LA RESURRECCIÓN DE PEDRO
Estaba en un punto de mi vida tan desilusionado y fuera de toda perspectiva que no creía en nada ni esperaba nada de nadie, porque era tan poca cosa que la gente ni me miraba, ya no existía. Pero un día de los que vagaba por la calle leí en la puerta de la parroquia que estaba expuesto el Santísimo (y yo que he sido adorador nocturno muchos años en Móstoles), pasé a la iglesia y el cura me salió al encuentro. Me preguntó dónde vivía y le dije que en la calle, me citó para el día siguiente, me duché y me afeité en la parroquia, me dio algunos alimentos y me invitó a que pasara todos los miércoles a ducharme y asearme, y el sábado, a una comida de caridad que daba en la parroquia. Aquí tuve un punto de inflexión y me dije: «¡Cómo hay una persona que se interesa por mí!». Pero no paró ahí la cosa. Este hombre contó a sus gentes que había un hombre que vivía en la calle y dormía en un coche cerca de la parroquia, y estas personas empezaron a acercarse a mí de forma afectuosa y sin hacer preguntas. Yo estaba muy sorprendido de que todavía existieran personas de las que yo creía que habían desaparecido y que eso era parte del pasado. A continuación tuve una insuficiencia cardiaca y me hospitalizaron durante veinte días. Al darme el alta el médico me remitió a los Servicios Sociales. Fui a Cruz Roja para que me facilitaran la medicación y me encontré con Conchi, trabajadora social que además de la medicación, se implicó de tal forma que en 24 horas me sacó de la calle alquilando una habitación en un piso compartido; y Carmen Trejo, trabajadora social del Centro de las Margaritas, hizo el resto de la obra. Estas personas me han hecho reflexionar y decidir que a esta gente yo no puedo fallarle y dejarla en la estacada. Que todas estas personas que tanto han hecho por mí (sin pedir nada a cambio) merecen la satisfacción personal de saber que están dando los pasos adecuados y están en el buen camino, y que un día Dios lo tendrá en cuenta y premiará su trabajo. Y aquí empezó a cambiar mi forma de ver las cosas. Si hay gente tan altruista que da tanto por nada, ¿por qué no hago yo algo así y dedico mi tiempo (que es lo que tengo) a ayudar a los demás?, así me sentiré útil a pesar de mis limitaciones. ¡Y éste fue el suceso! ¡Encontrar a Pepe en la Parroquia de San Pablo de Getafe Norte! Ahí empezó a cambiar mi vida y a encontrarle sentido a las cosas que me sucedían. ¿Por qué estas gentes de la parroquia me trataban con tanto afecto si no me habían visto en su vida? ¿Qué veían en mí? Si yo era insignificante. No era nada ni nadie. ¿Qué les hacía actuar de esa forma? ¿Sería verdad que Dios existía, que a través de estas personas quería tenderme su mano? Tendría que reflexionar sobre todo esto que estaba sucediendo. Era raro, porque en los tiempos que vivimos, si no pisas, te pisan, porque se han perdido todos los valores que nos inculcaron nuestros mayores. Yo no tenía nada que ofrecerles, luego no era el interés material lo que les movía. Tendría que ser algo más profundo y espiritual. Yo tenía que observar y estar atento a esto que estaba sucediendo. Empezaron a invitarme a sus reuniones y excursiones, a sus encuentros y asistencias a la Escuela de Cristianismo. Asistir a diario a la Eucaristía y comulgar día a día, y ahí me fue entrando el gusanillo de pensar que dentro de mis limitaciones podía aportar algo a este grupo de extraordinarias personas que con su conducta y forma de hacer las cosas me habían cambiado el chip. Hoy la parroquia y sus gentes son mi casa. Ellos dan sentido a mi vida. Esta ya no es un vagar por las calles y parques sin rumbo ni dirección. Ellos me dan alguna ocupación con la que me entretengo, ocupo mi tiempo libre y al mismo tiempo me siento útil. Gracias amigos por haber hecho posible mi resurrección. Que Dios os bendiga y cuide de vuestras familias.
