que ha ahorrado hasta ese momento y va a ver a su amiga Lyubov: «Guárdalo tú hasta agosto». No quiere gastarlo, es para el Meeting. Y ni siquiera es suficiente. Por tanto empieza a renunciar a todo lo que puede, a veces incluso a la comida.
Es un sacrificio que conoce bien. Antes lo hacía para no tener que pedir nada a nadie. Hoy lo hace pidiéndolo todo. «Quería ir a Rímini a toda costa porque don Giussani dice que el trabajo es oración. Necesitaba entender qué significa». Dice que la mentalidad con la que está acostumbrada a trabajar «es que haces lo que te toca y nada más. En cambio, en el Meeting he visto algo muy distinto: cómo se trabaja juntos. Lo que hago tiene que ver con todo y todos los que están allí conmigo».
Ahora ha vuelto a su casa, a la misma habitación de una residencia para personas que no tienen familia. Sigue teniendo un trabajo precario, y de hombres. ¿Ha merecido la pena? «En cuanto llegué vi que me interesaban las personas que trabajan conmigo, todo lo que sucede. El trabajo es por Cristo y con Cristo, Él se hace presente en mis acciones».
Sabe que en unos meses se quedará en paro, aunque no sabe por cuánto tiempo. «Estoy contenta. Si Dios permite esta situación, es para mi bien». ¿Y tú? «Aprenderé cómo puedo responderle».
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