Querido profesor…
En los primeros años de mi estancia en Barcelona, cuando aún estaba en tercero y cuarto de ESO, me quería volver a mi casa, en Italia, seguir con mis amigos de toda la vida, estar con mi familia, poder hablar sin tener que pensar en cómo decirlo, y perder la ocasión de dar voz en clase a mis opiniones por miedo a no saber cómo recibirían mi acento mis nuevos compañeros. Me sentía, verdaderamente, una extranjera. Sentía que no tenía nada que ver con el nuevo ambiente en el que me encontraba; incluso empecé a pensar que a mi padre no le importaba nada de mí, de lo que podíamos pensar mi hermano y yo del repentino cambio sufrido. Parecía casi cegado por sus ambiciones y por su trabajo. Así empecé a alejarme de mi padre. Me convertía de este modo en “extranjera” no sólo del nuevo ambiente, sino también –y creo que ése fue el problema de fondo– extranjera de mí misma, de mi vida. De esa manera pasaron dos años, me pasaron delante de los ojos, invisibles, como si no hubiera pasado nada, no hacía más que esperar el día en el que mis padres me dieran la noticia de nuestro regreso a Padua. Por eso, no quería comprometerme con lo que tenía a mi alrededor, ya que pensaba que sería algo temporal y que no valía la pena. Pero ese día no llegaba, y sin él, tampoco llegaba el día de mi felicidad. Luego, de repente, y quiero darle el nombre que se merece, sucedió un milagro. En primero de bachillerato, y precisamente en tus clases de religión, empecé a notar algo, algo que tenía que ver con lo más profundo que estaba en mí, algo que misteriosamente me llamaba, me provocaba. Tu presencia me despertó, no sé muy bien cómo ni por qué. El hecho de verte cantar por el pasillo, o de bromear con Marc, la manera con la cual estabas durante el día, me hacía sonreír, me daba esperanza, esperanza de vivir plenamente, de poder sonreír de verdad, de entender que la felicidad no es sinónimo de algo abstracto, que yo relacionaba o con el futuro (mi regreso a Italia) o con el pasado (a través de los recuerdos) sino que era algo presente, algo que nos espera cada día, a pesar de las dificultades. Empecé así a despertarme con una nueva llamada, que no era el ruido insidioso del despertador, sino la posibilidad de que en ese nuevo día yo podía descubrir algo más, yo podía sentirme llamada, involucrada en la nueva realidad. Al principio, los primeros respiros de libertad los experimentaba durante las dos horas semanales que nos dedicabas. Iba al colegio para escucharte hablar, la manera con la cual tú mirabas las cosas (ni que fuera un texto, una película o una canción) era para mí una profunda provocación, porque dabas sentido a todo. Así yo también empecé a gustar de la vista, y me di cuenta de que yendo más a fondo de las cosas, se descubre una belleza que a primera vista no se capta. Tus clases fueron las primeras en no dejarme indiferente. Al salir de cada clase nacía en mí un nuevo interés, un nuevo deseo de saber más, en cada clase volvía a nacer, volvía a encontrar un atractivo a mis días. En las clases hablabais de mí, de mi deseo de ser, de vivir. Empecé a dejar de lado mi orgullo que durante dos años me había cegado, y empecé a abrirme también a las demás clases: las de historia, las de filosofía, las de lengua; y veía que en ellas mi sed de ser se sentía correspondida. Empecé así a amar el estudio, porque en el se cumplía mi libertad, abrir un libro y estudiar ya no era una obligación, sino era y es lo que más me llena, lo que me permite ser más. Esto es lo que me ha pasado, he tenido la suerte de encontrar unas personas, unos profesores, que por fin no se han limitado a seguir un programa establecido por la Ministra de educación sino unas personas apasionadas por la vida y por su trabajo, que tan sólo con su presencia son capaces de apelar a esa exigencia humana de saber y de vivir que te permite relacionarte de manera más verdadera con el estudio y con la realidad. Gracias porque lo más importante para un estudiante no es sacar excelentes notas, y a lo mejor al cabo de unos años olvidarse de todo lo que pensaba haber aprendido, sino lo que de verdad es un regalo para un alumno es tomar conciencia de sí mismo y de la realidad, y descubrir que toda ella es un regalo. De esa manera el estudio y el esfuerzo surgen voluntariamente. Gracias.
