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Huellas N.6, Junio 2012

LA ENTREVISTA / Encuentros

Necesitada de todo

Alessandra Stoppa

«Creía ser más fuerte que mi hambre». Pero cuando uno se olvida de sí mismo, «el mundo se hace pequeño». Hasta no poder ya vivir. La filósofa y escritora MICHELA MARZANO habla de sí misma. La anorexia, el intento de suicidio, el descubrimiento de que el vacío «es el signo de nuestra humanidad». Y que el pensamiento «nace sólo de aquello que me desconcierta»

«“¿Por qué vistes siempre de negro?”. La tía ha venido a buscarme. Y es lo primero que me pregunta cuando salgo a su encuentro en el rellano de casa. “Porque estoy de luto”. “¿Cómo que de luto, tesoro? ¿Quién ha muerto?”. “Yo, tía. ¿Aún no te has dado cuenta?”».
Era todavía una niña. Muy obediente. «Demasiado», dice. Buena en todo, pero nunca lo suficiente para su padre. Y siempre con algo que la «carcomía por dentro», mientras dejaba de comer y comenzaba su carrera para ser perfecta, para convertirse en una joven de talento, con todas matrículas en la Scuola Normale de Pisa, con una tesis sobre Ser y deber ser, y que ahora parece un grito bajo la toga que cubre un cuerpo de treinta y cinco kilos.
Hoy Michela Marzano es profesora de Filosofía moral y directora del Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad París Descartes: a sus cuarenta y dos años es una autoridad en el ambiente cultural francés. Escritora, colaboradora del periódico La Repubblica, en donde interviene a menudo sobre el tema de las parejas de hecho, la defensa de la mujer, la eutanasia. Con sus posiciones, liberales y progresistas, casi nunca estoy de acuerdo. Pero te sorprendes cuando la escuchas hablar de sí misma. O lees su blog. No tiene título, tan sólo su nombre. Y una dedicatoria: Si no hubiera atravesado las tinieblas, quizá no me habría convertido en la persona que soy ahora. Quizá no habría comprendido que la filosofía es, sobre todo, un medio para hablar de la finitud y la alegría.
Comprendes un poco por qué después de tantos libros sobre la filosofía del cuerpo, la ética de la autonomía o la fecundación heteróloga, decidiera escribir sobre ella misma. Y comprendes por qué le gusta tanto Hannah Arendt. Y la “filosofía del acontecimiento”. Un pensamiento encarnado, que surge «siempre y sólo» de algo que sucede. «Mi filosofía nace de aquello que me desconcierta», dice. De este modo ha tomado su acontecimiento y le ha dedicado su último libro. Quería ser una mariposa habla de su anorexia. Pero no es un libro sobre la anorexia. Habla de la vida que deviene en tormento cuando se hace de todo para ignorar la ausencia que somos, para negar «el vacío que se tiene dentro».
Querer ser más fuertes que su propio hambre. No se trata de la comida, «la comida sólo es un síntoma. Se trata de pensar que basta querer para poder. Pensar que la necesidad no cuenta, sino que cuenta sólo la voluntad. Y así el mundo se hace pequeño», dice: «Y yo ya no podía vivir».

Usted escribe que «aprender a vivir significa aceptar la espera». Y añade: «Integrar la idea de que el vacío que llevamos dentro nunca podrá llenarse. Que habrá siempre algo que nos falta». ¿Qué significa «aprender» esto?
Mucho antes de la anorexia, que es solamente un mecanismo, existe otra cosa: el rechazo de aquello que se es porque se piensa que se debería ser. Que se deberían, sobre todo, superar los propios límites, para responder de manera sistemática a las expectativas, propias o ajenas. En mi caso, se trataba de las de mi padre. Pero este construirse negando cómo se es verdaderamente, como si la propia fragilidad no existiese, es después de todo la clave de nuestra sociedad...

¿Por qué?
Es una sociedad voluntarista. En la que nos repiten por doquier, los compañeros, la familia, los profesores, los amigos... esta idea de que se debe querer y que si se quiere algo, se obtiene. Es un sistema ideológico y muy actual. Se halla claramente en todo lo que a mí me ha sucedido: consideraba que debía ser más fuerte que mi hambre, porque debía intentar seguir una especie de mandato que decía: “Eres más fuerte que cualquier otra cosa, tu voluntad es más fuerte”. Como si las necesidades no contaran. Comencé de nuevo a vivir cuando me acepté a mí misma. Cuando comprendí que esa fragilidad estructural que nos caracteriza a todos – sin excepción – puede convertirse en un recurso.