Pedro, Getafe / Madrid (España)
UN FACTOR QUE NOS PERMITE VER
Soy párroco de un pequeño pueblo. Hace unos meses recibimos una carta anunciando que la única sucursal bancaria de la que disponemos iba a cerrar seis días después porque no era rentable, quedando trasladada dicha oficina a unos cuatro kilómetros de aquí. Puede parecer poca distancia, pero teniendo en cuenta la realidad orográfica y la realidad del pueblo, predominantemente gente mayor, esta decisión produciría un grave trastorno. El transporte público con el pueblo de al lado es claramente insuficiente, por lo que muchos ancianos irían una vez al mes, sacarían casi todos sus ahorros y se volverían a su casa con el problema de inseguridad que eso crea. Todo esto producía en mí un disgusto y abría preguntas. A través de lo que sucedía Otro me hablaba y yo entré en diálogo con el Misterio haciendo algo que podía parecer desproporcionado o inútil: escribir una carta a la entidad bancaria. ¿Qué podía hacer yo que no soy ni el alcalde ni siquiera un concejal? Sin embargo, a raíz de mi carta se desencadenaron toda una serie de hechos imprevistos. En primer lugar a los dos días me llamó por teléfono el director territorial del Banco para pedirme que le recibiera aquí mismo en la iglesia. Sin que lo supiéramos previamente resultó que para el día fijado por el director territorial los vecinos habían convocado una especie de manifestación en la sucursal exigiendo ser atendidos por algún responsable del Banco. Efectivamente, recibí al director territorial del banco en un salón de la parroquia. Charlamos largamente y le expuse todas las cosas que yo veía. Al terminar nuestra conversación nos dirigimos a la oficina del pueblo para que pudiera hablar con la gente y con el alcalde y los políticos que estaban allí. En esta reunión el director habló de los recortes que la crisis está obligando a realizar a su Banco dejando claro que no podía dar falsas esperanzas, y dijo que a lo largo del día llamaría al párroco para dar una respuesta. Sorprendentemente me llamó casi inmediatamente para comunicarme que la sucursal no se cerraba y que había sido crucial comenzar la mañana reunidos en la iglesia. Ambos, el director y yo, habíamos reconocido un Factor que nos permitió mirar la realidad sin reducciones.
Antonio, Tenerife (España)
¿QUIÉN ERES?
Desde hace unos años un grupo de juristas se reúne periódicamente e invita a algunos amigos abogados para compartir la experiencia del trabajo. En los últimos meses de este curso quedamos en retomar la intervención de Bernhard Scholz en el pasado EncuentroMadrid. María José no pudo acudir a la última comida en el mes de junio, y envió esta carta a un amigo suyo.
Estimado Miguel: Te remito lo que ha supuesto para mí este año y, en concreto, las reuniones con vosotros. Siempre que he ido o me habéis enviado mail para ir, lo primero que me surge es el estupor. Y no es frase hecha sino que realmente me sorprende, como la primera vez. No es obvio o algo a dar por supuesto que abogados, juristas, saquen tiempo para reunirse y delante de todos (esto me parece imposible en este gremio) expongan sus preocupaciones, su camino. A mí es algo que siempre me sorprende y me interroga. Cada vez que estoy con vosotros es como la primera vez, podría hasta recordar dónde os sentáis cada uno por el impacto que produce en mí, hasta tengo la sensación de salir con la boca abierta porque, siempre, siempre, se manifiesta Otro que me hace decir: ¿quién eres? Tras estar con vosotros siempre ha cambiado el día, la semana y yo misma en mi trabajo. «Y volvieron a creer», tras cada una de las comidas vuelvo a maravillarme de que exista un lugar así en el que compartir lo que uno es de manera tan sencilla. Respecto a la intervención de Scholz, creo que ya lo manifesté claramente el otro día: me ha cambiado la vida. Cada vez que la leo algo nuevo me suscita, pero lo que es impresionante es que ya no es comentario de texto, sino que puedo reconocer lo que dice en mi experiencia, y sus palabras me acompañan en el día a día, de manera que sólo puedo sorprenderme actuando cambiada. Gracias de todo corazón por cada uno de vuestros “síes”, que con lo que supone, esfuerzo, sacrificio, posibilita que como yo, cada uno pueda ver que «se puede vivir así» en cualquier circunstancia, en cualquier trabajo, y que aunque quede un largo camino por delante, hagáis que surja en mí el deseo inmenso de recorrerlo. Mirándoos a vosotros que vais por delante. Gracias. Un abrazo,