Irene, Barcelona (España)
Agradecida porque Otro me sostiene
Desde que fui a los Ejercicios espirituales este año, vivo agradecida por reconocer el Misterio en mis circunstancias concretas, consciente de que no siempre tengo la disponibilidad para aceptar lo que se me da. Sin embargo, reconozco que Él es quien me sostiene y se manifiesta en los compañeros de trabajo y en mis amigos. El padre Leonardo Grasso siempre me ha dicho que debo estar atenta a la realidad. Esta afirmación al principio me producía una tristeza total, pues mis niveles de despiste (desatención) son muy altos, y la tristeza ante esta característica de mi personalidad producía un sentimiento que me impedía relacionarme con la gente y con mis circunstancias. Era presa de un moralismo que me impedía caminar. Al cabo de muchos años he entendido que la distracción está y estará presente en mí y en cada uno de nosotros, pero eso no importa porque Cristo nos abraza con la misma intensidad de padre que a sus otros hijos. Hoy reconozco que lo que me constituye no es el despiste, como tampoco es la artritis reumatoide, lo que me constituye es algo más grande, es la relación con Dios. Conocí el movimiento en San Antonio de los Altos (Venezuela) en 1995, gracias a la amistad con los chicos del grupo juvenil (hoy no tan jóvenes), los hermanos Marius, Sabrina, las primas Baute, con quienes fui a mis primeros Ejercicios en Mérida (a 12 horas de Caracas en bus). Allí conocí a Bermando y otros amigos, quienes me han acompañado y lo siguen haciendo ahora. Regreso al presente para agradecer también a mis queridos amigos de la frater en Bogotá, quienes me han acompañado desde el año pasado y éste en particular. La amistad con Sandra y Julián, con Rochis, Jenny, Lexy y Chiara me han sostenido en este tiempo. En especial la forma como se movieron en el mes de julio. Me buscaron un médico en Bogotá para que me examinara por los dolores articulares que me paralizaban. Gracias también al padre Marco, por ayudarme siempre a decir “sí” a Cristo en cada circunstancia; y a Juan Carlos, por sus recomendaciones para abordar temas laborales y motivarme a compartir mi testimonio frente a otros amigos. Quiero agradecer también a Cleuza y Marco Zerbini, quienes con su testimonio y sencillez urgieron mi deseo de escribir a Huellas. No dejaré de agradecer, pero tampoco dejaré de pedir. Me siento cada vez más mendiga del corazón de Cristo. Mi petición de salud está dirigida a imitar al leproso que una vez que fue sanado, agradeció y quiso saber quién era Aquél.
Ibelis, Cartagena de Indias (Colombia)
«Si me voy…»
Hace un año empezamos a hacer la Escuela de comunidad con un grupo de cinco personas. Ahora, cuando nos reunimos, somos más de cincuenta. Al final del curso, decidimos organizar con nuestros amigos unos días de vacaciones en Paestum. Inesperadamente, se apuntaron 120 personas, y el último día hicimos una asamblea. Gerardo, que lleva unos años en Albania donde está reconstruyendo una fábrica reconvertida en refugio durante la guerra de los Balcanes, empezó: «Tengo más de sesenta años. Durante toda mi vida he considerado la fe como un límite a mi libertad. En cambio, cuando os conocí, vi una gran libertad. Sois hombres libres. Lo primero que pensé fue: “Pero yo quiero ver a Dios”, y vosotros no me respondisteis con explicaciones, sino con una canción, La ballata dell’uomo vecchio (viejo como yo): “Dios tiene tu rostro, tu misma cara”. Por fin, Dios ha sumido un rostro humano para mí». Antonio dijo: «Estoy agradecido a los amigos que insistieron en invitarme, no sólo por estos días tan bonitos, sino porque mañana volveré a trabajar. Sé que lo que he descubierto me acompañará también mañana, sé