¿En qué sentido “recurso”?
Es la conciencia de que las fracturas, las ausencias, toda esta fragilidad que llevamos dentro, sirven tal como son. ¡Porque eres útil así! Porque eres importante. En mi vida todo cambió cuando dejé de pasar el tiempo forzándome a seguir un deber ser. Sólo ahora comprendo una frase que me decía mi párroco cuando era una adolescente: «Tu problema, Michela, es que no te dejas llevar». Él se refería a la voluntad de Dios. Pero comprendo que esto también es verdad en términos “laicos”: dejarse llevar, dejarse tocar por lo que sucede. Aprender a no buscar continuamente... arracher, diría en francés: obtener, sacar, aferrar algo. Es necesario dejarse llevar para darse cuenta de que las cosas acontecen, suceden. Y es entonces cuando se deja de estar en guerra consigo mismo.

Para “dejarse llevar”, dejarse tocar por lo que sucede es necesario fiarse de que la realidad es más grande de lo que uno piensa.
De hecho, me había «olvidado» de mí misma y de las cosas que me rodeaban. El cambio fue «percibirlas» de nuevo... Darse cuenta de las evidencias de la vida es lo más sencillo y al mismo tiempo lo más difícil. Le decía siempre a mi psicoanalista: ¿qué más puedo hacer para estar mejor? Y un día me respondió: «Quizá debe hacer menos...». Decir «qué más puedo hacer» seguía estando en mi mecanismo de control sobre las cosas. Así es como “se olvida”, se empieza a olvidar lo que de verdad uno quiere: es la relación entre lo que el psicoanalista Donald Winnicott llama falso yo y verdadero yo. El primero es aquel que nos construimos para corresponder a las expectativas. Mientras que dentro de nosotros tenemos deseos y esperanzas, tenemos “aquello que somos” de verdad, pero que no tenemos el valor de ser ni de decir. Ante todo porque no nos aceptamos tal y como somos.

¿Qué es lo que le ayudó a aceptarse?
Un recorrido muy largo, veinte años de psicoanálisis. Durante los cuales he tenido que volver a mirar cómo poco a poco entraba en ese mecanismo en el que pensaba que todo estaba condicionado. Se trata de un proceso que ha necesitado mucho tiempo, porque no basta con comprenderlo. Mi padre siempre me enseñó que tiene éxito en la vida quien se impone a sí mismo, pase lo que pase. Entonces me pregunté. ¿Por qué? No por qué me lo decía, eso forma parte de su historia. Sino, ¿por qué le creí? Porque le quería muchísimo, y temía perder su amor. Pero de nuevo, ¿por qué? Probablemente por ciertos hechos de mi infancia, entre ellos la pérdida que sufrí cuando siendo muy pequeña mi madre tuvo que ser hospitalizada.

¿Basta con “comprender” todo lo sucedido?
No es suficiente, porque sé que todo esto se ha desencadenado, pero no sabré nunca hasta el fondo el por qué. Por qué reaccioné de esa forma, por qué cedí ante mi padre... Es un misterio. No puedo darle una respuesta “racional”. Pero es necesario hacer las cuentas con este misterio. Y cuando empecé a hacerlas, me sentí libre.

En el libro escribe: «¿Qué saben los demás de lo que he tenido que hacer para comprender que tenía necesidad de todo?». Luego, en su blog habla del «vacío» como del «signo de nuestra humanidad». Dice: «Cuando se habla de vacío, todos inmediatamente se ponen nerviosos. Porque algo no va bien, es peligroso... Se trata de una “agitación” general. Como si se tuviera que llenar de manera inmediata. ¡Sólo que no es así! Inevitablemente, tarde o temprano, algo nos falta...».
Nada ni nadie puede colmar este vacío. A menos que uno piense que existe algo que consiga llenarlo para siempre. He percibido que el problema se da cuando espero todo de otra persona, cuando espero que el otro me ame completamente. Para quien tiene fe, el único que nos ama exactamente como somos es Dios. Pero cuando has experimentado un amor con condiciones, un «te amo si...», como me sucedió a mí en la relación con mi padre, por quien me sentía querida en el momento en que cumplía sus expectativas sobre mí, entonces empiezas a creer que en el fondo sólo en aquel «si» puedes ser amada, y dejas de creer que pueda existir un amor incondicional.

¿Cree que este amor es imposible?
En el libro no hablo de ello, pero mi relación con la fe ha cambiado mucho. Tuve una educación católica, pero cuando empecé a estar mal estaba muy enfadada con Dios. Le preguntaba: «¿Por qué me haces esto?» Y me enfadaba, por aquel permanente silencio. Hoy sé que no era silencio. Porque recuerdo ciertos momentos... Sé que Él ha salvado mi vida. Pero debía hacer un recorrido, debía atravesar las fracturas, que permanecen, y el pasado, que nunca pasa. Por tanto, hubo un momento en que verdaderamente me alejé de Dios porque mi mundo se había hecho muy pequeño. Si ahora he vuelto a acercarme es porque tengo una relación conmigo misma que me permite ver y saber que el amor existe.

Cuenta que a los veintisiete años intentó suicidarse, cuando su prometido la dejó, precisamente por la ilusión de «que otra persona podía llenar mi vacío».
El otro no es una cosa que podamos tomar y poner allí donde nos duele. El otro es “otro”. Es una alteridad absoluta. En 1997, habiendo perdido a la persona que amaba, pensaba que había perdido todo. Si hoy perdiera a Jacques, mi compañero, seguiría “perdiéndolo todo”. Pero no me perdería a mí misma. Porque yo tengo un valor irreductible.

¿En qué consiste este valor?
En el hecho de que mi vida valga la pena ser vivida. Que mi vida no dependa de Jacques, no dependa del trabajo, del papel en la vida... Los “suicidios de la crisis” de los que se habla en este momento me sorprenden mucho. Es un gesto terrible, porque se piensa que se ha perdido todo. El hecho es que este “perderlo todo” puede suceder. Pero en realidad, aun cuando se pierda todo, queda aquello que antes no veía: la sencilla y banal evidencia de que vivir es algo bello. Tuve que vivir todo aquello por lo que he pasado para darme cuenta.

¿Su experiencia ha cambiado incluso su trabajo, su filosofía?
Totalmente. Hoy soy la persona que soy porque he tenido que pasar por todo aquello que he vivido, pero sobre todo porque me he vuelto a cuestionar a mí misma. Todo lo que me ha sucedido, el «acontecimiento», es un momento de verdad que cambia el modo de mirar. A cada uno le impresiona un momento de verdad, algo que sucede. Todo lo que hoy escribo y hago es también fruto de esto. Además, ha cambiado incluso mi manera de concebir el trabajo: me lo tomo muy en serio, pero he aprendido a “dejar espacio a lo demás”, a no sacrificar todo al papel en la vida, porque no vale sólo aquello cuyo beneficio inmediato veo. He empezado a ver los momentos de autenticidad, más allá de la apariencia. En cierta manera, se trata de escapar de una visión utilitarista de la vida.

Relata que, tras recuperarse del mayor sufrimiento, se casó, se fue a Francia, aprendió el idioma, sacó las oposiciones para la Universidad... Pero de nuevo se dio cuenta que no era feliz, porque «tenía todo, pero no tenía nada».
Sí. Fue entonces cuando empecé con el psicoanálisis en francés. Y recuperé las palabras. Empecé a dar nombre al desorden que tenía. He necesitado mucho tiempo, porque es doloroso. Pero empezar a dar nombre a las cosas, como dice Albert Camus, trae el orden. Siempre habrá inevitablemente una diferencia entre la experiencia y aquello que se logra decir; pero cuando la diferencia es demasiado grande, ya no se comprende nada, ni de uno mismo ni del mundo.

¿Por qué el lenguaje ayuda a poner orden, a conocer?
Porque esas “evidencias” de las que hablábamos – que, precisamente, ya no son tan evidentes – comienzan a emerger. Para mí se trató de un cambio de posición progresivo: reconocer lo que soy, y las cosas. Por eso digo que hoy “estoy bien”, no en el sentido de que todo sea perfecto, sino en el sentido de que estoy mal como todo el mundo. El vacío siempre está. Pero mi mirada es más rica, porque me doy cuenta de cosas que no veía. Y puedo mirar incluso las cosas que aparentemente carecen de sentido.

En su libro cita a Dostoievski: «Ama más la vida que su sentido, y encontrarás también su sentido». Luego se pregunta: «¿Pero cómo se puede amar la vida antes de haber encontrado su sentido?». ¿Cómo responde hoy a esto?
Ahora puedo amar la vida incluso en aquellos momentos en los que no comprendo inmediatamente su por qué, en los cuales el sentido se escapa. Puedo hacerlo porque sé que, esperando, las cosas encuentran su sitio: no porque todo se ordene, sino porque encuentran una respuesta. Porque la vida es espera. Esperar dicho sentido. Hoy sé que algún día, aunque no sea en esta vida, comprenderé el porqué.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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