María José
LA CHICA DEL BUS
Son las 11 de la noche. El Meeting cierra sus puertas y cinco amigos que trabajan como voluntarios vuelven al albergue en un bus abarrotado de gente que sale también del Meeting. El bus es una fiesta, van todos cantando; pero de pronto uno de ellos se fija en la parte posterior. «Oye, esa chica, ¿no es Laura?». Su amigo sin siquiera mirar grita por encima de todos: «¡Laura!». La chica se gira, es italiana, no es la amiga que pensaban; pero de pronto dice extrañada: «Ciao, sono Laura». Pasada la perplejidad por la coincidencia el chico responde: «Piacere, sono Pep». Todo queda ahí. Al día siguiente vuelven los cinco amigos, en el mismo bus abarrotado, pero nada más subir se encuentran de frente a la misma chica. «¡Ciao!». Le explican el malentendido del día anterior. Como es obvio, a ella le hace gracia. Se despiden al llegar a la parada. Al día siguiente suben otra vez al bus y, por tercera vez, Laura está ahí. Ella trabaja de azafata contratada en el Meeting y además habla español. «¿Qué hacéis ahora?». La invitan a acompañarlos a beber una cerveza para contar lo que les ha gustado y qué ha sucedido durante la jornada. Nada más llegar al bar: «Pero vosotros, ¿por qué trabajáis gratis?». Lo que empezó siendo un encuentro fortuito se convierte en un testimonio de cada uno sobre su propia experiencia, por qué son cristianos, qué les ha sucedido en la vida, dónde Cristo se hace presente y no es una simple idea. Ella sigue preguntando: «He estado en muchos meetings distintos, pero éste no lo conocía. Aquí la gente viene en familia, está alegre, comparten espectáculos, se encuentran entre ellos. No lo entiendo, ¿cuál es vuestro target?». Esto es el Meeting, personas que se encuentran, que miran de una forma distinta, es una presencia que cualquiera reconoce hasta en lo más habitual, en los niños que corretean, en los jóvenes que sirven, en las personas que limpian, explican, cantan. La cerveza se alarga. «Bueno, me tengo que ir que es tarde, pero gracias. ¡Por fin encuentro a amigos de verdad!». Los cinco amigos se despiden, se quedan un rato más. Han hablado más de una hora con una profundidad increíble con una persona casi desconocida. Baja en silencio. Lo que ha sucedido allí es de otro mundo. No comprenden, quién sabe cómo acabará esta amistad; pero todos vuelven contentos. El Meeting cambia la mirada de las personas.
Algunos chicos del CLU, Barcelona (España)
TODO ES PARA NUESTRA MADUREZ
«La vida es un Paraíso, la llave, que es la cruz, la tenemos nosotros. Nosotros ya estamos en el Paraíso, la cuestión es que no queremos saberlo, porque si lo quisiéramos reconocer, la tierra entera se convertiría en un Paraíso». Esta tarde me llenó de asombro leer esta frase tomada de Los hermanos Karamazov. Apenas una hora antes, tumbada en el sofá tratando de aliviar el dolor de mi cuerpo, me alegraba al pensar que era una privilegiada por poder ofrecer mi sufrimiento y unirlo a la cruz de Cristo y, en segundo lugar, ver cómo el Señor atraviesa esta realidad que vivo, salvándola. Siempre me ha preocupado el paso del tiempo sobre mi cuerpo y tengo un miedo terrible no sólo al sufrimiento físico, sino al deterioro, (como he visto en lo que se convirtió el cuerpo de mi madre hasta morir). Pero el Señor, con este dolor que tengo desde hace varios meses, está salvando mi vida. Comencé las vacaciones contrariada y triste, con falta de sentido por lo que me tocaba vivir. Estaba limitada, no podía hacer lo que me gusta en el verano, hacer deporte, nadar, entrar y salir. Sin embargo, vivir así no me correspondía. Ahora bien, es asombroso de qué se sirve el Señor. Leyendo en Huellas el encuentro de Julián Carrón con la CdO me llamó la atención una frase que decía más o menos: «O uno se sigue a sí mismo o sigue a Otro». En ese momento decidí: «Quiero seguirte Señor en esta circunstancia». Y así hasta hoy. Cada día tengo que renovar mi libertad porque, como bien sabemos, nada hay automático. Uno de los momentos más importantes fue la semana pasada, en la que el dolor era insufrible. En ese momento llamó mi hija, estaba tan dolorida que a penas pude hablar con ella, y ¡gracias a Dios que fue así!, porque