Los sistemas de protección social parecen destinados a debilitarse debido a los recortes. Pero hay un camino viejo y nuevo a la vez…
¿De verdad es cierto que en un contexto de crisis económica, donde se impone la necesidad de reducir el gasto público, los sistemas de protección social están llamados a debilitarse y a renunciar a su función solidaria?
La tradición europea se caracteriza en todo el mundo por poner en el centro el valor de cada persona particular, única e irrepetible en la experiencia cristiana, objeto último de justicia en las tradiciones socialista y comunista, protagonista del progreso en una auténtica cultura liberal. Con el paso de los siglos, gracias a la iniciativa de hombres y realidades sociales, se han constituido multitud de obras con el objetivo de responder a las necesidades de cada individuo, y con el paso del tiempo se ha afirmado el concepto de bienestar universal, según el cual todos, independientemente de su clase social o renta, tienen derecho a acceder a servicios educativos, asistenciales, sanitarios, culturales de igual calidad.
Los Estados europeos, durante el siglo pasado, asumieron como propia esta tarea, dando vida al estado de bienestar, fundamentado sobre impuestos progresivos y sobre la capacidad del sector público para redistribuir la riqueza.
Sin embargo, después de las primeras dificultades que emergieron a finales de los años setenta, el sistema de políticas sociales vinculado al modelo de bienestar entró en crisis por una serie de factores externos, tales como los relacionados con la globalización y la ralentización de la economía mundial. Estos factores agravaron los efectos de los problemas internos de los Estados, como las dificultades financieras debidas a un contexto de menor productividad, el aumento vertiginoso de la deuda pública, el envejecimiento de la población, los cambios en el sistema laboral, las nuevas pobrezas y patologías sociales, las exigencias de bienestar cada vez más complejas y diferenciadas, la mayor fragilidad de los vínculos familiares. En este contexto, los sistemas de bienestar han empezado a proteger cada vez menos a las clases más vulnerables, a las que deberían haber apoyado. Hoy, en un contexto de crisis, ¿este escenario está necesariamente destinado a empeorar?
El libro La sfida del cambiamento. Superare la crisi senza sacrificare nessuno (El desafío del cambio. Superar la crisis sin sacrificar a nadie), que saldrá a la venta en el próximo Meeting de Rimini, dice que no. E identifica como solución el camino, nuevo y viejo a la vez, del bienestar subsidiario: el bienestar de la responsabilidad, basado en la colaboración entre los sujetos sociales (por ejemplo, las familias) y los proveedores de servicios, tanto públicos como privados, para recuperar el gran patrimonio de “obras” que han nacido de diversas tradiciones ideales.
En este escenario de modernización en clave de subsidiariedad de los sistemas de bienestar, se restablece el verdadero sentido del término “público”, que no se puede reducir sólo a lo que programan el Estado y sus ramificaciones. El ente público recupera así su papel real y fundamental de dirección y regulación al apoyar y completar las iniciativas que surgen de la sociedad.
En un futuro que parece tener muchas sombras, esto supone una perspectiva interesante para quien no quiere rendirse, también en la vida social, ante lo que parecen mecanismos inevitables, sino que desea mostrar esas oportunidades que se ocultan entre los pliegues de la realidad.
* Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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