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Huellas N.8, Septiembre 2012

PRIMER PLANO / La naturaleza del hombre

«Un viaje dentro de mí mismo»

John Waters

El periodista irlandés explica por qué el Meeting le seduce siempre y cuenta su experiencia como comisario de la exposición sobre el rock

Resulta patente que hablar de “Infinito” es otro modo de decir “Dios”. Se trata de una expresión con la que se pretende mirar todo, incluido Dios mismo, a la luz de la razón.
Pero quizás sea algo más que esto (si es posible decir que hay algo más que esto, y quizás no se pueda). La palabra “infinito” puede indicar también un concepto material, incluso positivista. De hecho, pertenece al reino de nuestros intentos cotidianos de abordar cosas y conceptos que siempre nos superan, pero que sin embargo debemos perseguir para medir nuestra capacidad de relacionarnos con la realidad.

El Infinito y mi madre. Don Giussani nos enseña a no separar estas dos formas de entender la realidad, sino a situarlas en un continuum, observando el espacio que hay entre ellas. Hay realidades que a veces parecen pertenecer a la metafísica o a la mecánica, según nuestra disposición y humor, o según haya más o menos luz. Giussani nos quiere ayudar a “explicar” mejor las cosas, pero también a ver hasta qué punto nuestros intentos de explicación están destinados al fracaso.
Entre estos dos modos de aproximarnos a la idea de Infinito hay un espacio que hoy nos parece más medible porque lo podemos observar, aunque no lo sea. Hoy podemos de alguna manera mirar a la cara al Misterio, como si – ¡finalmente! – lo hubiéramos localizado y lo pudiéramos identificar. Y en este espacio nos vemos reflejados nosotros mismos.
Una de las cosas que siempre me pasa en el Meeting es que me somete a un proceso por el cual todo se reconduce a una forma de razonar unitaria. Al combinar elementos aparentemente incongruentes, se pone en marcha un proceso inesperado. Y, curiosamente, todos los años me resulta inesperado, a pesar de las veces que ya lo he experimentado. Puedes especular sobre si volverá a pasar o no, pero no puedes hacer que te suceda. Te “sucede” y te toma de una manera que no tiene ninguna comparación con otras experiencias. Te cambia – cambia la mentalidad que la cultura que te rodea te había ido inoculando a diario –, y, al hacerlo, te sorprende. Constatas que es posible una regeneración de tu sujeto porque al descubrir todo de nuevo te ves superado por completo como la primera vez.
Esta es la verdadera seducción del Meeting, no tanto sus elementos formales: te conduce a un lugar que no te es familiar pero que a la vez reconoces muy bien dentro de ti mismo. El lema lo hace emerger siempre, abordando la misma realidad cada año desde un ángulo distinto. Al inicio el título del Meeting me parece siempre una interesante abstracción; al final, coincide con una realidad patente gracias al cambio que se ha producido en mí. Aunque se han explicado muchas cosas relacionadas con el lema no se ha eliminado nada de su dimensión misteriosa.
“La naturaleza del hombre es relación con el Infinito” no ha sido una excepción. No hemos llegado a definir mejor el Infinito, pero nos sentimos más en casa con él, y más seguros de que él es nuestra casa.
He decidido que “colorear el espacio” entre lo finito demostrable y los aspectos teológicos de la gran cuestión humana es una manera más de realizar la misión de don Giussani. En este sentido, Dostoievski y la espléndida exposición que ha profundizado en cómo el autor ruso utilizó los iconos y los cuadros, los símbolos, en sus obras, han centrado nuestra atención en la vastedad de su visión como testigo del Misterio. Hemos podido ver cómo el arte es verdaderamente el ejercicio de la relación con el Infinito, el intento de “colmar” ese espacio entre lo que el hombre “conoce” y lo que percibe como más allá, como finalidad, todo ello mediante el trabajo de hacerse preguntas.
Este año tenía un motivo especial para considerar estos aspectos, porque mi madre había enfermado gravemente a finales de julio y, durante un cierto tiempo, parecía realmente que yo no podría acudir a Rímini.
Esto me obligó a tomar más conciencia de manera que el Infinito fuera para mí algo más tangible, como un lugar que es posible alcanzar y un viaje que es posible realizar.
La experiencia del Meeting este año comenzó bastante antes de la semana de agosto, con mi tarea de comisario de la exposición “Tres acordes y el deseo de la verdad - Rock and Roll como búsqueda del Infinito”. Preparar esta exposición fue una experiencia extraña, edificante, pero en cierta medida ansiógena. Desde el comienzo hasta el momento en que dejé Rímini – pero más precisamente ocurrió en la mitad de su desarrollo –, he sido particularmente consciente de la presencia de un fantasma concreto, el de Vaclav Havel, el escritor y ex Presidente de la República Checa, que falleció el año pasado. Como gran amante que era del rock ‘n’ roll, habría entendido el objetivo de nuestra exposición quizás más que nosotros mismos.