si no, no habría recibido este mensaje: «Querida mamá me duele mucho verte así, mi mayor consuelo es transmitirte la insistencia constante de Carrón: “Nada ocurre por casualidad, todo es para nuestra madurez, para acercarnos más al Destino, para que crezca nuestra consistencia. ¿Por qué podemos decir sí a la cruz? Porque ya hemos visto Su victoria. Este dolor viene de Él”». Leerlo me cambió: comprendí nuevamente que se me daba la oportunidad de hacer experiencia de ello. Al finalizar el curso, en junio (soy profesora), me di cuenta de mi falta de consistencia, por eso había sucumbido tantas veces. Aún teniendo a Jesús delante igual que los apóstoles, prefería el éxito que yo nunca veía, que la relación con Él; llegaba siempre derrotada del trabajo y lo mismo sucedía en cualquier otro aspecto de mi vida. El deseo de crecer en la relación con el Señor, comprender lo que a Él le hacía irreductible, ha sido el motor que me ha ido llevando en todos estos meses de verano, y leer el correo de mi hija me hizo desearlo aún más. Ahora vivo agradecida porque todo, hasta una situación aparentemente negativa, de gran dolor físico, es ocasión efectivamente para nuestra madurez y para crecer en la relación con el Misterio. Poco a poco he ido estando más limitada, pero paralelamente ha crecido el abandono casi total en esta circunstancia a Él, y esto tratándose de mí, es un milagro.
Lourdes, Tenerife (España)
NO EL PRIMERO, SINO EL ÚNICO
Mi primer mes aquí, en Irlanda, ha sido muy interesante. La primera semana estuve sorprendentemente bien, no me enteraba de nada, era incapaz de decir dos palabras seguidas con sentido, pero todo era nuevo, la casa, la gente, el lugar. El reto parecía divertido, y en cualquier caso me quedaban siete semanas por delante para organizarme en la ciudad. La segunda semana fue horrible, de repente fui consciente de que esta casa no es mi casa, que a esta gente no la conozco de nada, que me pierdo en la ciudad cada vez que salgo, que ¡sigo sin entenderles!, y por esto necesito constantemente preguntar, pedir ayuda... y ¡echo mucho de menos mi muy querida autosuficiencia! Me ha gustado mucho leer el mensaje del Papa al Meeting, cuando habla de la dependencia. Estoy segura de que en otro momento lo hubiera leído y hubiera pensado que eso ya me lo sé, ¡pero no! Nunca te das cuenta de lo autónomo y autosuficiente que eres hasta que dejas de serlo; y entonces te das cuenta que todo eso que creemos saber en el fondo ¡no tenemos ni idea! Porque la realidad es que cuando dejas de controlar y gestionar las cosas te mueres de vértigo. Esta tarde en el silencio, pensaba que esto debe ser parecido a cuando san Pablo se cayó del caballo; era para conocer al Señor, pero el golpe se lo dio y seguro que le dolía todo el cuerpo. Pues con la dependencia igual, como dice el Papa es para «entrar en relación con la Vida, con Dios», pero cuando sientes esta dependencia es como si te dieran una paliza y lo primero que te duele es el orgullo. Cada día es una lucha constante porque cada día me descubro en mil situaciones colocando, organizando, gestionando las cosas, buscando ser autosuficiente. Y un día de esa semana hablando con Eva me contó que una chica le había preguntado a Giavini qué significa ser adulto y él le contestó que adulto es uno que siempre necesita «pedirlo todo». Desde entonces pienso en esto todos los días y supongo que estos dos meses aquí son para aprender a «pedirlo todo». También empiezo a entender que Carrón nos repita las mismas cosas miles de veces y se enfade en las asambleas. Cuántas veces habré dicho que mi consistencia es Cristo, y no lo he dicho a la ligera. Seguramente lo he dicho siendo consciente de lo que decía, pero llegas aquí, y lo primero que sientes es que si no está tu casa, tu familia, tus amigos y tu trabajo, ¡no tienes nada! ¿Y Cristo? Evidentemente puedo echar de menos mi casa, mi familia, pero si realmente fuera Cristo la roca segura en que me apoyo, yo estaría segura. Sin embargo, llego aquí, me faltan todas estas cosas, y yo me tambaleo. La conclusión es que algo falla, que mi consistencia de verdad no es Cristo. Pueden ser las cosas que me remiten a Él, pero no es Él. He empezado a pedir lo que últimamente nos dice Carrón en todos los retiros, citando a don Giussani: que Cristo no sea lo primero, sino lo único.