que es algo mío y que volverá a mostrarse durante toda mi vida». «Yo no entiendo mucho, sobre todo por el idioma, pero cada vez que llega el día de la Escuela lo dejo todo para ir, porque si me voy de aquí, ¿adónde iré?», comentó Mercedes, de habla española. Tony, que trabaja de obrero, confesó: «Yo soy ateo. A los 15 años me fui de casa para buscar trabajo en Alemania. Antes de irme tenía muchas preguntas, pero pronto las abandoné. En Alemania vi muchas religiones, y siempre he pensado que la fe fuera una consolación frente al miedo a la muerte. Ahora, no sé si me he convertido, pero estoy seguro de que hay alguien que me puede comprender y que responde a mis preguntas». Después de las vacaciones, Nicola nos escribió: «Conocer esta compañía me ha cambiado en muchos aspectos, sobre todo ha cambiado mi manera de vivir lo cotidiano; el trabajo, los amigos, el tiempo libre... Lo noto también en la relación con mi mujer. Ahora nuestra relación es más libre y verdadera. También el hecho de escribir esta carta es algo que hace sólo un par de meses habría sido impensable. Nunca he hablado así ni siquiera con mis padres, pero sí lo hago con vosotros. Llevo conmigo vuestras caras, vuestras historias y vuestra amistad. Si Cristo ha elegido una compañía de hombres para que yo le reconozca, entonces estoy en el buen camino. Ahora, cuando me despierto a las 4,30 para ir al trabajo, en lugar de quejarme doy gracias al Señor por haberme dado esta amistad». Día a día descubrimos que no hace falta añadir nada a lo que Cristo hace suceder entre nosotros. Sólo necesitamos ojos para mirarlo y corazón para agradecerlo.
Roberto y sus amigos, San Severino (Italia)
Caritativa
Llevo unos meses de Erasmus en Coimbra (Portugal) junto a tres amigos de la Politécnica de Milán. Aquí no hay nadie de CL y la comunidad más cercana está a 200 km, pero hemos tenido la suerte de conocer al hermano Gonçalo, un fraile franciscano al que le pedimos un local para hacer la Escuela de comunidad y con el que ha surgido una buena amistad. Junto con él hemos empezado una caritativa: vamos cada semana a un comedor para los pobres y comemos con ellos. Conocí a Paulo, un angolano que vino a Europa con la ilusión de apuntarse a un curso de cocina, pero tuvo que trabajar en la construcción y ahora se ha quedado sin trabajo. Me contó que en Angola tiene un hijo de mi edad y una hija de dieciocho años. A este comedor acuden muchas personas que han tirado la toalla y se dejan morir, pero él es distinto. Un día me dijo: «De todas formas, siempre tenemos que dar gracias a Dios: Graças a Deus. Yo tengo un montón de problemas, pero doy gracias al Señor porque tengo una casa, y porque estas monjas que me dan de comer para que pueda seguir buscando trabajo». Me habló de su familia y yo de la mía, de sus hijos y de la crisis que atravesó cuando era joven. Me animó a seguir por buen camino, a seguir al Señor. Él se extravió muchas veces, pero está contento porque pudo retomar el sendero recto una y otra vez. Me habló de la esperanza y de la caridad con la sencillez de un albañil, como cosas suyas: tiene la necesidad de hacer algo por los demás aunque él no tenga nada. Me invitó a leer cada noche una frase de la Biblia: «Yo lo hago. Así también mi compañero de habitación puede que se pregunte por qué lo hago, y quizás algún día empiece él también. Así encontrará algo bueno y los que están a su lado se enterarán, cambiarán sus vidas, y poco a poco este bien llegará a todos. Pero siempre Dios mediante». Le conté mi historia, le hablé de la Escuela de comunidad, de mis amigos, de mi familia y del amor que le tengo a mi novia. Hablamos de hombre a hombre porque estamos juntos delante de Cristo.