El collage de Havel. En varias ocasiones anteriores, con amigos estrechamente implicados en la organización del Meeting, había barajado la posibilidad de invitar a Havel, pero había resultado siempre imposible. Esta vez, según iba tomando forma la idea de la muestra, él parecía estar presente de una manera insospechada.
Habría tenido que participar en la exposición como parte de la “Revolución de Terciopelo” cuyos orígenes coinciden con el encarcelamiento, en los años Setenta, de la banda de rock checa “The Plastic People of the Universe”. Pero, de manera más crucial, el “método” de la muestra es el que aprendí de la estructura de su último libro, To the Castle and Back (Ida y vuelta del Castillo; ndt.), una sorprendente mezcla de materiales de entrevistas, de memorias de la relación del Presidente Havel con sus subalternos, y pasajes de unión escritos específicamente para el libro. Havel explicaba: «Uno de los modos para llegar a tocar el tejido escondido de la vida es el collage, la combinación de cosas que en la superficie no tienen relación, de manera que al final nos digan algo más, sobre los nexos entre ellas y su verdadero significado, de lo que podría hacer cualquier cronología mecánica o cualquier otro principio ordenador que prescinda de la casualidad».
Hicimos nuestro este método y se plasmó en un proyecto que ofrecía múltiples materiales y un cierto número de contradicciones. Gran parte del “contenido” de la exposición no se encontraba tanto en los contenidos como en la vida que adquirían juntos. (Este es también, claro está, el “método” del Meeting).
Al igual que en cualquier otro ámbito, tuvimos que empezar a preparar la exposición partiendo de lo “finito”, juntando intuiciones e interpretaciones iniciales con la esperanza de que su proximidad pudiera abrir algún acceso nuevo a la comprensión. No pretendíamos “decir” algo, sino dar lugar a un “acontecimiento” que nos permitiera percibir lo que excedía nuestra capacidad de expresarlo. Por tanto, era preciso que algo distinto se manifestara, algo sobre lo que no teníamos ningún control. Todo lo que podíamos hacer era, siguiendo una lógica que no estaba del todo clara, colocar juntos algunos elementos que remitían unos a otros. Al final, “algo distinto” llegó a habitar en el recinto expositivo. Lo sé porque la gente me ha dicho que allí ha encontrado algo nuevo, y también porque, al llegar al Meeting el día antes de que abriera sus puertas, yo también encontré algo que no era consciente de haber generado. Yo también me sorprendí de lo que teníamos delante y que me excedía.
Por tanto, el Infinito no es sólo una teoría: hay que vivirlo, porque en esto consiste la vida verdadera. El desafío de Giussani, que el título del Meeting expresaba, es algo que hay que poner a prueba, para juzgar si es realmente verdad o si es sólo una frase que suena interesante.
Pensé mucho en Havel durante el encuentro principal sobre el lema, cuando Javier Prades citó al escultor español Eduardo Chillida: «El horizonte es la patria de todos los hombres».
La idea de que el horizonte sea nuestra patria es realmente potente en una cultura como la nuestra que pretende reducir el horizonte simplemente a una línea que limita el espacio en el que nos hemos acostumbrado a habitar. El pensamiento de Chillida nos atrae hacia esa línea que es un confín que nos limita y a la vez nos impulsa a reconocer una realidad “espiritual”, trascendente.
Giussani susurra que el horizonte puede ser un límite o el umbral que lleva nuestra mirada más allá. Y cuando la llevamos hasta el fondo, más allá, captamos qué es la vida y quiénes somos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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