Va al contenido

Huellas N.8, Septiembre 2012

PRIMER PLANO / La naturaleza del hombre

¿Pero al final dónde está mi «yo»?

Alessandra Stoppa

Una pregunta sencilla, una respuesta todo menos obvia. Es más, se trata de una de las fronteras de la investigación donde se combate una batalla decisiva entre el asombro y la reducción. Crónica de un debate que no ha hecho más que empezar

Admitir la existencia del infinito no es sólo una cuestión de galaxias. Es aceptar la profundidad de la que está hecha la vida. La existencia de un «segundo plano», como dice Tatiana Kasatkina, experta en Dostoievski y una de las protagonistas del Meeting: «La presencia de algo que no nos viene dado abiertamente, pero que aun así existe de forma clara, distinta y presente». Esta profundidad ha sido el hilo conductor de la semana: en la historia y en la actualidad, en el arte, en las relaciones y ante todo en el enigma de cómo está hecho el hombre. Su naturaleza dual, materia y espíritu. Por eso el Meeting no podía dejar de medirse con los avances de las neurociencias. Y con una pregunta en particular: ¿dónde está el yo?
Parece un interrogante banal, pero la respuesta es todo menos obvia. Es uno de los mayores desafíos que se plantea la investigación, donde el ámbito de las neurociencias es el más avanzado. Así, en Rímini, en varios encuentros sobre la evolución biológica, se afrontó también el problema de la unidad del yo. «La sensación milagrosa de algo que percibimos como íntegro», como dijo el lingüista Andrea Moro al presentar el diálogo entre dos perspectivas distintas: la del filósofo de la mente Michele Di Francesco y la del médico y profesor Giancarlo Cesana.
¿Por qué esta unidad es un problema? Porque los últimos resultados científicos revelan cada vez mejor las actividades de nuestro cerebro, exploran la miríada de mecanismos que, incluso de forma inconsciente, actúan en nosotros, estudian las sensaciones, pero no llegan a “localizar” el punto de unión. Sin embargo, en nosotros permanece «la imagen intuitiva de una entidad unitaria», como dice Di Francesco. La verdad es que «la conciencia anticipa a nivel lingüístico este problema», explica Moro. «Una de las primeras palabras del niño es precisamente yo. Luego, . Sólo a gran distancia le sigue el nosotros».

Software y libertad. El misterio que somos pone, sobre todo, en discusión la teoría extendida de que el yo esté confinado en el cerebro. «¿Tan seguros estamos? Yo no», afirma Di Francesco. Explica cuánto ha crecido el conocimiento de nuestro funcionamiento cerebral, también en aquellos mecanismos sub-personales que se desarrollan en la vida cotidiana (un ejemplo banal: mientras vamos conduciendo nos saltamos un cruce porque estamos distraídos, sin embargo seguimos teniendo el coche bajo “control”). Por tanto, se vivisecciona el yo, «pero es cada vez más difícil encontrarlo». Ni siquiera bajo la lente de las resonancias magnéticas nucleares. En este punto, el filósofo documenta las posiciones reduccionistas, que se orientan en su mayoría hacia las teorías de los “detractores” del yo. Como la de Daniel Dennett, que considera el cerebro como «un revoltijo, una agregación de circuitos cerebrales especializados» y el yo como una suerte de «software que produce un centro de gravedad narrativo»: un artificio, en definitiva.
El progreso de las ciencias experimentales lanza así un desafío a nuestra experiencia. Y el enfoque cientificista predominante tiende a disolver el yo «porque reduce drásticamente el peso del conocimiento, en el sentido de conciencia», continúa Di Francesco. Sobre todo porque choca con el factor que constituye la crítica más potente frente al reduccionismo: la libertad. «Es la palabra que mejor define la naturaleza del yo como experiencia», afirma Cesana. La libertad define el yo como relación: «Porque el yo no depende sólo de mí, sino de aquello que me da cumplimiento». Después lanza una provocación al decir que no se puede esperar al resultado de la investigación científica «para saber si existo». Absolutamente cierto. Pero no por eso los resultados de las neurociencias dejan de interrogarnos, es más, nos muestran, como explica Javier Prades en su intervención sobre el lema del Meeting (ver pág. 16), «hasta qué punto nuestra naturaleza es sorprendente» y vuelven a plantear la pregunta sobre el «fundamento de la razón»: no puede ser la contingencia experimental, porque «la razón cientificista que reduce al hombre a pura materia nunca llega a dar razón de su propio sentido».

Un camino a retomar. Así, al afrontar la pregunta sobre el yo, la ciencia la abre de par en par. Incluso a su pesar, incluso cuando trata de cerrarla, termina por desplegarla. El primer signo que tenemos tiene que ver con algo misterioso. Para negarlo, hay que pasar por encima del objeto y del instrumento mismo de la investigación. Disolverlos.
Por eso, una confrontación sobre estos temas resulta fecunda si «reabre el problema del sentido desde dentro de la investigación, operativamente», explica el filósofo Costantino Esposito, uno de los invitados de Rímini y también del Simposio de Euresis, que desde hace algunos años se celebra en San Marino en colaboración con el Meeting, reuniendo a estudiosos de ámbito internacional. Una confrontación viva, sobre todo un encuentro de hombres. «La contribución mayor se da en una relación personal, es decir, en el interés no sólo por el trabajo del otro sino por la persona del otro», señala el astrofísico Marco Bersanelli: «Sin el asombro por el ser de la realidad, sin el enamoramiento por la verdad, el conocimiento analítico es sólo un tumor que crece irrefrenable. Porque ya no tiene sentido».
El destino de la ciencia depende de la maravilla de la que habla Prades «ante la misteriosísima unidad que nos hace ser lo que somos». Él dice que el camino a retomar es descubrir el estupor delante de uno mismo: «Nos toca a cada uno conmovernos ante nuestra propia hechura humana».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página