Gema, Madrid (España)
Vacaciones en Andalucía
«EL SEÑOR NOS LLAMA Y NOS REÚNE»
Ante la propuesta de pasar juntos un fin de semana en Sierra Nevada surgen dos posturas: el sí rotundo de unos que acuden para unirse a nosotros desde Tenerife y Madrid y la reticencia inicial de otros (está lejos, el largo viaje, cómo me organizo con mi familia, etc.). Finalmente, si se tiene conciencia de la propuesta, de quién es en definitiva Él, que nos invita, a este escepticismo lo sustituye un deseo, una apertura total a la realidad que se nos pone delante de los ojos. “¿Qué buscáis? Venid y veréis”. La llamada es clara: juntarnos para ver lo que sucede, dejar paso a la posibilidad de experimentar algo grande. De este modo nos pusimos en camino llevando, por un lado, la carga de nuestras circunstancias (algunos esperaban el resultado de unas pruebas médicas, la cruz de un hijo en prisión con una larga condena, la desesperanza de un joven ante los avatares de la vida...) y, por otro, nuestro deseo. El canto de entrada a la primera misa es una declaración de intenciones: «El Señor nos llama y nos reúne». Y atendiendo a esta llamada experimentamos la segunda condición para recorrer el camino de la autoconciencia que Julián nos propone en los Ejercicios: la contemporaneidad de Cristo es el fin de semana que Él nos regala y que en el ejercicio de nuestra libertad hemos decidido seguir. Los acontecimientos que suceden ante nuestros ojos nos demuestran que Su presencia no puede reducirse a un discurso, ética o sentimiento. Son los hechos los que confirman esta afirmación. Desde los testimonios de Alfonso y Lolo, el espléndido paseo a través de la sierra, los quince minutos de silencio durante el recorrido, permitiendo que el Señor nos hablara sobre la belleza de cuanto Él ha creado, de la compañía en la que nos ha puesto, de lo razonable que resulta seguir su llamada, hasta la sesión de cantos y el privilegio de poder compartir con D. Javier Martínez la tarde del sábado. Me impactó personalmente cuando dijo que «el mundo sería distinto si cada uno de nosotros cuidara de la pequeña parcela que el Señor nos ha encomendado». Las intervenciones en la Asamblea final dan fe de la potencia con que Cristo se manifiesta ante nosotros. El testimonio de Ana confirma con creces que la única condición para atender los signos, la inteligencia de los indicios, no es la de estar dotado de una cultura e inteligencia superior, sino que nuestra humanidad aflore con toda su intensidad, la sencillez de reconocer los hechos. En otros, la verificación en acto de que recorrer el camino que don Giussani nos propone nos permite respirar dentro de las circunstancias, cualquiera que sean. La tercera condición, el método, se puso de manifiesto en la convivencia con los que participamos del fin de semana. Las comidas compartidas, los momentos de conversación con el resto de grupos, el rezo de los Laudes teniendo como marco la belleza de la naturaleza que nos rodea y que inevitablemente nos remite a Él. Todo, absolutamente todo, nos hizo experimentar lo irreductible que es Su Presencia, a pesar de nuestros intentos de someterla a nuestra medida, siempre supera nuestras expectativas. De todo lo vivido, brota en mi interior un agradecimiento por este fin de semana. El Señor ha tenido misericordia de nuestra nada, plantando esta pequeña florecilla (como diría Carmen Giussani en su última estancia entre nosotros) que es la Escuela de comunidad de Alcalá de los Gazules, y haciéndola crecer en este fin de semana.