Giovanni, Coimbra (Portugal)
Como Juan y Andrés
Cuando mi hermana y yo vimos el dvd sobre don Giussani, “Vidas extraordinarias”, nos identificamos con Juan y Andrés, que estaban recogiendo las redes a orillas del lago y, cuando llegó Jesús, les dijo que lo siguieran. Y ellos lo hicieron. Así fue también para Paulina y para mí. Teníamos nuestra vida perfectamente organizada, pero en un momento dado, Cristo salió a nuestro encuentro y lo dejamos todo para seguirle. Antes, yo no disfrutaba con nada, incluso me molestaba la compañía de mis amigos y de mi familia; prefería quedarme en casa estudiando. También el deseo de estudiar se deterioró poco a poco, y sólo quería sacar buenas notas para que los demás me admiraran. Luego, conocí algunas personas de CL. Al principio me paraba ante los límites de la gente, aunque veía muchas cosas verdaderas y percibía que tenían que ver conmigo. Poco a poco, para mí la Escuela se convirtió en una necesidad. Cristo me llevaba de la mano. Más tarde me presentaron a Cleuza y Marcos Zerbini, que vinieron a Río de Janeiro con ocasión de un acto público sobre la política. Fue un verdadero encuentro que me sacudió: he pasado de ser una persona apática, a ser otra, realmente apasionada, como nunca antes hubiera imaginado. Apasionada por Cristo. Mis defectos no habían desaparecido, seguí haciendo mis cosas, pero todo había cambiado. El encuentro con Cleuza y Marcos ha cambiado mi forma de ver las cosas que era muy ideológica. Me animó a seguirles su sencillez y su forma de considerar cada aspecto de la vida como un don. Su adhesión a CL y el modo en que entregaron la asociación que habían construido en tantos años, fue determinante para que yo les siguiera. Antes andaba perdida por la vida, porque no encontraba nada que me hiciera feliz, tan sólo momentos fugaces. Sabía que estaba triste, pero no sabía que, en el fondo, estaba desesperada. La respuesta a la pregunta de Cristo que resonó en los últimos Ejercicios de los universitarios: «¿Qué buscáis?» no ha sido un pensamiento mío, sino un encuentro con lo que realmente estaba buscando. En Él pongo toda mi esperanza.
Luana, Rio de Janeiro (Brasil)
Mariana, madre
Soy matrona en San Fernando de Henares. Hace unas semanas, presencié un hecho del que os quiero hacer partícipes. Me llamó a la consulta un médico del Centro donde trabajo porque quería que informara a una mujer de los pasos a seguir para abortar. Le dije que me la mandara. Así llegó Mariana a mi consulta. Una mujer de 25 años, de Brasil. Empecé a preguntarle por qué quería abortar. Sus razones eran: falta de trabajo, tener lejos a la familia, llevaba sólo 8 meses con el padre de la criatura, y le parecía imposible tenerlo en esas circunstancias. Se encontraba muy mal: nauseas, vómitos, no dormía. Desde el principio empecé a mirarla con profundo afecto. Como si misteriosamente pudiera entender lo que estaba sufriendo. Me preocupaba el bebé, pero también ella. Estuvimos hablando más de media hora. Quedamos en que volvería a los dos días habiéndolo pensado mejor. Inmediatamente mandé un correo a todos mis amigos para que pidieran por ella y por esa criatura que ya estaba ahí y cuya vida pendía de un hilo. Volvió a los dos días, agotada, seguía vomitando, sin dormir. No quería tener a su hijo. Me sorprendí a mí misma con lo que le decía. Realmente me importaban ella y el niño. Le propuse incluso buscarle trabajo si hiciera falta. Pero ella estaba decidida a abortar. Yo entonces le dije que más no podía ayudarla. Se fue. A los dos días, la veo sentada en la sala de espera, con otra cara. Me dice: «Lo he pensado mejor, voy a seguir adelante con el embarazo». Le pregunté por qué había cambiado de opinión y me dijo que sabía que si abortaba se arrepentiría toda la vida. Fue precioso. Ya no vomitaba, había dormido bien y su cara era otra. Me sentí profundamente unida a ella y a su hijo. Ella no paraba de llorar. Tenía una entrevista de trabajo por la tarde, y de nuevo escribí a mis amigos para contarles todo y para que pidieran de nuevo por ella. La he llamado hace unos días. Me respondió sorprendida de que la llamara, y muy contenta, me dijo que la habían aceptado en el trabajo. Terminó diciéndome: «Ahora todo está bien». Ahora al pensar en ella no puedo dejar de decir: «Es el Señor».
Puri, Coslada (España)
Por qué doy catequesis
La primera pregunta que con toda lógica me podría plantear es: ¿por qué con las cosas que ya tiene la vida, mi mujer y yo damos catequesis los domingos? Para responder en primera persona debo retrotraerme al inicio, al día en el que siendo un alumno de bachillerato, conocí a un profesor de religión distinto, con una humanidad y una capacidad de acogida que no me dejó indiferente. Qué novedad tuvo que aportar a mi vida que todavía hoy recuerdo el día en que le escuche decir algo así: «Mirad chavales, si yo soy cristiano no es por un amor a las reglas, a los preceptos, sino porque dentro de la iglesia he hecho la experiencia del ciento por uno, aquí, en mi vida». Y añadía: «Lo que me interesa es encontrar el sentido de mi vida, encontrarme con alguien de carne y hueso, al que yo pueda tocar y escuchar, que aclare y explique el misterio de mi existencia, que estando con él pueda yo también hacer experiencia de que el ciento por uno no en el más allá sino en el más acá». Y así concluyó: «Para mí esto se ha hecho explícito a través del encuentro con Cristo en la Iglesia, a través de personas cambiadas; a través de encuentros que me han tocado igual que a Juan y Andrés, a la samaritana, a Zaqueo y a tantos otros les tocó el encuentro con Jesús; porque lo que yo quiero en la vida es ser feliz y estar con personas donde experimente que mi humanidad se dilate y crezca». Semejantes afirmaciones, junto al hecho de percibir las ganas que tenía de estar con él y con los amigos de clase que le seguíamos, me conmovió y me movió a profundizar en el camino de la fe dentro de la Iglesia. Y aquí me tenéis. Esto sucedió cuando yo tenía 16 años. Hoy tengo 45 y os aseguro que la esperanza que un día suscitó en mi vida este profesor no ha disminuido un ápice, al contrario, todo lo que es característico de lo humano, el deseo de aprender, de conocer, de preguntarme el porqué de las cosas, de comunicar lo que vivo, de querer mejor a mi mujer y a mis hijos, de crear empresas y puestos de trabajo, se ha disparado y aumentado. Durante estos años he aprendido que Dios habla a través de las circunstancias, a través de las simples casualidades de la vida, respetando al máximo la libertad del hombre. Chesterton decía que una casualidad era una casualidad, dos casualidades eran un indicio, pero tres casualidades constituían una certeza. Así pues, cuando unos amigos de la parroquia nos preguntaron si queríamos dar catequesis con ellos, no nos lo pensamos, era aparentemente una casualidad más a la que podíamos decir sí pero también no. Obviamente accedimos. ¿Cómo no íbamos a compartir con otros niños lo que tenemos por más querido en nuestra vida, a lo que más valor damos? ¿Cómo no íbamos a dar gratis, lo que gratis habíamos recibido? ¿Cómo no desear comunicar la experiencia más correspondiente con la naturaleza humana que nos ha cambiado la vida a otros niños? Desde luego no podría dar catequesis si no tuviera la experiencia previa de que el primer beneficiado en esta actividad era yo mismo, de que el primero que tiene que identificarse con lo que explica a otros es el catequista. ¿Cómo puede uno conmover a otro si él no está conmovido? ¡Qué impresión volver a leer de forma pausada y tranquila los días previos a la catequesis, la vida, los milagros, los encuentros de Cristo con tantos hombres¡ Caer en la cuenta de que el cambio que produjo en tanta gente lo sigue produciendo a través de la Iglesia y a través de todos los que formamos parte de ella. Y a la vez qué responsabilidad y qué conmoción ver que a través de nuestras pobres personas, se comunica a estos niños el misterio de Dios, de su hijo muerto y resucitado. Explicarles que Cristo al igual que la corriente eléctrica, como explicaba el Papa en una catequesis para niños, no lo vemos de la misma manera que los primeros apóstoles, pero podemos ver y sentir los efectos de su Presencia en nosotros mismos y en los que nos rodean.
Eduardo, Madrid (España)
Esta foto tiene su historia
El lunes 15, a mi madre le dio una angina y tuvimos que salir, mi marido y yo, corriendo al hospital. Ese mismo día era el último del chiringuito de Parla y se cerraba antes (sobre las 23:00) para poder recoger todo. Esa foto se hizo después de recoger el chiringuito, tras 4 días de duro trabajo. Juan y yo pudimos estar en la foto porque llegamos del hospital justo cuando se estaban colocando para hacérsela nuestros amigos. Acabábamos de dejar a mi madre en observación y no nos permitían quedarnos en el hospital, así que nos volvimos al chiringuito para ver si podíamos ayudar en algo, pero cuando llegamos, todo estaba recogido y la gente preparada para la foto. Si te fijas en nuestras caras, no parece que acabáramos de llegar del hospital. Tampoco parece lógico que uno se vuelva a un chiringuito después de pasar lo que había pasado, porque cuando alguien a quien quieres está enfermo no tienes ganas de casi nada. Pero Juan y yo volvíamos a nuestra casa (esos amigos del chiringuito son nuestra casa), a uno de esos lugares hechos por personas donde se manifiesta Aquél que le permite a uno vivir con paz y esperanza, por eso tenía sentido ir. Si te fijas en los rostros, podrás ver un grupo de gente muy distinta, pero todos llamados por Otro más grande a participar de su Vida, desde el más mayor al más pequeño (que no lo puedes ver porque está en el seno de su madre, Carol, con tan sólo tres meses de vida). Esta llamada de Cristo a conocerle, a descubrirle, a vivir por Él, es la que últimamente da sentido a mi vida. Como estamos viendo en la Escuela estos días, yo, como Pedro, no entiendo aún muchas cosas, pero no quiero moverme de aquí. Nunca he estado tan contenta, así que sería estúpido hacerlo.
María Ángeles, Parla (España)
La piedra y la apertura de la razón
El 17 de octubre, unas 200 personas asistieron al Hotel Mencey, en Santa Cruz de Tenerife, al acto de Apertura de Curso de CL en el que participó el escultor Etsuro Sotoo. Joaquín comenzó diciendo: «Desde que era profesor de Bellas Artes en Japón hace todo el recorrido obedeciendo a lo que le iba sucediendo, pasando por la Sagrada Familia y Gaudí, hasta llegar a Cristo. Por eso le hemos pedido que nos muestre cuál es la aventura de un hombre vivo». En primer lugar, nos propuso «mirar a la realidad, porque el punto de partida son siempre los hechos. La realidad es el camino del hombre que abre su razón hasta su origen, hasta el Misterio. Pero una razón que está afectivamente comprometida, y que por tanto, toda nuestra vida depende de esta sencilla postura que da la precedencia al dato de la realidad y se deja afectar por lo que tiene delante». Escuchar a Etsuro fue ver en acto la vida de un hombre que ha hecho todo este recorrido de la razón hasta llegar a su origen, siendo fiel a su corazón como un niño. «Desde que era profesor experimentaba que tenía miles de preguntas pero ninguna respuesta. Necesitaba algo sólido porque no quería dejarme engañar ni arrastrar por la corriente», y siguiendo este deseo se vino a Europa, «buscando la piedra», buscando trabajo como escultor. «Tenía ilusión de verdadera obra de arte que llenara mi corazón», pero siendo fiel a éste se da cuenta que esto no sucedía, y de este modo, siguiendo este corazón, llega a Barcelona. Allí, mirando a Gaudí, se volvió a despertar toda su humanidad en vista de lo que buscaba desde que salió de Japón. Pero llegó un momento en que «no podía acercarme más a Gaudí», porque él ya no vivía. Experimenta que su razón sola no podía ir más allá. Me impresionó que llegado a este punto no se detuvo, sino que su razón siguió abriéndose: «Tenía que mirar donde miraba Gaudí, entonces Gaudí entró en mi corazón y algo cambió dentro de mí». Y siguiendo a Gaudí, pidió el Bautismo. «Y Gaudí me lanzó hacia vosotros», nos decía. Terminó su intervención desafiándonos a todos: «Para mí, vivir hoy es vivir seriamente, sin despreciar nada, quiere decir, mantener la pregunta como niños, como Gaudí, que no fue al colegio, pero miraba la realidad, observaba lo que tenía delante». Joaquín, al final, nos preguntaba: «Mirando a Sotoo –y también todos los testimonios que hemos tenido delante este verano–, ¿cómo podemos llegar a reconocer a Cristo? Por los rasgos inconfundibles con los que Él se muestra». Pudimos ver en Etsuro los rasgos inconfundibles de la atención y el amor a la realidad hasta disfrutar de su significado.
Esther, Tenerife (España)
La casa construida sobre roca
Javier Prades, a su llegada a Alcalá la mañana del sábado 11 de octubre, contempló el pueblo sobre la montaña azotado por una tormenta de agua y viento, y evocó, además del cántico de Isaías, “la ciudad construida en lo alto”, el evangelio de Mateo cuando Jesús nos habla de la casa construida sobre roca indestructible ante cualquier tempestad. Esto nos da una idea de la mirada de este hombre. Para nosotros, los de la Escuela de comunidad de Alcalá, ha sido una muestra palpable de lo que venimos aprendiendo juntos desde el primer día: la realidad que se presenta ante nuestros ojos es más amplia de lo que alcanzamos a ver. Mientras uno se pasaba la mañana quejándose de la lluvia y del viento, Javier encontró la página del Evangelio (Mt 7,24-27) para mirar la realidad con los ojos de Otro. ¡Qué gran lección! ¡Y qué belleza cómo transformó un panorama tan adverso! Igualmente, que el salón de actos del Beaterio presentara aquel aspecto, con el aforo completo, significaba que todos habían acudido a una llamada. A pesar de la lluvia, del viento, de la carretera, de los cientos de kilómetros que algunos tuvieron que cubrir para asistir a la Apertura de curso de CL en Andalucía. Esta circunstancia –para mí el primero– nos reafirma aún más en que esta compañía es portadora de una promesa de felicidad, puesto que es Cristo quien hace que todo esto suceda. Por este motivo envío esta carta, como agradecimiento sincero y conmovido por todo lo que sucedió ese fin de semana. Desde la cena y sobremesa compartida con Carmen, Ramón, José Luis y nuestro párroco Marco Antonio (cada vez más sensible al carisma de don Giussani) en casa de Mari Santos y Paco, hasta la visita al santuario de nuestra Madre María de los Santos, patrona de los alcalainos. Pasando, claro está, por la brillante exposición de Javier Prades, una Eucaristía vivida en auténtica comunión, la comida fraterna, y el estar juntos en nombre del Misterio que es, a fin de cuentas, quien nos ha puesto en este camino. Somos gente sencilla los que formamos la Escuela de comunidad de Alcalá. Personas sin apenas currículum que presentar: el de los años ya vividos y el de una fe inquebrantable a pesar de los momentos de angustia que más de una vez se cruzaron en el camino. Algunos llevan en su alma las cicatrices producidas por las heridas sufridas en la batalla de la vida, pérdida de hijos, circunstancias familiares adversas, etc. Quizás por ello el Espíritu Santo tuvo misericordia y nos concedió esta gracia. Aquí hemos aprendido, que la realidad, a veces agobiante, se transforma cuando percibimos la Presencia que nos conforta. “Se puede vivir así”, en cualquier circunstancia, si nos ponemos en sus manos.
Gracias al movimiento de Comunión y Liberación respiramos un aire puro y renovado. También porque en nuestro camino hacia el Destino se ha introducido una novedad: la fe es algo más que la rutina de un culto y un moralismo. Y además, porque la sensación de libertad que experimentamos es infinita ante cualquier suceso que nos ocurra. Termino con una petición, a la que espero que nos unamos todos: que Alcalá, nuestra parroquia, nuestra Escuela de comunidad, continúe construyéndose sobre roca firme. Que ningún viento ni lluvia, venga de donde venga, sea capaz de derribar esta casa.
José, Alcalá de los Gazules (España)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón