Los habíamos dejado al final del Meeting, cuando uno de ellos había comentado: «Quiero volver a la cárcel para contar a todos lo que he visto». Ahora, los visitamos para ver qué ha cambiado en la vida y en el ambiente de los detenidos que han protagonizado la exposición de Rimini
«Ha sido impresionante, una explosión de humanidad». Le brillan los ojos a Franco mientras mira la foto donde aparece con Vicky. Franco tiene 44 años y dos cadenas perpetuas. Es uno de los diez detenidos que estuvieron en el Meeting para la exposición sobre las cárceles (véase Huellas del mes de septiembre). Ha pasado un mes desde entonces. En la cárcel de seguridad de Padua los diez han reanudado su vida diaria: despertar, desayuno, trabajo en el taller de ensamblaje, comida… ¿Todo igual que antes? «Yo ni siquiera quería ir al Meeting –cuenta Franco–. Me parecía tiempo perdido que hubiera podido aprovechar para ir a ver a mi madre, a la que no veo desde hace muchos años. En cambio… esa semana me ha revolucionado la vida. Al comienzo, pensaba que todos interpretaban una parte: tan correctos, gentiles, simpáticos… Pero según iba pasando el tiempo vi que la gente nos quería de verdad. Me sentí escuchado, atendido, nunca justificado. Quería volver a la cárcel para contar a todos lo que había vivido, las emociones que había sentido después de tantos años». «Bueno, ya lo sabemos, ¡no se calla ni muerto!», bromea Michele que acaba de acercarse. «Nosotros le tomamos el pelo pero es verdad que es distinto. A mí me quedan un montón de años para cumplir la condena, pero escucharle me ha devuelto la esperanza también a mí. Sé que fuera hay gente buena, aunque el dolor por el mal cometido lo llevaré siempre dentro. A lo mejor, el año que viene me voy yo también a Rimini».
Franco sigue trabajando pero no se calla: «Cuando contaba el motivo de mi condena me avergonzaba, me costaba pero a la vez me sentía como liberado de una carga enorme. Los muros de la cárcel te esconden, no te sientes observado, no tienes que rendir cuentas a nadie. La verdadera condena comienza justo cuando sales, cuando hay verdades que no se pueden ocultar. Ya no soy el de antes».
Se había dado cuenta en Rimini esa madre que se acercó a Franco, al final de la visita a la exposición, y le dijo: «Espero que la persona que mató a mi hijo pueda llegar a ser como usted y arrepentirse del mal cometido». A Franco se le saltaron las lágrimas y se fue corriendo. No quería quedarse más, prefería volver cuanto antes a la cárcel. «En ese momento entendí que la vida es un reto», recuerda. Luego, mientras nos alejamos, vuelve a mirar la foto y le dice a su compañero: «Vamos, que para el medio día tenemos que acabar el trabajo», y a mí: «Nos vemos después».
Antes de llegar al comedor me paro en otros talleres y les pregunto lo mismo a los que encuentro: «¿Qué os han contado del Meeting?». La respuesta es siempre: «Debe haber sido una experiencia muy bonita. Son distintos. No paran de contar. Yo también quiero el año próximo…».
La camiseta del Meeting
Como con algunos presos y con los voluntarios de la Cooperativa Giotto (cf. Huellas, enero 2006) en un pequeño comedor. Planteo la misma pregunta. Alberto, que está sentado delante de mí, levanta la voz: «¡Franco, ha sido impresionante, eh!». Todos se ríen a gusto. «Bromas a parte –continúa Alberto–, parece realmente otra persona. Haber hallado esa comprensión es lo más importante, devuelve la esperanza porque tocas con la mano que existe una posibilidad. También para quien, como yo, cumple cadena perpetua y su pena no se acabará nunca. Hay que encontrar a alguien que cree en ti, lo cual no es, para nada, fácil». «Es verdad que he cambiado –dice Franco–. Mi madre se ha dado cuenta. Antes, cuando la llamaba, le preguntaba qué tiempo hacía… no sabía qué decirle. Ahora los diez minutos se pasan volando». «Mi compañero de celda –cuenta Marino–, un tipo taciturno, cuando volvió me estuvo contando hasta la una y media de la madrugada. Los encuentros te cambian. Uno de los guías de la exposición me ha enviado una camiseta del Meeting con una nota: “Tu persona tiene valor, te echo una mano”». Wellington, junto con Dario, que cumple su pena en Como, había contado su historia en el acto con el ministro de Justicia, Angelino Alfano, delante de nueve mil personas. «¿Sabe lo que me llamó la atención? Poder mirar a los demás a la cara y encontrar una mirada caritativa. Yo me llevo una esperanza. En la exposición yo traducía para los grupos de lengua española. El otro día le llamé a uno de los chicos universitarios que me acompañaban en las visitas guiadas. No se lo esperaba y se puso muy contento. Yo también». «Cuando volviste parecías de verdad un hombre libre», comenta Dinja. Wellington sonríe. «¡A mi compañero de celda le brillaban los ojos!», añade Humberto, mientras toma el postre. A su lado, Ye Wu, en voz baja: «¡He encontrado algo más grande que la China! Quiero volver allí cuando sea un hombre libre, como voluntario».
Davide interviene: «Ni sabía que existía eso del Meeting. Me impresionó Rose, que cuida en Uganda a los enfermos de sida, cuando dijo: “Cuando cambio yo, cambia también el mundo”. Entendí que yo soy algo más que mi condena. Ha sido muy importante escucharlo. Luego, hubo un montón de personas que llegaban a ver la exposición y cuando salían se les veía en la cara que habían cambiado. Hubo una señora que empezó muy enfadada, pero a la salida tenía lágrimas en los ojos… Cambió ella como he cambiado yo». Pero, ¿cuál fue el encuentro que más os impresionó? Se quitan la palabra de boca: los niños. «Con sus preguntas te descolocan por completo», explica Franco. Justo a él le preguntó una niña: «¿Pero por qué no te diste cuenta antes de disparar de lo que hacías?». A Franco le temblaron las piernas. Se sentó y le contestó: «Tienes toda la razón, tenía que haberme dado cuenta. Antes, no pensaba en lo que hacía, era otro Franco, por eso estoy en la cárcel. Sin embargo, sin aquel error no te habría conocido».
«También fue preciosa la relación con los chavales que nos acompañaban en las visitas –añade Spudin–. Me sentía en familia, me presentaban a sus amigos. Con algunos ahora nos escribimos». En una relación se cambia. ¿Y qué os pareció la exposición? «“Nuestra” exposición es preciosa. Aunque no me la he leído entera». Ese “nuestra” lo dice ya todo.
El mismo corazón
¿Y el personal que trabaja con ellos? Luca es el primero en hablar: «Yo les enseño a cocinar. Al cabo de unos días llamé a mi mujer y le dije que se viniera con nuestra hija. No podían perderse un acontecimiento semejante. Y a propósito de niños, mi hija a la vuelta me dijo: “He entendido dos cosas: todos podemos equivocarnos y todos tenemos el mismo corazón”. Lo que ha pasado en el Meeting no se acaba, es para siempre. Pido que sea así».
«Lo que salta a la vista es que su corazón ha cambiado –dice Gianluca, administrador de la Cooperativa Giotto–. Deseo que el mío también cambie». Un momento de silencio, y los presos aplauden. «La experiencia del Meeting ha sido una provocación para todos, indistintamente, acerca de la verdad de la propia vida. Por eso querían volver “a su casa”–observa Nicola Biscoletto, presidente de la Cooperativa. Hay algo muy real que nos une a presos y no presos». Lo que permanece en el tiempo es ese germen de esperanza en el corazón del dolor por el mal cometido. Y la posibilidad de ser “un hombre libre” también cumpliendo cadena perpetua.
A la salida de la cárcel, miro las notas que he tomado: cambio, esperanza, corazón, conmoción, relación, niños… Pero lo que se me queda grabado son las miradas. Reflejan una Mirada más grande, un Abrazo que lo alcanza todo. El cristianismo es un acontecimiento que se comunica de prsona a persona, como sucedió al principio con Zaqueo, con el ladrón arrepentido, con la Samaritana.
Una mirada diferente
Dario, el interno en la prisión de Como que contó
su historia en el Meeting, escribió a finales
de septiembre esta carta a Alessandra Vitez,
responsable de las exposiciones del evento riminense
Desde que volví a la cárcel he pensado muchas veces en el Meeting, en la sucesión de los momentos, los encuentros y las personas a las que he conocido, pero por muchas vueltas que yo le dé en mi cabeza, lo que no cambia es lo que me queda en el corazón. Imagínate cómo habrá sido que lo primero que muchos de mis compañeros me han dicho al volver, no se refería a todo lo que se ha comentado o al mismo hecho de haber estado en Rimini (entendido como lugar de entretenimiento), sino a mi mirada. Me dicen que llama la atención, que ha cambiado, que en mis ojos ya no se ve la máscara de dureza que todos nos ponemos para aguantar en este ambiente. Cada cual da su propia explicación del bien que ha podido producir esta mirada. Lo cierto es que yo he vivido cinco días realmente excepcionales; pocos pero intensos, que me han permitido, después de muchos años, recuperar la confianza en mí mismo y en el prójimo, para poder mirar al futuro con optimismo, no sólo al mío, porque no tendría sentido haber recibido tanto de otros y luego quedármelo para mí solo. ¿Qué sentido tiene contarles a mis compañeros lo que ha sido esta gran experiencia, cuando sé que ellos mismos pueden vivirla si les pongo en contacto con las personas que he conocido en el Meeting? Por lo que conozco de la cárcel, sé que realmente bastaría con poco: cartas, correos electrónicos, alguna visita, lo importante es tener un punto de referencia, los profesores de la cooperativa Homo Faber para la que trabajo. Esta intermediación no es optativa ni se puede dar por descontada, sino que es la única “realidad verdadera” que existe aquí dentro y cuando la verdad existe, también existe el compromiso. Me sale del corazón: “¡Gracias!”, no sólo por cómo me habéis tratado, sino porque esto me está enseñando que no estoy solo.
Dario
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