José, Alcalá de los Gazules / Cádiz (España)
A través de nuestros límites. Un encontronazo con alguien muy querido ha provocado que reconociera milagros que estaban ante mis narices sin percatarme de ellos. Ocurrió a mediados de agosto cuando, junto con mi novia, participamos en las vacaciones de los grupos de Bocatas y de Estela, en el monasterio pontevedrés de Poio. Llevo años asistiendo a esta caritativa, guiada por personas tan vivas como intempestivas y “outsiders”, pero para mi novia ese “incivismo” y desapego afectivo fueron obstáculos, a los que se sumaron el poco descanso y el mal tiempo reinante en Galicia, que afectaron a su salud. En principio, me desanimaron y apenaron sus palabras sobre la mala experiencia de sus primeras vacaciones con los “chicos” de Bocatas que acabarían al día siguiente. Posteriormente, participamos en la asamblea final y ese fue para mí el momento en el que se me encendió la luz de qué se estaba “cociendo” en aquella hospedería de un antiguo cenobio gallego, situado en el noroeste de España, en el que habíamos convivido más de 120 pequeños y grandes durante cinco días. Se manifestó, con los testimonios de las personas que intervinieron, que la gratitud, la felicidad y el cambio de mentalidad expresados no podían ser producto de nuestras “rutilantes” personalidades, buen hacer y mejor beber. Esto era tan evidente que explotó en mi cara. Porque oía a Alberto, de 25 años, que testimoniaba su contento por haber encontrado amigos auténticos en su camino de desintoxicación del alcohol o a “Sandokán”, exultando de júbilo por su vida peleada en su apartamiento de las drogas. Y más tarde, Miriam, quien afirmaba que nunca había encontrado gente así en sus quince años de vida. Uno tras otra chorreando reconocimiento de Alguien grande, que sin nombrarlo, había estado y seguía estando entre nosotros, conviviendo y permitiendo nuestras torpezas y fragilidades. Allí, aquí y para siempre. A una condición: que pida y sepa reconocerle.
Carta firmada
LA POSITIVIDAD DE LA REALIDAD CUANDO SE VIVE EN JESUCRISTO
Dado mi delicado estado de salud debo hacerme periódicamente chequeos médicos completos. A eso dediqué estas últimas semanas. Como era previsible salieron una vez más a luz mis múltiples problemas crónicos, más una novedad, tampoco inesperada para mí: un carcinoma de piel, de próxima extracción quirúrgica. Todo esto, más la acentuación de mi fragilidad cardiaca (mi vida pende de un hilo), me llevó a ser más consciente de que el testimonio debería ser para mí – y para todos – algo normal, independientemente de nuestro estado de salud física (no así espiritual). Es común afirmar que nadie quiere la muerte. Que la rechazamos con horror. Y en todo caso, si alguien quiere morir, es porque está mal. Está deprimido, triste, decepcionado con la vida. Pero yo vivo una experiencia distinta. Me animaría a decir opuesta. Me encanta la vida. La vivo como una experiencia de plenitud, de gozo, de fecundidad. Sí. A pesar de ser pobre y célibe. Sin mujer y sin hijos y sin bienes materiales. Pero amo a Jesucristo. Con todos mis límites y pecados amo con pasión a Jesucristo. Y me sé amado por Él con un amor de predilección. Y esto colma mi vida, mi existencia. Por eso creo que en mi ministerio sacerdotal esto es lo que desbordo y comunico. Un conocimiento apasionado de Jesucristo, que genera un conocimiento apasionado por la propia existencia y por toda la realidad, amada y redimida por Jesucristo. Y como he aprendido que la vida eterna comienza en esta vida pero alcanza su plenitud en el más allá, no sólo no tengo miedo a la muerte, sino que la deseo como la culminación de lo que vivo, gracias a Jesucristo resucitado presente y actuando en mi vida, y en la de tantos con quienes comparto la fascinante experiencia de ser cristiano en plenitud, por la gracia de Dios.
Padre Francisco Miguel Delamer (Argentina)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón